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ETA
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Libro electrónico391 páginas7 horas

ETA

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"Partiendo de una breve panorámica de la historia, la articulación social y la cultura del País Vasco, el libro se adentra en los fundamentos sobre los que se ha levantado y evolucionado el nacionalismo vasco en general y el abertzale en particular.
A continuación se centra en la historia de ETA propiamente dicha, desde el preámbulo de la formación del Consejo Vasco de Resistencia de 1947 hasta 1965: un relato en el que toman la palabra algunos de sus protagonista directos y en el que se ponen de relieve las relaciones de la incipiente organización con el pueblo, los intelectuales y los trabajadores vascos. A partir de aquí se desarrolla la parte principal del libro, en la que se irán encadenando las principales historias del terrorismo de ETA, en sucesión cronológica, contrapunteadas por otros testimonios sobre las represiones legales o ilegales, y su impacto siempre sobre la población, en un relato redactado de forma descriptiva, como si se tratara de un informe policial basado siempre en hechos reales y contrastados, pero ofrecidos en forma continuada de una manera atractiva y rigurosa, cuidada en el lenguaje, no burocrática e incidiendo en el factor humano. Así hasta llegar a la fase final en busca de la paz, en la que adquiere especial relevancia la voz del propio Sorel en tanto que participante en buena parte de esos debates.
El resultado es un libro incómodo que se aleja de la narrativa dominante que tratan de imponer desde las instituciones oficiales; que no oculta el papel lleno de sombras (y de actuaciones ilegales y torturas) desempeñado por las fuerzas de seguridad del Estado; que tampoco quiere contemporizar con el sector abertzale; un relato que bebe de fuentes directas obviadas intencionadamente por quienes han escrito y promovido esa historia de buenos y malos, de vencedores y vencidos, en que se ha convertido el relato oficial."
IdiomaEspañol
EditorialFoca
Fecha de lanzamiento14 may 2018
ISBN9788416842155
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    ETA - Andrés Sorel

    ejecuten.

    capítulo i

    El marco histórico de Euskal Herria

    Defenderé

    la casa de mi padre

    contra los lobos,

    contra la sequía,

    contra la usura,

    contra la justicia

    defenderé la casa

    de mi padre…

    me quitarán las armas

    y con las manos defenderé

    la casa de mi padre;

    me cortarán las manos

    y con los brazos defenderé

    la casa de mi padre;

    me dejarán sin brazos,

    sin hombros

    y sin pechos,

    y con el alma defenderé

    la casa de mi padre.

    Me moriré,

    se perderá mi alma,

    se perderá mi prole,

    pero la casa de mi padre

    seguirá

    en pie.

    Gabriel Aresti

    INTRODUCCIÓN GENERAL

    Resultaría difícil hablar de los últimos 50 años de Euskal Herria, y realizar un análisis ideológico y político de ETA, sin referirnos, de una parte, a la historia del País Vasco y, de otra, sin hablar del franquismo y lo que supuso, en sus cuatro décadas de poder, para sus habitantes, el desarrollo y la ruptura del proceso histórico de Euskadi.

    Y es así como podemos entrar en el análisis de las violencias, las violencias y no sólo la violencia, que convulsionaron el país. Porque nos equivocaríamos si obviáramos una de las violencias que engendró la otra. No se trata sólo de comparar, como a veces se hace, qué violencia ha causado mayor número de muertos: el que mata es terrorista. Y algunos pensamos que no existen mayores terroristas que aquellos jefes de Estado, reyes, papas, que desde el poder, en cualquier tiempo histórico, desatan guerras, cruzadas, exterminios, que causan miles o millones de víctimas.

    Toda violencia ejercida sobre un ser humano es terrorismo. La tortura también es terrorismo. Y mientras no se analice así y se condene, continuará existiendo terrorismo individual, de grupo o de Estado.

    Albert Camus:

    Con dos siglos de anticipación, en una escala reducida, Sade exaltó las sociedades totalitarias. En él comienza realmente la historia y la tragedia contemporáneas.

    El crimen, que él quería que fuese el fruto excepcional y delicioso del vicio desencadenado, no es el presente, sino la triste virtud de una costumbre que se ha hecho policial.

    El terrorismo nunca es justo ni puede ser silenciado, y menos aún justificado. Y la muerte del inocente, que no busca morir y es obligado a morir –sea en un atentado o en un bombardeo–, es un acto terrorista.

    Claro que razonamientos similares jamás serán comprendidos por exministros como Fernández Díaz, para el que quienes hablan de los muertos del franquismo son aquellos que quieren ganar ahora la guerra que entonces perdieron. O, como dijo el 20 de septiembre de 2016 en Bilbao el coronel de la Guardia Civil Valentín Díaz, en la conferencia que tituló «ETA. ¿Lo dejó o se vio obligada a dejarlo?», con rotundidad y satisfacción (otro que también parece vivir en los días «gloriosos» de 1939): «Se vio obligada a dejarlo. Debe haber un vencedor y somos nosotros».

    La guerra, para ellos, siempre parece un juego. Y las víctimas son, a lo sumo, «daños colaterales».

    Otro tema que debemos tener en cuenta a la hora de analizar una historia tan profunda y controvertida como la que aquí abordamos es el de la información y, como consecuencia, la conformación mental del lector, inducido casi siempre por unos medios de comunicación parciales al servicio del Estado, o por los grandes monopolios de la publicidad, a un análisis parcial. De ahí que continuamente se hable de la violencia y no de las violencias, identificando lo ocurrido desde 1939 en Euskadi como si sólo se hubiese producido una violencia. El parcialismo mediático inoculó, de la alta Castilla al estrecho de Gibraltar, una información sesgada y que terminó identificando a los vascos, genéricamente, con el terror, provocando un desprecio en la otra España a gran parte de sus habitantes, la idea de que la mayor parte de ellos fueron terroristas o simpatizantes de los terroristas. Como siempre, existieron excepciones en algunos informadores y analistas, pero esto no era suficiente para contrarrestar la animadversión creada por la mayor parte de las televisiones, radios, periódicos y revistas. Las mentes, los pensamientos y hasta el consumo y los gestos, sean literarios, musicales o políticos, se uniformizan, se acomodan al bombardeo mediático que los acosa y termina destruyendo su propia libertad.

    Ya en 1921, décadas antes de que existiera la televisión, Albert Einstein escribía: «La prensa, controlada en su mayoría por intereses encubiertos, ejerce una influencia excesiva en la opinión pública».

    Para comprender lo que es la propaganda política, su utilización, desde Fraga Iribarne hasta nuestros días, y su influencia sobre gran parte de la población a la hora de tratar el tema de Euskadi, veamos unas citas de astutos y preclaros representantes del mayor terrorismo que conoció nunca la Humanidad:

    Para captar la atención de las masas, la propaganda debe limitarse a un pequeño número de palabras y repetidas constantemente. […] Ninguna diversidad debe modificar el contenido […] Su éxito depende de la duración […] Su acción debe apelar siempre al sentimiento, y muy poco a la razón. (Adolf Hitler)

    Así se han expresado en España durante los últimos años en temas como el que tratamos: asesinos, criminales, terroristas vascos… Sólo es la Ley la que combate, en defensa de los ciudadanos, a los terroristas. Día tras día, incluso cuando ya no hay atentados, ellos son los únicos culpables, contra ellos debe combatirse siempre, incluso en la paz… Sus víctimas, los sufrimientos de sus familiares y de quienes les apoyan, sus lágrimas, los «seres queridos», no pueden ser olvidados nunca.

    La propaganda es el arte del argumento más simplista con su lenguaje popular […] El arte de la repetición constante, el arte de dirigirse sobre todo a los instintos, a las emociones, a los sentimientos y a las pasiones populares […] un arte de mentir siendo creíble […] y presentar los hechos siempre con apariencia de objetividad. (Goebbels)

    Así, con semejantes formulaciones, no se buscó nunca, dentro de la condena de las actividades de ETA, razonamientos, análisis, diálogos que impidieran la continuidad de sus atentados, y la confrontación de los intereses e informaciones de la otra violencia que desde el poder se impulsaba, de las causas históricas que habían conducido a aquel brutal enfrentamiento, como si unos y otros sólo terminaran creyendo en el infernal discurso de la acción-represión-acción-represión, hasta el agotamiento de un pueblo que era la víctima real de aquella situación.

    El Partido Popular ha cuidado con esmero e importantes cantidades económicas concedidas desde el Gobierno a «sus» Asociaciones de Víctimas del Terrorismo. Calla cuando algunos de sus dirigentes han sido involucrados en desviaciones de dinero para sus propios intereses o negocios. Rechaza a otras. Tiene miedo al impacto electoral que plantearía ser más neutral con ellas. Mientras, cuando se intenta recordar a las víctimas del franquismo, sus causas, el lugar en que las asesinaron, se hace el sordo, cuando no insulta a sus críticos. Mas el problema, en un análisis racional, es algo más que sentimental. El problema es que no debiera hacerse política con las víctimas. El dolor es tan inconmensurable como íntimo. No tendría que ser mediático y menos aún puesto al servicio de un partido que crea otro tipo de víctimas, no ya las asesinadas, sino las que son condenadas lentamente a su explotación en todos los órdenes de vida. A las víctimas ya de poco les sirven las flores, los discursos, los minutos de silencio. Perdieron lo único que tenían: la existencia, algo que nadie les puede devolver. La mejor memoria que ha de envolverlas es la que condene las violencias, clamor para que ni atentados ni guerras existan. No matar, no torturar, ninguna justificación ha de avalar estos principios. Ni en la política ni en los ejércitos. Abominar, condenar sin paliativos todas las violencias, buscar la creación de un nuevo ser humano que tenga, desde que nace, conciencia de su rechazo, de que nadie puede alentarlas ni ejecutarlas, ni políticas, ni sexuales, raciales, educativas, económicas. Que nunca se debe glorificar a los vencedores, ni poner rosas pronto marchitas, como sus vidas, a los vencidos. Aquí comienza el único diálogo que tendría sentido en la vida. Porque enumerar las distintas violencias que se han dado y se dan en el mundo nos ocuparía horas sólo el enunciarlas. Y únicamente un segundo el decir que ninguna tiene justificación. Durante siglos se ha argumentado, por unos u otros de quienes las emplean, que únicamente se puede responder a la violencia con la violencia. ETA militar lo explicitaba en su método rechazable de acción-represión-acción. Si cuantos así razonan, la han aplicado y continúan aplicándola, hubieran rechazado ese método para imponer sus argumentos; hubie­sen creído más en la palabra, el diálogo, la razón, la movilización de los más para llevar a buen término sus tesis hasta conseguir que las armas de quienes no creen más que en ellas se oxidaran y volvieran impotentes al quedar en absoluta minoría; por mucho poder que detentaran, y al tiempo denunciaran y transformaran las leyes, las religiones, que también amparan las violencias, se habría tal vez –hablamos no de situaciones concretas, sino de principios universales– conseguido desterrar del pensamiento y de la práctica su uso. Claro que resulta difícil repartir millones de libros con pensamientos de Einstein por todo el mundo. Es utopía. Pero sin utopía nunca se terminarán las injusticias que rigen el mundo. Y al menos, a la hora de realizar análisis sobre realidades dramáticas, uno no debe desterrarlas y envolverse en lo fácil: estar con unos o con los otros.

    Utopía es también, desde que el mundo es mundo, luchar por la libertad, la justicia, la igualdad y la fraternidad, contra las explotaciones, colonialismos, irracionalismos y fundamentalismos de toda índole. Lo único que sí sabemos es que fuera de la utopía solamente reinan los crímenes, los genocidios y la desigualdad social. Por eso los utópicos, en su razonamiento, prefieren soñar con ella a resignarse a vivir con todas las violencias que impiden el desarrollo de la civilización. La violencia, partera de la historia. La paz, éxtasis amoroso de quien busca que el ser humano sea humano. Y a la hora de escribir sobre Euskadi y las violencias, lo más importante es situarse racionalmente con los perdedores: todas las víctimas de la historia.

    Joseba Sarrionandia. Palabra poética que es palabra política:

    En el País Vasco no hay sino piedra, vasquismo sordo, vasquismo mudo. En la piedra vasca no hay sino ruido de golpes, y ecos […] A veces da la sensación de que los huecos de la tierra se llenan con nuestros muertos y nuestros sueños.

    Joseba Sarrionandia es para mí, junto a Bernardo Atxaga, el más profundo e importante escritor vasco de la actualidad. Autor, entre otras obras, de Yo no soy de aquí, que dedica a «los compañeros que luchan por la independencia y la revolución social», nació en Iurreta, Vizcaya, en 1958. Escribe en euskera y, pese a su clandestinidad, ha publicado libros de poemas, narrativa, ensayo y literatura infantil. Estudió Filología Vasca en Deusto. Fue detenido en 1980 acusado de ser militante de ETA. En 1985 se escapó de la cárcel de Martutene en los bafles que el equipo del cantante Imanol llevó para dar un concierto en la prisión. En 1998, tras decretarse una tregua de ETA, declaró, seguramente desde su exilio en algún lugar de Cuba:

    Mantener la guerra, y habría que llamarla así aunque haya sido de baja intensidad, se ha demostrado negativo para todos, tanto estratégica como moralmente. Sólo ha sido rentable para algunos cargos policiales españoles que han hecho del antiterrorismo su negocio particular.

    En su obra literaria evoca a compañeros muertos en prisión, «cárcel de exterminio», denomina –él estuvo en el Puerto de Santa María y Martutene–, como Joseba Asensio, muerto en junio de 1986 en Herrera de La Mancha; Josu Retolaza, mayo de 1987; Mikel Lopetegui, marzo de 1988, y, en junio, Herrera de La Mancha, Juan Carlos Alberdi, y Teodoro Aramendi en septiembre de 1988.

    Gurutz Jáuregui, autor del libro Entre la tragedia y la esperanza. Vasconia ante el nuevo milenio, aparecido en 1996, explicitaba cómo, «al igual que Oteiza, yo también me encontraba con una impresionante y triste realidad, caminando solo, en la calle, con una vela en la mano». Y, a su vez, Oteiza escribe:

    Hemos preferido la seguridad de un acomodamiento al sentimiento y al riesgo de crear […] y, como consecuencia, toda nuestra historia última sea una historia de vasallos.

    Porque la cultura de las violencias no ha sido patrimonio exclusivo de ETA. Lamentablemente esa cultura se halla fuertemente enraizada en los Estados –y, dentro de Europa, España ha sido en el siglo xx de los que más uso hicieron de ella–, aunque se llamen democráticos, particularmente en sus elites políticas. La razón de Estado, que tantas veces se invoca para justificar lo injustificable, es la manifestación más clara de la cultura de las violencias, o, para ser más exactos, ciertas interpretaciones y aplicaciones incorrectas de la misma que consistían en dar por buenos todos los medios empleados por el Estado con el objeto de conseguir una serie de fines que se presentaban como de interés general. Y en esto coincidieron el franquismo y el socialismo en la Transición, y así se crearon el Batallón Vasco Español, el GAL y otros grupos parapoliciales. E incluso cuando la acción-represión vio su afortunado final, todavía restaban nostálgicos y partidarios que se situaban contra el «adiós a las armas» queriendo imponer sus tesis ideológicas de que el discurso de la violencia no debe morir; por eso se niegan a la amnistía y a mejores condiciones de vida y de cumplimiento de condena de los presos; precisan machacar y machacar desde el poder que la guerra no puede concluir salvo que Euskadi termine aceptando las razones de la ocupación de su territorio por el centralismo avasallador y único, el español.

    ETA ha pasado por dos fases, la del franquismo, con el atentado que costó la vida a Carrero Blanco, y la posterior, con numerosas escisiones y conversión, en el transcurso de los años, en un grupo cada vez más ayuno de ideología, que sobrevive a base de atentados, a veces incluso contra algunos de sus militantes, que se habían convencido de que era un camino que ya no llevaba a ninguna parte, que suponía el distanciamiento de parte del pueblo que los había apoyado y en cuyo nombre dicen luchar. Organización fanática que no duda en separar, castigar e incluso eliminar a quienes no sustentan sus tesis, ya distanciadas de las que impulsaron su nacimiento contra el Estado opresor del franquismo. Son los años de plomo y asesinatos indiscriminados, regueros de sangre ayunos de ideas y que se alejan en gran medida de su pueblo nacionalista, que quiere definir su propia estructura estatal y de vida social y desarrollo cada vez más independiente, con un bienes­tar para el conjunto de la población más justo, y que pasa del apoyo al silencio e incluso a la movilización contra esa violencia anárquica. Ya no existen para el grupo de lucha armada ni factores humanos ni discusiones ideológicas, aunque sus más lúcidos integrantes y dirigentes busquen una salida al cul de sac en que se encuentra sumida la Organización. También el Estado que debiera ser neutral, Francia, se alinea totalmente con el español, sin que se organicen movilizaciones de protesta entre la población francesa. Y será la sociedad civil, aquella que, desde la ética, la razón y el diálogo, busca la libertad política, social y cultural de su pueblo, la más perjudicada por la deriva de ETA militar.

    Una política que sea no sólo proclive a la independencia territorial, lingüística, social y económica, sino que frente al enfrentamiento busque el entendimiento, primero con el Estado en que se encaja, después con otros pueblos y culturas del mundo, que condene la xenofobia, el fascismo y el neoliberalismo, la explotación y el imperialismo, la violencia engendrada, también en su población, por quienes sólo desean someterlos y explotarlos. Reconstruirse a sí mismo como país es también ideologizar el futuro de la civilización, en una interacción cada vez más universal y menos autóctona, lejos de la endogamia y el etnocentrismo, abriéndose a todas las influencias que sean renovadoras, fraternales, que busquen la igualdad entre los pueblos y los seres humanos.

    Autodeterminación es colaboración y no explotación y dependencia, sea del Estado español o de una Europa que, lejos de los bancos y los monopolios, consiga un día ser de los pueblos y los ciudadanos que la conforman y para los que se ha de legislar, una política ajena a la monopolización de la economía y la cultura, como siempre ha realizado, incluso por la violencia de las armas, Estados Unidos. La realidad humana, la paz en la igualdad, la aceptación de las diferencias, son factores ideológicos fundamentales para fijar no sólo un territorio más libre y justo, sino una sociedad extraterritorial no tan canalla, esclavizante, violenta, como la que vivimos actualmente.

    Y atención a los que piensan sólo en un Estado que es opresor y se olvidan del súper-Estado que a todos los domina, humilla y unifica bajo su poder centralizador. La teoría, la reflexión, el pensamiento, las ideas, han de imponerse siempre sobre la lucha revolucionaria.

    En palabras escritas por Joseba Sarrionandia:

    El lenguaje de la mentira se halla extendido en todos los ámbitos de la comunicación, las expresiones de la tribu están enturbiadas por los engaños del propio lenguaje. Por ejemplo, cuando todos los políticos institucionales dicen que quieren la paz para el País Vasco, el punto en que se encuentran la realidad y el lenguaje es una impostura. Nadie pone en duda en nuestro país lo inexcusable de la paz; sin embargo, tales portavoces del Estado pretenden que la paz implique las estructuras sociopolíticas establecidas y es este el punto de desencanto. Tales pacificadores, de hecho, pretenden el monopolio de la violencia y para ellos hablar de paz no es sino una simple argucia. Se habla de paz para soslayar los problemas reales, los puntos en que deben de encontrarse la realidad y el lenguaje.

    Friedrich Nietzsche decía que no hay razón en el lenguaje, que el lenguaje es una vieja embaucadora y que, mientras sigamos creyendo en la gramática, no ahuyentaremos la idea de Dios, no superaremos nuestras estrechas limitaciones.

    No pueden en esta introducción faltar dos de los más lúcidos, profundos y sinceros escritores y pensadores de nuestro tiempo, uno de Euskadi, aunque nacido en Santoña, y el otro que, siendo oriundo de Madrid, terminó residenciándose, desde hace cuarenta años, en Hondarribia. Me refiero a Juan Aranzadi y Alfonso Sastre.

    Juan Aranzadi es antropólogo, filósofo y escritor. Claro que él no es parcial, política y culturalmente correcto y, por tanto, triunfador y bestseller en los medios de comunicación y en las ventas de sus libros; y, aparte de ideas críticas contra todas las violencias –todas, insistimos–, tiene una biografía humana diferente a la de quienes hablan persiguiendo el acomodo institucional, el mercado y la publicidad a la hora de referirse a los problemas y la historia de Euskadi.

    Dos razonamientos suyos que explican su presencia aquí.

    Fui uno de los últimos en pasar por las sucias manos del torturador [habla de Melitón Manzanas] y su asesinato me pilló en la cárcel, justo al salir de los tres días de periodo. En cierto modo es un personaje que marcó mi vida.

    A quien rechaza matar o morir se le descalifica como cobarde por quienes, siempre bajo la alienación de catecismos doctrinarios o dogmáticos, prefieren matar o morir antes que razonar.

    Aranzadi ve así el origen y desarrollo de ETA:

    Si la lucha armada adoptada por ETA en los 60 pudo funcionar en aquel momento es porque existía también una notable deslegitimación de la violencia estatal, del franquismo […] El franquismo permitió e hizo parcialmente real el sofisma del que vivió ETA en sus primeros tiempos: quien está contra Franco está a favor de ETA. Creer que eso era así, sin matices, fue el mayor error político de ETA durante la Transición […] La vigencia del mito de la revolución, de la violencia revolucionaria, que tuvo su punto álgido en los años 60, está hoy de capa caída […] ETA fue posible porque había y hay un empacho de ética. El País Vasco estaba lleno de gente que quería redimir al pueblo, lleno de altruistas deseos de entregar su vida por una causa noble. Los etarras fueron una encarnación perfecta de las virtudes que ahora predican muchos como regeneración […] Los terroristas «normales» en el País Vasco eran ex curas y gente que quería dar la vida por la patria: gente intoxicada de moral […] El mito aranista creo que fue uno de los factores más importantes desde el momento inicial, porque los que en ETA impulsaron el activismo fueron los que estaban empezando a criticar el nacionalismo anterior. En realidad ETA se ha cargado la vigencia ideológica del aranismo: la izquierda abertzale ha asumido que su proyecto se fundamenta en la voluntad y no en la historia, los orígenes, etcétera.

    Alfonso Sastre se ha involucrado todavía más en el problema vasco. Ha sido encarcelado varias veces, acusado injustamente y ninguneado por intentar razonar y encontrar causas que expliquen lo sucedido en este medio siglo en Euskadi, fiel a lo que desde su juventud marca su compromiso marxista, ético y literario con la vida, y que él define como su «patria espiritual que se llama insumisión». Denunció la tortura como uno de los mayores crímenes no sólo del franquismo sino de la democracia, y luchó a través del diálogo para que se alcanzara una paz justa para Euskadi, no la de los vencedores de siempre. Pese a su antidogmatismo, a su indagación en el lenguaje y en el pensamiento, que terminó dentro de su eterna tragedia y escritura compleja conformando los diálogos mantenidos entre Sastre y su sombra, a la manera de Allan Poe, no recibió más que insultos, descalificaciones de la cultura oficial, servil al poder y al mercado. Basta para mostrar la incultura de este país en el que vivimos y el fascismo totalizador que lo envuelve a través de quienes dominan los medios de comunicación –salvo las consabidas excepciones–, lo que escribía Vicente Molina Foix en El País el 22 de julio de 1997: «La peste que despide, por ejemplo, un escritor cómplice como Alfonso Sastre, debería llevar a apartarse de él en coloquios y antologías, así como a negarle los premios, subvenciones y homenajes institucionales que tanto se le han prodigado con su farisaica aquiescencia».

    Ofrecemos unos breves textos de Alfonso Sastre sobre el tema de ETA y las violencias de Euskadi, de su obra La batalla de los intelectuales o nuevo discurso de las armas y las letras, publicada en 2004:

    Muchas veces he dicho que yo estoy contra la «pacificación» de Euskadi –recuerdo, claro está, los horrores de la pacificación norteamericana en Vietnam, o la francesa en Argelia– y sí por la paz, ¡por la paz!, para la que me he ofrecido y me ofrezco a colaborar como señora de la limpieza en la habitación en que se celebraran las conversaciones a tal fin…

    El terrorismo no ha merecido, entre los intelectuales españoles, una gran atención, ni filosófica ni poética (ni siquiera política). Tampoco la tortura policiaca, que ha vivido en general con culpable indiferencia…

    Los escritores, definitivamente, pasan olímpicamente de estos temas […] se llama terrorismo a la guerra de los débiles, y guerra –y hasta «guerra limpia»– al terrorismo de los fuertes […] En realidad, todas las guerras son terroristas […] Nosotros, hoy como ayer, escritores, artistas, intelectuales, desde nuestra terrible impotencia, sólo podemos seguir clamando por la paz, que es lo mismo que clamar por la justicia frente a las imposiciones de los poderosos…

    Ilegalizar un partido político (HB) es una aberración legal apoyada por el 98% de los diputados del Parlamento Español que escriben así una página de la legalidad española que la Historia no podrá olvidar como un episodio vergonzoso de la Democracia de Occidente […] ilegalizado contra la voluntad de la inmensa mayoría de su población […] formación política que representa a una parte muy notable de este pueblo, y en la que ha residido hasta hoy la posibilidad, aunque fuera lejana, de una relación entre los dos frentes de la violencia armada, la subversiva y la represiva […] su desaparición dejará al desnudo y abrirá una zona políticamente desértica en la que sólo ha de oírse el ruido de las armas y ha de asistirse al derramamiento de la sangre […] Yo opino que quienes deseamos realmente la paz y la vida, hemos de oponernos a esta Ley que sólo anuncia una guerra y más muerte, de tal modo que, si Batasuna desaparece, el futuro tendrá que empezar por reinventarla…

    La existencia real e indeseable de la violencia en el País Vasco […] es la dudosa base sobre la que los dos grandes partidos, el Popular en el gobierno y el Socialista en la oposición, pretenden legitimizar estas medidas excepcionales que excluirán desde ya el tratamiento político de la cuestión vasca, única vía, evidentemente, por la que este dramático problema podría encontrar una solución y, en suma, conseguirse la paz para este atormentado país.

    Y en su obra ¿Dónde estoy yo?, publicada en 1994, escribe:

    Tanto la violencia como el terrorismo son prácticas altamente indeseables como comportamientos que, sin embargo, parecen esenciales al ejercicio del Poder político, y también cuando esas prácticas tienen como sujeto a personas u organizaciones que se plantean «la lucha por la liberación de sus pueblos» o «la justicia social» en defensa de los ciudadanos de la tierra […] En cuanto a las sociedades, en su seno se ejercita la violencia tanto para el orden, como para el desorden […] Escribo con el deseo de que un día (lo más pronto posible: es urgente) las partes en liza –el Estado español (ahora, pues, el Gobierno socialista), los partidos del llamado Pacto de Ajurianea, por un lado, y el conjunto del MLNV en general y ETA en particular, por otro, así como los media, los intelectuales y los profesionales con incidencia en nuestra opinión como «gente» que somos– se avengan, en un acto fuerte de la inteligencia y la imaginación, a no seguir reproduciendo tozuda y literalmente sus propios discursos paralelos, sólo procuradores de desencuentros. Sería preciso un «tercer discurso» que abriera vías posibles a la paz.

    VASCONIA

    «Al norte y sur de los Pirineos, terminando en éstos como su columna vertebral, se extienden las tierras de Vasconia, que, constituyendo una sociedad étnica y nacional, no han logrado en la Edad Moderna llegar a su independencia nacional», argumento más empleado por los historiadores nacionalistas. La cita es de Martín Ugalde, nacido en 1921 en Andoain y fallecido en 2004 en Hondarribia. Fue periodista y director del Fomento del euskera.

    Define este autor el mapa del País Vasco como configurado por un triángulo revertido con una base marítima de unos 160 kilómetros de costa, mayormente acantilada y escabrosa en dirección este-oeste, y con el vértice de un punto que está situado por debajo de Tudela, en Navarra.

    En su viaje de 1799 al País Vasco, Guillermo de Humboldt lo describe así:

    Oculto entre montañas hasta las dos laderas de los Pirineos Occidentales, un pueblo que ha conservado por una larga serie de siglos su primitiva lengua y, en gran parte también, su antiguo régimen y costumbres, que se ha sustraído tanto a la mirada del observador como a la espada del conquistador, el pueblo de los vascos […] Constituyen un pueblo dedicado a la labranza, navegación y comercio […] Tienen una organización libre, deliberaciones públicas ordinariamente en la lengua del país […] Todo el poder decisivo en el gobierno de los asuntos de la provincia emana en Guipúzcoa de la Junta de Municipios. No hay que pensar aquí en un sistema representativo: es una pura y completa democracia.

    Esta democracia, herencia de una primitiva concepción de la vida y organización social, estará presente, a la muerte de Franco, en muchos de los teóricos independentistas vascos.

    Veamos ahora el concepto que de Vasconia tiene uno de sus mayores historiadores, Julio Caro Baroja:

    El País Vasco en su conjunto es el país en el que los asentamientos humanos se ajustan al concepto geográfico de vallis –«valle»–, aran e ibar en la lengua vernácula. Los pobladores del valle se distinguirán, ya por una comunidad de intereses y deberes, ciertas costumbres jurídicas, etc. desde antiguo. Cada valle se caracteriza no sólo por su geografía, sino también por rasgos jurídicos, administrativos. Desde el punto de vista lingüístico debe admitirse que en cada valle se habla o se ha hablado una variedad del vasco digna de ser estudiada en sí misma […] La base social, económica, administrativa y religiosa de la vida vasca se halla en un núcleo de construcciones en número mayor o menor que es el «pueblo» en sí […] Este núcleo se halla compuesto de casas (etxeas) dispuestas en varias formas.

    Tres son las clases de pueblo:

    1. Los situados en una ladera o pendiente, sobre un río o arroyo.

    2. Los situados en un cerro o meseta, próximos también a ríos.

    3. Los que se extienden por la parte más baja de vegas o en llano.

    La verdadera estructura del barrio, la de la simple suma de casas con sus pertenencias, habitadas por una familia cada una. Esta casa se considera como la expresión más clara y definitiva del carácter vasco por propios, extraños, hombres de ciencia y artistas.

    Como expresa la canción del poeta vasco-francés Elizamburu: «¿Ves al nacer la aurora, en lo alto de una colina, una casita blanquísima en medio de cuatro grandes robles, un perro blanco a la puerta, y al lado una pequeña fuente? Allí vivo yo en paz».

    La unidad fundamental de estos pueblos es la llamada villa, en la que no falta su iglesia o monasterio. Fuentes de alimentación son la agricultura y el ganado, y apenas podemos referirnos a industrias que no sean las de la molturación de granos, siendo de propiedad particular los molinos de agua que la realizan, y naturalmente, por

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