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La Canción del Bucanero
La Canción del Bucanero
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Libro electrónico276 páginas4 horas

La Canción del Bucanero

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Ciudad de Panamá, año 2015. Jimmy está pasando por un mal momento en su vida. Pero todo cambia cuando, por accidente, encuentra un antiguo objeto que origina la búsqueda de un misterioso tesoro que, supuestamente, permanece escondido en los alrededores de la antigua Zona del Canal de Panamá. En compañía de su inseparable amigo de la infancia, emprende un viaje en el que descubrirá datos inéditos de la historia de su país, aprenderá de las vivencias de aquellos que buscaron el tesoro mucho tiempo antes que él, y dejará al descubierto la historia de amor y traición entre un famoso pirata y una mujer desconocida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jun 2018
ISBN9788417435936
La Canción del Bucanero
Autor

Peter Wolfinch

Peter Wolfinch nació el 19 de diciembre de 1972 en la Zona del Canal de Panamá, de madre panameña y padre norteamericano. Desde muy pequeño se interesó por la historia del país en el que nació y en sus costumbres. A pesar de no haber estudiado una carrera universitaria, siempre tuvo éxito en los negocios que emprendía. Hace varios años que se retiró para dedicarse a realizar actividades filantrópicas en toda américa latina, y también para finalmente hacer realidad su sueño de ser escritor. La canción del bucanero es su primera obra publicada.

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    La Canción del Bucanero - Peter Wolfinch

    9788417435936

    Capítulo I

    La tibia brisa de febrero envolvía en remolinos las cenizas de las conocidas «quemas», características de la estación seca o verano panameño. En un inusual contraste, el verdor empezaba a resaltar iluminado por el sol radiante, producto de una estación lluviosa que por lo visto llegaría más temprano que de costumbre.

    Como todos los años, muchos se preparaban para el éxodo masivo que, casi a manera de peregrinaje, los conduce a las playas y a otros puntos del interior del país para disfrutar de un par de días libres por la celebración de los carnavales. Qué curiosa fiesta. Muchos no tienen ni idea de su origen pagano-religiosa. En esencia, se trata de un período de permisividad y descontrol que culmina con el martes de carnaval y su correspondiente miércoles de ceniza, conocidos en otras latitudes como «fat tuesday» y «ash wednesday». Para los entendidos, con la mezcla de la grasa (fat) del martes y la ceniza (ash) del miércoles (glicerina y azufre), se obtiene jabón, con el cual se lavan los pecados como preparativo para los cuarenta días de penitencia y reflexión antes de la Pascua Católica.

    La ciudad se había quedado vacía. Jaime Quintana, conocido como Jimmy, despertó aquella mañana preguntándose qué diablos iba a hacer con su vida. Se habían cumplido ya dos años desde que un matrimonio fugaz e insípido resultó en un divorcio atroz que lo dejó en la ruina, con el corazón roto y sin muchas ganas de vivir. Lo invadía un sentimiento de absoluta soledad. Todavía se preguntaba cómo fue que él, un profesional asalariado de clase media, que con mucho esfuerzo había conseguido la Gerencia General de una importante empresa transnacional, logró conquistar a una mujer de alta sociedad y apellido famoso, malcriada, impulsiva y caprichosa. Con el divorcio también llegó su sospechoso despido, tal vez relacionado con las influencias y amistades de su poderoso ex -suegro.

    Por suerte, Jimmy tuvo cuidado en no procrear con esa mujer, la cual sufrió una total metamorfosis desde el momento en que le dio el «si» en aquella improvisada boda civil celebrada en la oficina del Juzgado de Ancón. Pero en este caso, en vez de convertirse de gusano en mariposa, pasó lo contrario.

    Había quedado en la calle. Pasó de vivir en un apartamento con todos los lujos, a un insalubre depósito en la parte de abajo de un multifamiliar de interés social, en un barrio de esos en los que da miedo salir de noche. Su cama era un colchón inflable tirado en una esquina del pequeño espacio de cinco metros cuadrados y sin ventanas, dentro del cual se las había arreglado para acomodar dos sillas plegables, una mesita de dos puestos, una estufa de dos quemadores, una vieja mini refrigeradora como las que ponen en los cuartos de hoteles y una soga, que a manera de tendedero cruzaba de lado a lado la pequeña habitación hasta llegar a una tina de cemento que le servía de lavadora, fregador y lavamanos. No tenía baño, tenía que usar el del conserje del edificio que estaba ubicado en la primera planta.

    La necesidad lo había obligado a dedicarse a la jardinería. «J&C Landscaping» era un magnífico nombre comercial para su improvisada micro empresa, en la cual no hacía más que cortar hierba, podar arbustos, sembrar matas y escuchar los cuentos y bochinches de las doñitas de la tercera y cuarta edad que representaban casi la totalidad de su clientela. Terminado el divorcio, su abogado se las arregló para que pudiera quedarse con una máquina de cortar césped a motor y otras herramientas que él mismo había comprado para la casa de playa en Punta Barco. También pudo quedarse con el viejo pick up Toyota Hi Lux doble cabina del año noventa y dos que usaban los empleados para ir al supermercado en Coronado y para comprar matas en El Valle. Con este equipo se ganaba la vida ahora, consiguiendo apenas lo necesario para vivir.

    Jimmy siempre se caracterizó por ser un hombre de buenas costumbres y extraña sencillez. Le gustaba considerarse a sí mismo como un caballero, de los pocos que quedan todavía en este mundo. Tal vez por eso había tomado con resignación el hecho de que su ex mujer lo pasó por la parrilla en más de una ocasión. Tras haberla descubierto in fraganti apenas nueve meses después de la boda, su única reacción fue decirle «Jimmy, creo que lo nuestro no está funcionando».

    Si bien hubiera podido machacar a puños al amiguito secreto de su adorado tormento, prefirió no hacerlo. No demoró mucho en llegarle la solicitud de divorcio por «diferencias irreconciliables». Por suerte para ella, Jimmy había aceptado firmar un arreglo pre-nupcial, porque para él, era lo correcto, y bueno… también está el hecho de que estaba muy enamorado de esa mujer. Pero, ¿qué esperaba? Desde el primer momento en que la vio hasta el día de su matrimonio sólo habían pasado seis meses.

    Antes de esta relación, Jimmy era un hombre feliz. A sus treinta y seis años tenía un buen trabajo, vivía solo en un apartamento con vista al mar y llegó a ser uno de los solteros más cotizados de Panamá. Tenía muchas amistades, en especial del sexo opuesto. Se le veía por todas partes muy bien acompañado, pero nunca se decidía por una mujer en especial. También tenía amigos a montón, en su mayoría leales a su bolsillo y listos para aprovecharse de los corazones rotos que iba dejando en su camino.

    *****

    La conoció una noche trotando en la cinta costera. Al principio se extrañó de no haberla visto antes, pues pensaba que conocía a todas las mujeres lindas de Panamá. Sus miradas se cruzaron y eso fue todo para él. De cabello castaño y ojos verdes, sus casi seis pies de estatura albergaban un cuerpo espectacular, incomprensible… creyó que en ese momento estaban filmando alguna película o comercial para la televisión y que la chica era una actriz extranjera. Desde ese momento cayó como víctima de un embrujo. Se le veía por todos lados detrás de ella como perrito faldero, de esos que tiemblan deseosos de alguna muestra de cariño. Dejó de frecuentar a sus amigos porque ella le decía que no estaban a su altura, y lo involucró en un mundo vacío de gente superficial en el cual nunca llegó a encajar.

    Ya divorciado y sumido en la soledad, por las tardes solía subir al mirador que queda en el parque de Los Altos de Betania. Siempre se aseguraba de llegar a la misma hora para contemplar desde lo alto cómo la oscuridad iba arropando a la ciudad a la distancia. Allí recordaba la feliz experiencia que fue crecer ese barrio, sus andanzas en bicicleta con los amigos, las fiestas, sus conquistas amorosas… le era difícil contener sus lágrimas de nostalgia ante tantos buenos recuerdos de mejores épocas. Y es que Jimmy necesitaba tener estos momentos de soledad para botar de su ser un poco de la enorme tristeza que lo agobiaba.

    Tenía un socio en su negocio de jardinería. Charles Suárez, alias «Chale», era un amigo de la infancia. Chale era el único hijo de una familia de clase media como la de Jimmy. Se conocieron cuando ambos tenían cinco años de edad en el Kinder Flipper, un preescolar que operó en el barrio de Villa Cáceres hasta principios de los años ochenta. Fueron casi como hermanos, hasta que Chale fue enviado a estudiar a los Estados Unidos. Estuvo por allá unos diez años, durante los cuales se las arregló para obtener un título en economía, un postgrado en finanzas internacionales y una maestría en finanzas corporativas con especialización en operaciones bursátiles. Chale resultó ser un prodigio en todo lo que tiene que ver con instrumentos financieros, obteniendo mucho éxito trabajando para grandes bancos y casas de corretaje de valores en Nueva York.

    Tuvo dos hijos, producto de un matrimonio que fracasó, en parte por las largas horas dedicadas al trabajo, y en especial porque a él le gustaba mucho la variedad femenina. No obstante, Chale fue muy afortunado ya que quedó en buenos términos con su ex esposa, compartiendo entre ambos la custodia de sus hijos. Todo iba bien, hasta que en el año 2008 se reventó la burbuja de las hipotecas sub-prime que afectó de forma muy negativa a la economía, no solo de los Estados Unidos, sino de muchas otras naciones en el mundo. Como muchos, él perdió su trabajo, su casa y su dinero. La crisis financiera lo había despedazado. No le quedó más remedio que regresarse a Panamá para vivir en la casa de su madre.

    Al poco tiempo de su regreso, su ex esposa logró quitarle los derechos de custodia y visita de sus hijos, por lo que entró en una depresión que casi lo mata. Chale estaba devastado. Jimmy siempre lo visitaba para ayudarlo en lo que pudiera. Logró conseguirle un trabajo para que pudiera recuperarse, pero al poco tiempo lo tuvo que dejar para cuidar a su mamá cuando ésta enfermó. Él era lo único que le quedaba a Doña Meche tras perder a su marido años atrás. Cuando su madre murió, Chale se apoyó mucho en Jimmy y volvieron a ser como hermanos. Incluso, fue el único amigo que Jimmy no echó un lado cuando se juntó con su ahora ex mujer.

    Pasado ese período oscuro en su vida y habiendo encontrado la paz interior, Chale se convirtió en todo un experto en mantenimiento. Hacía todo tipo de trabajos, desde instalar baldosas hasta construir paredes de yeso. A menudo Jimmy le preguntaba por qué no había seguido con las finanzas, a lo que Chale siempre respondía que se sentía mucho más a gusto trabajando con sus manos para producir cosas tangibles, que por más inferiores que lucieran le daban mucho más satisfacción que jugar con números tratando de predecir lo impredecible. Siempre decía «Mira compadre, la gente que trabaja dizque creando modelos de riesgo en la industria financiera piensan que de verdad existen las bolas de cristal. Están bien equivocados»

    Cuando Jimmy perdió su trabajo y el divorcio lo despojó de casi todo, fue Chale quien lo animó a que se asociaran para abrir entre los dos un negocio de servicios, que en un inicio se llamó Servivar, S.A. La empresa ofrecería todo tipo de servicios relacionados con plomería, electricidad, albañilería, pintura, acabados de yeso y otros, sub-contratando a obreros del sector de la construcción que iban quedando cesantes entre obras. La idea parecía excelente, pero para su tristeza se dieron cuenta que hasta en este tipo de negocios existía traición y corrupción. Resulta que los mismos obreros sub-contratados empezaban a ofrecer sus servicios más baratos de forma independiente, lo que ocasionaba que los clientes cancelaran los contratos a los dos o tres días alegando cualquier tipo de excusa. Esto los sacó del negocio y los desanimó mucho.

    *****

    Jimmy y Chale frecuentaban un pequeño lugar en las inmediaciones de la Urbanización Industrial en el barrio de Los Ángeles. Muy cerca de la vía que viene de la Transístmica, estaba la fonda Doña Isabel, o «La Isabel» como les gustaba llamarla. Ese era su «Club Ejecutivo», en donde se sentaban largas horas a pensar qué carajos podían hacer para ganarse la vida de forma honrada ante la imposibilidad de conseguir trabajo. Ambos habían asistido a varias entrevistas, que por lo general terminaban con el pretexto de que eran profesionales sobre calificados para las posiciones a las concursaban. Poco a poco cayeron en cuenta de que su mala suerte tenía mucho que ver mucho con la influencia política y económica del ex suegro de Jimmy.

    En este pequeño bar-restaurante daban rienda suelta a su imaginación para tratar de incursionar en algún tipo de negocio que no requiriera de mucha inversión. En ese lugar, que era frecuentado los obreros de las industrias cercanas, conocieron a un personaje que iba a cambiar sus vidas.

    Paulino, el jardinero, era un hombre de tez negra de avanzada edad. Había trabajado en la Zona del Canal en la división de mantenimiento, cortando hierba por casi cuarenta años. Se acababa de jubilar, pero la jugosa pensión que recibía por haber entrado a trabajar a la Zona justo antes de los tratados Torrijos-Carter no le bastaba para mantener a su numerosa familia, en especial a sus dos hijos menores, de cuatro y seis años, producto de sus amoríos con una joven muchacha de origen colombiano. Por esta razón, Paulino se dedicaba a lo único que sabía hacer: podar césped y sembrar matas. Por suerte, en el transcurso de su vida laboral hizo muchas amistades que ahora lo contrataban para atender sus jardines. Tras haber escuchado muchas veces las conversaciones de Jimmy y Chale, Paulino les comentó que ya no tenía la fuerza de antes y que les podía referir a algunos de sus clientes.

    —Pero no sabemos nada de jardinería — contestaron ambos ante la propuesta del viejo hombre de piel curtida y manos callosas.

    —¿Me van a decir que nunca en sus vidas han podado un jardín? ¿En las casas que crecieron no había patio? — preguntó Paulino en tono burlón. — Eso no tiene ninguna ciencia muchachos, si yo lo puedo hacer, de seguro ustedes también. Piénsenlo y me avisan. — les dijo el viejo jardinero.

    Jimmy y Chale pidieron una ronda de cervezas y conversaron sobre lo que les comentó Paulino.

    —Tú sabes que yo tengo una máquina de cortar hierba… — dijo Jimmy animado por la propuesta del señor.

    —Bueno, como bien te debes acordar, mi mamá me hacía cortar el césped temprano los domingos cuando llegaba amanecido y pasado de tragos — dijo Chale.

    ¡Paulino! — gritaron los dos al unísono. Ven acá compadre, tómate una cervecita con nosotros. A ver, cuéntanos… ¿cuántos clientes nos quieres referir, y cuánto podemos ganar?

    Entre varias rondas más, Paulino les contó los pormenores de cómo tratar a los clientes en este negocio, cómo cobrarles, dónde comprar los insumos de abono para las plantas y otros detalles. Allí se quedaron conversando hasta que cerró el bar. Luego, llevaron a Paulino hasta su casa, que vivía muy cerca en Las 400 de Betania.

    Así comenzó J&C Landscaping. Jimmy y Chale comenzaron a atender a una pequeña cartera de clientes heredada del viejo Paulino, quien tuvo la amabilidad de presentarlos como sus «sucesores». En su mayoría se trataba de personas de la tercera edad ya jubilados, que vivían en Betania, La Gloria, Villa Cáceres y Villa de las Fuentes, en casas de grandes jardines repletos de plantas y flores de todo tipo. Trabajaban sin descanso los siete días de la semana, la verdad es que no les iba mal. Pese a ello, lo que ganaban no era la gran cosa. En vez de ser un negocio lucrativo, era más bien una actividad de subsistencia que apenas les daba suficiente para vivir.

    *****

    Ese viernes amaneció nublado. Según el pronóstico del clima, los carnavales iban a ser algo lluviosos.

    —¿Qué diablos voy a hacer con mi vida? — Se preguntó Jimmy mirándose al espejo que colgaba de un clavo en la pared sobre la tina de lavar. Seguía sintiendo esa inmensa sensación de soledad que le invadía el alma.

    Pasada su rutina diaria de sentir lástima de sí mismo por un rato, se alistó y salió a buscar a Chale como lo hacía todos los días para ir a trabajar. Tenían programada una visita a una de sus mejores clientes, que mantenía un hermoso jardín en la parte trasera de su casa tipo chalet ubicada en el Camino Real de Betania.

    La señora Betzaida de Durant, referida a Jimmy y Chale por Paulino, era una mujer morena de unos setenta y cinco años de edad que había enviudado tres años atrás. Se había jubilado de profesora de historia, habiendo dictado esta materia por más de cuarenta años en muchas escuelas, tanto públicas como privadas. Le encantaban las plantas, y así lo demostraba su impresionante jardín. Su difunto esposo, el Sr. Franklin Durant lo mantuvo hermoso con mucho esfuerzo y dedicación a través de los años.

    Franklin trabajó como guardia de seguridad en la Zona del Canal toda su vida. Aprendió todo sobre el mantenimiento de jardines de su abuelo Winston, quien era versado en jardinería y había llegado de la isla de Barbados en los años veinte.

    La Sra. Betzy, nacida en Bocas del Toro, era una mujer muy amable y agradable. Su rostro arrugado guardaba los reflejos lejanos de una belleza mística enmarcada en unos impresionantes ojos tan celestes como el cielo. Cada vez que Jimmy y Chale iban a su casa a trabajar en su jardín, terminada la faena ella siempre les preparaba ricos y fríos refrescos para saciar su sed. Le gustaba mucho conversar, tal vez porque no tenía mucha gente con quién hacerlo, pues en una ocasión les comentó que la mayoría de sus vecinos ya habían pasado a mejor vida. Jimmy y Chale le decían con cariño «la mujer enciclopedia», no había tema del cual no supiera por lo menos algo. Ella siempre compartía con Jimmy y Chale historias y datos interesantes. En una ocasión, les contó cómo se creó el Barrio de Betania a finales de los años cuarenta y como se escogió su nombre entre otros como «Los Guayacanes» y «Bastidas» a través de una votación popular el 28 de noviembre de 1952. También les contó que por las inmediaciones de esta pintoresca barriada pasaba el conocido Camino de Cruces, ruta colonial que conectaba la antigua ciudad de Panamá la Vieja con el Fuerte San Lorenzo en Colón. Las narraciones de la Sra. Betzy dejaban boquiabiertos a Jimmy y Chale, quienes se preguntaban por qué esta información no figuraba en los libros de historia de Panamá. Ella siempre les decía que había muchísima gente viviendo encima de lugares históricos sin tener la menor idea, y peor aún, sin que les importara.

    Mientras bajaban sus herramientas del viejo pick up para iniciar la faena, surgió una pregunta de rigor…

    —Y entonces mi querido Jimmy, ¿cuál es el plan para estos carnavales? — preguntó Chale.

    —¿Y tú qué crees mi estimado Chale? Pues lo mismo que el año pasado… ¡nos vamos los cuatro días para Las Tablas con todas nuestras amigas las modelos! — contestó Jimmy con sarcasmo.

    Después de un breve silencio durante el cual ambos viajaron al pasado en sus memorias, Jimmy le pregunto a Chale:

    —¿Te acuerdas los carnavales de 1994?

    —¡Pues claro que me acuerdo! — respondió él. Esos fueron los carnavales que vine de vacaciones a Panamá, y nos fuimos para la casa de tu abuela en Las Tablas con todo el clan… ¡fueron épicos! Estábamos en lo mejor de nuestra juventud, sin preocupaciones, responsabilidades, temores…

    —¡De verdad que sí, qué tiempos aquellos! Pero volviendo a la realidad, por lo visto iremos a marcar tarjeta a la Isabel — respondió Jimmy.

    Ese día se dedicaron a trabajar como de costumbre, en compañía de su música favorita que hacían sonar en un par de destartaladas bocinas contactadas a un viejo I-Pod. Al ritmo de las mejores piezas del rock clásico sacaron maleza, cortaron césped, sembraron y abonaron plantas y podaron toda clase de arbustos, siempre ante la estricta supervisión de la señora Betzy, quién a diferencia de la gran mayoría de sus clientes disfrutaba de la estridente selección musical preferida por los muchachos.

    —¡Yo fui a ver a Carlos Santana en el Estadio Revolución, cuando vino a principios de los años setenta! — les comentó la agradable señora. ¡Gracias muchachos, me dejaron todo bien lindo como siempre! Vamos a programar para que vengan otra vez a mediados del otro mes

    Jimmy y Chale recogieron todo y se despidieron de la Sra. Betzy. Como fue el único trabajo que tuvieron ese día, según lo planeado se fueron directo a su acostumbrado «Club Ejecutivo». Esa tarde el lugar estaba lleno de gente, había un ambiente carnavalesco.

    —Muchachos, ¡los espero por acá estos días de carnaval! — les dijo Rita, la dueña del bar, que no le quitaba la mirada de encima a Chale.

    —Vaya Chale, ´tas en grande… — dijo Jimmy al ver cómo la muchacha lo devoraba con la vista.

    Esos dos tenían un romance intermitente hacía tiempo. Ella estaba muy enamorada de Chale, pero él no se decidía por completo,

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