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Antes de Olvidar
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Libro electrónico231 páginas2 horas

Antes de Olvidar

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Información de este libro electrónico

Querido lector o lectora, debo admitir que esta historia
estuvo a punto de morir. Te contaré brevemente el por
qué.
Una noche la idea llegó a mi cabeza y especialmente
golpeó mi corazón de una forma tan inesperada que me
hizo levantarme de la cama y anotarla en algún lado,
porque sabía que a la mañana siguiente podría olvidar
algunos detalles. Pasaron unos meses mientras releía la
historia, la corregía y buscaba una oportunidad para
publicarla, pero un día encontré una gran coincidencia en otra historia ya publicada y, debo reconocer que fue
publicada mucho antes de que yo tuviera las primeras
ideas de “Antes de Olvidar”. Siempre he querido ser lo
más original posible y sabía que nadie me creería si
encontraban dicha coincidencia, pues aunque la historia
es completamente distinta, hay un detalle al final de ella
que causa un efecto parecido en el lector.
Pero un día mis padres (...)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 dic 2019
ISBN9788835350781
Antes de Olvidar

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    Antes de Olvidar - Juan Pablo Jiménez Prieto

    autor.

    PRÓLOGO

    Querido lector o lectora, debo admitir que esta historia estuvo a punto de morir. Te contaré brevemente el por qué.

    Una noche la idea llegó a mi cabeza y especialmente golpeó mi corazón de una forma tan inesperada que me hizo levantarme de la cama y anotarla en algún lado, porque sabía que a la mañana siguiente podría olvidar algunos detalles. Pasaron unos meses mientras releía la historia, la corregía y buscaba una oportunidad para publicarla, pero un día encontré una gran coincidencia en otra historia ya publicada y, debo reconocer que fue publicada mucho antes de que yo tuviera las primeras ideas de Antes de Olvidar. Siempre he querido ser lo más original posible y sabía que nadie me creería si encontraban dicha coincidencia, pues aunque la historia es completamente distinta, hay un detalle al final de ella que causa un efecto parecido en el lector.

    Pero un día mis padres me ayudaron a recapacitar y a creer que no podía dejar morir esta historia, y más cuando tiene una gran parte de mi corazón en ella (pronto entenderás por qué), así que reconozco y pido disculpas por cualquier coincidencia que haya surgido, pero entendí que cada historia es única y más que querer, necesitaba mostrar esto al mundo. Es mi forma de gritarle.

    Y antes que todo, querido lector o lectora, te agradezco por tener estas páginas en tus manos, espero que las disfrutes, deseo que seas feliz con las personas que quieres, incluso que lo seas sin las que se fueron y no valen la pena recordar, porque las que realmente amaste, nunca las podrás olvidar.

    PREFACIO

    La gran mayoría de nosotros, de pequeños, hemos deseado mucho tener un superpoder específico, aunque al final, no importa cuál, lo importante es tenerlo, ¿no? Bueno, yo lo tengo. Con él logro hacerlo todo y a la vez nada, sé que puede resultar confuso al comienzo y tal vez no me expreso con la mayor claridad, pero les prometo que sus dudas se disiparán a medida que avancen en la historia que voy a contar. Claro está que mi relato no se trata principalmente de mi superpoder, no soy ninguna clase de superhéroe ni planeo serlo —no me interesa la verdad—. Eso déjenselo a Nube Negra[1]. La historia que quiero relatar es acerca de cómo mi vida cambió después de ser diferente a los demás.

    Me llamo Sam, el gusto es mío. En este momento no tengo ya nada más que perder, lo que te contaré ya sucedió y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo, pero antes de empezar, te preguntaré algo, ¿qué es lo único que puede cambiar realmente a un hombre?

    SAM

    Capítulo 1

    El olvido es una forma de libertad

    —Jalil Gibran

    Todo empezó unos años después de salir del manicomio y no, no estoy loco, no que yo sepa. Quedé de verme con una bella chica, Ángela, ojos color miel, cabello castaño y salvaje, un cuerpo delgado y delicado, era una de esas chicas que les roba las miradas a todos los hombres, era preciosa, llevábamos un par de días saliendo. Cuando la recogí en mi Audi, vestía una minifalda y una blusa con un gran escote. Ese día planeábamos ir al cine a ver una película de miedo y yo, no quería ir a verla solo, así que…

    —Hola baby, ¿cómo estás? —dijo Ángela cuando se subió al coche.

    —Muy bien, ¿preparada para un buen susto?

    —Te tengo a ti para que me protejas, pero a ti, ¿quién te va a proteger si te asustas?

    —Yo nunca me asusto —afirmó con orgullo y una sonrisa pícara.

    —Nunca, excepto el día que nos cuadramos, que gritaste como loco en la montaña rusa —dijo entre risas.

    —Nunca me asusté —me defendí encogiéndome de hombros—. Sólo que… de que sirve una montaña rusa si no gritas. Además, deberías olvidarlo, eso ya fue hace… —«¿Cuándo fue?»

    —Fue hace un par de meses, no me digas que ya lo olvidaste —dijo Ángela borrando su sonrisa y arqueando una ceja.

    —Claro que no, iba a estornudar y no pude terminar la frase. «Que excusa más estúpida» —pensé.

    —Si claro, a mí no me engañas —dijo volviendo a reír.

    Cuando estábamos en la taquilla para comprar las entradas, llegó nuestro turno en la fila.

    —Dos para La cura siniestra, por favor —dije con el brazo alrededor de Ángela mientras yo sonreía.

    —Claro, ¿manejan tarjeta VIP?

    —Sí señor.

    Cuando le pasé la tarjeta, mis manos rosaron las del taquillero. El joven tras la vitrina escogió las sillas en la pantalla y me entregó dos entradas junto con la tarjeta.

    —Que disfruten la función.

    —Muchas gracias.

    Al alejarnos, Ángela, sorprendida, me susurró mirando de reojo al taquillero:

    —¿Qué pasó? ¿Por qué no te cobró?

    —Con la tarjeta pagué las entradas.

    —¿Eso se puede? Yo tengo la misma tarjeta y sólo sirven para descuentos.

    —Supongo que es otro tipo de tarjeta —respondí de soslayo.

    Ángela entornó los ojos y rápidamente dije mirando los combos de comida para cambiar el tema:

    —¿Qué quieres pedir?

    Durante la película la abracé, aunque en realidad no se asustó demasiado, estuvimos cómodos disfrutando de la pantalla grande y un beso apasionado de vez en cuando. En resumen, fue una gran cita, no me puedo quejar. Al salir de la función, fuimos de la mano hasta el auto, hablando de la película y compartiendo nuestras opiniones. Era una chica interesante.

    Esa noche, la llevé a su casa, estacioné al frente del jardín, pues el barrio tenía una arquitectura americana, de esos cuyas casas están en medio de un gran jardín y cada vivienda está separada de la otra.

    —La pasé muy bien hoy, amor —me dijo.

    —Exceptuando a todos los hombres que se te quedaron viendo, todo estuvo de maravilla —dije esbozando una sonrisa y apoyando mi codo en su espaldar.

    —Como si a ti no te vieran las chicas.

    —No tanto como a ti, los hombres.

    —No tienes por qué estar celoso, eres joven, alto y bien parecido.

    —Ja, ja, ¿celoso yo? No me hagas reír.

    —Sabes que eres el único, baby —dijo Ángela con ternura acariciándome la mejilla.

    Sonriendo, la miré y me acerqué para besarla, ella sumergió sus dedos en mi cabello y se posó sobre mí. Elevé la vista para seguir besándola, hasta que nos separamos.

    —Sabes lo importante que eres ¿verdad? —dije contemplando sus ojos.

    Ella sonrió, se mordió el labio y dijo:

    —Eres lo mejor que me ha pasado.

    Sonreí, ella se acercó y me susurró al oído:

    —Te amo… y… quiero que seas mío.

    La miré a los ojos, ella estaba ilusionada, pero a mí me cambió el rostro un poco, la sonrisa se me borró del semblante, bajé la mirada, pero recapacité. Volví a observarla y dibujé nuevamente una sonrisa, ella me la devolvió y me dijo:

    —Tengo la casa sola un par de horas más.

    —No es suficiente pero bueno —dije riendo.

    Ángela soltó una risa y luego se dispuso a bajarse del auto, caminamos hacia la entrada de la casa pisando un pedazo de ladrillo quebrado y suelto del camino. Cuando ella metió su mano en el bolso para sacar las llaves de la puerta, yo la abracé por detrás y le di un beso en la mejilla. Cuando me aparté de ella, y me devolvía con las manos en los bolsillos a mi auto, volví a pisar el ladrillo quebrado produciendo un sonido que delató mi posición. Ella se percató y se volvió hacia mí.

    —Disculpa, ¿necesitas algo? —me preguntó.

    Me detuve dándole la espalda, intentando pensar en mis próximas palabras. Me volteé y la miré.

    —Es que estoy buscando una dirección y pensé que era esta, te confundí con una amiga.

    —Ah vale, ¿quieres que te ayude?

    —Eres muy amable, pero no es necesario… gracias —me despedí con una sonrisa y seguí mi camino.

    —¿Te conozco? Me pareces familiar.

    Me detuve de nuevo, pero no volteé y levanté la comisura de los labios.

    —No, no lo creo, tengo un rostro familiar.

    —Vale… que tengas suerte.

    —Gracias.

    Seguí mi camino hasta llegar a mi auto. Antes de subirme, la observé por última vez. No importa cuántas veces lo haga, al final siempre hay una nostalgia que me recorre mi pecho y cada vez me convenzo más, que, a pesar de todo, cada persona es única y especial, cada persona es un universo entero. Me marché en mi vehículo sabiendo que ella no volvería a recordarme, en realidad… nunca me conoció.

    Capítulo 2

    Recordar es fácil para el que tiene memoria, olvidar es difícil para el que tiene corazón

    —Gabriel García Márquez

    Tal vez ya tienes una idea del don que poseo. Puedo manipular los recuerdos, borrarlos o crearlos, pero sólo los recuerdos, nunca los hechos. Me basta con tocar la piel de una persona para rememorarla -así le digo, rememorar-. Ahora todo va teniendo sentido, ¿no es cierto? Me refiero a Ángela. Nunca mentí, sólo habíamos compartido un par de días, pero ella creía que habíamos salido durante meses ya que implanté recuerdos en ella, recuerdos que tienen que ver conmigo: como nos conocimos, nuestro primer beso, nuestra primera cita e incluso cuando conocí a sus padres. Con el taquillero fue igual, bastó con rosar su piel para hacerle creer que ya había pagado las boletas del cine.

    En teoría las reglas de mi don, son simples:

    Los recuerdos que implanto, se fusionan con la forma de ser de la persona afectada. Es decir que puedo manipular el recuerdo en cuanto a lo que yo haga en él y lo que la víctima puede ver, pero la reacción de la otra persona no la puedo controlar. Esto también me permite conocer un poco más a la persona que rememoro por medio de sus recuerdos.

    Puedo implementar mis propios recuerdos en los demás, por eso Ángela recordó mi grito en la montaña rusa de un viaje que hice hace un par de años. La verdad, si hubiera sido un poco más minucioso al rememorarla, hubiera omitido eso.

    Y por último, debo tocar la piel o tener un contacto físico directo con la persona a la que quiero rememorar para que el superpoder funcione.

    Supongo que no están de acuerdo con lo que hago, ¿o sí? No pagar la boleta del cine o jugar con una joven hermosa como Ángela, pero créanme, no se preocupen, lo mejor del don es que ella no me recordará nunca más, no hay lágrimas, ni dolor, es mejor así y he hecho muchas más cosas en los años que llevo controlando esta habilidad. Por ejemplo, el Audi que tengo, nunca lo pagué, pero supongo que nadie lo necesitaba y al concesionario no le hará falta.

    Volviendo a Ángela, no la rememoré, por algo insuficiente en ella. En realidad, me caía muy bien y se ganó un poco de mi cariño en estos últimos dos días. Pero el hecho de que en tan poco tiempo quiera acostarse conmigo no me hace sentir mejor, ya que tarde o temprano la iba a rememorar y, tener una relación sexual con ella sabiendo que después no lo recordaría sería como si la violara porque al rato ni siquiera lo sabría. No es fácil vivir con eso en tu conciencia, créanme, lo sé, ya lo viví, ya lo hice.

    Ahora que me estoy abriendo a ustedes de esta manera y la verdad ya no me importa, les contaré: La primera relación que tuve después de aprender a controlar los recuerdos, fue con una chica de 19 años. En ese entonces éramos de la misma edad. Después de una semana saliendo —una semana real— estuvimos en la intimidad, a la siguiente semana ya no me recordaba, nunca hubiera funcionado lo nuestro, pero lo peor de la historia es que ella nunca antes había tenido relaciones sexuales; era una buena chica de casa, emprendedora y seguidora de sueños. Me olvidó y cuando lo hizo siguió creyendo que su cuerpo seguía siendo virgen.

    No me mal interpreten, ahora, ya no me importa confesar todas estas anécdotas, pero no las confieso con orgullo. Estoy consciente de que no soy la mejor persona, pero soy humano y como todos, me he equivocado incontables veces. No quiero justificarme, pero véanlo de este modo: no se vive para no cometer errores, se vive para aprender de ellos, así que ahora, lo importante ya no es lo que hice en aquella primera vez, porque no puedo cambiarlo, lo que importa es que ahora rememoré a Ángela antes de cualquier otra cosa, ¿entienden?

    La mayoría creerá que mi vida es muy interesante gracias al don que se me otorgó y la verdad es que… sí, pero siempre terminas acostumbrándote a todo y vuelve la monotonía.

    Seis meses después de haber compartido con Ángela, ya era noviembre y salí de la ciudad en mi auto. Me dirigí a un pequeño pueblo en las afueras de la urbe, viaje que hago un par de veces al año, pero esta vez escuché la sirena de una patrulla de policía que me perseguía y me daba indicaciones para que me orillara, así que eso hice. Observé al uniformado bajarse imponente del auto con la frente en alto y reacomodándose su cinturón. Cuando llegó al lado de mi ventana, la golpeó tres veces para que la abriera.

    —Buenos días…

    —Buenos días oficial —interrumpí—. Déjeme adivinar, me va a preguntar si sabía a qué velocidad venía ¿no?

    —¿Quiere hacerse el listo conmigo? —dijo el oficial quitándose los lentes de sol y fulminándome con la mirada.

    —Claro que no señor policía, nunca.

    —Sus documentos y los papeles del vehículo.

    —Si señor —sonreí con malicia.

    Busqué la tarjeta de propiedad del auto y mis documentos, al reunirlos extendí mi mano a través de la ventanilla y al entregarlos agarré con fuerza la mano del oficial y eso fue todo, nunca me conoció, soltó mis papeles y se retiró, así que seguí mi camino sin una multa.

    Recién entrada la tarde, llegué al pueblo, aparqué el auto cerca del parque principal y me senté en una banca frente a un restaurante que tenía vitrales enormes que le brindaban luz al interior, era un restaurante rustico y acogedor. Esperé unos minutos, hasta que la vi aparecer a mi derecha, estaba a punto de cruzar la calle. Su nombre era Lucía, mujer cuarentona, de cabello liso y largo; con la mirada más tierna que he visto, y la voz más melodiosa y preciosa que nadie más poseía, era hermosa en realidad. Como siempre, a esa hora iba con su pequeña hija de cinco años, si mal no estoy, quien vestía el uniforme del colegio. Iban de la mano, cruzaron la calle en medio de risas. Parecía la relación perfecta, de esas que salen en propagandas y en finales de telenovelas, era irónico, pero me encantaba verlas así.

    Madre e hija pasaron frente a mí, la chiquitina me miró con una sonrisa que yo devolví y acto seguido, entraron en el restaurante para almorzar y se situaron al lado de la gran ventana con vista a la calle, donde podía verlas tranquilamente. A la niña le encantaba hacerse siempre

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