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Mi Mundo Vir y Mi Mundo Mor
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Libro electrónico579 páginas10 horas

Mi Mundo Vir y Mi Mundo Mor

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Información de este libro electrónico

Sue se despierta una mañana descubriendo que su vida a partir de ese momento tomará un rumbo inusitado. La simetría del mundo en el que vive empezará a desajustarse y, poco a poco, se dará cuenta de que su verdadero mundo no tiene nada que ver con la realidad vivida hasta ese momento. En la historia, el pasado y el presente se irán trenzando simultáneamente ante sus ojos. Bia y Drago estarán obligados a vivir en la alta sociedad de la época regida por los títulos nobiliarios y las herencias, y se enfrentarán a la ambición y al abuso. Descubrirán el poder de la música y el teatro, y conocerán la fuerza del amor. Mientras Trer y Jimmy sucumbirán los tiempos de la esclavitud en una plantación de caña y de café envuelta en creencias religiosas de negros y maldiciones. Todo lo que aconteció, será la causa de lo que pasará. Los personajes se alinearán a través de los mundos, del tiempo y de diferentes dimensiones para responder a cada una de las incógnitas. Y será ese sacrificio el que concederá el comienzo de esta nueva realidad. Así descubrirán los 4 mundos del sistema habitados por las almas, y el mecanismo que ha despertado la rebelión.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 sept 2019
ISBN9788417927240
Mi Mundo Vir y Mi Mundo Mor
Autor

Suliz Rafoso Pomar

Nació en la Habana, Cuba, en 1978.  Recibió clases de guitarra y canto lírico, y en el 2001 después de laurearse en Contabilidad y Finanzas pudo salir de Cuba y establecerse en Italia donde cursó estudios en canto moderno y piano. Terminó su segundo manuscrito “La maldición del Rey Taimulita”. Participó en varios concursos de música y fue miembro del grupo musical latino “Son de todo” y “Puro Sol”. Es autora de más de 70 composiciones musicales de diversos géneros. En el 2018 se laureó en “Management”.  “Mi mundo Vir y mi mundo Mor” llegó con un sueño recurrente, y se convirtió en su tercera novela, la primera que ha decidido publicar.   

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    Mi Mundo Vir y Mi Mundo Mor - Suliz Rafoso Pomar

    1. La bruja blanca y el bosque encantado

    Dicen que aquel bosque está encantado, y como si fuera poco, dicen que ella también está encantada junto con el bosque. Las conjeturas no tendrían notoriedad plausible, ni connotación en el tiempo, si no fuera por la coincidencia en las opiniones que sujeta la teoría. El enardecimiento popular lo demuestra. Aquella foresta infunde terror. Los habitantes de aquella región comentan que incluso es de mal agüero pisar el césped que crece a su costado. Y por fuerza mayor si se tiene que tomar esa desviación, se camina esbelto y apresurado, y los pasos precipitados tienden a desviarse hacia el costado inverso. Así que el sendero se ha rastrillado perdiendo toda la centralidad del resto de los caminos.

    Las anécdotas son infinitas y algunas más escalofriantes que otras. Pero las primeras fueron inventadas por el mismísimo brujo del cañaveral por motivos que si bien lo sabe, no lo dice. Aunque para el caso tampoco nadie a esta altura puede reprocharle la culpabilidad con tantos casos que de hecho lo han corroborado.

    El bosque colmado de árboles altos de variadas especies sabe muy bien comportarse como un bosque normal. Sus ramas coposas se mecen con el viento por el efecto natural, y mirándolo de lejos, transmite solamente una dulce sensación de paz. Pero es la llegada de la mínima amenaza lo que revierte la tranquilidad. Los aventureros que desafían su magnificencia por impertinencia, testarudez o ignorancia, pues la ignorancia no exime de culpa, reciben la respuesta consecuente de la foresta a según el grado de negligencia. La lluvia de hojas multicolores comienza a caer en un balanceo suave y delicado. Y poco a poco el suelo húmedo se deja sumergir por un colchón de hojas y ramas que importuna con falso deleite la entrada de todos los atrevidos. Así el transgresor entra proclive y curioso, y un solo paso lo lleva hasta las profundidades del monte.

    Allí, los radiantes rayos del sol en el día y la luz imponente de la luna en la noche se pierden sobre la capa vegetal, y el monte monitorea la poca claridad que le llega a conveniencia, produciendo tonos de colores que toman las riendas del concierto que se urde. Las capas de partículas inquietas, los fluidos gelatinosos y polvos venenosos se apoderan de todo entre conjuros divinos de los agrestes habitantes. Se desata la contienda descabellada que dura pocos segundos. Porque con un solo paso el intruso llega hasta la salida. El bosque lo escupe sobre el césped, y la huida final colmada de quejidos y baladros despavoridos proclaman el terror. Hasta el más pendenciero de los aventureros sale disparado como una flecha por el sendero descentrado sin salirse ni un centímetro de la dirección, y cae desmayado del cansancio, cuando las fuerzas ya no lo acompañan, en la misma puerta del bohío del brujo que toma presuroso y aturdido, en cuanto lo restablece con una dulce infusión de hierbas, la deposición de lo ocurrido.

    La única persona que de hecho piensa diferente y reacciona siempre en defensa del bosque es ella. Por eso muchos creen que desde que entró en ese bosque se ha fraguado su maldición.  Sus historias son maravillosas y muchos le tienen miedo cuando ella proclama que el bosque es el lugar más extraordinario que existe sobre la faz de la tierra.

    En efecto, es cierto que el comportamiento del bosque cambia cuando se trata de ella y la avenencia se dibuja fantástica hasta el punto que los más viejos y el brujo de la finca justifican, con todos los fervores, la llegada de la maldición.

    Todas las veces que penetra, sus pasos se hacen profundos y no se dejan rogar, y el bosque la acoge con una ternura mágica arrullándola en un hechizo que se vuelve dulce y benigno.

    La seducción mística del bosque libera el poder ignaro en su interior y la hace reaccionar con beneplácito y complacencia. Se crea una sintonía consonante, y ella se pierde maravillada entre los senderos celestiales y las mantas florecientes. Los recintos fantásticos varían con el paisaje que se desfila y el mundo se mueve de lo real a lo maravilloso en cosa de pocos segundos.

    Las madreselvas guindando como largas campanas rojas le dan paso a los nazarenos azules de pequeños pétalos con forma de bombillitas que se acumulan unos contra otros. Le siguen las nomeolvides azules de tonalidad más clara con el centro amarillo que inundan con su belleza el siguiente paisaje. Ella no puede contener su admiración. El siguiente ambiente se adorna con trompetas de ángeles amarillas de hojas erguidas y verdes con muchas puntas. Las varas de oro con sus racimos de flores amarillas y muy pequeñas forman un túnel por el que ella penetra. La alfombra húmeda de tierra la guía, y las hojas coloridas amoldan su huella de pasos alegres y se vuelve parte de ese mundo embriagador.

    Descubre laberintos de flores luminosas, cobijas de enredaderas silvestres que penden del alto y la acarician, y árboles de hermosos ramajes que susurran mientras se mueven. La fragosa invitación se apropia de ella, y escucha la incesante bienvenida. Es toda la flora y toda la fauna entonando el fascinante coro de la naturaleza. Por eso defiende tan venerado paraíso y el sentimiento se le convierte en una eternidad sin comparación.

    Hoy se lo quiere demostrar a su querida Nana Mani. Así que, parada por un costado del bosque, está más emocionada que nunca. La respiración se le está acrecentando y la emoción la ha sobrecogido. Sus pulmones entusiasmados agradecen la bocanada de oxígeno puro y el perfume percibido la inspira a seguir. Así que en un instante su piel trigueña se ruboriza, y como si aquel bosque se tratara de una persona, las pupilas de sus ojos se engrandecen abarcando parte de su iris azul verdoso.

    Lleva un largo vestido color verde claro que ondea y ella levanta persuasivamente por un extremo cuando decide caminar. La cinta verde de seda asida a la cintura combina con las cintas que serpentean dentro de su cabello ondeado color azabache. Se mece seductora entre las flores silvestres acariciando los pétalos y las hojas que adornan la entrada. Su modo peculiar parece encantar mágicamente a las flores, y la hace encantar con ese roce.

    Entonces su voz cautivante se entona melódica. Hola, bosque encantado. Y la respuesta fantástica del bosque no se deja esperar. Hola, Ana querida. Ella sonríe suavemente ante aquella divinidad y continúa: Hoy te quiero presentar a alguien.

    El ruido de los pasos rezagados y temerosos de Nana Mani, una dulce señora de piel chocolate y mirada cálida, se descubren sobre el venerado césped, y ella sonríe con dicha desbordada. Nana Mani no está muy convencida de su idea. No cree oportuno irrumpir en la foresta. Sigue repitiendo con los ojos muy abiertos que Ochosi caza y Ogún abre los trillos para alcanzar a sus presas, y ella, en el preciso momento que decidiera entrar en aquel bosque importunaría la caza de los orishas y podría convertirse también en su presa. Pero igual era parte de la superstición religiosa de la plantación y Ana no creía mucho en eso. Nana Mani ve impertinente lo que ella pretende y prefiere esperarla afuera recogiendo algunas hierbas medicinales en los costados, junto a Pluma, el amado caballo de la joven, que con su relincho impetuoso la guía siempre hasta la salida. En cambio, Ana no quiere saber de excusas y ha usado toda su artillería emocional para sonsacarla. Así que Nana Mani no sabe qué ha pasado por su mente que, en una caprichosa locura, se ha dejado convencer.

    Los pasos seguros de Ana se vuelven. No tiene que decir una palabra para comunicar con ella. Pareciera que supiera cada detalle sin acaso preguntar. Se detiene a su lado con una tierna mirada. Ya han caminado mucho más de lo que el médico le indica diariamente, y Nana Mani trata de recordárselo con aquella mirada de preocupación enternecida. Ana sonríe. La excusa plausible para evitar por todos los medios la invasión irrespetuosa, según Nana Mani, en aquel mundo mágico y augusto, no la difiere.

    Aquí eres bienvenida. Le dice convencida. Ven. La toma dulcemente de la mano y la lleva con ella.

    Nana Mani es mucho más que una madre para ella. Teniendo la mala suerte de perder a la suya al nacer, había tenido muy buena suerte al encontrarla. Es capaz de hacer cualquier cosa por ella. Y ambas se han tomado muy en serio el papel de madre e hija. Por eso Ana está tan interesada en hacerle conocer su mundo fantástico del cual el bosque encantado es parte.

    Nana Mani siempre cuenta la historia de que recién había perdido a su hija en el parto cuando la conoció. El vacío de aquella horrenda pérdida le había desbordado todos sus espacios, y luego el sentimiento se había apropiado de ese vacío en cuanto después de varios días de su recuperación, el capataz Brian se la puso aún bañada en sangre y placenta sobre su barriga, y le ordenó que la amamantara. Fue como despertar de la oscuridad y sumergirse de lleno en la claridad. La llegada de Ana la sacó del juego diabólico de su mente y la hizo recuperar de la agonía en la que había caído. Al inicio se dedicó por obligación, pero, al instante, la colmó el encanto y la niña conquistó toda su atención.

    Nana Mani había creído al inicio que Ana era la hija de otra esclava. Porque increíblemente esa niña desconocida que había llegado por puro caso del destino a su regazo, había nacido con la piel oscura y los ojos marrones.

    El primer destello de pelo, a los varios meses, fue de un crespo amarillento. Así que, con el paso de los años, la mutación misteriosa de la pequeña, coincidiendo con su primera visita al bosque encantado, fue un enigma fatídico que desconcertó a todos. Su piel que ya había tomado un tono mulato, se volvió trigueño; los ojos marrones pasaron del color miel a teñirse de azul verdoso hechicero; y su cabello crespo amarillento despuntó ondulado de color azabache. Así que todos en el trapiche comenzaron a llamarla la bruja blanca, y así el sobrenombre se le quedó.

    Cuando ya a los 5 años, Ana no era por fuera la misma Ana, fomentó la curiosidad del capataz y la hizo acomodar en la casona junto a los esclavos de la servidumbre. En sus primeros 5 años de vida, condicionada por su color de piel, se le había relegado al barracón de esclavos, y no se le había concedido alguna condición favorable, ni ningún privilegio por haber nacido en cuna blanca. Los blancos hacendados la habían renegado por haber nacido negra. Y aunque fue amparada por los negros, su situación era desconcertante. El hecho de que una blanca de sangre le hubiera dado a luz, y ella fuera negra, condicionaba el indocto pavor de barracón en barracón, y de hacienda en hacienda. Su historia era susurrada en las esquinas y era tema castigado con la muerte. Así que ninguna raza se atrevía a despreciarla completamente, más bien la evitaban.

    La evasión era parte de la vida de todos cuando ella aparecía. Es más, el capataz Brian había amenazado con la muerte a quien osara levantarle un solo dedo. Porque sabía que el temor enfundaba el odio, y a pesar de todo, Ana era siempre la hija del amo de la finca. Esto puso el punto final. Nadie se le acercó a exclusión de Nana Mani, que había sido dispensada del trabajo para dedicarse a su cuidado, y no permitía que aquella sensación de disimulado rechazo pudiera influir en su crecimiento. Entonces, con el paso de los años, la imposición se hizo costumbre y nadie volvió a comentar al respecto. Ana no supo que su verdadera madre era la hija de los hacendados hasta que el cambio fue evidente. Los primeros en azorarse fueron los mismos negros del barracón. Algunas creencias africanas y leyendas cantaban la aparición de una bruja blanca entre los negros que vendría un día a llevárselos a todos a la eternidad. La eternidad era traducida como la mismísima muerte, y la muerte era una de las palabras más espantosas que fomentaba el pánico general.  Así que el capataz no tuvo más remedio que sacarla del barracón para evitar males mayores y regresarla a donde pertenecía por nacimiento, la casona. El amo no estaba en casa, y como en su ausencia le tocaba a él decidir, así lo hizo.

    Con aquella mutación, los cambios en su salud fueron evidentes. Empezaron sus desmayos raros y cansancios irracionales. Nana Mani fue acomodada en la casona para cuidarla. Y así estuvieron, hasta que el día menos pensado volvió el padre de Ana de su largo viaje, y todo quedó como si nada. No preguntó nada, no recriminó nada, y la presencia de aquella niña completamente diferente a la que había visto nacer, le hicieron cambiar su manera de comportarse. Entonces, todos los deseos viles y desalmados que le había conjurado al nacer se esfumaron de la noche a la mañana, y pensó que sólo había sido una horrible pesadilla quedada en el olvido, aunque desafortunadamente no había sido así.

    Nana Mani vuelve a mirarla con ternura. Empiezan a adentrarse en aquel bosque encantado. Puede sentir el poder y la comunicación mística. Es testigo de cuanto acontece. Ana levanta una begonia roja casi como en ritual y se la enseña con gracia. Todo se ha henchido de aquella exquisitez. Las hay de varias tonalidades. El cumulo inesperado la hace sonreír y llenar el corazón de alabanza. Se repliegan a su alrededor ostentando su fragancia. Los pasos de Nana Mani tiemblan, pero no se detienen. El recuerdo de esa historia ha quedado en secreto y es prohibida terminantemente desde que se recuerda, pero, de repente, la atormenta. Podría ser el efecto del bosque. Toma la flor roja que Ana le pasa y la coloca dentro de una cesta de mimbre que lleva colgada al brazo. Ana es la única persona capaz de arrancar una flor del bosque y quedar inmune. Nadie en su sano juicio se atrevería a cometer imprudente desafío. Nana suspira. Ese gesto demuestra la conexión de Ana con el bosque. La vuelve a mirar con ternura. Agradece que Ana no se recuerde nada de aquella época pasada. Es un tema del que nadie se digna a hablar por miedo al desagravio, y ha quedado tan redundantemente prohibido que casi se podría decir que todos aún intentan, de algún modo, olvidar lo inolvidable.

    Las mariposas de colores aparecidas en un vuelo migratorio hacen saltar a Nana Mani. Ana suelta la carcajada juguetona al ver su expresión de susto. Todo le parece maravilloso. Se echa a correr tras ellas en un suave trote, y a Nana Mani le parece incluso verla sorprendentemente volar dentro de aquel enjambre… En pocos instantes, como es de suponer, Ana pierde la respiración y el misterioso bosque se estremece junto con ella. Esta enfermedad la martiriza. Su corazón no bombea suficiente sangre a su cerebro. Se le empieza a nublar la vista aún sonriente como si no entendiera el suceso. Se desploma. Las mariposas multicolores se le aglomeran delante para hacerla detener en ese desvanecimiento. Y se va deslizando, en un efecto que parece lento, como si las hojas y las ramas de repente se hubieran levantado en arco con el viento y la hubieran acompañado como una ola en su caída.

    Corre para socorrerla. Pareciera que todo el bosque corriera con ella. Cae de rodillas aguantándole la cabeza rellena de rizos. Su rostro materno se llena de miedo y lágrimas. Presiona sus manos contra sus mejillas. Una luz verde muy intensa, de repente, casi la ciega.

    Está repitiéndolo por segunda vez. Le sacude suavemente las mejillas para espabilarla. El bosque encantado se mueve a su alrededor dejando todo lo demás en segundo plano. Las hojas aglomeradas sobre la tierra, se agrupan levantando muros que se van uniendo sobre ellas. Las mariposas quedan revoloteando dentro, y haciéndoles compañía. La luz verde enciende de nuevo el mentón de Ana que hipa una y otra vez.

    Las hojas llueven en picada sobre ellas mientras las mariposas parecen danzarinas. La precipitación deslumbra a Ana y la hace feliz.

    Se da cuenta que está acostada en el suelo, pero ni tan siquiera le preocupa. Su cabeza está apoyada sobre los muslos de Nana y aquel bosque encantado la protege. Eso la tranquiliza. Extiende los brazos sobre su cabeza, y sonríe mientras los mueve para revolver las hojas que caen alborotadas. La carcajada le gana nuevamente bajo la mirada enigmática de Mani. Es la magia que se apodera de ella, y, al parecer, es su bienestar.

    2. Lecciones de música

    La rutilante luz del sol fumiga con sus partículas toda la sala. El suelo de mármol brilla pulido y los colores claros de las paredes se magnifican. Y en esa claridad, se destacan los grandes jarrones y búcaros de porcelana que decoran y colman de flores rojas y blancas, todo el recinto. El juego de diván y butacas tiene un magnifico acabado con figuras de tonalidades beige y bordes de oro que resaltan las cortinas color crema y rosas enganchadas en los marcos por botones dorados. De hecho, dejan ver la gran terraza que se extiende por todo lo largo de la casona, y el paisaje verde de jardines que la rodea.

    Replican las teclas del pianoforte bajo sus agiles dedos, y es lo único que se escucha seguido por su voz angelical. Envía mensajes improvisados de amor y pasión que revuelven las tripas del menos enamorado. Todo se vuelve silencio cuando ella entona alguna melodía, y es como si subiera o bajara de frecuencia gradualmente. La afinación del piano como por arte de magia se modifica para seguirla. Las notas van bajando o subiendo sutilmente de frecuencia y van cambiando el estado de ánimo de todos los que escuchan. Es un poder extraordinario que le sale natural, y que ella misma no intuye. La reacción desmesurada que emboca la magia de las vibraciones se adentra en los cuerpos y va modificando la frecuencia sobre la materia, y así todas las sensaciones, el placer, los pensamientos y todos los sentimientos. Parece encantar todo a su alrededor, y hacer lo imposible perceptible. La profesora de música da dos palmadas exasperada para que regrese al mundo real.

    Queda quieta con el corazón palpitante anhelando ese amor quimérico que encandila su alma cuando sus ojos se pierden en las partituras. El eco de las cuerdas del instrumento ensancha sus oídos hasta perderse del todo. Suspira ansiosa. Levanta con garbo la cabeza.

    La joven Biana Baldasmar, condesa de la Hortensia Pontearruba, título adquirido de su madre al ser última representante y descendiente de la familia, y baronesa de Mamtoré por mérito del padre ante la misma situación, comienza la sonata con suave movimiento. El piano ha vuelto a su afinación natural en la frecuencia establecida. Ella intenta concentrarse. Su agilidad perturba a la profesora que levanta las cejas, incrédula de tal perfección. Se le acerca por detrás del hombro derecho. Es un espectáculo divino. No entiende como ha alcanzado ese nivel en tan corto tiempo. Le parece increíble. Desde hace tiempo ya no tiene nada más que enseñarle, y eso le molesta. Su estilo y dinamismo le provocan casi envidia. Entonces vuelve el hipnotismo y la armonía creada por su mente y su alma estremece las cuerdas del piano. La frecuencia cambia. El piano y ella viajan por aquella vibración que sube y baja, y hechiza. Ya no es Bach, no es Beethoven. Es una mezcla de notas que le llegan improvisadas. La energía que provoca, sorprende.

    Mientras atraviesa el último intervalo de la compleja sonata se adentra por una de las puertas de la terraza un joven vanidoso de alto sombrero de copas, bien ataviado con frac marrón pálido. Se saca el sombrero y descubre el cabello gris.

    Es imposible esconder su alevoso interés. Así que su llegada intempestiva desvanece la tranquilidad. Solamente su acercamiento infunde descontrol en ella, y la desorienta. La respiración se le desasosiega y la memoria se le borra por instantes. Tiene que concentrarse sobre las notas. Se impone una absurda lectura, fijando sus ojos sobre el pentagrama. Es el único modo de regresar nuevamente a ese mundo maravilloso, lejos de allí, en el que no entiende, y tampoco pregunta su existencia. Entonces recupera su memoria y su control, y se pierde.

    Termina la pieza y el aplauso desmesurado del joven la hacen regresar a la realidad. Vuelve a sentirse congestionada. Queda quieta, sin voltearse. La profesora de música asiente orgullosa y frágil, y suelta suspiros indomables. Es una suerte de encantamiento. No se puede hacer nada para reprimirlo.

    Entonces quedan allí solos en aquella luminosa sala. Biana se arma de valor y se gira sobre la butaca de piel levantando el largo vestido blanco. Sus maneras finas coquetean sin propósito con la mirada del único presente que casi atiene a respirar desconcertado.

    Finalmente ella levanta sus dulces y grandes ojos de color azul verdoso que desatan en él un fulgor desmedido. Recuerda perfectamente la última vez que accedió a dar una caminata con el joven. Había tenido que batallar con todas sus empalagosas y viciadas ambigüedades que acabaron en una huida frenética por el jardín. La había querido sobar bajo el vestido y restregar sus libidinosos labios por sobre su cuello. Pero había escapado en tiempo preciso, y lo había dejado en el preludio desesperado de lo que para ella no debería nunca suceder.

    Ella se acomoda el vestido y se levanta con el semblante mortificado. ¿Por qué continúa a llamarla así? Él es el hijo de su madrastra, por ende, su hermanastro. No tienen lazos de sangre, aunque él se empeñe erróneamente en imponerlo, y ya ella desista en increparlo.

    Ella se le retuerce el estómago y un desánimo le inunda de momento. Se impone, tragándose todos sus sentimientos.

    Recuerda la primera vez que los había conocido. La presentación había sido desfachatada. La señora Elisa Cazpirdier, viuda di Croceverde, y su hijo, Giluquino Croceverde Sigillé, en ese momento estaban sentados plácidamente en el salón de la gran casona, una habitación continua a la que ahora mismo estaban, cuando ella irrumpió hilarante y se sorprendió con los visitantes. La visita no había sido anunciada y ella creía que no había nadie en la casa. Por lo que sus atuendos eran insuficientes para recibirlos. Estaba vestida con una ligera bata de dormir, y su cabellera rimbombantemente despeinada la hacía lucir una dulce melena de color castaño claro envolviendo su rostro angelical. Incluso mordía de una manzana roja cuando sus ojos azul verdosos enfocaron con sorpresa la escena. Su belleza salvaje encandiló la mirada de los visitantes y sofocó sus respiraciones. Enseguida se escabulló por la puerta bajo la grácil sonrisa de su padre que llegaba.

    Poco después supo la noticia. Los visitantes habían comparecido para quedarse, aunque nunca lo hubiese sospechado en un principio. Su padre los había mencionado en sus anécdotas al regreso de su último largo viaje por el mundo. Desde que había quedado viudo, había resuelto cerrar todos los negocios que lo pudieran alejar de estar allí. Y nunca había insinuado que su intención era rehacer su vida tan inmediatamente cerca de un luto apenas terminado. Entonces no se supo qué poder de persuasión había utilizado la señora Cazpirdier para convencerlo. El señor Baldasmar los recibió y dejó pasar la mentira piadosa de la falsa invitación. Era demasiado respetuoso y conmiserado para confesar que nunca los había convidado. La aparición inesperada de tales visitantes, una noche de lluvia con todos los bártulos sugiriendo una ida sin regreso, había sido imprevisible también para él.

    Su padre, Don Juan José Baldasmar, el barón de Mamtoré, era una persona estimable y misericordiosa. Los había instalado en los aposentos para huéspedes y se había ocupado de cubrir todas sus necesidades. Pero nunca habría pensado que sería para siempre. Fue obra del destino. Porque después de solo tres meses de aquella convivencia inusitada, la comunicación irresoluta del casamiento, los tomó definitivamente a todos por sorpresa. Su padre nunca había manifestado algún sentimiento por aquella misteriosa señora y viceversa. Sus modales e intenciones definían el respeto por su prematura viudez, y nunca nadie había sospechado que su intención era volverse a casar. Así que la dilucidación se manifestó evidente cuando después de casarse le comunicó su enfermedad terminal. La condesita Biana, aún menor de edad, necesitaba de un tutor, y su padre, en su última desesperación, se había dejado convencer por aquella malintencionada señora de que ella era la única capaz de afrontar tan inesperado desafío. Así, de la noche a la mañana, su vida se desajustó completamente, y el paraíso donde vivía se convirtió en una eterna pesadilla.

    Giluquino se divertía en importunarla de continuo. Era evidente que el sentimiento de amor no correspondido por parte de ella lo invadía irrevocable y peligrosamente, y se la pasaban repeliéndose en aquel amor ladino de una parte e insigne rechazo de otra, asistido por todos en la casona. Su madrastra había hecho caso omiso, y no intervenía, y la evasión se había convertido en una desmesurada desavenencia para ella. Sus métodos para obligarla a hacer algo eran adustos. Su madrastra llevaba con ella un arma afilada que exhibía de continuo en sus insinuantes discordias. Era su abanico de afiladas lamas. Con este había asesinado a su perro, cortado las alas de dos de sus canarios domésticos, y en sus arrebatos había provocado heridas a cuanto sirviente osara desobedecerla y defender a la condesita. Así que sentía pavor. No lograba encontrar otra palabra.

    El acercamiento premeditado de Giluquino la hace volver en sí. Se distancia con disimulo tropezando con el piano. La voz le tiembla.

    Ella suspira aterrada. Su gesto no la descubre. Pero se le hiela la sangre por segundos. Los métodos irracionales de su madrastra, para cumplir los designios más absurdos, la han hecho casi famosa entre los sirvientes. Yergue la cabeza. Los cabellos lacios se desatan de los lazos y caen sedosos sobre su espalda. Levanta las manos en gesto rápido. La visión es provocativa, aunque ella no lo quiera transmitir. Los pasos amenazantes de él la disciernen nuevamente y ella retrocede los suyos con premura.

    3. El principio del cambio

    Enèrgia.

    Al susurro de aquella palabra misteriosa le sigue un bramido terrorífico que recorre sombrío la habitación y, en un arco de milésimos de segundos, la despierta. Queda sentada. Sus labios temblorosos trepidan, y la respiración se le vuelve entrecortada.

    Se pone una mano en el pecho. El corazón se le desafora como si pudiera salírsele de un momento a otro. Un ligero mareo y un dolor muy profundo a la altura de la boca del estómago la estremecen. Revuelve las sábanas humedecidas del sudor. Resopla. El eco horripilante del grito que hace unos instantes ha explotado en sus oídos todavía la desorienta. Había empezado susurrante en un tono dulce y seductor que la había dejado indefensa. Pero luego aquel tono se volvió endurecido y áspero y el bramido fue indómito. El responsable, como mínimo, se había desgarrado las cuerdas vocales.

    Piensa en Trer y en Mani con turbación.

    –¿Lo habrán escuchado?

    Le causa malestar el pensamiento. La náusea le gana. Sus ojos se humedecen. Se arquea hacia delante y queda así por unos segundos, esperando algo. Pero no llega ninguna respuesta del organismo. Había pensado en el vómito. Pero, en cambio, le llega un ligero alivio. Aspira hondo. Se va restableciendo. Su boca seca se mueve involuntariamente sin ella programarlo y de sus labios brota nuevamente la palabra Enèrgia. La repite suavemente, incrédula. Se asusta.

    –¿Qué significa?

    Levanta suavemente la cabeza y mueve los ojos en la tenue penumbra. Inclina la mano, a la derecha, y enciende la lámpara sobre su mesilla de noche. El despertador rectangular indica que son las 5.55 de la mañana. Es demasiado temprano. La luz del alba se asoma apacible por la ventana, a su izquierda, y también entra la brisa suavemente. Siente la caricia del céfiro recorrerle su piel mestiza. Se refresca, hasta erizase completamente. Se sacude. Entonces el pelo crespo, de color castaño oscuro, desorbitado le salta por delante de los ojos marrones. Se lo aparta con las dos manos.

    Se siente alerta. Cualquier ruido no identificable la previene. Su movimiento se vuelve circunspecto. Pasan unos segundos. Vuelve los ojos marrones de un lado y a otro, irresoluta. Suspira de golpe, y se le aclara el pensamiento. El silencio es general. ¿Qué es lo que está esperando? Niega con la cabeza, y se inclina hacia delante dejándose llevar. Se da cuenta que la camiseta rosa claro que lleva, está sudada y se le pega a la piel.

    Decide levantarse. Aparta un poco las sábanas y divisa una hoja naranja estrujada bajo ésta. La toma impresionada, observándola incrédula. ¿Cómo ha llegado hasta allí? Vuelve a mirar la sábana. La mueve suavemente, con aprensión, y descubre el puñado de hojas de varias especies que forma una capa de tonalidad naranja y verde sobre su cama. Ella está acomodada sobre estas como si fueran parte del colchón. El horror se convierte en electricidad y la hace saltar del susto. ¿De dónde han salido? El frio de las losas le penetra por los pies. Choca con una mesita redonda. Se aguanta. Resopla y se vuelve nuevamente. Sus ojos no creen en la realidad. Las sábanas blancas reflectan la luz de la lámpara, y ya no hay hojas. Se acerca sin creerlo. La incredulidad la toma desprevenida. Levanta la mano y sus ojos marrones se sorprenden. ¡la hoja! Se estremece. Aún la lleva en la mano.

    Enèrgia Ha escuchado el susurro. Se asusta. La misma voz quejumbrosa.

    Una luz verde intensa atraviesa la ventana de golpe y la sobrecoge. La velocidad ha sido vertiginosa.  Ya no hay nada cuando mira. Brinca. Llega hasta la ventana. Se asoma. No hay rastro de nada que pueda explicar ese fenómeno. Sus ojos divisan recelosos los alrededores. Nada irregular, sólo el mismo paisaje de siempre que tanto la sosiega.  Es el campo de hierbas que lentamente entre sombras y claros se despierta, y le da los buenos días como todas las mañanas. Cierra los ojos. Trata de calmarse.

    El toque imprevisto a la puerta la sacude. Se vuelve rápido, con sospecha. Escucha la voz amodorrada de su prima. Sus labios tiemblan sin creerlo. ¿Qué está haciendo aquí? Reflexiona por un momento. ¿Habrá escuchado el grito?

    Su prima empuja la puerta, y se queda en la entrada con los ojos medio cerrados. Está adormilada. Tiene el cuerpo envuelto en una sábana blanca y sus cabellos rizados y revueltos de color azabache denotan la gracia que desprende.

    Las palabras de su prima la sorprenden. Se queda atónita. Le impactan en la mente. ¿De nuevo? Está a punto de decir algo en voz alta. Voltea la cara, pero Trer ya no está allí.

    Enciende la luz del baño y entra. Sacude la cabeza y se mira en el espejo. El grito había sido demasiado real para ser una pesadilla. Desaprueba. No tiene sentido. Su mente no remembra ni con ápice de esfuerzo que hubiera sido un sueño. Sin embargo, la sensibilidad de sus tímpanos le asegura, por los penetrantes decibeles, que el grito había sido real. Y estaban las hojas naranjas y verdes en su cama. Mira la hoja de color naranja que sus dedos aún acarician. La posa sobre la meseta. Luego, ¿qué podría decir de la luz intensa verde que atravesó la ventana? No se la imaginó. Fue real. ¿Y el susurro en su oído diciéndole Enèrgia? No, no, no fue una pesadilla. Increpa con protesta.

    Pasa los dedos por su frente. Algunas greñas de su pelo enroscado se le pegan molestas a la piel color almendra de su rostro. Se los aparta. Su mestizaje esplende bajo la luz de la lámpara. Es una mezcla entre raza negra y blanca, definida como mulata. Los lineamentos de su rostro redondo son atractivamente asimétricos y denotan sensualidad: cejas perfiladas en un arco suave que encuadran sus grandes y expresivos ojos marrones, pestañas largas y curveadas, nariz recta y pequeña sobre unos labios carnosos color rosa muy insinuantes.  Es una combinación fascinante.

    Acaricia su pelo crespo con extrañeza, y exhala hondo. Ha notado algo aún más raro. Inhala jadeante. Algunos mechones destellan una tonalidad clara en las puntas. Se acerca más al espejo con incredulidad. Piensa en la proyección de la luz, desde esa inclinación se entintan de un color cerceta claro, casi luminoso. Voltea la cabeza. Toma un pequeño espejo. Se pone bajo el bombillo central. Efectivamente tiene el pelo de un azul verdoso claro. ¿Cómo ha sucedido? Se ha manchado con algo, con un rotulador... Se habrá quedado dormida sobre él. Pero no tiene un rotulador de ese color.

    Sus dedos se adentran en su melena en una caricia casi sensual. Su pelo crespo color castaño oscuro no se resiste. Su boca se abre lentamente. Su respiración se afana. No puede explicarlo. La punta de su pelo, por una extraña e inexplicable circunstancia, se ha vuelto, de la noche a la mañana, color cerceta claro. Y no es lo que más le atormenta, parece que estuviera vivo. Porque sigue el movimiento de sus dedos. Saca sus dedos, asustada, y el pelo lentamente va cayendo, acomodándose, no por efecto natural, sino por algún poder inexplicable. Se moldea. Pasa de crespo rebelde a una caída sedosa innatural, y luego se inmoviliza en una posición de peinado perfecto. Ella resopla impresionada. Ahora sí piensa que es una pesadilla de la que aún no se ha despertado. Esa es la explicación a todos aquellos fenómenos innaturales llegados sin propósito al mismo tiempo. Se pellizca imprudente, y suelta un quejido. No está soñando.

    4. La energía cerceta

    Los pensamientos se le aglomeran en su mente. El recuerdo del susurro convertido en bramido no se escapa de ellos. Desde esa mañana siente que algo ha cambiado. No sabe exactamente qué, pero lo siente dentro. Presiente que Mani, su tía, también intuye algo y no lo ha exteriorizado. Hoy, antes de salir de casa, le ha mirado incesantemente a los cabellos quizás reparando en su nuevo tono de color, y su reacción comedida le ha parecido sospechosa. Ha esbozado una sonrisa destemplada de esas que ella conoce de toda la vida y la ha despedido con un beso afectuoso. Pero el movimiento de su mano agitada tratando de enmascarar su postura recelosa mientras se alejaba se notó.

    Su tía es una mujer fantástica de fuertes valores y dulces sentimientos. Su forma de reaccionar ante las diferentes situaciones y comportamientos es siempre cauta y precisa, y da la medida de su entereza. Y es verdad que a veces resulta extraño todo a su alrededor, y su forma de ser cortés y ceremoniosa le hacen parecer de otro planeta o de otra época pasada. Pero no puede pensar en que exista otra persona tan exquisita como ella. Desde el principio su figura fue importantísima tanto en su vida como en la de su prima. De punto en blanco le hizo olvidar todo el dolor de la pérdida de sus padres en aquel ominoso accidente que involucró a los padres de su prima Trer también. No había sabido que magia había utilizado para lograrlo. Pero era como si ese momento fatídico se hubiera quedado casi en el olvido desde que ella había hecho acto de presencia en sus vidas. El malestar se esfumó de repente, y con ello, algunos recuerdos. Así que los detalles que quedaban rezagados en su conciencia eran pocos debido también a la edad que tenía cuando sucedió. Cumplía entonces 5 años y Trer 6, y lo poco que recordaba ya lo había repasado tantas veces en su mente hasta llegar a ninguna conclusión.

    Recuerda que fue una velada de celebración. Eso no se le olvida. No sabía el motivo, y tampoco lo preguntó nunca a Mani. Sin embargo, el acontecimiento fue muy ceremonioso. Reunió a los padres de Trer con los suyos para conmemorar juntos esa alegría. Mani contó que posiblemente había sido el encuentro más trascendental de sus vidas. Pero, por supuesto, no dio ninguna explicación al respecto. Se había arruinado todo con el accidente de coche, y ella prefirió dejarlo así. Los había atravesado un camión cisterna por la carretera a mitad de la noche, según oyó que informaba la policía, y no se habían encontrado restos humanos después de la terrible explosión. Así que como Mani no quiso hablar nunca del tema, tampoco pudo clarificar ni corroborar que aquello que escuchó fuese lo que había pasado. El tiempo y el silencio terminaron por apartarlo de su mente y espíritu.

    Ya han pasado varios años desde entonces, y no siente tristeza al recordarlo. Al día siguiente del accidente, su niñera la había vestido de amarillo. Se acuerda como si fuese hoy mismo. Le había dicho que no había escuela y, como si de un paquete se tratase, la había entregado en la puerta de la casa en donde ahora vive, sin ni siquiera referirle alguna explicación. ¿Qué explicación hubiera podido darle a esa edad? Ella se había adentrado solitaria en aquella nueva casa, y se había sentado en el sofá beige de tres plazas del salón donde minutos más tarde Trer vino a hacerle compañía, y el encuentro entre ellas había sido el momento más maravilloso hasta entonces creído posible…

    Estaba sudando bajo el vestido amarillo. Era el único vestido que se había ajustado a su cuerpo. La niñera había intentado ponerle uno del día anterior y había sido un misterio descubrir que en una noche aquel vestido ya no le ceñía al talle. Así que le hizo probar todos los vestidos caprichosamente y ninguno le encajó ni por el largo ni por el ancho hasta que se probó el amarillo. No había ni siquiera una explicación a tal fenómeno porque la diferencia de los vestidos estaba en el modelo y en los colores, pero las medidas eran las mismas. Así que la niñera quebrada ya en angustia y pena por la lamentable muerte de los señores de la casa, quedó martirizada con el misterioso caso del vestido amarillo.

    Varios días atrás los señores le habían entregado una carta sellada rogándole que la abriera solo en caso de urgencia. Y casi desfallecida del espanto comprobó cuando la abrió que los señores ya sabían de antemano que algún suceso catastrófico estaba por ocurrir. En ella estaba escrita la dirección de la tutora de la niña con los documentos legales necesarios, y confiaban plenamente en ella para que cumpliera su cometido, dejándole incluso las credenciales del contador que le depositaría todo el dinero por sus servicios una vez cumplidos. Sin chistar la llevó al lugar que le había sido indicado y como precisaba la carta nunca más volvió.

    La luz del sol entraba en diagonal por una de las ventanas laterales. Los rayos intensos caían por sobre la mitad de la sala. Sue sentada sobre el sofá distinguía el jugueteo de las partículas saltarinas. El vapor inundaba el recinto aun cuando de vez en cuando algún céfiro circulaba. Pero el vestido casi no le dejaba respirar.

    Aquel lugar le era conocido, como si alguna vez hubiera estado allí. Pero solo tenía 5 años y era demasiado joven como para recordar algún pasado anterior a este presente con tantos detalles. La presencia de Trer encarnada en una niña ataviada con un vestido azul claro y peinada con muchos bucles envueltos en cintas azules le sorprendió. Cada paso que Trer daba para acercarse le intensificaba los latidos del corazón. Finalmente permanecieron una frente a la otra admirándose. Su sonrisa se hizo amplia y bondadosa. Las partículas que jugueteaban anteriormente en las mantas de luz que desplegaba el sol se cubrieron de un humo crema que se extendió hasta ellas. Aquel efecto le pareció extraordinario. Las envolvía suavemente y las partículas saltaban de una a la otra profiriéndoles cosquillas.

    Sin previo aviso se intercambiaron los vestidos en un ritual que si hubiera sido planificado no hubiera salido con aquella perfección. El talle del vestido les calzaba a las mil maravillas. Sus manos se ataron y corrió por ellas una energía verde que las enardeció. Era majestuoso, aunque la respiración de Trer fuese desaforada.

    Algunas carcajadas la desconcentran de sus pensamientos. Mira a su alrededor. Está en el salón del teatro de la escuela y se acomoda en una de las butacas. Es el asiento derecho que termina la sexta fila. A su derecha se encuentra la escalera que comunica por arriba con la cabina de proyección y por debajo con la puerta de salida. Todos sus compañeros de clase también toman asiento a su alrededor. Hay varios grupos que han entrado antes que ellos y han tomado los asientos que han creído mejores. Usualmente son los que están al final, en lo alto. No para ver mejor sino para no ver nada y cotillear. Se sacude el pantalón y apoya sus manos en los brazos de la butaca. Todo aquello es porque toca cine escolástico. Una vez al mes proyectan una película que a veces es un largometraje y a veces un corto. Hoy toca corto, y todas las veces dicen que es interesante, aunque ella no lo crea. Es un documental sobre la cultura étnica, el intercambio y la solidaridad, grabada en parte por chicos de otras escuelas del barrio que exponen su punto de vista, y esperan a su vez que ellos den el suyo, grabando un vídeo de respuesta. No está familiarizada con esta clase de proyectos, pero su amiga Jessie sí, y como se trata de cubrir las horas de clase de historia por la ausencia inesperada de la profesora, la asistencia queda impuesta como horario de clase. No hay modo de saltárselo. 

    No ha terminado de razonarlo cuando, de momento, todo se contrae, y escucha atentamente: Olvida todo lo que sabes sobre la vida y la muerte. Hazte la idea que no lo sabes... Se sobresalta. Es la misma voz susurrante de la famosa pesadilla. La acaba de escuchar directamente sobre el lóbulo derecho de su oreja, casi acariciándoselo. Y se ha quedado quieta e indefensa hasta la última palabra, como un gesto inducido. Pero ahora mismo no hay nadie a su derecha, y entre tanta algarabía, también es impensable que hubiera podido escuchar aquella voz con tan perfecta nitidez como, en efecto, ha sucedido.

    Los labios le tiemblan y casi balbucea. Se inclina hacia delante volteando de pronto la cabeza. El chico que está detrás le sonríe y guiña un ojo provocativo. Es uno de los chicos que claramente su amiga Jessie destaca como enamorado número dos perdidamente de ella, y al que Sue no hace reverendo caso. Él chico se inclina para atenderla.  Pero ella ve en sus ojos que su intención es diferente. No ha sido él. Lo nota. Lo presiente. No puede definir cómo lo sabe y tampoco le parece extraño saberlo. El chico esboza una sonrisa casi sugerente y ella se endereza en el asiento, casi temblorosa, apartando su mirada turbada de él. Odia ese embelesamiento sin motivo.

    Enérgia. El susurro la lacera nuevamente. Se apagan las luces al mismo tiempo. Ella tiembla. Su amiga Jessie y compañera de aula ha llegado en una carrera precipitosa y se ha sentado a su izquierda, saltándola prácticamente. Se lleva una mano al pecho, casi le salta el corazón. La carcajada de su amiga la sosiega de inmediato. Le anuncia que van a proyectar, y parece demasiado entusiasmada. Pero sabe que no es exactamente por la película. Jessie chatea con uno de los chicos que sale en ella. Es el nuevo proyecto cultural de la comunidad. Un barrio para sus escuelas. Además, le ha dicho con chanza que sale también su enamorado número 1 perdidamente de ella, que obviamente, Sue aún no conoce, y aquello la intriga.

    Va a comenzar. Repite la amiga ahora casi eufórica. Pero tampoco empieza. Se escucha, en cambio, un sonido ligero, como un silbido, que se vuelve poco a poco insoportable, y luego aquel ruido metálico que recuerda del bramido se posesiona en sus tímpanos. Se le confunde todo. La pantalla se pone blanca. Traga en seco. Algo va mal y ahora mismo no cree que sea exactamente la película. Se habrá roto la cinta o algo parecido. Escucha decir a Jessie. Y ella se alivia. Su amiga también lo ve, no se lo ha imaginado. Se acomoda mejor en el asiento.

    Entonces el sonido desaparece, y vuelve la calma, junto a una sensación extraña de levitación. Como si su peso disminuyese, y comenzara a flotar perceptiblemente. Es una sensación ridícula. Podría ser un inicio de un mareo. Y efectivamente, el mareo le llega de golpe en cuanto ve una energía verde emanar de su cuerpo. Le recuerda algo del pasado. Sólo una vez había sucedido, a menos que hubiera sido parte de su imaginación. Había sido en presencia de su prima Trer, la primera vez que se habían encontrado. Levanta los brazos incrédula. La energía verde se mueve con ella. ¿Qué es?

    Un rayo de luz azul cerceta que brota imponente de la pantalla, la inquieta. Resopla. Siente la vibración de la energía. Existe una conexión entre esa energía anómala y ese rayo. Presiente que tiene que ver con el resplandor que se visualizó por la ventana de casa. Vuelve los ojos precavidos hacia su amiga Jessie y se da cuenta que esta vez no está viendo lo que ella ve. Su rostro define alegría y aquello es para espantarse. Me estoy volviendo loca, de seguro...de seguro… Piensa en el grito y en la dulce voz de su prima mientras pronuncia la palabra pesadilla.

    Trata de enfocar mejor los ojos. La película ha iniciado. Sin embargo, la pantalla despide la misma energía color cerceta que despide su cuerpo y las vibraciones se propagan. Empiezan a extenderse por el salón hasta unirse una con la otra. La conexión la asusta. ¿Qué quiere decir? Su movimiento inusual la aturde. Sigue flotando en el lugar estabilizada por la misma energía interactiva. Comprueba que nadie además de ella la percibe. Se vuelve intranquila. Todos están atentos a la película como si nada. No ven lo que ella está viendo. Su amiga suelta una carcajada vivaracha para confirmárselo.

    El rayo incandescente envuelto en esa energía aprovecha entonces para propagarse. Un extraño líquido color oliva fluye burbujeante. Ella misma entiende que es algo imposible. Cierra y abre los

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