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VERBEDINS - LA LEYENDA DEL ARCANO
VERBEDINS - LA LEYENDA DEL ARCANO
VERBEDINS - LA LEYENDA DEL ARCANO
Libro electrónico498 páginas6 horas

VERBEDINS - LA LEYENDA DEL ARCANO

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Información de este libro electrónico

Hace más de 500 años se inició un conflicto conocido como la guerra de las tintas. Todo provocado por la leyenda de un artefacto que es capaz de otorgar poderes sobrenaturales a las personas. Uno de los bandos buscaba el artefacto (Los Sinns) y el otro trataba de ocultarlo al mismo tiempo ue buscaba detener la guerra (Los Verbedins). Ninguno consig
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 jul 2020
ISBN9789585481473
VERBEDINS - LA LEYENDA DEL ARCANO
Autor

Dalvareze

Dalvareze se ha dedicado a la creación de contenido toda su vida, de manera profesional durante los últimos 10 años y principalmente relacionado a su trabajo como Director Estratégico dentro de una Agencia de Marketing Digital, lo que ha incluido la publicación de varios libros técnicos en el área. De forma más reciente, dio un giro de 180 grados para dedicar sus esfuerzos literarios a la ficción, decisión que se vio reforzada por el acuerdo de alinear proyectos y ambiciones con el equipo de Calixta Editores.

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    VERBEDINS - LA LEYENDA DEL ARCANO - Dalvareze

    Capítulo 1

    Imaginatio est clavem ad aspiciens…

    Imaginatio est clavem ad aspiciens…

    Imaginatio est clavem ad aspiciens…

    Cada vez que Daniela repetía esa frase, el latido de su corazón se hacía enorme, profundo, ya habían pasado once horas de una noche oscura y pesada, aquel quince de agosto. Luego de mucho rato, seguía sentada y acurrucada en el suelo. Las lágrimas en sus mejillas todavía estaban frescas y las luces azules y rojas de los carros policiales eran lo único que iluminaba la pequeña habitación en la que se encontraba.

    En su mano derecha sostenía un pedazo de papel. Lo retenía con algo de rabia, desespero y un poco de impotencia. Lo desdobló para poder leer una vez más, en voz baja:

    —Imaginatio est clavem ad aspiciens… —esperaba encontrar en esa frase alguna explicación a todo lo que había ocurrido y entender por qué, en un abrir y cerrar de ojos, ese día se había convertido en el peor cumpleaños de su vida.

    —Disculpe, señorita —escuchó Daniela mientras veía de reojo la sombra de, quien asumió era, uno de los detectives asignados al caso—, ¿puedo hacerle algunas preguntas?

    Ante la expresión casi muerta de Daniela, el detective quiso entender que sí podía interrogarla.

    —¿Cuál es su nombre, por favor?

    —Daniela Silver —respondió mientras volteaba a ver el rostro cansado del oficial.

    Este detective que no sabe nada, ni siquiera mi nombre, no va a ser capaz de resolver el caso, pensó.

    —¿Podría decirme cuál es su relación con la víctima?—preguntó mientras abría una pequeña libreta de anotaciones.

    Daniela regresó su mirada al suelo, convencida de la incompetencia del oficial, mientras hacía un gesto de risa sarcástica e indignada. ¿Cómo se responde esa pregunta? Podría comenzar por decirle que la víctima es la persona que se ocupó de ella y su hermano gemelo Andrés cuando sus padres fallecieron ocho años atrás. Quizás podría explicarle que era un tío de su mamá, tan especial que incluso personas que no eran de la familia le llamaban El Tío. Otra opción sería explicar que le había enseñado todo lo que sabía de la vida y era la única familia que les quedaba a ella y a su hermano. Cualquier respuesta significaba una pérdida de tiempo. Es imposible describir en una sola frase una relación como la que ellos habían construido.

    —La víctima es mi tío —resumió, tratando de sacarse al detective de encima.

    —¿Recuerda usted el momento en el que llegó hoy a este lugar?

    —Sí…

    Daniela había sido la primera en llegar a la casa. Una vivienda de dos pisos. En el primero, además de un par de salas y la cocina, había una tienda de antigüedades que servía de sustento para ellos tres. Ocupaba la mayor parte de la planta baja. Estaba llena de miles de objetos que El Tío había traído de todas partes del mundo en sus viajes, antes de que ellos nacieran. Algunos objetos eran espeluznantes; otros, mágicos e inexplicables, pero todos guardaban una historia increíble que los gemelos siempre habían disfrutado en escuchar.

    En el segundo piso de la casa había cuatro habitaciones y un par de baños. Cada quien tenía su cuarto y había uno más que servía como estudio. En ese estudio estaba Daniela, tratando de responder las preguntas del policía.

    —Cuando entré a la casa —continuó Daniela—, la puerta de la tienda estaba abierta y muchas cosas tiradas por el suelo. Entonces corrí al piso de arriba.

    —¿Estaba usted sola?

    —Sí —Daniela se limpiaba las lágrimas que ya no tenía—, Andrés no había llegado de buscar la torta para nuestro cumpleaños.

    —¿Nuestro?

    —Andrés es mi hermano gemelo —susurró Daniela bajando la voz en cada palabra— y hoy es nuestro cumpleaños.

    Con la mirada en ninguna parte, Daniela se perdía en sus pensamientos para darse cuenta de que esa estaba muy lejos de ser una verdadera celebración por sus dieciséis años. Estaba acostumbrada a una vida poco solemne.

    —Entiendo —la interrumpió el policía—. ¿Sabe usted de alguien que pudiese querer lastimar a su tío?

    —¡No, nadie! —subió la voz, indignada.

    El Tío era respetado y querido por todos los que lo conocían. Nunca se le había visto molesto o alterado por nada. Pensar que alguien lo quisiera lastimar se acercaba a un insulto.

    —No se moleste, señorita. Entiendo que las preguntas pueden ser incómodas, pero las hago con la intención de ayudarles. Creemos que de tratarse de un robo común, no hubiesen olvidado todas las piezas de oro que están en la tienda. Debemos investigar a fondo —por primera vez el oficial no parecía tan inútil a los ojos de Daniela.

    —¿Sabe usted si su tío tenía algo de algún valor especial que pudiese ser de interés para alguien? —continuó el interrogatorio.

    —No... —El Tío siempre fue muy sencillo y no le importaban mucho las cosas materiales. A pesar de haber sido responsable de cada uno de los miles, millones de objetos en la tienda, no se le veía apego sentimental a ninguno de ellos. Era su trabajo, no su vida.

    —¿Sabe de algún lugar donde su tío podría haber ido? Quizás tratando de escapar o esconderse —dijo mientras cerraba la libreta de anotaciones.

    Daniela recordó un lugar en específico, pero decidió mentirle al detective.

    —No.

    —Entiendo, no hay problema. Caramba… no hemos podido hablar con su hermano. ¿Sabe dónde podría estar?

    —Busque hacia el lado izquierdo de los árboles fuera de la casa... —respondió Daniela con la mente en otro lado.

    —Perfecto, muchas gracias y de verdad lamento que todo esto haya ocurrido. Feliz cumpleaños —dijo lo último por supuesto sin ninguna convicción.

    Daniela sonrió solo con sus labios.

    En el momento que el oficial salió del cuarto, Daniela se levantó de inmediato, guardó el papel en uno de sus bolsillos del pantalón y comenzó a deslizar su mano por la pared.

    Qué torpe soy, por aquí he debido empezar, pensó. Recordó cuando tenía solo nueve años; en esa misma habitación había encontrado un pasadizo secreto en la pared del lado derecho de la ventana, que llevaba a un cuarto. Cuando se movía el trozo de pared específico, se podía ver un túnel estrecho, en el que solo cabría una persona acostada a la vez. Estaba inclinado y, a manera de tobogán, permitía deslizarse hasta una recámara que estaba al final. Un espacio reducido, pero muy acogedor. Daniela, aquel día, siete años atrás, se había caído dentro del cuarto secreto y no encontraba la manera de salir. Su tío, que escuchó sus gritos pidiendo auxilio, llegó para sacarla del problema y calmarla, como siempre, explicándole que ese sitio estaba allí desde que compró la casa. Ahora lo tenía para guardar cosas muy importantes. Por lo que le pidió de manera insistente que mantuviese el secreto, incluso de su hermano.

    Daniela había sido fiel a su palabra y no le contó nada a nadie sobre aquel lugar, pero si había alguna pista de dónde estaba su tío, siquiera la más mínima esperanza, era definitivamente en ese cuarto secreto, por donde tenía que haber empezado desde el principio.

    Chequeó que no hubiese nadie alrededor y, como le enseñó su tío, hundió la pared en el punto específico para deslizar la puerta secreta. Mientras trataba de no hacer ruido y con un poco de esfuerzo, terminó de abrir el pasadizo.

    Un relámpago gigante reventó el silencio. Su luz iluminó todo el lugar. Debió haber iluminado todo el pueblo. Su potencia, además de asustar a Daniela, había hecho que las luces se apagaran. Una lluvia de gotas muy gruesas se hizo presente. El sonido sobre la madera vieja de la casa servía para determinar el tamaño de la tormenta, y esta vez, avisaba lluvia para el resto de la noche.

    Antes de poder asustarse, la luz regresó y Daniela pudo ver una luz encendida en el cuarto escondido.

    —¿Por qué está la luz prendida? —se dijo en voz alta a sí misma— parece que alguien... ¿será qué…?

    El desespero que sentía le hacía creer lo imposible y sin pensarlo dos veces, se deslizó hasta el fondo del túnel.

    Capítulo 2

    El Tío era dueño de un terreno enorme en el que su casa, grande por sí sola, ocupaba solo una pequeña porción del lugar. La propiedad estaba rodeada por una muralla de piedras, invisible detrás de las hambrientas enredaderas que la habían devorado. Solo una abertura en la extensa pared marcaba el inicio de un camino hecho de piedras que delataba el tiempo que tenía allí. El resto del lugar era un bosque lleno de una variedad y cantidad de árboles que parecían sembrados con cuidado para cumplir con un objetivo.

    No hacía falta un ojo muy fino para ver entre las ramas una estructura, cuyas conexiones creaban una red que permitía incluso recorrer el lugar sin tocar el suelo nunca. Era algo mágico y tenebroso al mismo tiempo. Una estructura grande y elaborada que lograba intimidar.

    El único espacio sin árboles estaba destinado para la casa, que podía verse al final del camino de piedras. Las paredes, puertas y ventanas estaban hechas de madera, como casi todas las casas antiguas en Monte Varetto.

    En algunos rincones, la madera estaba algo desgastada, esto le daba un aspecto único en la zona y la convertía en una casa difícil de olvidar. No estaba muy bien mantenida, pero tampoco le faltaba nada.

    Desde cualquier lugar siempre se podía escuchar el viento circulando entre la inmensa cantidad de ramas, zumbando y retorciendo algunas cuantas.

    Apenas se pisaba el primer escalón de la entrada, se percibía un leve olor a humedad, no desagradable, sino característico.

    En ese primer escalón se encontraba el detective, con una linterna, mirando hacia la izquierda de la casa como le había indicado Daniela. Buscaba a Andrés dentro del claroscuro del bosque, pero sin luz de luna que ayudara, resultó ser una tarea complicada.

    Las gotas comenzaron a caer sobre la punta de sus zapatos. Miró al cielo para medir la tormenta y una gota aterrizó entre sus ojos.

    En ese momento, otra patrulla comenzaba su entrada a través del camino de piedra. Andrés estaba en su lugar favorito de toda esa jungla. Allí aunque estuviese cayendo la más fuerte de las lluvias, las ramas lo protegían. Había estado ahí las últimas dos horas, desde que vio el primer carro de policía llegar. Prefirió que Daniela se encargara de la situación y ahora estaba evitando ser encontrado por el detective. Sin embargo, la llegada de la patrulla le hizo pensar que podrían ser buenas noticias y con un poco de remordimiento por haber dejado sola a Daniela, decidió bajar y ver más de cerca.

    El detective vio a Andrés aparecer desde la oscuridad del bosque sin que le importara mojarse bajo la lluvia. Se veía un tanto más alto que otros jóvenes de su edad y compartía el cabello castaño con su hermana, aunque completamente despeinado. El detective notó que para ser hermanos gemelos, había algunas diferencias físicas entre Andrés y Daniela, pero en definitiva se notaba que eran hermanos. Emm, no. Viéndolo bien, se parecen bastante, pensó para sí a medida que se acercaba más.

    Andrés era un aterrado valiente. A pesar del temor natural que le daba hacer cosas nuevas, solía sobreponerse y seguir adelante ante cualquier situación que le tocara, aunque su cara de miedo lo delatara. Su hobby, según Daniela, era molestarla. Según él, era patinar. Su patineta significaba para él muchísimas cosas y a pesar de su gran cantidad de amigos, desde la pérdida de sus padres, la tabla, y sus cuatro ruedas, era su amiga incondicional, sobre todo porque no lo regañaba tanto como Daniela.

    Con su cara de cansancio y tristeza por todo lo ocurrido, Andrés tuvo que correr el tramo final hacia la casa, huyendo de la lluvia que arreciaba. Subió hasta los escalones donde estaba el detective, quien tenía una cara similar a la suya.

    —Tú debes ser Andrés, mucho gusto —dijo al tenderle la mano—, yo soy el detective Piazzola y estoy encargado de la desaparición de tu tío.

    ¿Mi tío? Es El Tío, pensó ofendido. Vio al detective y se llenó de dudas, igual que su hermana. Sin pronunciar palabra y recordando que El Tío le había enseñado a ser educado por sobre todas las cosas, le dio la mano al policía y asintió con su cabeza.

    El oficial que conducía la patrulla se bajó corriendo, mientras se protegía de la lluvia con una mano y un paraguas cerrado en la otra. Dio vuelta al vehículo hasta la puerta trasera derecha y abrió el paraguas para proteger a su pasajero. Un pasajero que Andrés nunca hubiese imaginado.

    Capítulo 3

    Daniela estaba sentada en el cuarto secreto y no tuvo que mirar mucho a su alrededor para desilusionarse: su Tío no estaba allí.

    Con sabor amargo y nuevas ganas de llorar, Daniela siguió viendo a su alrededor mientras trataba de encontrar algo que la ayudara. En uno de los rincones, vio algo que reconoció o creyó saber qué era.

    El Tío les había prometido a ambos, a ella y Andrés, un regalo muy especial en su cumpleaños número dieciséis. ¿Será ese?, sospechó mientras veía un paquete grande como envuelto en papel de regalo. Parecía haber sido tirado allí por alguien que estaba apurado. Incluso tenía rota una buena parte del papel.

    Daniela lo tomó del suelo, sin predecir lo pesado que era. Se lo acercó mientras se sentaba y cruzaba las piernas. Con mucho cuidado lo observaba, con miedo a investigarlo, hasta que vio en uno de los lados una tarjeta.

    Para Daniela y Andrés en sus 16 años, ya es hora…

    El Tío.

    Casi había podido escuchar su voz mientras leía aquella dedicatoria escrita a mano.

    Es increíble, lo hizo una vez más, pensó sorprendida, mientras se daba cuenta de que El Tío le había dejado una pista, en lugar de un regalo.

    Él siempre jugaba con ellos a los misterios. Les dejaba pistas por toda la casa, mientras ellos trataban de resolverlos durante horas. Aunque sabía que esta vez no se trataba de uno de sus juegos, sintió esperanza.

    —Yo era la única que sabía de este lugar —empezó a deducir—. El Tío quería que yo encontrara esto. Lo ha debido dejar aquí antes de que se lo llevaran, pero ¿qué quiso decir con ya es hora?

    Salió con rapidez del cuarto secreto sin siquiera cerrarlo. No importaba. En ese armario había encontrado una pista. Había encontrado una esperanza.

    —¡Tengo que avisarle a Andrés! —salió corriendo.

    Capítulo 4

    Debajo del inmenso paraguas solo podían verse los pies del misterioso pasajero. Un vestido gris hasta los tobillos sobre unos zapatos agrietados de color negro, hicieron que Andrés arrugase el entrecejo. Junto al detective, retrocedió hasta chocar la espalda contra la puerta principal. En cámara lenta, y con mucha ansiedad, Andrés veía cómo al subir los escalones, el paraguas permitía ver un poco más a la mujer que ganaba diez años más con cada centímetro que se destapaba.

    En el momento que su rostro se mostró al fin, un segundo trueno acompañado de un parpadeo de las luces le dio escalofríos a Andrés. La señora tenía unos lentes gigantes que le permitían ver a medias. El cabello blanco y descuidado enmarcaba un rostro al que no le cabía una arruga más. Las mejillas le caían hacia cada lado de su boca, que se abría y zumbaba con cada respiro. Andrés con ojos abiertos trataba de esconder su cara de asombro, deseando que fuese Daniela quien estuviera ahí.

    —Tú debes ser el chico.

    ¿Quién es ella?, se preguntó Andrés extrañado y nervioso. El tono grave, pero fuerte no concordaba con la apariencia de la anciana. Ver los ojos desproporcionados, producto del aumento en los anteojos, le daba un poco de miedo y risa a la vez.

    —Andrés —titubeó el detective—, ella es la señora…

    —Milgred… —completó ella misma.

    —¡Milgred! Eso. El servicio de protección a menores la ha enviado para que los acompañe mientras nosotros continuamos con el desarrollo del caso.

    —¿Para que esté con nosotros? —preguntó preocupado Andrés—. Pero El Tío va a aparecer, ¿cierto?

    —Estamos haciendo todo lo necesario, pero como no existe ningún otro familiar, debemos proveer una persona que se ocupe de ustedes.

    Andrés no estaba resignado todavía a aceptar la desaparición de su tío y el hecho de que quien iba a estar a cargo de él y su hermana aparentara más de doscientos años de edad, no lo tranquilizaba.

    Daniela bajaba del segundo piso cuando vio a todos de pie en la puerta principal. Para evitar que le hicieran preguntas sobre el regalo, lo escondió debajo de la escalera y le puso encima el mantel de una mesa que adornaba absolutamente nada. Se acercó a la puerta.

    —Daniela, quiero que conozcas a Milgred —dijo el detective, señalando a la anciana que limpiaba con lentitud sus anteojos—. Ella estará acompañándolos mientras nosotros realizamos el resto de las investigaciones.

    Daniela miró a Andrés, quien encogido de hombros lanzó una mirada trágica.

    —Mañana vendrá un equipo de personas para ayudar a recoger el desorden que hay en la casa. Mientras tanto, creo que es mejor que vayan a dormir, han tenido suficiente por un día.

    Daniela solo podía pensar en el regalo. Lo mejor era seguir la corriente.

    —Sí, tiene razón, oficial. La señora Milgred podrá dormir en el cuarto de Andrés, que está en el segundo piso.

    Andrés cambió su trágica mirada por una incrédula queja de ojos abiertos, pensando que su hermana se había vuelto loca. Pero sin mencionar palabra, se quedó petrificado donde estaba. Daniela siempre había sido la decidida de la casa y el carácter relajado de su hermano le permitió siempre llevar la batuta.

    —Tú debes ser la chica —le dijo mientras pasaba por su lado.

    El aroma a polvo que dejaba Milgred a su paso sorprendió a Daniela, quien no podía creer la mala visión de su cuidadora o su habilidad para comentar lo evidente.

    —Mañana estaré por aquí temprano —dijo el detective. Se despidió de Andrés y salió apurado bajo la lluvia hasta la patrulla que esperaba.

    Andrés vio el carro marcharse y entró a la casa hasta donde estaba su hermana. Observó a Milgred subir las escaleras con muchísimo esfuerzo y poco avance.

    —A ese ritmo encuentran al tío antes de que ella llegue al segundo piso.

    Daniela lanzó una de sus miradas de regaño y la terminó con un golpe al hombro de su hermano.

    —¿Cómo puedes bromear en un momento como este? Realmente no entiendes nada. Vámonos a dormir.

    Andrés se sobaba el golpe sin saber qué había hecho mal. Claro que entendía la situación: El Tío había desaparecido y la vieja Milgred ponía los pelos de punta. Un tercer relámpago apagó de nuevo todas las luces por unos segundos. Era hora de dormir.

    Capítulo 5

    Andrés detestaba dormir en la cama gaveta de su hermana, pero sería mejor eso a compartir el cuarto con Milgred. Había dado muchas vueltas mientras intentaba dormir y justo cuando lo estaba logrando, sintió a Daniela sacudirlo del hombro.

    —Andrés, despierta —susurró—, despierta por favor. Tengo que mostrarte algo.

    Andrés la ignoró hasta que sintió el golpe de almohada.

    —¿Qué? ¿Qué pasa? ¡Déjame dormir!

    —¡Shhhh!… despierta y no grites, tengo que mostrarte algo que nos dejó El Tío.

    —¿El Tío nos dejó algo? —preguntó, todavía con un ojo cerrado.

    —Rápido, ve a ver si Milgred se durmió.

    Andrés salió al pasillo y de puntillas se acercó a su cuarto. Milgred se había quedado dormida en una silla, con la misma ropa con la que llegó. Los lentes le habían caído en las piernas, tenía la boca abierta y se podía oír un zumbido cada vez que respiraba. La imagen no era grata, pero confirmaba que estaba profundamente dormida. Andrés regresó al cuarto de su hermana.

    —¿Está dormida?

    —Yo creo que está muerta.

    Daniela sonrió ante el comentario y le hizo una seña a su hermano para que la siguiera. Con mucha cautela comenzaron a bajar por la escalera. Daniela buscó debajo del mantel donde había escondido el regalo, lo sacó y entraron a una sala grande opuesta a la entrada de la tienda. Le pidió a Andrés que hiciera espacio en la mesa baja que estaba en el medio. Mientras lo hacía, descuidado como siempre, tumbó un par de cosas de metal, haciendo un escándalo que despertaría hasta un oso hibernando. Ambos se vieron las caras pensando que Milgred se habría despertado. Esperaron en la oscuridad de la sala algún sonido que delatara la ubicación de Milgred. Un rayo que iluminó la sala y lo siguió de un trueno espantoso fue el único sonido que sintieron y aunque la tormenta convertía todo aquello en un misterio tenebroso, decidieron continuar.

    —¿Qué es todo eso? —preguntó desesperado.

    —¿Recuerdas que El Tío nos dijo que tenía un regalo especial para nuestro dieciseisavo cumpleaños?

    —¡No! —incrédulo de que el momento por fin hubiera llegado.

    —Tonto… este es —dijo mientras le entregaba la nota que venía con el paquete—, lo encontré en el cuarto secreto que está arriba.

    —¿Cuarto secreto? —eran demasiadas sorpresas al mismo tiempo.

    —Sí, arriba hay un cuarto secreto… pero eso no es importante.

    Daniela removió el papel de regalo por completo y pudieron ver los dos objetos que conformaban el regalo: un libro y una caja pequeña. Ambos se arrodillaron sobre la alfombra para quedar a la misma altura de la mesa, uno a cada extremo.

    El libro era inmenso. Daniela lo levantó y lo puso sobre sus antebrazos. Sobrepasaba sus manos, casi no lo podía sostener. Encima había una nota: Daniela.

    La caja pequeña era de madera, tenía unas marcas en la tapa que parecían dibujadas con pluma, de esas que se usaban para escribir hace muchísimo tiempo. De la misma forma, había una nota con la palabra Andrés. Cada quién tenía el suyo. Se miraron a los ojos con mucho miedo. Andrés y Daniela se entendían con solo mirarse, aunque llegaban siempre a conclusiones diferentes.

    Andrés tomó la cajita y la abrió como un niño, desesperado, para descubrir que en el interior había algo parecido a un reloj. Tenía toda la apariencia de ser un aparato que daba la hora y aunque tenía agujas, números, engranajes y todas esas cosas, no estaban colocados de la misma forma a la que, por lo menos él, estaba acostumbrado. Incluso los números no eran los mismos.

    Donde un reloj convencional tendría un tres, aquí se veía un uno, grande, de bronce. Parecía un número sacado de una máquina de escribir antigua, puesto sobre una mínima placa del mismo cobre desgastado. En lugar de un nueve, había un cero. Arriba se veía un uno y un dos, tal como se esperaría que estuviese el doce, sin embargo, una barra diagonal separaba ambos números, lo que Andrés entendió como una manera de escribir medio o mitad.

    —¿Qué es esto? ¿De qué sirve un reloj que mide desde el cero al uno? ¿De qué sirve medir medio?—preguntó en voz alta, para ser ignorado por su hermana, que ya no estaba a su lado. En honor a la fe que tenía en El Tío, decidió seguir su inspección del reloj.

    Tenía varias capas, cada una con información específica. Al final, en la capa más profunda, se veía un engranaje grande, como la rueda de una carreta antigua, pero de metal. En el centro se encontraba una bolita negra, no más grande que un guisante, con un aspecto de bola de cristal. Parecía tener algo adentro pero no se veía bien. El engranaje tenía pegado arriba una flecha de metal, que apuntaba desde el centro hasta el cero. Daba la impresión de ser la aguja del minutero. Hacia la parte de abajo, una placa de metal ondulada tapaba casi la mitad del engranaje. Allí hubiese estado normalmente el número seis, pero sobre la placa se veían dos círculos, uno más grande que el otro, con números y agujas. El más grande tenía números que empezaban en el cero y de diez en diez continuaban hasta el cien. Su flecha apuntaba a la derecha, donde estaba el cero. En el círculo pequeño se veía, en números romanos, abajo un uno, a la izquierda un dos y arriba un tres. Si de algo estaba convencido Andrés, es que aquello no era un reloj. Sería mejor describirlo como un no-reloj.

    Observó con detenimiento la flecha grande en el cero, quiso ver si a los lados se podía encontrar el círculo que siempre tienen los relojes y permiten ajustar la hora. Para su sorpresa se encontró en los lados de aquella cosa un par de relojes de arena muy pequeños. La arena sin embargo estaba abajo, como si el tiempo se hubiese gastado. Instintivamente volteó el no-reloj para ver que la arena no se movía, estaba petrificada, lo que hacía todo aún más extraño.

    —Es un hecho… El Tío no tiene idea de comprar regalos —concluyó en voz alta.

    Lo único que le gustaba era la correa de cuero ancha y gruesa que tenía el no-reloj. De manera inconsciente y como sin querer rechazar el regalo de El Tío, se lo puso en su muñeca izquierda. En ese momento sintió por dentro un relieve en la correa. Se lo quitó de inmediato y pudo ver tallada en el cuero la palabra Sumié.

    —¿Tú sabes qué significa Sumié? —preguntó a Daniela, mientras la buscaba por la oscura habitación.

    Capítulo 6

    Daniela había ido hasta una silla grande, ubicada en una sala más pequeña contigua a la principal, su preferida. Una silla de espaldar inmenso y orejas verdes acogedoras que olían a interminables mudanzas. Toda ella guardaba historias secretas, ocultas en cada hilo que la recorría. Con el inmenso libro sobre las piernas, se debatía entre abrirlo o no. Tenía demasiadas expectativas sobre aquel regalo, sentía que era la clave para encontrar al tío, pero no podía evitar el escalofriante vacío en el estómago ante la posibilidad de estar equivocada.

    El secreto de un misterio está en los detalles, una frase de El Tío cuando los misterios que les daba a resolver se tornaban imposibles. Pero hoy estaba sola, el obstáculo era inmenso, solo su hermano estaba con ella, el policía no ayudaría mucho y Milgred daba más miedo que tranquilidad. Y además, las pistas no podían compartirlas con los encargados del caso.

    Con ojos lentos comenzó a recorrer el libro. Era de cuero, seco y quebrado por los años. La portada, en extremo sencilla, tenía hundido en el centro unas letras incompletas. Se veían claramente una C y una L, luego una tercera letra imposible de leer, a la cual le seguía una V, una E y al final, con dificultad, se adivinaba que había estado una M.

    C L * V E M.

    Daniela comenzó a repasar su mente y en poco tiempo pudo hacer la relación. Sacó de su bolsillo el papel que había guardado más temprano y lo leyó una vez más: Imaginatio, est clavem ad aspiciens.

    Podría tener alguna conexión, ¿pero cuál?, se preguntaba inquieta.

    Ese papel se lo había dado El Tío cuando le prometió el regalo especial. Ante el desespero e impaciencia de Daniela, él había decidido entregárselo como una pista. A la fecha, Daniela no tenía idea ni siquiera de lo que significaba, pero viendo la portada de aquel libro, misteriosamente sencillo, sentía que pronto entendería un poco más. Con una bocanada de aire llena de esperanza, tapaba el vacío en su estómago y encontraba ganas de continuar.

    Un trueno gigante ayudó a recordar que la lluvia no había terminado, el destello hizo que Daniela llevara sus ojos a un signo que brilló hacia un costado del libro. Con mucho cuidado tomó el pesado regalo y lo volteó para tener un mejor ángulo sobre el lomo. Abajo estaba escrito, muy pequeño, con la misma técnica del título en la portada, una palabra que nunca había visto antes: Verbedíns.

    Con un ejercicio inútil en su memoria, no pudo encontrar esa palabra en ningún recuerdo; en definitiva era la primera vez que la veía. Era pegajosa, la repetía muchas veces en su mente: Verbedíns, Verbedíns, Verbedíns.

    A pesar de la novedad, se sentía familiar, como si ella fuese parte de esa palabra. Una sensación difícil de explicar. Sin embargo, lo que llamó más su atención fue el símbolo que estaba un poco más arriba, justo en el centro del lomo. Visto de reojo el símbolo podría parecer una cruz, pero con un poco más de enfoque, la figura se convertía en lo que parecía una llave, que daba ganas de usar para abrir lo que mantuviese cerrado.

    Al igual que el no-reloj de Andrés, se trataba de un objeto nada tradicional. Arriba, o por donde se sujeta para darle vueltas, tenía tres triángulos que apuntaban hacia afuera y formaban un lazo infinito. Daniela observaba la figura, mientras deslizaba su dedo índice por el borde de los triángulos, como dibujando la forma. Abajo, varios cilindros que iban disminuyendo de tamaño, terminaban en la parte de la llave que va dentro de la cerradura. Parecía la letra efe invertida, pero la línea pequeña apuntaba hacia el lado contrario. Era una figura que hipnotizaba a cualquiera, incluso Daniela había perdido noción del tiempo y estaba todavía bordeando con su dedo el contorno de la llave, abstraída en su forma.

    —¡Dani! —su hermano le hizo regresar—. ¿Qué tal el tuyo?

    —Todavía no lo sé, ¿tú?

    —Un reloj que es más viejo que Milgred…

    Daniela miró extrañada el objeto. Le resultó más interesante continuar con el libro.

    —Este libro también es viejísimo. Mira este símbolo, creo que se trata de una llave y aquí dice Verbedíns —Daniela volteó el libro sobre sus piernas—. Aquí dice CLAVEM.

    Miró a Andrés tratando de conseguir un cómplice para seguir adelante y, como siempre, se sintió acompañada por su hermano, quien asintió con la cabeza con desespero rogando que continuara. Ambos amaban los misterios.

    Abrió la pesada portada del libro y al igual que Andrés se desilusionó un poco con lo que había adentro. El libro no tenía letras, solo algunos garabatos, las hojas estaban cortadas en forma de molde donde cabría una llave, específicamente la llave que estaba dibujada en el lomo del libro, la única diferencia es que el hueco dentro del libro era mucho más grande, casi del alto de las hojas, prácticamente del tamaño del antebrazo de Daniela. Pero la llave no estaba. Aquel libro, sacado de un cuento de brujas, no serviría de nada. Daniela cerró la tapa, lo tiró al suelo, subió sus piernas y las abrazó para contener sus ganas de llorar. Andrés se agachó con paciencia de corazón puro y recogió con cuidado el libro y lo sostuvo para entregárselo a Daniela. Su sencillez compensaba las preocupaciones de su hermana.

    —El secreto de un misterio está en los detalles…

    Daniela levantó la mirada, tomó aire y levantó el libro dándole la razón a su hermano y lo colocó sobre sus piernas una vez más.

    —Tú eres la inteligente, tú siempre ves los detalles.

    Con más calma, ambos se quedaron atontados mirando el libro por unos minutos. Andrés le dio un vistazo a su no-reloj. Lo vestía en la muñeca izquierda.

    —¡Sumieeeee! —gritó mientras colocaba en forma de puño, como un karateka, su mano izquierda sobre el libro.

    —¿Qué te pasa? ¿Qué es Sumié? Casi me matas del susto —se quejó Daniela poniéndose las manos en el pecho.

    —No sé, pensé que tendría algo que ver. Me equivoqué, perdón… Sumié es una palabra que dice aquí.

    Andrés se quitó el no-reloj y se lo entregó a Daniela.

    —¿Qué es este reloj? No parece un…

    —Sí, ya sé —la interrumpió Andrés—, los regalos del tío apestan. Te presento mi no-reloj.

    —Sumié… —susurró Daniela—, Sumié… Verbedíns… Sumié, Sumié.

    Nada llegaba a su mente con esas palabras. Pero justo cuando se proponía darle una mirada más detallada al no-reloj, se percató de una frase que estaba al final de la página del libro, debajo del molde para la llave, una frase que pudo reconocer.

    —¡Mira, Andrés! ¡Mira!

    Daniela sacó de nuevo el papel que tenía en el bolsillo y se lo mostró a su hermano, quién luego de un rato leyendo, terminó más confundido.

    —¿Qué dice aquí?

    —Ese papel me lo dio El Tío hace unos años y me dijo que tenía que ver con el regalo. No sé cómo, pero siento que es una buena señal.

    —Iiimayinacho… es… —balbuceó Andrés.

    —Dame acá, tú no lo sabes leer.

    Daniela recordó las instrucciones de El Tío y dijo con total claridad:

    Imaginatio est clavem ad aspiciens.

    En el momento en que terminó de decir la frase una luz intensa comenzó a salir desde el interior del libro por la parte de abajo y empezó a recorrer lentamente todo el borde. Daniela lo soltó y se levantó de la silla al mismo tiempo. El libro quedó sentado en la gran silla verde.

    —¡Espeluznaaante! —dijo Andrés. Era un término prestado de El Tío, dicho a diario por él luego de escuchar un programa de radio sobre historias insólitas de la tierra. Ambos religiosamente se levantaban para escucharlo a las 5:50 de la mañana. Le recordaba al tío y lo mucho que disfrutaban juntos de los misterios. Esa palabra era un reflejo ante eventos que, al mismo tiempo, le causaban intriga y desasosiego.

    Nada detuvo la luz que rodeaba al libro hasta que recorrió todo su costado. Cuando la luz alcanzó la parte de arriba se apagó y una gaveta miniatura se abrió en la parte de abajo, revelando un compartimiento secreto. Ambos jóvenes estaban muy acostumbrados a presenciar cosas increíbles relacionadas a los objetos de la tienda de El Tío; aquello, incluso, no sería lo más extraño que habían visto, sin embargo, siempre estaban acompañados de él. Ahora en medio de la tormenta y solos en la oscuridad de la sala podían sentir la adrenalina acelerando sus corazones.

    Daniela riendo del nerviosismo y con una emoción inexplicable, jaló la gavetita y vio adentro un trozo de madera muy fina, desgastado, roto en su mayoría; un pedazo que se había arrancado de algo más grande y tenía tallados en la madera, de manera horizontal, cuatro símbolos muy extraños.

    Daniela metida por completo en su descubrimiento, pensaba que este era el misterio más grande que El Tío les había construido. Comenzaba a pensar que iba más allá de un simple juego o un regalo. Comenzó a observar la madera, lo que permitió a su cobarde hermano acercarse.

    —Dani, por detrás también tiene algo.

    Daniela lo volteó y vio, esta vez escritos a mano, sobre la madera, más recientes, los mismos cuatro símbolos en forma vertical y al lado palabras que sí entendía. Lucía como una

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