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Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje: Aulas emocionalmente positivas
Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje: Aulas emocionalmente positivas
Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje: Aulas emocionalmente positivas
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Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje: Aulas emocionalmente positivas

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Las emociones son un elemento clave en el proceso de aprendizaje. Pero, ¿cuál es exactamente su rol? ¿Pueden llegar a bloquear el aprendizaje? ¿De qué herramientas dispone el profesorado para gestionar las emociones del alumnado de manera positiva?
El libro combina prácticas educativas con las últimas evidencias científicas ofreciendo una guía esencial para comprender las emociones del alumnado y así poder trabajar con ellas en el aula. Con tal fin, realiza un recorrido por las investigaciones más significativas de la psicología y la neurociencia educativa, mostrando que, para asegurar el éxito escolar, el profesorado debe comprender en profundidad cómo y por qué los diversos estados emocionales se manifiestan en el aula.
Una completa y accesible introducción para llegar a comprender que cómo nos sentimos está intrínsecamente ligado a cómo aprendemos. La lectura ayudará a todas aquellas personas implicadas en procesos de enseñanza, formales, no formales e informales, a desafiar las ideas preconcebidas sobre las emociones.
Para segurar un proceso de aprendizaje positivo en niños, adolescentes y jóvenes, es necesario aprender a enseñar "con la emociones en mente".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 abr 2019
ISBN9788427725690
Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje: Aulas emocionalmente positivas

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    Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje - Marc Smith

    BIBLIOGRÁFICAS

    1

    Hablamos de las emociones

    ¿Puedo decir que durante todo este tiempo

    no he disfrutado

    trabajando con humanos?

    ¿Que sus ilógicas y locas emociones

    me resultan

    una irritación constante?

    SPOCK

    Spock estaba en lo cierto cuando afirmaba que las emociones son irritantes; a menudo se interponen en el camino, alteran nuestro comportamiento, nos obligan a actuar de maneras irracionales y nos molestan, ¿pero son ilógicas? A pesar de no haberme considerado jamás a mí mismo un Trekkie, siempre he sentido cierto grado de admiración por la raza vulcana; específicamente por el señor Spock¹. No puedo hablar Klingon y nunca he estado en ninguna de esas convenciones en las que la gente se viste como andorios o ferengis o cualquier otra especie alienígena representada en el universo Star Trek, pero siempre ha habido algo de Spock que me ha atraído. El atractivo era que Spock tuvo la capacidad de controlar sus emociones hasta el punto de que parecía totalmente ajeno a las mismas. Los vulcanos experimentan emoción (y de manera más extrema que los humanos), pero con el tiempo han aprendido a reprimirlas para vivir unas vidas más productivas y armoniosas.

    Las emociones no son ilógicas, aunque a veces puedan ser muy dolorosas. Dale Carnegie, el abuelo del movimiento de autoayuda, sugería que los humanos son criaturas básicamente emocionales más que lógicas (que es tal vez la razón por la que Spock las encontraba tan frustrantes); y tenía razón. El psicólogo americano Drew Western (autor de El cerebro político) ha dedicado la mayor parte de su carrera académica al estudio de los hábitos de voto del electorado de EEUU, y concluye que la gente rara vez toma decisiones lógicas en lo tocante a escoger su gobierno. Por el contrario, el comportamiento de voto es probable que sea más una respuesta emocional que lógica, un fenómeno que parece haber tenido algo de impacto en el referéndum de 2016 en el Reino Unido sobre el Brexit de la Unión Europea. Si nuestros hábitos de voto están alimentados por emociones, es altamente probable que otras decisiones lo estén también.

    Claro que seríamos más pobres de espíritu si las emociones no residieran en nuestro interior. Sin emociones nunca seríamos capaces de experimentar alegría, o perder la cabeza al ver por primera vez a nuestro recién nacido; nunca seríamos capaces de reír hasta que se nos salten las lágrimas. Y a la inversa, sin emociones nunca podríamos experimentar el amargo dolor de la pérdida, el deseo por alguien que hemos perdido o el sentimiento de empatía ante la visión del malestar de otro. No me gustaría ser como Spock, perdiendo la capacidad que no solo me hace humano, sino que me hace ser quien soy. Lo que Spock pasa por alto (y sí, entiendo que él es un personaje puramente ficticio) es que las emociones sirven a un propósito; que no son simplemente un desliz evolutivo. Por el contrario, son necesarias para la supervivencia humana.

    Las emociones nos hacen saber cuándo hay peligro, o cuando un amigo íntimo requiere de nuestra comprensión y apoyo. De hecho, esos humanos que exhiben falta de emoción son vistos en cierto modo como carentes de una función humana básica. Los individuos sin emociones parecen estar como fuera de lo normal o que padecen de cierto tipo de deficiencia, porque la sociedad valora las emociones y las considera como una cualidad humana básica.

    Las emociones también tienen su lado oscuro. La ira y la rabia pueden ser destructivas y conseguir que uno se dañe a sí mismo y a quienes se atreven a cruzarse en su camino. La tristeza extrema puede conducir a algunos individuos a dañarse a sí mismos o a abandonar la sociedad, desatendiendo la necesidad humana básica de conectar con los demás. Según la asociación de salud mental Young Minds, uno de cada diez niños con edades comprendidas entre los 5 y los 16 años sufre de un trastorno mental clínicamente diagnosticable. Vamos a poner esto en contexto. En cada aula escolar hay alrededor de tres niños que están lidiando con algún tipo de problema de salud mental. Por cada 12 o 15 alumnos, al menos uno se ha autolesionado deliberadamente. De hecho, en los últimos diez años los números indican que ha habido un 68% de aumento de la cantidad de jóvenes ingresados en el hospital por haberse autolesionado deliberadamente de alguna manera. Podría citar estadísticas aún más desgarradoras, pero espero que llegados a este punto haya conseguido transmitir mi mensaje.

    Estas estadísticas subrayan el poder de las respuestas emocionales a los acontecimientos externos. Las emociones guían y a menudo determinan el comportamiento, elevándonos primero y permitiéndonos después volver a chocar contra la tierra. Este libro no va de la salud mental adolescente; va de lo normativo y lo ordinario en vez de lo extremo. Sin embargo, merece la pena que pensemos y nos planteemos cómo es la vida emocional de los aprendices y sondear nuestro entorno. Si tomamos en consideración el espectro extremo del continuum emocional, tres niños en cada aula de clase tienen cierto tipo de enfermedad mental diagnosticable (una que tal vez haya pasado sin diagnosticar). Nos podríamos preguntar: ¿cómo impacta esto en su progreso educativo?

    Los estudiantes que están lidiando con sus propias emociones puede que estén invirtiendo unos preciosos recursos cognitivos simplemente en sobrevivir al día a día, es improbable que estén plenamente participando en el proceso de aprendizaje. Podría parecer que un determinado niño no está prestando atención o es indiferente, callado o introvertido; puede ser que los problemas se manifiesten en comportamientos disruptivos y desafiantes. ¿Y qué hay del alumno que constantemente se preocupa por aprobar un examen o sacar una buena nota de sus deberes, o del niño que está tan superado por la ansiedad que se descompone cuando se le plantea la más simple de las preguntas en clase? Los profesores están familiarizados con las frecuentes reacciones inusuales que reciben de los alumnos; algunas son puntuales, mientras que otras parecen arraigadas y habituales. Cuando yo era joven rara vez levantaba la mano en clase debido a la ansiedad (un trastorno con el que he peleado la mayor parte de mi vida), que inevitablemente me convirtió en blanco de algunos profesores que sentían que era su deber sacarme de mi cascarón. La verdad era que me gustaba bastante mi cascarón porque me hacía sentir a salvo. Es más, sabía que si llamaba la atención me aturullaría. El miedo a parecer incompetente hizo que me replegara aún más, de modo que cuando llegó el momento de que me hicieran una pregunta en clase, ya me había convertido en un tembloroso manojo de nervios.

    Estas ansiedades se disiparon, pero nunca llegaron a desaparecer. Como alguien que muestra rasgos introvertidos (evitaré afirmar ser un introvertido por muchas razones que describo en el Capítulo 9) también sé que me acerco a nuevos lugares, personas y situaciones con mucha precaución –casi con hipervigilancia–, siendo este uno de los rasgos que se asocian con la introversión.

    Cuando me hice profesor casi me había olvidado de mi ansiedad cuando era niño y, me avergüenzo al admitir que di por sentado que mis alumnos en cierto modo no sufrían de estas mismas ansiedades. Me costó algunos años ganar confianza como profesor, pero finalmente logré establecer cierto tipo de relación con la mayoría de mis alumnos (algunos alumnos simplemente te odiarán a pesar de ello y esto, en sí mismo, me supuso una conmoción). Creo que algunas personas son profesores natos, pero me doy cuenta de que algunos profesores no son de la misma opinión. A pesar de que siempre me he considerado cercano, con el paso del tiempo quedó claro que estaba muy equivocado. Necesité conocer a una estudiante de 17 años llamada Emily para ser plenamente consciente de esto.

    Emily siempre parecía muy capaz y segura de ella misma y daba la impresión de que su positividad no conocía fronteras. Cuando sus notas empezaron a caer en picado y empezó a saltarse clases, decidí que teníamos que tener una charla. Supe que Emily había tenido dificultades durante un tiempo, pero ella no pensó que pudiera pedirme ayuda. Crees que soy lista, pero no lo soy, dijo ella, ¿Cómo iba a decirte que lo estaba pasando mal y que tenía dificultades?. No estoy diciendo que este intercambio fuera cierto tipo de revelación, una epifanía que daría forma al resto de mi carrera, pero me hizo detenerme y tomar nota y pensar en cómo etiquetaba a los alumnos, tanto de manera positiva como negativa. Emily se había vuelto prisionera de sus ansiedades sobre su propio fracaso potencial, y se sentía como cayendo del pedestal en el que yo la había colocado. Estaba preocupada por no fracasar; y, como veremos en el Capítulo 10, el miedo al fracaso puede llevar a comportamientos muy destructivos.

    La ansiedad es tal vez la emoción negativa sobre la que más se ha investigado, centrándose en su impacto sobre el aprendizaje. Como yo cuando era más joven, los niños se aturullan; se olvidan de lo que han aprendido, malinterpretan enunciados y constantemente temen que se les dirijan preguntas en clase. Incluso pueden volverse mudos temporalmente si se les presiona para que respondan. La solución inmediata podría ser ayudar al alumno a relajarse o asistirle para que alimente emociones positivas.

    La relación entre emociones positivas y negativas es compleja y algunas áreas de investigación han vinculado erróneamente emociones positivas con resultados académicos positivos, y emociones negativas con resultados mediocres (Capítulo 3). Desenmarañar esta compleja relación constituye una pesada tarea y sin duda pasará un tiempo antes de que tengamos una comprensión más clara de cómo operan estos constructos. Por ahora, sea como sea, podemos intentar descifrar lo que actualmente sabemos sobre cómo las emociones (tanto las positivas como las negativas) impactan en el aprendizaje.

    LAS EMOCIONES NO SON ILÓGICAS

    Spock estaba equivocado; las emociones no son ilógicas. Los humanos son seres emocionales, de manera que el modo en que los individuos reconocen y regulan estas emociones puede tener un importante impacto en su trayectoria futura. Los psicólogos usan el término, en cierto modo extraño, de afecto para describir nuestra experiencia de las emociones y reconocen que el afecto puede ser tanto positivo como negativo. El término afecto es útil, simplemente porque esquiva la delicada pregunta de si las emociones existen en realidad. Esto podría parecer una afirmación extraña (especialmente cuando consideramos el tema de este libro), pero la naturaleza subjetiva de las emociones puede significar que su misma existencia puede ser cuestionada.

    Probablemente, parecerá que uso los términos afecto y emoción de manera intercambiable. Solo quisiera dejar constancia de que, normalmente, me estoy refiriendo a la misma cosa; pero, por conveniencia, usaré indistintamente ambos, afecto y emoción, a pesar de sus diferencias.

    Las emociones afectan a las personas de diferentes maneras. Las emociones también están profundamente arraigadas en el lenguaje, en lo que puede ser una persona emotiva o alguien que está en contacto con sus emociones o alguien que valora sus intuiciones, que a menudo desafían toda lógica. A otros se les puede decir que permitan que sus emociones se interpongan en la toma de decisiones racional y lógica. También hay algunas profesiones en las que ser capaz de mantener bajo control las emociones es preferible a otra alternativa.

    Durante los primeros tiempos de la psicología se prestó especial atención y hubo un gran interés por las emociones, pero su dependencia de la introspección condujo a un declive como área de investigación seria, ya que la psicología luchaba para reafirmar su lugar en tanto que disciplina científica seria. Durante muchos años, las emociones no se consideraron como un área de investigación, tal vez en parte debido a su naturaleza subjetiva y al hecho de que es un terreno bastante resbaladizo; las emociones cambian constantemente, pasando de un extremo a otro. Además, son bastante difíciles de cuantificar porque nunca podemos estar seguros de que la emoción que yo siento sea la misma que la que otra persona siente en la misma situación. La gente reacciona de manera diferente en diferentes situaciones y nuestro comportamiento puede, a veces, ir en contra de las normas sociales, especialmente en situaciones traumáticas.

    A pesar de estos problemas, la investigación está volviendo ahora al estudio de las emociones, en tanto que las nuevas tecnologías y técnicas de investigación brindan maneras más efectivas de comprender su papel en la vida de la gente. Es más, un número cada vez mayor de científicos están ahora investigando el vínculo que existe entre emoción y función cognitiva, esto es, sobre aspectos relacionados con la memoria, el aprendizaje y la atención; y este nuevo campo de investigación está aportando información sobre el modo en que las emociones afectan a nuestra manera de pensar y aprender, así como sobre por qué surgen en la persona de manera natural. Otros están investigando sobre cómo las emociones impactan en el éxito futuro, en el fracaso en el trabajo, en el deporte y en la vida normal de las personas, y están planteando preguntas sobre de qué manera factores como la regulación emocional influyen en nuestra vida futura.

    EL APRENDIZAJE ES MÁS QUE COGNICIÓN

    El aprendizaje es un proceso complejo y va más allá del mero proceso de almacenamiento de información en la memoria a largo plazo para ser recuperada después; la memoria no trabaja siempre así. Decir que el aprendizaje es simple cognición es como decir que montar en bici consiste sólo en pedalear. Cuando aprendemos a montar en bici, una de las principales habilidades que debemos aprender es pedalear, pero también necesitamos equilibrar y aplicar los frenos cuando sea necesario para evitar colisiones y para hacer que la bici se detenga.

    El proceso de aprendizaje requiere la participación de procesos cognitivos, pero sin otros procesos denominados no-cognitivos el aprendizaje simplemente no tendría lugar. El proceso de aprendizaje, por tanto, implica procesos cognitivos, procesos emocionales y procesos sociales.

    Procesos cognitivos. Este proceso es tal vez el más importante. La cognición tiene que ver con los procesos de pensamiento implicados en el reconocimiento, almacenamiento y recuperación de información. También incluye otros procesos cognitivos como la percepción y la atención. Sin embargo, pueden tener lugar formas básicas de aprendizaje sin memoria (como se ha visto en individuos con severos déficits de memoria), y los recuerdos en sí mismos son a menudo altamente inexactos.

    Procesos emocionales. El modo en que nos sentimos durante el aprendizaje puede mejorar o alterar la manera en que almacenamos la información recibida durante ese proceso de aprendizaje y la capacidad de recuperar la información almacenada tras el mismo. Emociones específicas, como por ejemplo la curiosidad, pueden mejorar, mientras que otras, como el aburrimiento, pueden verse alteradas.

    Procesos sociales. El aprendizaje no puede tener lugar en un vacío. Las relaciones pueden promover o suprimir la capacidad de participar en cualquier acontecimiento de aprendizaje. Esto es particularmente importante durante las primeras etapas de aprendizaje, cuando los niños están desarrollando sus habilidades sociales y empezando gradualmente a comprender lo que supone formar parte de un grupo.

    A pesar de que este libro trata específicamente de los procesos emocionales en el aprendizaje, en realidad los tres componentes: cognitivo, emocional y social, operan juntos.

    ¿Cognitivo o no cognitivo?

    A medida que aumenta la presión sobre el rendimiento de los alumnos y desciende el bienestar de nuestros jóvenes (y aumentan los problemas de salud mental), investigar el papel de estas cualidades humanas básicas parece un camino obvio a recorrer. La investigación básica ya existe, pero hasta el momento no ha logrado cosechar ningún resultado real en el aula. Recientemente, ciertas habilidades han sido identificadas como no cognitivas y se relacionan con algunos atributos como la resiliencia, la personalidad y el coraje; y, aunque puede argumentarse que todos los atributos personales implican cierto tipo de control y regulación cognitiva, el concepto brinda una manera útil de distinguir un grupo de habilidades de otras. Pero, desgraciadamente, muchas de ellas rara vez se implementan de manera uniforme. A menudo las definiciones se usan de manera diferente². Ciertamente, el papel de las emociones y de la regulación emocional conforma un componente clave en nuestra capacidad de lidiar con los reveses y con el fracaso.

    Existe una indudable relación entre emociones y cogniciones. Una intervención en resiliencia que parezca incluir características emocionales es también la más ampliamente usada. El Penn Resilience Programme, diseñado por destacados psicólogos y la Universidad de Pennsylvania, se basa en el punto fuerte de una personalidad optimista, y sugiere que, alentando una mirada optimista y positiva de la vida y el aprendizaje, podemos mejorar el bienestar de los individuos.

    LA REVOLUCIÓN DE LA PSICOLOGÍA POSITIVA

    Desgraciadamente, rara vez debatimos la vida emocional de los aprendices a menos que sus emociones negativas sean causa de preocupación, como puede ocurrir con la ansiedad extrema o con una depresión incapacitante. Rara vez vinculamos las emociones al proceso de aprendizaje y rara vez se nos ocurre que muchas reacciones emocionales pueden ser causadas por el propio proceso de aprendizaje. De hecho, cuando hablamos de la enseñanza y el aprendizaje rara vez se hace mención al papel que la emoción puede jugar en el éxito y fracaso, más allá del ocasional debate sobre su existencia u otros conceptos como la inteligencia emocional. De manera similar, la psicología suele estar más preocupada por el tratamiento de la enfermedad mental que por la prevención de la misma.

    Esta situación ha empezado a cambiar con el auge de lo que se conoce como psicología positiva, asociada con el estudio de la felicidad y el bienestar. Mientras que los principios de la psicología positiva siguen siendo bienintencionados, hay una preocupación creciente en torno a su metodología y rigor científico, a pesar de que el movimiento ha sido popularizado por algunas destacadas figuras de la psicología. El Penn Resilience Programme, por ejemplo, surge a partir de la psicología positiva y ha habido ulteriores teorías e ideas (algunas de las cuales discutiremos más tarde) que se han desarrollado a partir de este movimiento. Sin embargo, la premisa errónea de la persecución de la felicidad ha obligado al movimiento a modificar su énfasis a lo largo de los años. Aunque la investigación realizada bajo la bandera de la psicología positiva puede, desde luego, ser útil, también con frecuencia puede resultar perjudicial.

    ¿TENEMOS QUE EMOCIONALIZAR LA EDUCACIÓN?

    Una preocupación que inevitablemente emerge cuando planteamos todo el tema de las emociones dentro de un entorno educativo se vincula con lo que ha pasado a conocerse como la emocionalización de la educación. Las inquietudes se centran en la idea de que estamos tomando dificultades normales de la vida y reformulándolas, en cierto modo, en términos de cierto tipo de déficit psicológico, siguiendo la tendencia de las sociedades angloamericanas hacia un ethos más terapéutico.

    La ansiedad y el miedo son emociones cotidianas normales experimentadas habitualmente por los alumnos, incluso antes de que la educación formal se convirtiera en norma. Cuando yo estaba en la escuela no había conversaciones sobre niños con necesidades educativas especiales, no había asistentes del profesor para ayudar a los alumnos que iban más retrasados en el aprendizaje, ni había especiales intervenciones para ayudar con la ansiedad que producen los exámenes. Pensando en aquellos días oscuros en los que los profesores enseñaban y, si bien había unos pocos en los que se pudiera confiar que apoyaran a los niños emocionalmente, muchos ni siquiera pensaban en la manera en que sus alumnos se las arreglaban en ese aspecto. Hoy día, las estanterías de nuestras librerías están llenas de guías de autoayuda y psicología popular; el desarrollo personal es un gran negocio y el auge de los programas de intervención psicológica da testimonio de este tipo de cambios. La educación se está preocupando cada vez más de aligerar el estrés y de enseñar habilidades para manejarse con los vaivenes de la vida diaria. Incluso en nuestro trabajo como profesores somos más conscientes que nunca del equilibrio entre el bienestar y la vida laboral, y oímos cada vez más hablar sobre desarrollo de la personalidad, mindfulness y formación en resiliencia.

    La emocionalización de la educación es una respuesta a los cambios producidos en la educación y a las presiones que hace 30 o 40 años no existían. Recuerdo muy poca presión para hacer los exámenes para ir a la universidad de modo que, en consecuencia, dejé la escuela a los 16 con unos resultados más bien mediocres. Hoy veo que los alumnos tienen una presión que yo nunca tuve, más la que tienen los profesores que nunca pareció existir cuando yo estaba en la escuela. Los ránkings han añadido presión a las escuelas, y estas presiones a menudo se transmiten a los alumnos que están preocupados por llegar a las calificaciones que se esperan de ellos. Existe la expectativa de que la mayoría de ellos deje la escuela para ir a la universidad (tanto si lo desean como si no), presionándoles para sacar las notas adecuadas a ese perfil.

    La realidad es que sin duda hay más presión sobre los jóvenes hoy en día que hace tres o cuatro décadas, y esta presión parece crecer al tiempo que aumenta la dependencia de los exámenes oficiales. Este tipo de presiones empiezan desde edades tempranas, y hay evidencia de que niños con solo 6 o 7 años ya empiezan a compararse con sus compañeros (parecen estar desarrollando la orientación hacia las metas de rendimiento que discuto en el Capítulo 2), por ejemplo, desapuntándose de algunas materias porque se les ha situado en un grupo o equipo de bajo rendimiento.

    Pero quiero subrayar que los profesores no son profesionales de la salud mental —y no se debe esperar que actúen como si lo fueran— aunque ellos están efectivamente en contacto con jóvenes, más a menudo que cualquier otro colectivo. Debería por tanto tener sentido para la profesión que los docentes sean conscientes de los problemas emocionales y de las maneras en que estos impactan sobre el aprendizaje. Digo conscientes porque lidiar con éxito con problemas emocionales extremos es asunto de profesionales formados; los profesores están formados para enseñar, no para lidiar con problemas de salud mental. De todos modos, aunque hay cierto debate en torno a la existencia de una crisis en la salud mental de los niños, es indudable que hay un problema de bienestar que es necesario abordar. Aunque este libro toca algunos de los problemas en el extremo final del espectro, su objeto principal gira en torno a las funciones normativas de la emoción y el aprendizaje.

    LAS EMOCIONES ESTÁN VINCULADAS A LAS METAS DEL ESTUDIANTE

    Hay claras evidencias que indican que las emociones surgen como resultado de valoraciones vinculadas con nuestras metas; más exactamente, nuestras metas de logro. Esto es también más relevante para la educación y el aprendizaje, ya que las metas juegan un importante papel en el proceso de aprendizaje. Si aceptamos la premisa de que las acciones humanas se dirigen a las metas, y pocos datos hay que indiquen lo contrario, entonces de ello se sigue lógicamente que a las metas subyacen acciones, pensamientos y emociones. Lisa Linnenbrink-Garcia, una psicóloga educativa de la Universidad de Michigan, ha ampliado este tema sugiriendo que las metas son centrales para la vinculación que existe entre motivación, cognición y emoción (véase, por ejemplo, O’Keefe y Linnenbrink-Garcia, 2014). Otros, como Reinhard Pekrun, en la Universidad de Munich, han corroborado ulteriormente que las emociones surgen de los juicios que hacemos acerca de lo exitosos que somos a la hora de lograr nuestras metas, de la importancia de estas metas, y de hasta qué punto nos sentimos capaces de lidiar con los problemas que surgen (Pekrun et al., 2007). Desde luego, la idea que subyace aquí es que todas las metas son metas de logro (y estas son desde luego las más relevantes en el aprendizaje), pero otras metas pueden también jugar un importante papel. Las escuelas son algo más que aprendizaje y logro académico; otras metas como el sentido de pertenencia juegan un importante papel, tanto en el bienestar como en el éxito académico. La sensación de pertenencia a una escuela, un curso o un determinado grupo puede conducir a mayores sensaciones de bienestar y, en consecuencia, a un mayor deseo de participar en el proceso de aprendizaje.

    Va quedando claro, con todo lo anteriormente expresado, que las emociones son una parte crucial e inevitable del proceso de aprendizaje. Esto queda especialmente patente cuando hablamos de emociones como la ansiedad (Capítulo 6). En sociedades que dependen fuertemente del uso de reválidas o pruebas de fin de ciclo, aquellos alumnos que son incapaces de lidiar incluso con mínimos niveles de ansiedad sufrirán más que aquellos que son menos ansiosos. Se ha descubierto que la ansiedad ante los exámenes tiene un efecto perjudicial sobre una forma específica de memoria conocida como memoria de trabajo. La memoria de trabajo es un tipo de almacenamiento a corto plazo usado para manipular información que ha sido recogida de nuestro almacén de memoria a largo plazo. Si cierras los ojos y cuentas el número de ventanas en tu casa, estás tomando el recuerdo de tu memoria a largo plazo y transfiriéndola a la memoria de trabajo. Una vez allí, puedes imaginar cada parte de la casa y hacer un recuento del número de ventanas. Ocurre lo mismo cuando trabajamos el cálculo mental y todo tipo de resolución de problemas, desde instrucciones simples, hasta crucigramas y Sudokus.

    La memoria de trabajo es también el lugar donde guardamos las instrucciones que nos han dado otras personas. De modo que, un profesor puede pedirle a la clase que termine de escribir la frase con la que está trabajando y que dejen los bolígrafos y entreguen su trabajo. Los niños con problemas específicos de la memoria de trabajo pueden tener dificultades para seguir instrucciones porque su memoria de trabajo simplemente no tiene esa capacidad. En consecuencia, puede que se olviden de terminar la frase y de dejar el bolígrafo y, en su lugar, simplemente entreguen el trabajo. Esos niños que sufren de ansiedad puede que experimenten problemas similares,

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