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Profesores, alumnos, familias: 7 Pasos para un nuevo modelo de escuela
Profesores, alumnos, familias: 7 Pasos para un nuevo modelo de escuela
Profesores, alumnos, familias: 7 Pasos para un nuevo modelo de escuela
Libro electrónico282 páginas2 horas

Profesores, alumnos, familias: 7 Pasos para un nuevo modelo de escuela

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Este libro aspira a convertirse en una mesa, un lugar en el que se encuentren tres modelos de escuela -la de los profesores, la de los padres y la de los alumnos- que siguen hablándose a espaldas. Habla de pasos, de estrategias que nos ayuden a convertir la educación en uno de los deberes y compromisos más interesantes y gratificantes que tenemos como adultos. La primera parte propone siete pasos, siete propuestas para mejorar y hacer más efectivo el modelo de relación y aprendizaje entre profesores y alumnos. En la segunda parte, los siete pasos buscan que padres y profesores encontremos las técnicas que nos permitan sentirnos comprometidos en un proyecto común.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 abr 2017
ISBN9788427722835
Profesores, alumnos, familias: 7 Pasos para un nuevo modelo de escuela

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    Profesores, alumnos, familias - Lourdes Bazarra

    ed.

    I

    PROFESORES Y ALUMNOS:

    7 pasos para

    hacer deseables los lunes

    1

    Buscamos hacernos interesantes

    (1.er Paso)

    "La gente suele gastar grandes sumas de dinero, muchísimo tiempo y considerables

    esfuerzos a la hora de alcanzar y conservar la belleza, y sin embargo, a pesar de que lo merece

    aún más, pocas personas dedican un empeño similar a ser interesantes. Incluso las personas

    corrientes pueden resultar tremendamente interesantes y la clave no es tanto ser muy

    inteligentes como tener una mente despierta y fértil, con ganas de hacerse muchas preguntas,

    y sobre todo, jugar con las ideas.

    Al volvernos más interesantes, somos capaces de hacer que los demás también lo sean.

    Puede que cueste, pero se puede hacer."

    EDWARD DE BONO¹

    AQUÍ ESTAMOS. Los tres de la portada –los autores–, y usted; acabamos de encontrarnos. O tal vez ya nos hemos leído antes, o nos hemos conocido en un curso. A este lado estamos nosotros tres. Sentados en un banquito, al borde de cada página. No somos George Clooney, ni la Roberts ni la Pataky (no se puede tener todo). Pero aquí estamos con usted, juntos. Hablando y escuchando. ¿Por qué nos hemos elegido? ¿Ha sido el color de la portada? ¿El tacto del papel? ¿Echó un vistazo a la contraportada o al índice y sucumbió? ¿Dónde ha elegido que nos encontremos por primera vez? ¿Vamos juntos en el transporte público? ¿Estamos en un despacho? ¿Sentados en un cómodo sillón? ¿Por qué estás páginas son más interesantes e importantes en este momento que cualquier otra cosa?

    Escribimos un libro con el deseo de que alguien quiera permanecer con nosotros. Con lo que contamos y compartimos. Conseguir durante el trayecto que el otro no sólo nos lea, sino que piense, que hable, que sienta. Que escuche. Que complete el libro desde el otro lado. Es nuestra meta. Y la primera impresión, en los seres humanos, es una impresión crucial pero injusta si uno se queda anclado en ella (todos necesitamos tiempo para abrir, para mostrar, para convencer, para dejarnos querer y para querer).

    ¿Por qué queremos que algunas personas, algunas palabras, permanezcan en nuestra vida? ¿Por qué nos resultan interesantes? Piense en personas y en temas que provoquen su curiosidad, que le llenen de deseo la imaginación y las neuronas, y procure explicar por qué:

    Imagínese que alguien (animémonos, seguro que más de uno) hubiera puesto nuestro nombre en PERSONAS interesantes. ¿Por qué nos elegiría? ¿Qué nos hace singulares y apetecibles? ¿Y si uno de los muchos que nos cita fuera un alumno? ¿Por qué decidiría poner nuestro nombre en medio de todas las posibilidades que le da su realidad?

    Si uno piensa en la vida en las aulas, seguro que llega a la conclusión de que es necesario introducir mayores dosis de seducción en la escuela. Alumnos y profesores tendríamos que considerar un deber el hacernos apetecibles, interesantes y valiosos. Provocarnos un interés y una curiosidad mutuas. Que mirar el reloj y ver en el horario nuestros nombres, nos pusiese una sonrisa en la cara, la certeza de a ver qué descubrimos hoy. Un profesor y un alumno deberían emplear mucho tiempo en hacerse interesantes, en convertirse en referencia de crecimiento, de aprendizaje, de posibilidades. Los alumnos interesantes nos hacen mejores como profesores. Y los profesores interesantes hacen descubrir a sus alumnos lo mejor de ellos mismos. Entonces, ¿por qué elegimos lo anodino tantas veces, lo repetitivo, lo preestablecido? Padecemos nuestro propio aburrimiento. Y el aprendizaje exige unas dosis iguales de esfuerzo y placer para convertirse en imprescindible.

    Partimos muchas veces de que lo interesante lo es por sí mismo. Creemos que es algo que no puede aprenderse, construirse. Uno entra en una sala, sale a la calle, escucha una voz y ya sabe qué es interesante. A veces sucede así. Pero, en la mayoría de los casos, lo interesante necesita ser descubierto, creado. Cuántas veces nos sorprende alguien porque ha mirado de un modo distinto algo que nosotros también habíamos visto pero sin comprender o sin entender.

    Hace unos años, la publicidad de un coche tenía bajo los ojos de Picasso, Einstein, Madame Curie, una frase que decía: Sólo hay una forma de ver las cosas hasta que alguien nos enseña a verlas de otro modo. El interés de las cosas lo descubre también la curiosidad con la que nos acercamos a ellas, si somos capaces de observarlas no desde lo previsible o ya conocido. Expuestos a dejarse sorprender. La vida no es aburrida. Es aburrida la forma en que la miramos. Quizá por eso, los más inquietos y felices son los que aprenden a descubrir posibilidades.

    A veces conviene recordar que Einstein era un alumno anodino. Incluso problemático debido a sus carencias. Los profesores lo miraban desde una plantilla en la que quedaba prefijado cómo debía de ser, pero en la que no aparecía el deber de mirarlo como era y como podía llegar a ser. Miremos nuestra clase, si es que estamos ejerciendo como educadores, nuestra casa, nuestro entorno ¿cuántas cosas potencialmente interesantes hay? ¿Cuántas dan para una pregunta, para una pequeña historia? Adentrarse en el interés, en la seducción, es adentrarse en la forma en que interpretamos el mundo: como algo conocido o como algo por descubrir.

    ¿En cuánto ponemos imaginación e interés? Cuando alguien pone curiosidad y afecto al mirarnos, los seres humanos, instintivamente, deseamos hacer real lo que el otro intuye en nosotros. El interés es una provocación al movimiento, a compartir, a la creatividad. Sin embargo, cuando llevamos mucho tiempo realizando una actividad, tendemos a compartir siempre determinados rasgos de nuestro carácter. Determinadas habilidades de nuestra personalidad. Determinadas actividades. Eso nos pasa a alumnos y profesores. Jugamos roles cerrados en los que damos por supuesto el interés y terminamos aburriéndonos.

    Lo interesante que puede haber en un aula viene de la mano de las personas. De lo que hacemos. De lo que somos. Por eso quizá, la primera pregunta importante a la que tendríamos que ser capaces de responder antes de adentrarnos en temas, metodologías, evaluación y horarios es la de por qué merece la pena trabajar con nosotros. ¿Qué hay de interesante en mi persona, en mi modo de hacer y de ver las cosas? Y ésta es una pregunta que no es sólo para los profesores. Es un deber también para los alumnos. Muchos de ellos creen que el valor de una clase está en manos exclusivamente del profesor.

    Esa idea de que la responsabilidad absoluta del éxito o del fracaso depende de nosotros los educadores, el haber situado a los alumnos como espectadores, les ha permitido convertirse en pequeños jueces que se sienten perfectos porque no juegan. El mejor jugador de fútbol es siempre el que ve el partido desde casa. Desde el asiento siempre se sabe muy bien qué hacer. Cuando hay que actuar, la situación es más compleja. Jugar nos hace humildes, flexibles, receptivos. Los alumnos, como el profesor, deben asumir desde el principio que somos los artífices de la construcción de un equipo. Su calidad, su valor, dependerá de que seamos capaces de conocer y compartir lo mejor de nosotros mismos.

    ¿QUÉ NOS HACE INTERESANTES?

    En los primeros días de clase deberíamos saber de qué potencial partimos y personalizarlo: qué aportaremos cada uno de nosotros al perfil que caracterizará al grupo. Convertirlo en descubrimiento (porque nos paramos a pensar) y en compromiso (porque lo vamos a compartir y a hacer posible). Detrás de este primer paso está el conocimiento de uno mismo. A veces nos ocultamos demasiado detrás de lo fácil, de la rutina, de lo conocido. De la inercia. Y es que verbalizar en el aula y dejar constancia por escrito de las posibilidades que vamos a poner en juego para convertir la vida en la clase en un espacio apasionante, es también un buen modo de (auto)evaluación del profesor y del grupo y sus miembros a lo largo del curso.

    Este ejercicio tan sencillo, profundizaría en la autoestima, el respeto y la corresponsabilidad. Nos obligaría a ponernos en el deber de elegir no sólo de esperar, como le ocurre a uno de los personajes en la novela de Harry Potter: "Pronto tendremos que decidir entre lo correcto y lo que es fácil".

    Y lo correcto es conocer, descubrir, potenciar, compartir, todas las posibilidades interesantes de las que estamos hechos y disfrutarlas asumiendo que exigen un enorme esfuerzo:

    De conexión con uno mismo : ¿Qué es atractivo en nosotros, en nuestra persona? ¿Por qué podemos producir interés o curiosidad? ¿Cuánto misterio cultivamos?

    De conexión con la vida : ¿Qué nos sigue produciendo curiosidad? ¿Perplejidad? ¿Con qué nos sentimos implicados?

    Queremos disfrutar del placer de las cosas pero nos agota su conquista antes de iniciarla. Sobre todo porque culturalmente estamos habituados a la satisfacción rápida que nos permiten las cosas simples. Sin embargo, ¡qué apetecible es tener gente interesante y valiosa a nuestro alrededor! Buscarlas, encontrarlas, permitirles descubrirse y descubrirnos. Las cosas importantes nos obligan a convivir con la estrategia, con el tiempo. Nos obligan a disfrutar de lo pequeño. A situarnos un peldaño por encima de lo material. En el ámbito del conocimiento, de la ternura, de la risa, del desconcierto, de lo posible.

    En la escuela estamos olvidando descubrir con los alumnos la seducción de lo lento. La que va ligada al conocimiento, al misterio y a los afectos. Algunos de los ejes que dan sentido a la escuela necesaria. Frente a esa posibilidad, seguimos prefiriendo escuelas predecibles a escuelas aventura. Sacrificamos la felicidad por la comodidad. Aunque a la larga nos haga sufrir más.

    Sin embargo, los tiempos que vive hoy la escuela nos obligan a abandonar dos territorios muy pisados aún por nosotros los profesores: la comodidad y el pesimismo. Dos lujos que sólo nos podemos permitir cuando vivamos buenos tiempos. En la Era del Aprendizaje, la escuela y sus participantes estamos llamados a ser vanguardia, referencia social. Y esa fuerza necesita de individualidades capaces de hacerse equipo. Un equipo que sea percibido como valioso, profesional, interesante y capaz por los alumnos, por las familias y la sociedad.

    Los profesionales del aprendizaje basamos gran parte de nuestro valor en nuestra persona como eje global. En la capacidad para convertir en conocimiento la experiencia y enseñar a los otros a conseguirlo. Esa capacidad depende mucho de nuestra curiosidad y apertura. Tendemos a pensar que enseñamos una sola cosa: a escribir, a leer, a manejar el cuerpo, lengua, matemáticas, ciencias, filosofía, dibujo… pero no es cierto. La realidad es que a través de una destreza, una materia, enseñamos muchas más. Enseñamos a pensar, a analizar, a relacionarnos, a conocernos. Enseñamos y aprendemos a vivir. Hacer posible ese aprendizaje nos obliga a estar en permanente contacto con la vida, y mantener un pensamiento imaginativo y crítico. ¿Desde dónde alimentamos todo eso?

    Proponemos un "Cuestionario [‘del 3’] para Profesores", en el que pongamos fecha a las cosas que nos movilizan y causan interés. ¿Se renuevan? ¿Vivimos demasiado desde lo que ya hemos vivido? Hagamos la prueba.

    Pero no pensemos que éste es un análisis que nos obliga sólo a nosotros. El deber y el placer de la cultura y la curiosidad es una exigencia también para los alumnos. Es necesario que sepan y compartan el mundo en el que están y que sean capaces de ir más allá de él. Una clase es un puente que no puede sostenerse desde un solo lado. Y ellos, adaptándolo a la edad de los niños o adolescentes con los que trabajamos, deben ser conscientes de lo que están dispuestos a poner en juego dentro del grupo y en el desarrollo de la clase, porque es una suerte coincidir con ellos. Y que asuman ese placer y esa responsabilidad con ellos mismos y con los otros.

    Cuanto más sabes sobre el mundo, más interesante te parece (aunque decía Goethe que el conocimiento provoca inquietud). Y no debemos olvidar que cuanto más interesante sea el mundo para un niño, más ganas tendrá de conocerlo.

    Según Donata Elschenbroich, lo que viene a continuación es

    TODO LO QUE HAY QUE SABER O HABER EXPERIMENTADO A LOS 7 AÑOS:

    1. Querer ganar y saber perder.

    2. Entender qué significa portarse mal.

    3. Haber perdonado a un adulto un castigo injusto.

    4. Poder experimentar que tu propio cuerpo flota en el agua.

    5. Ayudar en casa: haber cocinado, limpiado, hecho la cama y pasados días enteros al lado de su padre.

    6. Donar algo de dinero a un mendigo o a un músico callejero.

    7. Conocer diferentes relaciones familiares: tío, prima, madrina, …

    8. Haber participado en una pelea doméstica con almohadas.

    9. Conocer el cuento de Hansel y Gretel, y otras alegorías elementales sobre el abandono y la seguridad.

    10. Ir a un museo de curiosidades: apreciar el mensaje de las cosas. Entender su prestigio, su antigüedad, su permanencia tras la muerte. Conocer un castillo. Sentir que el mundo cambia. Saber que la abuela se crió de otra forma. Escoger un objeto para guardarlo y pasarlo a sus propios hijos.

    11. Hacer una colección de algo.

    12. Saberse el número de urgencias o de emergencia para niños. Conocer los sistemas de ayuda y vigilancia.

    13. Saber guardar un secreto: sólo entre tú y yo, queda entre nosotros.

    14. Recordar una promesa cumplida.

    15. Compartir con un adulto una cuestión sin resolver: esto no lo sabe nadie.

    16. Haber subido a un árbol.

    17. Querer estar guapo, tener sentido del estilo: este jersey no me queda bien.

    18. Haber mediado en una pelea. Y haberse mantenido al margen.

    19. Examinar el nervio de las hojas y las líneas de la propia mano.

    20. Escuchar su propia voz. Saber imitar el sonido de los pájaros y otros animales. Provocar y oír el eco. Cantar su nombre.

    21. Saber tomar un recado por teléfono, guardarlo y darlo.

    22. Tener claro que no todos los deseos se cumplen por igual.

    23. Haber negociado o cambiado una norma. Saber qué es una excepción.

    24. Conocer el color de los propios ojos; haber pintado un autorretrato.

    25. Notar su pulso, el de algún amigo y el de un animal.

    Tras leer esto último, los alumnos deberían pasar también por su propio "Cuestionario [‘del 3’] para el Alumno":

    Éste es nuestro equipaje. El viaje, lo que vamos a realizar, estaría establecido en dos partes:

    Lo que el programa indica que tenemos que aprender (el equipaje)

    Lo que podemos aprender juntos a partir de eso (el viaje)

    Estos dos elementos (el equipaje y el viaje) es lo que tendremos que evaluar a lo largo del curso, no sólo al final. Valorar un viaje el último día es restarle posibilidades al durante. Y en esa evaluación, como brújula, deberían ir el interés, la curiosidad, la consciencia de estar creciendo. La acción, la contemplación a las que nos invita el misterio cuando está basado en el conocimiento, en la bondad. En la belleza. Sentir que cumplimos el poema de Kavafis. Y que éste no es un proyecto sólo de la escuela. Es también un proyecto de padres. De adultos. El proyecto de una sociedad. Y que es juntos como hacemos posible Ítaca.

    "Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

    debes rogar que el viaje sea largo,

    lleno de peripecias, lleno de experiencias.

    No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

    ni a la cólera del airado Poseidón.

    Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

    si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

    emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

    Debes rogar que el viaje sea

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