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Cómo personalizar la educación: Una solución de futuro
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Libro electrónico422 páginas5 horas

Cómo personalizar la educación: Una solución de futuro

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La educación personalizada es una concepción pedagógica que pretende dar respuestas a las exigencias de la naturaleza humana para conseguir que cada hombre o mujer llegue a ser la mejor persona posible. Es una educación realista que origina un estilo integrador y abierto, reflexivo y crítico, exigente y alegre. El libro expone no sólo en qué consiste la educación personalizada, sino además cómo puede llevarse a cabo con los medios ordinarios propios, de cada Centro educativo, sin costes adicinales de ningún tipo, en las aulas normales, con el mismo profesorado de cada plantilla y sea cual sea el tipo de Institución educativa (de iniciativa estatal o social). Es un libro eminentemente práctico, con abundantes claves de solución para la mayoría de las necesidades del profesorado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 feb 2018
ISBN9788427724273
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    Cómo personalizar la educación - Juan J. Javaloyes Soto

    alegre.

    1

    Los fundamentos

    PUNTO DE PARTIDA: SITUACIÓN ACTUAL

    LA PROLONGACIÓN MEDIA de la vida y una mayor valoración de la cultura han originado una mayor amplitud de la escolarización obligatoria, con la consiguiente elevación del saber medio. La democratización de la enseñanza ha producido un hecho de indudable valor: facilitar la igualdad de oportunidades en la educación.

    Refiriéndonos a la educación institucionalizada, podemos comprobar que en la actualidad hay más escuelas, absoluta y relativamente consideradas, que jamás hubo. Hay más puestos escolares en todos los niveles educativos, desde la educación infantil hasta la universitaria. El espectáculo que ofrece el progreso científico y técnico es maravilloso. Hoy la vida es mucho más cómoda para un elevado número de personas, y se han ahorrado dolores inconmensurables a bastantes seres humanos. Parece que las gentes habrían de estar más satisfechas que nunca con el desarrollo de la educación.

    Sin embargo, justamente acontece lo contrario. Se tiene la impresión de que a medida que se extiende la educación, se extiende también el descontento. A más educación, más insatisfacción, más frustración. "La humanidad –dice Marañón (1960: 54-56)–, está angustiada, como en las grandes épocas de su inquietud colectiva. Los hombres siguen su afán de cada día, en apariencia con el mismo entusiasmo, debajo de las mismas banderas, al son de los mismos himnos. Pero en las miradas furtivas con que unos a otros se observan, al avanzar, se lee el mismo juicio unánime: no es esto, no; no es esto". Hechos llamativos como la delincuencia, la inseguridad, la miseria, la ignorancia y la violencia extendidas por el mundo y las aulas, el fracaso escolar, la drogadicción, la desorientación indefensa ante tantas solicitudes contradictorias como al hombre se le ofrecen, la falta de criterio propio que responda a una adecuada escala de valores, la incapacidad para la vida familiar, etc., son manifestaciones de la silenciosa frustración personal que se rumia cuando el hombre insatisfecho se encuentra consigo mismo.

    ¿Qué está pasando? ¿Por qué la educación escolar no proporciona lo que de la escuela se espera? Sobre todo porque se ha convertido en una máscara, en una simulación; pues en lugar de desarrollar las posibilidades del hombre, ha vaciado su existencia del contenido específicamente humano. No satisface ni atiende las exigencias de la naturaleza humana, conduciendo al hombre a su despersonalización, que es tanto como decir a su desnaturalización. Esto se manifiesta en algunas corrientes de pensamiento pedagógico que, al operar con una visión parcial de la persona humana, dificultan un planteamiento educativo globalizador. La propia frustración respecto a los resultados escolares nace del mismo vaciamiento aludido. El hombre se siente frustrado porque de la educación espera obtener ventajas materiales y sociales, pero también razones para vivir.

    De todo ello se puede inferir que el problema educativo no es sólo cuestión de cantidad sino, además, de calidad, dado que la mayor cantidad de instituciones educativas, de medios materiales y económicos, etc., no ha ido acompañada de una mayor satisfacción. Porque la educación es una tarea difícil, compleja, vulnerable a las adulteraciones. La calidad no se refiere simplemente a lo que un objeto es, sino que indica si una cosa es mejor que otra siendo ambas de la misma especie. Como se ve, la idea de calidad se refiere más estricta y directamente al bien, a lo bueno que hay o deja de haber en algo.

    Por eso no basta con dar mucha educación a muchos, sino buena a todos. Y sólo será buena cuando responda a lo que realmente es el hombre, que viene determinado por su naturaleza. Es decir, sólo será buena la educación cuando proporcione todo lo que exige la naturaleza humana. Se hace necesario, pues, conocer qué es lo propio de la naturaleza humana y de la persona que la encarna, cuáles son las motivaciones o valores que definen su puesto en el mundo, cuál es el papel de los agentes educativos (padres, profesores, alumnos….), y educar de acuerdo con estas exigencias (Forment, E. 1989: 77).

    La necesidad, pues, de conocer lo que es la persona, para ofrecer una explicación profunda y última del proceso educativo, revela que la persona es el fundamento de la educación. Si la educación tiene su origen en la persona y ella es también su destinataria, si la educación es de la persona y para la persona, hay que reconocer que se apoya y cimenta totalmente en la misma. A ello responde la educación personalizada.

    LA PERSONA EN SU SER

    Algunas consideraciones sobre la idea de persona

    Siguiendo a Forment, E. (1989:77-82), el pensamiento contemporáneo, especialmente el del siglo XX, ha desarrollado una filosofía personalista que parece considerar al hombre como persona y exaltar su valor sobre todos los demás seres, que son, por tanto, impersonales. Bajo la denominación de personalismos se incluyen posiciones diversas, de forma que se trata propiamente de corrientes personalistas. No obstante todas tienen un denominador común, puesto de relieve por Mounier al afirmar: Llamamos personalismo a toda doctrina y a toda civilización que afirma el primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sustentan su desarrollo (Mounier, 1965: 72; Lacroix, 1971 y 1973).

    Ahora bien, ser persona, para determinados personalismos, no es poseer unas características esenciales propias que permitan actuar al hombre libremente, de un modo personal; por el contrario, significa obrar de tal manera que el individuo, mediante sus actos, devenga persona, que es así algo que hay que conquistar por sí mismo y, por tanto, una autocreación. La persona no es un principio o constitutivo esencial, raíz de todas las posibilidades personales. No es el origen de un proceso, sino el fin de una actividad autocreadora totalmente libre. En definitiva, la Educación Personalizada se ocupa plenamente de la persona y la respeta en todas sus dimensiones partiendo de la base de que todo hombre o mujer, independientemente de sus condiciones o circunstancias, tiene per se plenitud de dignidad.

    Este planteamiento que pone la dignidad de la persona humana en el centro de cualquier consideración educativa nos lleva a hacer una serie de consideraciones de gran calado en cuanto a una mayor comprensión del ser humano y a las importantes implicaciones pedagógicas y didácticas que conlleva.

    En nuestros días reviste particular interés la gran diferencia que hay entre considerar a la persona como principio o considerarla como resultado. Si la persona se entiende como principio, implícitamente se dice de ella que es origen de sus acciones, libre y por consiguiente responsable. Si, por el contrario, la persona se entiende como resultado, sea de factores sociales, sea de factores biológicos o técnicos, difícilmente se le puede atribuir libertad y responsabilidad algunas, ya que la persona humana vendría determinada por tales factores anteriores a ella (García Hoz (1982: 92). No se nos escapan las repercusiones en cuanto ambiente en las aulas, por ejemplo, que se pueden derivar según un planteamiento u otro.

    Si pensamos en cuestiones como la absolutización de la técnica, la enorme influencia de los medios de comunicación y los desproporcionados intereses comerciales (consumismo) podríamos hablar de algo así como una fuerza despersonalizadora. Una frase de Skinner (1977: 240), creador de la Enseñanza Programada, puede servir de muestra: Es necesario abolir al hombre como esencia, como autonomía, refugio de la ignorancia antropológica de la historia, para empezar a comprender la complejidad de la conducta de cada hombre condicionado por sus múltiples y sutiles contingencias históricas. Nos preguntamos acerca de qué puede ocurrir en el mundo educativo, si la actividad escolar se deja llevar exclusivamente por la actividad externa y útil desde el punto de vista material, si los medios de comunicación dificultan el proceso interior de reflexión y valoración humanas y si las empresas productoras y comerciales estimulan explícita e implícitamente un modo de vivir y de consumir que ofrece al hombre de hoy no muchas posibilidades de ser persona.

    Un explicable pero desde nuestro punto de vista insuficiente y equivocado planteamiento sería considerar, según el contenido del párrafo anterior, que la técnica, los medios de comunicación o el consumo de bienes son esencialmente elementos contrapuestos a la persona. Consideramos que afirmar la dignidad de la persona humana no implica en absoluto denostar la bondad de lo realizado por la mano del hombre. Proponemos más bien orientar la técnica, los medios de comunicación, la ciencia, etc., al servicio pleno de la persona humana de forma que se pueda hablar de técnica personalizada, información personalizada, comercio personalizado, etc. Una educación de calidad incluiría necesariamente, como exigencia de la esencia misma de persona, una enseñanza-aprendizaje que, poniendo a la persona en el centro conceptual y operativo, esté en estrecha relación con la sociedad.

    Si se considera por ejemplo que "La naturaleza humana es el complejo de las relaciones sociales" (Gramsci, 1974: 94), ¿cómo puede ser una persona protagonista de su vida? Afirmando la importancia que, como ser social que es, tienen para el desarrollo humano las relaciones sociales nos parece un punto de vista más amplio considerar que la persona es algo más que sus relaciones. En el fondo, todo proceso, o concepción intelectual, que de alguna forma fomente un pensamiento idéntico en todos los miembros de la sociedad, considerando a la persona exclusivamente desde su condición de miembro de un grupo, dificulta que la persona camine hacia su completa realización; la educación puede convertirse fácilmente en un medio de adoctrinamiento al servicio de la política o de cualquier otro grupo cerrado que impida, o dificulte, el libre desarrollo humano de sus miembros. Por otro lado es necesario no confundir la autonomía de la persona con el individualismo cerrado a una plena y positiva inserción social; para lograr avances significativos en la plenitud humana es necesario ser capaz de crear y mantener un rico tejido social.

    Hay por otro lado una cuestión paradójica que podríamos presentar como la contradicción que puede darse entre un ambiente escolar, entre un posiblemente aparente avance de la libertad personal, y la presumiblemente generalizada no aceptación de la autoridad de los educadores, padres y profesores. ¿Es posible lograr avances en la libertad de todos cuando conceptualmente se considera la libertad como ausencia de normas? ¿No se trata más bien de la eliminación de la libertad de muchos promovida por unos pocos que imponen sus caprichos y egoísta voluntad?

    Una consecuencia de la dignidad de la persona es afirmar, proteger y promover el derecho de toda persona humana a tener sus propias opiniones aprovechando todas las ocasiones posibles para que los educandos, hijos o alumnos, aprendan a pensar por cuenta propia huyendo de todo tipo de adoctrinamiento despersonalizador. Ahora bien, una visión parcial de lo que es el sentido crítico puede llevarnos, de significar la capacidad de no aceptar pasivamente ninguna aseveración sin preguntarse por el valor que tiene, según los fundamentos en que se apoya, a interpretarse como una actitud negativa, de rechazo de todo lo que venga de los demás, especialmente de los que de alguna manera están constituidos en autoridad.

    Una condición para que la persona que se está educando alcance un grado adecuado de desarrollo personal posible parecer ser la aceptación de la realidad que, demasiadas veces, se ve sustituida por meras opiniones no contrastadas. Si las palabras se vacían de su contenido objetivo para llenarse de la significación que cada uno les da, se acaba haciendo imposible el diálogo; el hombre se ve reducido a un mero juego de impulsos primarios, sensitivos, en definitiva exclusivamente al ámbito biológico.

    Siguiendo el conocido ejemplo de Ortega y Gasset referido a lo que ocurre cuando desde distintos puntos de vista dos hombres miran el mismo paisaje coincidimos con él al declarar sin sentido esa forma de pensar que puede llevar a considerar que la perspectiva del otro ha de ser falsa por ser distinta; ahora bien, aunque distintos observadores vean un mismo objeto desde distintos ángulos ¿el objeto no tendrá unas propiedades propias independientemente de cómo sean observadas? ¿Por el hecho de ser percibido visualmente de distinta forma según diferentes observadores, tendrá el objeto simultáneamente diferentes formas? Si no aceptamos la existencia de una realidad que exista independientemente de cómo sea percibida ¿qué sentido tiene investigar si todas las conclusiones, aún contradictorias, son aceptables?

    Hacia un concepto integral de persona

    A la vista de lo expuesto podemos preguntarnos: entonces, ¿qué es la persona y, en consecuencia, en qué ha de consistir su educación? Para responder a estos interrogantes se hace necesario aclarar antes algunos conceptos que constituyen el quid de un concepto auténtico, real, de la persona y de su educación.

    En primer lugar nos encontramos con el concepto de naturaleza, que es el fundamento de todo lo demás. Con frecuencia oímos hablar de la naturaleza del hombre y, en general, de la naturaleza de las cosas. Pues bien, la naturaleza es lo propio de cada uno de los distintos tipos de seres, lo que tienen en común. Si esto lo aplicamos a los seres humanos, podemos afirmar que su naturaleza es lo que todos tienen en común; o lo que es igual, un ser es hombre en la medida en que su naturaleza es la que corresponde al ser humano, y no a la de los vegetales, o animales. La naturaleza del hombre es, pues, lo que le es propio, lo que le hace ser precisamente hombre y no otro tipo de ser distinto. Yo, pues, soy hombre por naturaleza, porque mi naturaleza es humana.

    De acuerdo con Millán Puelles (1984-a:36-37; 1984-B: 460-461; 1995:46), la naturaleza es, ante todo, un principio de actividad, del que emerge, como de un último fondo constitutivo de cada ser, la integridad de las operaciones respectivas.

    Ahora bien, ¿qué es lo propio de la naturaleza humana, es decir, su esencia? Sencillamente, la racionalidad, porque confiere la capacidad de hacerse presente el ser propio y el de las demás realidades. La racionalidad es, en consecuencia, principio de las operaciones propias del ser humano. Pero la racionalidad, a la hora de actuar de un modo concreto y próximo, se manifiesta mediante el entendimiento y la voluntad, constituyéndose así en las facultades específicamente humanas a través de las cuales opera. La naturaleza humana, en consecuencia, es el principio dinámico de las operaciones del hombre, llevadas a cabo mediante el entendimiento y la voluntad. De aquí se deriva la dignidad humana: sólo el hombre es digno, o lo que es lo mismo, de entre todos los seres de este mundo, sólo el hombre tiene dignidad por naturaleza.

    Al afirmar que el entendimiento y la voluntad son los principios próximos de la naturaleza humana, conviene precisar que, de acuerdo con las operaciones que les son propias –conocer o entender, y querer–, han de entenderse como grandes capacidades nucleares que incluyen, cada una de ellas, una variadísima gama de capacidades concretas que las constituyen y sirven de indicadores; sirvan de ejemplo las inteligencias múltiples identificadas por Gardner, entre otros (Gardner, H., 1994).

    A su vez, a medio camino entre ambas capacidades nucleares se encuentra lo que en la actualidad se denomina inteligencia emocional, que es definida por Goleman (1996: 98) como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y con nosotros mismos. En términos filosóficos, Zubiri lo denominó inteligencia sentiente (Zubiri, 1980).

    Pues bien, retomando el camino podemos decir que lo propio del hombre es ser operativo, o sea, operar, actuar con la inteligencia y con la voluntad, que constituyen su naturaleza. Por tanto, para que el hombre sea tal, no se puede omitir la operatividad. Lo que al hombre le hacer ser hombre es, precisamente el no poder no-hacer, ya que ésta es su naturaleza. Si la educación ha de corresponderse con la naturaleza humana, tendrá que ser siempre una educación que responda a su carácter operativo, inteligente y volitivo.

    A partir de este concepto de naturaleza humana llegamos sin dificultad a perfilar lo que es la persona. Anteriormente hemos repetido con frecuencia el término ser. Ahora bien, ¿qué es el ser? El ser es lo que hace real a cada individuo. La naturaleza, según se ha dicho, es lo común a todos los individuos que la encarnan. Pero en la realidad lo que existen son seres concretos, individuos que tienen la misma naturaleza, pero que no se confunden: un árbol concreto es sólo un árbol, no varios, y es distinto de otro, aunque ambos tengan la misma naturaleza –que es la que les hace ser árboles–. Por lo mismo existen hombres concretos, todos con la misma naturaleza, pero distintos entre sí. Lo que hace real a cada hombre es el ser persona. El ser del hombre consiste, pues, en ser persona real. La noción de persona radica por tanto en el acto real y concreto del hombre. Por eso cada persona es única, es lo único de cada quien, es irrepetible, es ella y sólo ella: no hay dos personas iguales, porque el ser persona radica en lo que cada hombre tiene de único, propio, singular.

    La naturaleza humana, pues, se encarna en individuos concretos que se llaman y son personas. Cada persona es, pues, el principio de sus operaciones llevadas a cabo por el entendimiento y la voluntad. La noción de persona humana incluye en sí la naturaleza del hombre, pero no en abstracto, sino en la realidad concreta de cada hombre y mujer individual. También se incluye el significado de unidad en la idea de persona.

    Junto a ello, hay que añadir el carácter ético propio también de la persona humana. Tal carácter aparece porque cualquier acto humano encierra un valor positivo si hace real un bien, o un valor negativo si incide en el mal. Tampoco se entendería la persona humana si se la viera como un ente aislado. El profesor López Quintás da particular relieve al carácter "relacional" o apertura de la persona y su desarrollo mediante la creación de ámbitos. La exigencia de seguridad y dignidad personal, por otra parte, se hace patente en la relación con el mundo, así como en la necesidad de vías y relaciones adecuadas para el ejercicio y sentimiento de la solidaridad humana.

    Resumiendo, la persona está constituida por una serie de notas o propiedades esenciales que, como tales, forman parte de su naturaleza. Estas notas son la singularidad, la autonomía, la apertura y la unidad.

    De acuerdo con todo lo expuesto, podríamos definir a la persona como Individuo encarnado, singular, autónomo, abierto y sexuado, que hace real la naturaleza humana en tanto principio consistente, dinámico y unificador de sus operaciones.

    Notas que constituyen a la persona

    En la anterior definición se ponen de manifiesto una serie de notas de la persona, cuyas características, al hilo de lo expuesto por García Hoz (1988-a: 25-36; 1993: 171-179) enriquecido con nuestras aportaciones y las de otros autores, veremos seguidamente.

    Principio consistente de actividad, intencional, creativo y unificador

    Las diferencias humanas se manifiestan básicamente en el obrar de las personas. La persona como principio de actividad hace realidad las posibilidades que ésta tiene. En la persona radica la energía o fuerza necesaria para que una posibilidad se convierta en realidad o, con otras palabras, que una aptitud se manifieste en actos. Desde este punto de vista, la persona es causa de sus actos, y en consecuencia origen, porque es menester la actuación personal para que un acto se realice.

    Este ser principio de actividad tiene tres cualidades estrechamente vinculadas: ser intencional, ser unificador y ser creativo. Los actos de la persona son intencionales porque van orientados a un fin que los unifica, consistente en la aspiración a la verdad, a la belleza y al bien, es decir, a la perfección. La vivencia personal de este fin es la que corresponde a la alegría o felicidad razonable. Por su parte, el carácter creativo de los actos personales les diferencia esencialmente de los actos animales o mecánicos. Éstos siguen siempre normas previamente establecidas por la naturaleza biológica o por la ciencia técnica. Por eso, es en el acto creativo donde se pone de relieve el carácter específicamente humano que los actos del hombre pueden tener.

    Singularidad. Creatividad

    De acuerdo con Moreno, P. (1989: 121-124), la singularidad se refiere a la capacidad de existir por (en) sí y no en otro. Indica no sólo distinción cuantitativa de las personas entre sí (separación real y diferenciación numérica), sino también distinción cualitativa en virtud de la que cada persona es quien es, diferente de las demás e irrepetible. La singularidad de cada persona es la característica que la constituye de un modo determinado.

    En efecto, la singularidad implica individualidad, por la cual el ser es indiviso en sí y separado de otro. Sólo la persona hace posible la distinción entre el algo y un alguien. Pero además, por ser alguien", la persona se manifiesta como principio, agente y creadora de su propia actuación, nó como resultado.

    Es un hecho que la capacidad de volverse sobre sí mismo es un rasgo característico y privativo de la persona. Este reflexionar-se es causa de que en ella tomen un particular significado e importancia dimensiones tales como intimidad, silencio, soledad, sufrimiento, alegría, creatividad. Intimidad se refiere a lo más interior. La dificultad en comprender qué es la intimidad se debe básicamente a su inmediatez y evidencia. De ahí que el cultivo de la intimidad deba ser, desde el punto de vista de la singularidad, objeto importante de la educación personalizada.

    La singularidad desemboca necesariamente en la integridad personal. El hombre íntegro, entero, no es un conglomerado de actividades diversas, sino un ser capaz de poner su sello propio personal en las diferentes manifestaciones de su vida.

    Por otra parte, la singularidad hace al sujeto consciente de sus propias posibilidades y de sus propias limitaciones cuantitativa y cualitativamente consideradas ambas, tanto por lo que se refiere a su vida interior como en relación con el mundo que le rodea que hace que el conocimiento de sí mismo sea susceptible de una utilización práctica en el ámbito de la prudencia. La orientación tiene aquí su fundamento más claro.

    La manifestación dinámica de la singularidad personal es la originalidad, cualidad que permite considerar a alguien origen de algo. zubiri (1986: 25-63) lo denomina principio de originación. En la medida en que el origen de alguna realidad está en la actividad de un ser, se atribuye a éste la cualidad de creador. Ser original es tanto como ser creador. Si la creatividad se manifiesta en la solución nueva de un problema fáctico o de expresión, se infiere que sólo merced a la capacidad creadora es el hombre capaz de progreso.

    El desarrollo de la creatividad es también un principio unificador del proceso educativo. Todos los caminos por los que discurre la actividad confluyen en la creación, que puede ser concebida como arrancada de una íntima tendencia personal, comprometiendo a todas las capacidades del hombre y resumiendo sus actos en la unidad de la obra creada. El cultivo de la creatividad es el quehacer más propio, y más completo, de la educación personalizada.

    Por otra parte la creatividad, montada en el relieve diferencial de la persona, sirve para evitar la despersonalización y masificación propias de la sociedad técnica en que vivimos. Aunque la creatividad es una actividad muy compleja, sí se puede afirmar que no es un don poseído por unos pocos, sino una propiedad que todos los hombres tienen en mayor o menor grado.

    Apertura. Comunicación. Solidaridad

    En el hombre se da una necesidad existencial de apertura a los otros. En primer lugar, se encuentra con unas relaciones que le vienen impuestas por la existencia de otros sujetos con los que ha de convivir (trabajo, vida social…). En segundo lugar están las relaciones familiares que no se dan en otra comunidad, por una parte, y por otra, a medida en que el hombre va evolucionando, es capaz de proyectarse a una familia constituida sobre la base de decisiones propias. Las relaciones familiares presentan como ninguna la necesidad de una libertad de aceptación y posteriormente de una libertad de elección. Hay un tercer tipo de relaciones sociales que responden totalmente a la espontaneidad del hombre respecto de las cuales se mantiene libre de una manera constante: son las relaciones de amistad, el espontáneo fluir de la vida en compañía.

    También es necesario considerar la respuesta del ser humano a su vocación de realidad. Tal respuesta no es otra cosa que el sentimiento y la actitud de solidaridad, de sentirse partícipe de una entidad superior al individuo singular, de comunicarse con el mundo que le rodea. Por esta razón, la solidaridad, si primariamente es vinculación a los otros seres humanos, se puede entender en un sentido amplio como vinculación y sentirse parte de la Naturaleza, viviéndola como una armonía en la cual cada hombre participa.

    Por último, la necesidad de buscar respuestas respecto de su propio ser y del mundo le hace apelar a la trascendencia, a la búsqueda de sentido de la vida, a la solidaridad, al amor.

    Autonomía. Dignidad (conciencia y libertad). Dirección de la propia vida

    Anteriormente hemos afirmado que la persona no puede ser participada o asumida por otro. La persona no puede ser considerada como un elemento o número más de una secuencia de seres idénticos entre sí (García López, 1976: 170). La persona es, valga la redundancia, absolutamente personal, propia, intransferible. De aquí se deriva su autonomía.

    En virtud de la autonomía la persona es, de algún modo, principio de sus acciones. La autonomía confiere una peculiar dignidad según la cual el hombre se siente sujeto, es decir, realidad distinta y superior al mundo de puros objetos que le rodean, su posición es dominante respecto de los objetos.

    Efectivamente, la dignidad o condición de digno hace referencia siempre a una superioridad o grandeza. Esto nos lleva a entender la dignidad como la grandeza del ser humano. Y siendo la grandeza un concepto que se refiere a una realidad variable, cuantitativa y cualitativamente, también tendremos que buscar un punto de comparación para que la grandeza tenga un significado con cierta precisión. Este punto de contraste es justamente el mundo de objetos y cosas que nos rodean.

    Dicha grandeza se manifiesta de dos formas:

    a) Por el camino del conocimiento : conocer es dominar, en el sentido de poseer algo de la realidad del objeto conocido.

    b) Por el camino de la acción : sólo el hombre puede acercarse

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