Imagina que eres joven y vas en un autobús repleto de gente. Tienes el privilegio de ocupar un asiento no reservado para mayores, embarazadas o personas con movilidad reducida. En una de las paradas ves entrar a alguien de avanzada edad, ¿le cedes el asiento o esperas a que se levanten quienes ocupan algunos de los reservados para este sector de la población?
En líneas generales, tu comportamiento en la situación anterior sería un ejemplo de empatía o falta de ella. Nos resulta fácil identificar la empatía en expresiones como «ponerse en los zapatos del otro». Pero ¿qué implica «ponerse en los zapatos de otra persona»? ¿La empatía es innata o aprendida? ¿Hay diferencias entre sexos? ¿Cuántos tipos de empatía existen? ¿Puede llegar a perjudicarme ser una persona empática? ¿Somos empáticos con todas las situaciones e individuos por igual? Son muchas las preguntas que surgen al respecto, lo que nos confirma que, a pesar de ser un concepto muy usado en la actualidad, no sabemos demasiado de él.
Para hablar de empatía primero hemos de hacerlo de inteligencia emocional (IE). En 1966 Leuner publicó un artículo cuya