Diario de amor
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Gertrudis Gómez de Avellaneda
Poeta, escritora e historiadora cubana, famosa por sus escritos en el siglo XIX
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Diario de amor - Gertrudis Gómez de Avellaneda
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Diario de amor
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: Diario de amor.
© 2024, Red ediciones ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-979-9.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-066-4.
ISBN rústica: 978-84-933439-2-7.
ISBN ebook: 978-84-9897-180-4.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
El deseo 10
La soberanía 11
La conciencia 11
Autobiografía 15
Confesión 15
23 de julio, a la una de la noche. En Sevilla, año de 1839 15
25 por la mañana 19
Por la tarde 23
26 por la mañana 26
Por la tarde 31
Por la noche 35
27 por la tarde 41
Amor que nace 49
Carta I 49
Carta II 51
Carta III 53
Carta IV 54
Amor que resplandece 57
Carta V 57
Carta VI 59
Carta VII 62
Ausencia 65
Carta VIII 65
Carta IX 68
Carta X 71
La escala divina 75
Carta XI 75
Carta XII 76
Locuras de amante 81
Carta XIII 81
Carta XIV 85
Carta XV 86
Carta XVI 90
Carta XVII 94
La ruptura 99
Carta XVIII 99
Carta XIX 101
Cenizas 103
Carta XX 103
Carta XXI 108
Libros a la carta 111
Brevísima presentación
La vida
Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 1814-Madrid, 1873), Cuba.
Era hija de un oficial de la marina española y de una cubana. Escribió novelas y dramas y fue actriz. Estudió francés y leyó mucho, sobre todo autores españoles y franceses. Tras una corta estancia en Burdeos, vivió un año en La Coruña y después en Sevilla, donde conoció a Ignacio Cepeda, con quien tuvo un romance. Por esta época ejerció el periodismo y estrenó su primer drama. Su creciente prestigio literario le permitió establecer amistad con Espronceda y Zorrilla. Poco después se casó con Pedro Sabater, quien murió tres meses más tarde.
Tras un retiro conventual, la Avellaneda volvió a Madrid y, entre 1846 y 1858, estrenó al menos trece obras dramáticas. Hacia 1853 quiso entrar en la Academia Española, pero se le negó por ser mujer. En 1855 se casó con el coronel Domingo Verdugo, conocida figura política que en 1858 fue víctima de un atentado. Más tarde éste fue nombrado para un cargo oficial en Cuba. Entonces la Avellaneda dirigió en La Habana la revista Álbum cubano de lo bueno y de lo bello (1860).
Su marido murió en 1863 y ella se fue a los Estados Unidos. Estuvo en Londres y París y regresó a Madrid en 1864.
Durante los cuatro años siguientes vivió en Sevilla. Utilizó el seudónimo de La peregrina.
El deseo
Este Diario de amor es un testimonio del ideario sentimental de su tiempo. Este libro contiene una autobiografía y una serie de cartas; puede ser leído como una narración amorosa, como un estudio de la seducción y sus estrategias o incluso como vindicación de la condición femenina. Aquí se narran las vivencias amorosas de la estancia de Avellaneda en España. Se trata de la exposición de una «vida a la manera del romanticismo», notoria en la pasión sentimental, en la emotividad reflejada en una prosa estilizada. Resulta irónico que esta autobiografía de la Avellaneda fuese escrita como un libro de confesiones dirigido a su amante Ignacio Cepeda, con el propósito de saciar su curiosidad.
Sin embargo, cabe citar algunos fragmentos en que los tópicos de la pasión romántica son puestos en duda:
Yo quiero tu corazón, tu corazón sin compromisos de ninguna especie. Soy libre y lo eres tú; libres debemos ser ambos siempre, y el hombre que adquiere un derecho para humillar a una mujer, el hombre que abusa de su poder, arranca a la mujer esa preciosa libertad; porque no es ya libre quien reconoce un dueño. Si el mundo fuese más puro, más santo, si volviésemos a la edad de inocencia en que este mundo viejo y corrompido era aún joven y puro, entonces yo no sé cuáles serían mis opiniones; pero hoy día que el hombre que es amado con idolatría, con veneración, puede hacerse culpable de egoísmo y crueldad cuando se reviste con el derecho de superioridad. ¿Y qué mayor superioridad que la de ser árbitro del destino de otro? ¡Creo que me comprenderás!: yo no estaría tranquila si no te dijese que no me has comprendido, y que yo sería despreciable a mis propios ojos si la pureza de mi corazón no justificase la demasiada franqueza que contigo me permito.
La soberanía
La pasión de la Avellaneda exige el respeto de su propia soberanía. No se trata de una entrega irreflexiva, los actos de entrega pertenecen a una convención amorosa que supone también actos de distanciamiento, reflexiones sobre lo que no es lícito entregar que no tienen que ver precisamente con la honra sino más bien con el acrecentamiento de los efectos de la seducción:
Yo no escrupulizaré de amar. Pero creo que Dios me prohíbe buscar en ese sentimiento goces brutales, siempre que él mismo no me impone un deber de materializarlo por un objeto santo, cual es la maternidad. Siento, además, que yo no tengo una necesidad de arrancar al amor todas las perlas de su corona casta para devorarlas en placeres insuficientes para mi felicidad.
La conciencia
Asimismo el halago preciso y la conciliación entre el ser idealizado y sus atributos reales dan al Diario de amor una carga de racionalismo inusitada. La Avellaneda no vacila en mostrar sus argucias intelectuales, aunque tal vez con cierta contención, temerosa de intimidar a su amante:
¿Tan vulgares las crees que pueda suponer que pasen para mí desapercibidas? No; siempre te he visto digno de ser amado, aun cuando alguna vez haya creído que tú no sabes amar. Acaso ni aun eso he creído; solo he comprendido que a mí no me amabas. Pero ni tu falta de amor a mí ni aun la tibieza que en general pudiera tener tu corazón en la región de las pasiones, es motivo para que yo piense que vales poco; ¡qué absurdo, amigo mío! Napoleón no sabía amar y ciertamente que a nadie se le ha ocurrido que por razón de su poca ternura dejase de ser el primer hombre del mundo. Newton dicen que jamás tuvo una querida, y yo me hubiera enorgullecido de tenerlo por amigo.
Yo no creo que Tasso, porque amó hasta morir de amor y sin juicio, valiese más que Newton o Napoleón; diré, sí, que el alma de Tasso simpatiza más con la mía; que lo comprendo mejor; que si lo hubiera conocido y amado lo hubiera creído más capaz de hacerme dichosa que Newton o Napoleón. El gran genio de Tasso nacía de alma eminentemente apasionada; el de los otros, de un espíritu altivo y profundo; todos valían mucho y se asemejaban poco.
Cuando Avellaneda conoció a Ignacio ella apenas tenía veinticinco años y parecía consciente de que un exceso de lucidez podría apartarla de su amante. Sin embargo, tras estos cumplidos, unas páginas después la Avellaneda se muestra más sincera y descarnada; sus comentarios muestran una percepción fría y racional de su amante que no nada tiene que ver con la pasión amorosa.
¿Sabes que nada tienes de galante? Eres singular. Tu talento se eclipsa a las veces de una manera inverosímil. Escucha: tú no me has conocido sino por una de mis faces: por la de mi corazón; ignoras que si yo quisiera consultar solamente mi talento y mi conocimiento del corazón humano; si dejase obrar a mi vanidad de mujer y a mi experiencia de filósofo, ni tu amor a esa que lloras, ni tu calma, ni tu hastío, ni nada te salvaría, a ti que quieres salvarme. Sí; yo te dominaría con mi cabeza fría; te subyugaría a mi placer; te volvería loco si se me antojase.
Autobiografía
Confesión¹
23 de julio, a la una de la noche. En Sevilla, año de 1839
Amigo mío:
La confesión, que la supersticiosa y tímida conciencia arranca a un alma arrepentida a los pies de un ministro del cielo, no fue nunca más sincera, más franca, que la que yo estoy dispuesta a hacer a usted. Después de leer este cuadernillo, me conocerá usted tan bien o acaso mejor que a sí mismo. Pero exijo dos cosas. Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie más que usted en el mundo tenga noticias de que ha existido.
Usted sabe que he nacido en una ciudad del centro de