El armario roto
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El armario roto - Carlos Pérez Pestana
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Carlos Pérez Pestana
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-343-3
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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.
A Dori.
A todas aquellas personas que son
perseguidas por su orientación sexual.
.
«No escribo ni para los dioses ni para los
hombres; escribo para mí mismo».
Sinuhé el egipcio
Mika Waltari
«Some people never go crazy.
What truly horrible lives they must lead».
Charles Bukowsk
Prólogo
La felicidad, el amor y la libertad, a los que todos aspiramos como culmen de nuestra existencia, se erigen como los tres pilares fundamentales de El armario roto, valores que no solo son negados a Leticia y Raúl, los protagonistas principales de esta brillante novela coral de Carlos Pérez Pestana, sino que los abocan a una vida de desdicha en la que, cual tela de araña, quedarán atrapados de manera irremediable.
La historia arranca en los últimos tiempos del franquismo, cuando la homosexualidad era tabú, una condición que había que mantener oculta, en la clandestinidad, o bien camuflada tras matrimonios de conveniencia que ayudaran a guardar las apariencias frente a las familias y al resto del mundo. La libertad ganada con la llegada de la democracia, sin embargo, no impidió su contraste con la lenta evolución de las mentalidades, aferradas a unos valores tradicionales que costó mucho desterrar, pues la posición social y una honorabilidad mal entendida eran una fachada que había que salvaguardar a toda costa, sobre todo en los matrimonios de las familias bien posicionadas en el escalafón, aun al alto precio de la felicidad de los cónyuges, obligados a mantener una relación que en muchas ocasiones, como en el caso de Leticia y Raúl, resultaba insana y abusiva bajo el yugo de los malos tratos físicos y psicológicos.
Pese a que, en la actualidad, aún queda mucho camino por recorrer para su plena normalización en nuestra sociedad, la aceptación de la diversidad de género y preferencias sexuales ha ido avanzando a lo largo de las últimas décadas. Por su parte, todavía se mantiene en vigencia el drama de las atrocidades dentro del matrimonio o la vida en pareja, situaciones en las que El armario roto pone el foco de atención, invitando a la reflexión del lector sobre estos aspectos, tan delicados como trascendentales.
Muchas son las cuestiones de relevancia que quedan planteadas en El armario roto, pero por encima de todo: ¿hasta qué punto pueden los convencionalismos sociales y la presión familiar condicionar las elecciones vitales de un individuo o la aceptación de nuestra propia personalidad? ¿Acaso no tenemos derecho a vivir libres, procurando nuestra plenitud y paz interior? ¿Por qué hemos de permanecer enjaulados en una vida que no sentimos como propia? Podemos concluir, pues, que El armario roto se define como un claro alegato en contra de la violencia y las imposiciones y a favor del libre albedrío y la felicidad sin condicionantes; en suma, una lectura que a nadie dejará indiferente por su profundo calado y trascendencia.
.
Si hubiera una tinta del color de tus ojos,
yo podría escribir el más bello de los poemas de amor.
Si existiera el pigmento del color de tus labios,
yo podría pintar el más perfecto de los retratos.
Pero no existen, nadie lo logró,
pues tan solo en las estrellas se hallan.
Y un día me alzaré hasta ellas
y así escribiré el poema
y así tu rostro podrá escapar de mi alma.
Miguel a Leticia
(sin fecha)
Epílogo
Miguel abrió la puerta de madera, con junquillos y acristalada, y entró en el café-bar de Lavapiés, donde, de cuando en cuando, se exponían las pinturas, dibujos o fotografías de artistas que, sin dejar de considerarse profesionales e intentar vivir de la venta de sus obras, no lo eran tanto como para poder renunciar a la exhibición de sus trabajos —generalmente de pequeño formato— en este tipo de locales, muy frecuentados por aquellos que nadaban entre las dos aguas de la fama y que no dejaban de buscar y dejar de ser conocidos tan solo en su particular mundillo. Aunque estos locales habían existido al menos desde el Romanticismo, a partir de los años cincuenta del siglo
XX
habían proliferado en algunos barrios de Madrid, como Malasaña y Lavapiés.
El local, de no muy amplias dimensiones, tenía a lo largo de la pared del fondo y un lateral un banco acolchado corrido, con un respaldo igualmente acolchado y con mesas separadas ante él. En la pared, sobre este respaldo, se encontraba la exposición de Óscar, como él ya sabía por haberlo visto anunciado en una aplicación de su móvil.
A la derecha, una barra con un par de grifos de cerveza y unas cuantas botellas de alcoholes diversos, amontonadas, más que alineadas, en estanterías de cristal en la pared. Detrás de la barra, dos jóvenes, chica y chico, atendían a los posibles clientes del local, aunque en ese momento estaban sentados en sendos taburetes junto a la barra, pues solo había un par de parroquianos que charlaban mientras consumían un par de jarras de cerveza acompañadas por un modesto aperitivo de patatas fritas a la inglesa.
Delante del banco adosado a la pared, había varias mesas con dos sillas al otro lado y, frente a una de esas mesas, estaba Raúl, con su sempiterna copa de gin-tonic en la mano. Levantó la mirada cuando Miguel entró en el local, pero