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El rock de Dylan
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Libro electrónico263 páginas4 horas

El rock de Dylan

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Una novela romántica sobre una estrella del rock

Amy, una joven viuda, está cansada del agujero negro en que se ha convertido su vida. Cuando su cantante favorito, Dylan Knox, viene a su ciudad con motivo de su gira australiana de conciertos, le parece la ocasión perfecta para salir, por fin, a divertirse un poco.

Dylan es una estrella del rock estadounidense con un turbulento pasado. Ya estuvo casado en un ocasión y se divorció, y no tiene intención de repetir la experiencia. Entonces conoce a Amy…

Como la relación parece imposible, siguen su camino por separado, pero no logran olvidarse el uno del otro. Cuando vuelven a encontrarse, la chispa entre ambos es, si cabe, más fuerte que nunca. En ese momento, surge un escándalo que podría destruirlo todo…

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 ene 2019
ISBN9781547565948
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    El rock de Dylan - Angela J. Maher

    CAPÍTULO 1

    Amy Weston caminaba nerviosa por el salón mirando el reloj de pared. El exceso de café que había tomado tras una noche de sueño interrumpido no había hecho sino acrecentar su nerviosismo. Su gato Gerald la observó con recelo antes de volver a acurrucarse y reanudar su siesta con un bufido. Sentía cómo le pesaban las extremidades por el agotamiento, pero no le habría sido posible conciliar el sueño, ni aun prescindiendo de la cafeína. Su mente no le permitía relajarse. Dylan Knox, su cantante favorito desde siempre, venía a la ciudad. Las entradas iban a ponerse a la venta a las nueve de la mañana y no quería arriesgarse a quedarse sin la suya. Ya había pasado suficiente tiempo en un estado de mera supervivencia y era hora de salir por ahí a divertirse un poco.

    Comprar la entrada para un concierto era algo trivial, pero Amy lo veía como un gran paso. Hacía meses que llevaba vida de ermitaña, desde la repentina muerte de su marido. El que tuviera que ir sola no ayudaba mucho que dijéramos. Nunca había sido una persona que saliera mucho, y cuando salía Jacob siempre la acompañaba. Detuvo sus pasos y la ansiedad la empujó a replanteárselo. Tal vez debería olvidarlo y quedarse en casa.

    —Por el amor de Dios, hazlo y no seas boba —se dijo Amy en voz alta.

    Amy alzó la vista para mirar el reloj y vio que tan solo faltaban unos minutos. Se sentó delante del ordenador y accedió a la web de las entradas. La página tardó más de lo habitual en cargar, acuciando su nerviosismo, pero al final apareció. En cuanto el reloj dio la hora, accedió a la sección de venta de localidades. Seleccionó los mejores asientos disponibles y le dio al botón de compra. ¡Listo! Volvió a recostarse en su silla, encantada de haberse decidido a hacerlo. En sus tentativas anteriores de hacer algo divertido, siempre había acabado desistiendo. Por primera vez desde la muerte de Jacob sintió verdaderas ganas de salir, y seguir adelante con el plan parecía lo correcto.

    El sitio web la redireccionó a una página dedicada a Dylan Knox y sus actuaciones en directo. Contempló ensimismada una imagen suya que había sido tomada en un concierto hacía un par de meses. Qué extraño le resultaría verle en carne y hueso. La mayoría de los grupos importantes no se molestaban en venir a Hobart, capital de Tasmania, cuando estaban de gira por Australia. En lugar de allí, preferían tocar en las principales ciudades del interior. A Amy le encantaba su ciudad de residencia, pero eso de vivir en un lugar que a menudo se calificaba como atrasado tenía sus inconvenientes. Al estar situado en los confines de un estado insular, era demasiado pequeño como para llamar mucho la atención. Pese a ello, su ciudad era bonita y estaba bordeada por el mar y una majestuosa montaña.

    Amy se fijó en un recuadro de texto resaltado que había junto a la foto de Dylan. Lo leyó hasta el final y se incorporó mientras se le aceleraba el pulso. Se trataba de un enlace para adquirir un meet and greet a solas con el mismísimo Dylan. Únicamente había una sesión disponible previa a cada concierto. El precio de semejante experiencia la hizo estremecer, pero el dinero iría destinado a la organización benéfica favorita del cantante. Amy consultó su cuenta bancaria y comprobó que tenía saldo suficiente para asumir el coste.

    Se quedó sentada contemplando el enlace con sudor en las palmas de las manos. ¿Debía comprarlas? Agotaría sus ahorros, pero había empezado a trabajar de forma temporal hacía poco para una empresa de la zona. Estos ingresos le permitirían recuperar sus finanzas. Era muy poco probable que se le volviera a presentar la oportunidad de hacer algo parecido de nuevo. Pinchó en el enlace con las manos temblorosas, solicitando el meet and greet para la noche del concierto al que iba a asistir.

    Sentía vértigo según iba leyendo el correo electrónico de confirmación. Amy tenía todos los álbumes de Dylan Knox y los escuchaba sin cesar. Ante el deseo de haber tenido a alguien con quien compartir su emoción, el ánimo de Amy decayó. Su estado de euforia se disipó más aún al ver el nuevo saldo de su cuenta bancaria próximo a cero. No era una persona impulsiva, pero había dicho que necesitaba salir y empezar a vivir de nuevo. Al imaginarse a sí misma dándole la mano a Dylan Knox, volvió a sentir un cosquilleo de emoción, lo cual la hizo reír. Apagó el ordenador y respiró hondo varias veces para tranquilizarse. Había llegado el momento de empezar a prepararse para ir al trabajo y enfrentarse al mundo real.

    Mientras Amy se ponía la ropa de oficina, se planteaba lo distinto que habría sido todo si hubiera tenido que estar trabajando en su horario habitual desde más temprano. La compañía de suministro de agua había tenido que realizar trabajos de mantenimiento urgentes cerca de su lugar de trabajo durante parte de la mañana, ocasionando el corte del suministro. Su jefa, la señora Thompson, había decidido darles permiso por motivos de salubridad. De no haber sido así, no habría podido comprarse la entrada hasta su descanso, a media mañana. Amy daba por sentado que para esa hora habría sido complicado conseguir entrada, y más aún asegurarse el pase de meet and greet. Bueno, ya era hora de que las cosas empezaran a ir a su favor.

    La emoción de sus compras para el concierto le dio a Amy un impulso extra al paso que llevaba en su recorrido por las calles camino de la oficina. Hacía mucho que Amy no deseaba algo con todas sus ganas, y resultaba embriagador. Esperaba que esa mejora de ánimo se prolongase durante varias semanas hasta el concierto. Ya estaba harta del pozo de desconsuelo en el que había caído su vida. Su nuevo trabajo, si bien temporal, había supuesto un gran paso para ella, y ahora llegaba esto. Su vida futura parecía ir mejorando por momentos.

    CAPÍTULO 2

    Las primeras luces del alba se colaban por entre las persianas de la ventana del dormitorio de Amy, acabando con la oscuridad de otra noche solitaria más. Los pájaros celebraban la llegada del día con un animado cantar, pero ella estaba nerviosa y agotada. Sus sentimientos eran un caos de oscuridad e ilusión, cubiertos de nerviosismo. Siguió con la mirada las formas que las sombras dibujaban y cómo cambiaban con el avance de los rayos del sol. Una telaraña bailaba fantasmagóricamente con una corriente que no se dejaba sentir. Faltaba menos de una semana para que se cumpliera el primer aniversario de la muerte de Jacob. Y, en un cruel y surrealista contraste, era esta noche cuando iba a conocer a Dylan Knox.

    Como de costumbre, sus primeros pensamientos al despertar fueron para su marido. La inesperada muerte de Jacob y su repentina pérdida habían trastocado toda su existencia. Él había sido todo su mundo, su única familia de verdad, su mejor amigo. Durante un tiempo perdió todo sentido de identidad, y seguía sintiéndose sin rumbo, apesadumbrada por una depresión que algunos días se antojaba más dura de sobrellevar que la ausencia de Jacob. Tenía sus días buenos, pero siempre una oscura sombra se cernía sobre su cabeza.

    La compra del meet and greet con Dylan Knox había servido para darle a su vida ese entusiasmo que tanta falta le hacía, pero después de casi una semana de euforia, su desaliento volvía a reclamarla. Ahora se sentía insegura de aquel encuentro hasta exasperarla. ¿Qué se suponía que tenía que decir o hacer? Estaba convencida de que no había nada en ella que pudiera resultarle de interés a él. Había pasado una semana especialmente desanimada y eso, sin duda, se dejaba entrever. El maquillaje podía disimularle las ojeras bajo los ojos, pero no el sentimiento que estos contenían. Amy miró con desaprobación al techo. Iba a ser un desastre, pero había hecho el desembolso y, como mínimo, debía conseguir un autógrafo, o tal vez incluso una foto.

    Amy se incorporó en la cama y acarició el pelo sedoso de Gerald, que había estado durmiendo usando su pierna a modo de almohada. El gato abrió un poquito los ojos y comenzó a ronronear con un profundo gruñido, que incluso parecía hacer vibrar el aire a su alrededor. Era un sonido reconfortante que siempre la hacía sentirse, como mínimo, un poquito mejor. Se levantó de la cama y Gerald también saltó al suelo, dirigiéndose hacia la cocina delante de ella. Amy lo siguió mientras se ponía una camiseta gruesa. Últimamente, la mayoría de la ropa le quedaba holgada. Había adelgazado mucho el año pasado y a menudo tenía frío, incluso en verano.

    Tras dar de comer a Gerald, se preparó el desayuno y se tomó una taza grande de café. A menudo no le apetecía mucho comer, pero ahora se aseguraba de hacer tres comidas al día. Durante una temporada había estado peligrosamente delgada. Pensó que, al menos, su delgadez le permitiría ponerse esta noche sus nuevos vaqueros de cintura baja sin quedar demasiado ridícula. También se había dado el capricho de comprarse una camiseta negra ajustada con un águila de lentejuelas por delante. No era alta costura ni pensaba que fuera a estar muy «sexi» así vestida, pero suponía una mejora sustancial con respecto al que se había convertido en su estilo habitual, con ropa ancha y desgarbada. Necesitaba empezar a cuidar su aspecto, cuando menos por el bien de la confianza en sí misma.

    Después de darse una ducha, Amy se vistió y se encaminó hacia la puerta para irse a trabajar. Era un puesto que exigía poco esfuerzo introduciendo datos de forma repetitiva, pero no hacía mucho tiempo era incapaz de trabajar siquiera. Su profundo desconsuelo la había dejado exhausta y la depresión le había arrebatado la motivación. Un encuentro casual la había llevado a conseguir este empleo, y de momento había logrado evitar mencionar su condición de viuda. Para sus nuevos compañeros de trabajo era una joven normal y corriente; en todo caso, un poco callada. Este era el principio de una nueva vida y era todo un alivio que la trataran como a una persona normal, en vez de como a una pobre viuda desgraciada. Le sorprendió y le alivió lo bien que se manejaba y cómo disfrutaba de su regreso a la población activa.

    Cuando Amy entró por la puerta principal de la oficina, la recepcionista Lizzie Atkins la saludó con una sonrisa. Amy no pudo evitar devolvérsela, a pesar del decaimiento que sentía antes. Lizzie era menuda, con el pelo rubio corto y de punta y de ojos muy vivos. Amy pensaba para sus adentros que Lizzie sería perfecta para hacer de elfo o de hada en alguna película y que poca gente podría resistirse a sus encantos. A los pocos días de empezar a trabajar Amy allí, ambas mujeres se hicieron muy amigas. Sus personalidades habían encajado con una extraña compatibilidad, pese a que la naturaleza mucho más conservadora de Amy contrastaba con el estilo nada convencional de Lizzie.

    —Buenos días, Amy. ¿Estás emocionada por lo de esta noche? La jefa ha dicho que puedes salir antes esta tarde si quieres tener más tiempo para prepararte para tu gran noche.

    —¿Cómo se ha enterado? —preguntó Amy, sorprendida.

    —Puede que yo lo comentara de pasada. —A Lizzie le brillaron sus ojos azules—. Además, vas muy adelantada con la tanda de expedientes y dice que te lo has ganado. La última trabajadora temporal que tuvimos no avanzaba nada y cometía tantos errores que tardamos semanas en arreglarlo todo.

    —Pues a lo mejor le tomo la palabra. Y sí, podría decirse que estoy emocionada. —Amy empezaba a sentir cómo le subían los ánimos. El hecho de que no solo fuera a ver a Dylan Knox en concierto sino que también fuera a conocerlo en persona empezaba a tocarle la fibra sensible. Hasta ahora, todo había parecido más bien la fantasía propia de una adolescente.

    —¡Pues como debería ser! —exclamó Lizzie—. No puedo decir que sea muy fan de su música, pero ¡cuidado que está bueno el tío! Me pregunto si te daría un beso si hicieras otro donativo a su organización benéfica.

    —¡Lizzie!

    —A ver, que solo es una idea —replicó Lizzie guiñándole un ojo—. Nunca has mencionado que tuvieras pareja, conque estoy casi segura de que estás soltera, de modo que no le estarías poniendo los cuernos a nadie, y ayer leí por internet que Dylan Knox también está libre.

    La sonrisa de Amy se apagó cuando el peso de la realidad volvió a caer sobre sus hombros.

    —La verdad es que yo no soy de ir besando a hombres que no conozco. Estoy de acuerdo contigo en que es muy atractivo, pero ahora mismo no ando en busca de una aventura, y es más, tampoco pienso hacerlo en breve.

    —Perdona. Veo que a lo mejor he metido el dedo en la llaga —dijo Lizzie con un gesto de preocupación en la cara—. No pretendía incomodarte.

    —No pasa nada, Lizzie. Ya sé que no querías dar a entender nada con ello, pero tienes razón, hay algo que debería contarte... pero luego, no ahora. —Amy recuperó su sonrisa—. Sí tengo intención de sacarme una foto con él, así que haré todo cuanto esté en mi mano por conseguir, como mínimo, un abrazo. Aunque, de momento, aquí hay una pila de archivos que lleva escrito mi nombre. Te veo en el descanso.

    —Está bien, Amy. Hoy me he traído una enorme tarta cubierta de chocolate, con lo que necesito que me ayudes a comérmela.

    —¿Tarta? ¿Qué celebramos? —preguntó Amy, deteniéndose en el umbral de la puerta.

    —Hoy es el día en que vas a conocer a Dylan Knox, y, ¿qué quieres que te diga?, eso se merece una celebración con tarta. —Lizzie esbozó una sonrisa. Ella siempre andaba buscando motivos que celebrar con una tarta. Y no es que fuera algo que se dejara adivinar por su complexión menuda y su piel clara.

    Amy agitó la cabeza, divertida, y fue hacia la sala privada para comenzar su jornada laboral. Una pila de expedientes desordenados se amontonaba sobre su mesa, junto a una gran cantidad de cajas de archivo en el suelo. Encendió el ordenador y se sentó en un sillón feo, pero muy cómodo. A un lado había un reproductor de CD y puso un compacto de Dylan Knox como música de fondo. Muchas de sus canciones tenían cierto matiz oscuro y había tendido a ponérselas cuando parecían reflejar cómo ella se sentía a menudo. No tardó en escuchar el resto de sus temas y enseguida se había hecho con todo su repertorio. Se sentía fuertemente identificada con muchas de las letras y siempre encontraba algún tema que encajara con su estado de ánimo. Parecía como si la voz de él resonara en lo más profundo de su pecho, una voz afín surgida de la penumbra. No fue hasta hace poco, viendo vídeos de YouTube, cuando se fijó en lo apuesto que era además. Siempre se había sentido atraída por su voz, pero Lizzie tenía razón: era guapo a rabiar. Seguramente no estaba preparada para un idilio, pero iba a ser un auténtico placer verle en la vida real.

    Durante la pausa del café a media mañana, Amy le habló a Lizzie de Jacob. Lizzie la escuchó sin interrumpirla y dio las gracias a Amy por contárselo, apretándole las manos, y con los ojos brillantes. Mientras Amy comía sin ganas su trozo de tarta, la conversación derivó hacia otros temas. Se sintió aliviada al seguir hablando, tanto porque Lizzie ahora lo supiera como al descubrir que no la trataba de forma distinta. Durante mucho tiempo, la muerte de Jacob había dominado la vida de Amy y había deseado que todo el mundo lo supiera, pero últimamente había empezado a desagradarle la manera en que la trataba mucha gente que sí lo sabía, como si fuera frágil como el cristal.

    El tiempo entre la pausa de la mañana y la comida transcurrió rápidamente mientras Amy iba procesando expediente tras expediente. La monotonía que a mucha gente le habría parecido aburrida, a ella la reconfortaba. El ritmo de la rutina con frecuencia suponía un eficaz antídoto contra el caos que, de otro modo, se apoderaba de sus pensamientos. Cuando se disponía a hacer su pausa para comer, la señora Thompson asomó la cabeza en la sala.

    —Veo que sigues dándole caña a esos archivos —dijo, con una sonrisa—. ¿Te ha dicho Lizzie que hoy podías irte antes?

    —Sí, me lo ha dicho, gracias.

    —Creo que ya has hecho suficiente por hoy para que te vayas, si quieres. Has estado haciendo muy bien tu trabajo y me gustaría darte tiempo libre extra —afirmó la señora Thompson.

    —Estaría genial —dijo Amy—. Acabo de terminar con una tanda, así que no dejo nada a medias y siempre resulta agradable salir pronto del trabajo un viernes por la tarde. Y no es que no me guste trabajar aquí.

    —Tengo entendido que haces algo especial luego —añadió la señora Thompson mientras acompañaba a Amy fuera de la sala—. No sé gran cosa de ese cantante que vas a conocer esta noche, pero Lizzie parecía bastante emocionada con ello, hasta para lo que es ella.

    —Es mi artista favorito —explicó Amy—. Tengo que reconocer que estoy empezando a ponerme bastante nerviosa.

    —Diviértete, cielo. Me da la impresión de que falta te hace. No voy a entrometerme, pero se te ve algo demacrada, especialmente esta semana. Divertirte un poco te vendrá de maravilla.

    —Seguro que tiene razón, señora Thompson. Y gracias de nuevo —dijo Amy, sonriendo.

    Amy se despidió de Lizzie al salir. Lizzie andaba ocupada al teléfono con un cliente y le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba acompañado de una pícara sonrisa. Amy no pudo contener una risita. La amistad con Lizzie era un regalo inesperado que había venido incluido en el trabajo. Tendría que asegurarse de no perder el contacto una vez que finalizara su contrato de trabajo. Amy había reído y sonreído más desde que la conoció de lo que lo había hecho durante todo el año anterior.

    Ahora que había finalizado su trabajo por hoy, su estado de nervios había aumentado a un nuevo nivel. El concierto empezaba a las siete de la tarde, pero su pase meet and greet con Dylan Knox era para una hora antes. ¿Qué estaba haciendo? Llevaba muchísimo tiempo sin salir y ahora que iba a salir, ¡era para conocer a una estrella internacional del rock! Sonaba ridículo para una mujer de veintimuchos años. Por lo menos, los nervios habían borrado de un plumazo la mayoría del cansancio con el que había estado bregando toda la semana. Esperaba que tampoco la hicieran tartamudear.

    CAPÍTULO 3

    Amy volvió a mirarse en el espejo una vez más. Su ropa sencilla le quedaba perfecta y el pelo le brillaba. Aun así, se sentía insegura y cohibida. Había intentado ponerse algo de maquillaje, pero se lo quitó prácticamente todo, dejándose únicamente una capa de máscara de pestañas y un toque de labial de color oscuro que resaltaba su boca. Su pelo castaño claro se había resistido a todos sus esfuerzos por hacerse un recogido y le caía suelto con total sencillez alrededor de la cara. Se lo había cortado hacía un par de semanas y echaba de menos las largas trenzas que podía recogerse por detrás y los peinados que acostumbraba a hacerse. En fin, tendría que valer así. Estaba segura de que no se acercaba ni con mucho al grado de sofisticación de las mujeres con las que normalmente se relacionaba a Dylan Knox, pero suponía —o más bien deseaba— que tampoco se lo esperaría de ella.

    Comprobó que Gerald tenía agua y comida suficientes, cogió el bolso y salió por la puerta para esperar al taxi. Iba a llegar al Theatre Royal temprano, pero no soportaba esperar más en casa. Su incesante movimiento de un lado a otro por toda la casa había alterado a Gerald y tenía la sensación de que iba a estallar si no se iba pronto.

    El concierto iba a ser fundamentalmente

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