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Criogenizados
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Libro electrónico96 páginas1 hora

Criogenizados

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¿Es viable la criogenización?
¿Anhelas resucitar en un futuro incierto?
¿Qué pasará cuando la ciencia consiga revivir a los muertos?
¿Seremos inmortales?
La doctora Ramos dirige el proyecto Melting, la primera vez en la historia de la ciencia en la que se va a despertar a personas que han estado criogenizadas durante intervalos variables de tiempo. ¿Con qué se encontrarán los científicos?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 ene 2019
ISBN9780463537138
Criogenizados
Autor

Mónica Manzanares

Mónica Manzanares (Madrid, España, 1975): Veterinaria de profesión, toda la vida ha compaginado sus dos pasiones: los animales y la escritura. Es autora de varias novelas de fantasía y ciencia ficción, además de dirigir varios blogs dedicados a la publicación de relatos cortos y la difusión del veganismo.

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    Criogenizados - Mónica Manzanares

    Capítulo 1

    EL COMITÉ

    La doctora Ramos miró su reloj de muñeca y aceleró el paso a través del largo corredor. No iba a llegar tarde, de eso estaba segura. En sus doce años trabajando para la Corporación había tenido tiempo suficiente para aprenderse el camino de memoria, y sabía que si tenía suerte y el ascensor no se hallaba atestado, no le llevaba más de cuatro minutos y medio llegar hasta el control situado justo antes de la sala de reuniones. En realidad no quería andar apurada con los preparativos de la charla. Siempre había alguna incidencia técnica de algún tipo, y al final, entre que llegaba el robot de mantenimiento, daban con el origen del problema y lo resolvían, perdían al menos un cuarto de hora. El tiempo no era lo que más le preocupaba, pero sus nervios se destemplaban. Por ello prefería que no hubiesen llegado aún sus colegas. La espera que precedía a la conferencia siempre era lo peor, especialmente con todos esos rostros, algunos no muy familiares, observando en la penumbra, juzgando cada palabra que decía y cada gesto inconsciente que delataba su impaciencia.

    Aquel día era especial. Era la culminación de un largo y costoso proyecto, un proyecto que no solo le pertenecía a ella y a unos cuantos compañeros, sino a varias generaciones de seres humanos que habían puesto todas sus esperanzas en la inmortalidad. Intentaba no dejarse arrastrar por el orgullo y la satisfacción que le producía haber llegado hasta aquí, pero en su fuero interno sabía que aquello era equiparable a otros grandes hitos en la historia de la humanidad. La llegada del hombre a la Luna, la construcción de la Estación Espacial Internacional, los primeros asentamientos en Marte, el descubrimiento de las primeras formas de vida extraterrestre... Ella y su equipo no habían viajado tan lejos en términos de espacio, pero derrotar a la muerte era una tarea que aún se pensaba inalcanzable, tan inalcanzable como uno de esos agujeros negros, que aún escapaban al entendimiento humano.

    Era esencial que consiguieran la aprobación del Comité Regulador de la Corporación. Aunque la empresa para la que trabajaba fuera un ente privado, que se nutría de financiación privada, era absolutamente necesario que sus procedimientos y objetivos gozaran del beneplácito de todas las organizaciones que velaban por la ética dentro de la investigación. Los controles eran periódicos y muy exigentes. Y ahora estaban llegando a la culminación de un largo proyecto. Necesitaban luz verde para apretar el botón de la descriogenización y ser testigos de cómo la Ciencia hacía por fin realidad el milagro que tanto habían deseado a lo largo de la historia. Iban a probar que no se trataba de un poder sobrenatural, de fe o de una deidad con capacidad de dar o quitar la vida. A partir de ahora verían que a través del estudio, el conocimiento, la constancia y la práctica, nada era imposible. Las Leyes de la Naturaleza ya habían sido desveladas, transmitidas a aquellos que podían comprenderlas y aplicarlas para eliminar el sufrimiento de una vez por todas. La primera gran revolución había sido la genética. La segunda, la desaparición del hambre gracias a los alimentos sintéticos, creados en laboratorio, portadores de todas aquellas sustancias que necesitaban para sobrevivir, fuera y dentro de la Tierra. También habían conseguido retrasar notablemente el envejecimiento. Con noventa años una persona aún podía realizar actividades propias de un joven de treinta. La doctora Ramos estaba segura de que en no más de una década los cuerpos se mantendrían con una apariencia lozana y juvenil más allá del siglo de edad. Pero había algo que aún no comprendían: la alta incidencia de muertes súbitas a partir de los cien años, a pesar de la ausencia de cualquier tipo de enfermedad orgánica o funcional que pudiera causarla. Mientras trataban de hallar una respuesta a este misterio, su proyecto era una buena alternativa: revivir los cuerpos criogenizados. Devolver la vida a los muertos. Cuando pronunciaba esa frase, ya fuera en voz alta o en su cabeza, aún le recorría un escalofrío por la espalda. Y no porque lo hubiera visto en pocas ocasiones...

    —Buenos días, doctora.

    —Buenos días.

    La androide de recepción, Anita SR-300, siempre inclinaba su cabeza y sonreía cuando pasaba por delante de su puesto. Si no reconocía de inmediato al visitante se levantaba y le explicaba cómo debía identificarse ante los sensores. La doctora Ramos la había visto fallar únicamente en un par de ocasiones en todos sus años en la Corporación. No es que se pasara por la sala de reuniones con mucha frecuencia, pero al menos una o dos veces al mes, ya fuera como asistente o como ponente, no se las quitaba nadie. Echaba de menos un poco de improvisación o poder hablar con ella de algo personal, pero no podía tener queja en cuanto a su eficiencia.

    La doctora se situó frente al lector de iris y pasó el dorso de su mano izquierda por el sensor de microchips. No es que la sala de reuniones de la planta octava fuera un lugar de máxima seguridad, pero a veces se hablaba de temas que se consideraban alto secreto, y convenía llevar un control bien estricto de todas las personas que entraban y salían del recinto. Los visitantes podían provenir de otras organizaciones, de países y orígenes muy diversos. El robo intelectual era uno de los delitos más duramente castigados, y los avances importantes raramente se compartían hasta que ya no quedaba más remedio.

    Genial, al menos Martín ya está aquí, pensó. El doctor Martín Vidal era, por decirlo así, su segundo de a bordo. Poseía una mente brillante, una habilidad manual con la que no podía competir, y sus ideas eran muy originales. Había sacado a todo el departamento de más de un embrollo. Trabajar en una colonia en la Luna ya no era tan arriesgado como en las primeras décadas, pero con frecuencia había que tener una inventiva especial para resolver problemas técnicos. Esta capacidad parecía estar perdiéndose en las nuevas generaciones, demasiado dependientes de las máquinas. Martín era un poco raro, eso no lo podía negar. Cuando dejaba de trabajar prefería pasarse las horas en mundos virtuales dentro de su dormitorio y no es que fuera extremadamente sociable, pero todo eso era perdonable viendo los resultados.

    —¿Todo correcto? —le preguntó al pasar a su lado, al tiempo que dejaba la unidad de memoria cerca del proyector holográfico. Absorto en lo que estaba haciendo, Martín apenas había reparado en la llegada de su compañera, la doctora Ramos. Cris para los amigos. Se dio la vuelta y sonrió con satisfacción, apartándose un mechón de pelo moreno de los ojos.

    —Vamos a triunfar, doctora.

    —Te veo muy seguro de ti mismo.

    —¿Tú no lo estás? Cuando vean a Tiger se van a quedar a cuadros.

    La doctora Ramos respiró hondo y no pudo evitar una tímida sonrisa. Habían mantenido a Tiger en secreto durante meses... más de un año, para ser exactos. No era

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