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Vivir eternamente
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Libro electrónico281 páginas4 horas

Vivir eternamente

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Información de este libro electrónico

¿Qué significa vencer a la muerte?, ¿puede haber felicidad alguna en la eterna juventud cuando el tiempo continúa corriendo para los demás? Alicia, lejos de su Colombia natal y aislada en Barcelona, encuentra en Richard un gran apoyo en plena pandemia mundial. No sospecha que el científico a quien le ha entregado su corazón planea someterla a un experimento que cambiará la historia de la humanidad y su vida para siempre… dejándola suspendida en el tiempo. A través de nuestra protagonista, se exploran cuestiones sobre la pérdida de la autonomía, las consecuencias de la ambición desmedida del ser humano y los horrores que se esconden tras la promesa de la vida eterna.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 ago 2023
ISBN9788411812399
Vivir eternamente

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    Vivir eternamente - Laura Isabel Montoya Hoyos

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Laura Isabel Montoya Hoyos

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-239-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A Dios y a mi madre, Laura Montoya, que siempre está a mi lado.

    A mis nietos, María del Mar y Matías, los amo más de lo que las palabras pueden expresar.

    A mis hijos, Diego Andrés y Catalina, razón de mi vida.

    A mi yerno, Juan David, que ha sido un hijo más para mí.

    A mi padre, que fomentó mi amor por la escritura; y mi madre, que siempre me llenó de amor.

    A mi esposo, Diego Botero, mi socio de vida y compañero de ruta, quien me sostiene cuando tambaleo hasta recuperar las fuerzas y continuar.

    PRÓLOGO

    El ser humano siempre se ha sentido atraído por lo prohibido, por lo imposible; siempre ha buscado superar los límites de la realidad y lograr lo que muchos consideraron un simple sueño inalcanzable. La historia que tienes entre tus manos se acerca sin miedo ni tabúes a la idea de la eterna juventud —ansiada por algunos, temida por otros— y la convierte en un hecho a través de la ciencia… y del sacrificio de la ética y la moral. Con todo lujo de detalles, explora lo que comporta, para el primer humano inmortal, convertirse —en contra de su voluntad— en un símbolo del progreso científico, en la prueba de que es posible derrotar a la muerte.

    Constantemente, la narración plantea una pregunta: aun conociendo lo que en realidad conlleva la inmortalidad, ¿querríamos alcanzarla? ¿Qué sentido puede tener la vida cuando deja de tener fin, cuando nos mantenemos congelados para siempre en una misma edad, sin importar cuánto tiempo pase, mientras todos a nuestro alrededor van dejándonos, sucumbiendo a la muerte?

    Vivir eternamente nos enseña los peligros subyacentes en la juventud eterna; también en los avances científicos y tecnológicos que abogan por lo artificial y la destrucción de todo lo que nos hace humanos, únicos, diferentes y reales. A través de una mirada distópica a la sociedad actual, muestra cómo el progreso, en las manos equivocadas —de personas sin escrúpulos ni principios—, puede convertirse en un arma peligrosa, capaz de quebrar el ánimo y la razón; y abre un sinfín de debates éticos en cuyo corazón se encuentra, en último término, el verdadero significado de la vida y la libertad.

    PRIMERA PARTE

    De aquel suceso efímero surgía algo eterno. Si sueño, es porque el sueño es una realidad y la vida solo una sombra de mi paso sobre la eternidad. Si la vida fuera eterna, no la viviríamos con la misma intensidad.

    ATRAPADA

    Hay una diferencia entre

    estar atrapado y decidir quedarse,

    entre ser encontrado y encontrarte a ti mismo.

    Martina Boone

    Esa tarde, 14 de marzo del año 2020, Alicia llegó cansada, le dolían los pies, todo el día había estado dando vueltas terminando el diplomado y ultimando los detalles de su matrimonio.

    Mientras se duchaba y disfrutaba del agua que corría por su cuerpo, alcanzó a escuchar en las noticias que se cerraban todas las fronteras y se cancelaban los vuelos en todo el mundo. La gente debía quedarse en su casa confinada para evitar la propagación del COVID. Se preocupó mucho, se enjuagó el jabón y salió de la ducha sin secarse. Solamente tuvo tiempo de envolverse en una toalla. Sentía el pulso acelerado y una gran opresión en el pecho, como si no pudiera respirar. Tomó el celular y trató de comunicarse con la aerolínea, pero nadie le atendía el teléfono.

    No quiso desayunar, solo se bebió un yogur que guardaba en la nevera. Había amanecido un poco melancólica. Miró el reloj y vio que se estaba haciendo tarde, tenía que darse prisa y ver cómo solucionaba su regreso a Colombia. Era obvio que no podía seguir allí.

    Alicia había escuchado del coronavirus como una plaga que azotaba a China, pero nunca pensó verla extenderse en el resto del mundo y mucho menos convertirse en una pandemia. Por eso continuó en Barcelona. Un mes pasaba rápido y ella estaría de regreso en su país para comenzar una nueva vida al lado del hombre que amaba. Ahora esto la tomaba por sorpresa y debía correr para no quedarse atrapada en un país que no era el suyo y lejos de sus seres queridos. Comenzaba a extrañar muchas cosas estando fuera de casa. Casi no se acostumbra al horario, en el día se mantenía con sueño, pero poco a poco se fue habituando. Le había tocado familiarizarse con las jergas usadas allí y muchas veces le dificultaba entenderlas. Para ellos, «chévere» era «guay»; e ir a trabajar es ir «al curro». Le parecía increíble cómo cambiaban tanto el significado de un país a otro. La gente era demasiado culta; por ejemplo, cuando ella iba a pasar una calle, el conductor detenía el auto. El limón también lo extrañaba mucho, no había podido encontrarlo pequeño, amarillo y ácido. En Barcelona, los limones eran grandes y algo dulzones. La amabilidad de la gente, la cercanía, era lo que le hacía más falta. Los europeos son más distantes y frívolos. La comida no le había dado dificultad. Amaba la paella, le encantaban las tapas, las tortillas españolas; y el vino siempre había sido su compañero de vida. Sin embargo, también comenzaba a extrañar esos deliciosos jugos con los cuales acompañaba el almuerzo: maracuyá, fresa, mora y mandarina. Su tierra poseía una gran variedad de frutas que le hacían falta.

    Sacó su maleta, empacó lo principal y se fue para el aeropuerto. Debía conseguir un vuelo que la regresara a casa.

    —¡Dios! ¡Dios! ¡Esto no puede ser cierto! —exclamó con voz imperiosa mientras se sostenía la cabeza y caminaba por toda la habitación, preparándose para salir de prisa.

    Tomó un taxi y le solicitó al conductor que la llevara al aeropuerto. Le comentó que necesitaba llegar pronto para conseguir un vuelo que la regresara a su país, antes de que todo se cerrara por motivo de la pandemia.

    Desde que ingresó al aeropuerto, pudo ver el caos del lugar. Alicia aceleró el paso, pues veía interminable el pasillo hasta el counter de la aerolínea, donde había una multitud de personas enardecida. Todos repetían que necesitaban viajar, y ella se sintió aturdida observando aquel espectáculo. Solo se oían gritos y llantos desesperados. Parecía que el mundo estaba a punto de acabarse y que la única manera de salvarse era subirse en un avión. Con un gran esfuerzo, logró escabullirse entre la gente y acercarse al mostrador para solicitar un tiquete en el primer vuelo hacia Colombia. Estaba completamente descompuesta y sentía la necesidad de salir de Barcelona como fuera.

    La auxiliar que atendía en el counter de la aerolínea se veía angustiada e impotente.

    —¡No puedo hacer nada por vosotros, señores! Si estuviera en mis manos, los despacharía a todos, pero en este momento no tengo ningún espacio. Hay miles de personas en lista de espera y a partir de mañana estarán cerrados los vuelos. ¡Por favor, entiéndanme!

    Junto a Alicia, había un hombre tratando de viajar con desesperación. Este señalaba de manera insistente que debía cerrar un negocio en Massachusetts y no podía faltar. A Alicia le pareció un hombre autoritario y mandón. Creía que él tenía que ser el único privilegiado.

    —Señor, usted está en su país y yo estoy lejos del mío. Ante las circunstancias, lo mejor es que no viaje para que no se quede atrapado como yo.

    —¿Sabes, guapa? Todos estamos en iguales condiciones. Yo tengo que acudir a esa cita. Es el negocio más importante de mi compañía y no puedo dejar de asistir. Por favor, déjeme que voy a ver cómo puedo solucionar mi problema.

    Alicia se quedó en silencio. No imaginaba que aquel hombre debía viajar como fuera, porque andaba buscando una persona con la que pudiera desarrollar un proyecto científico que iba a cambiar la historia de la humanidad. Iba a firmar el acuerdo donde su empresa, Coral Corporations, recibiría los recursos para comenzar con los estudios genéticos, esos que les permitirían a las personas, después de muertas, entrar en animación suspendida.

    Pensó que lo más conveniente era no opinar, ella era una extraña, estaba en un país lejano al suyo y tampoco le afectaba el asunto. La pandemia era un duro golpe para todos y aquellas personas que estaban allí aglomeradas, al igual que ella, también tenían trastornada la vida en ese momento. Richard era un apasionado por el progreso científico, y al ver a Alicia, le llamó poderosamente la atención, ya que, además de ser una mujer bella, se veía que tenía carácter.

    La auxiliar encargada del mostrador estaba desesperada y no tenía ninguna solución.

    —De verdad, señores, lo mejor es que se retiren, no hay nada que se pueda hacer. Esta situación no depende de nosotros. Los vuelos están cerrados en todo el mundo. Esto no es cuestión de las aerolíneas. Esta disposición ha sido decretada por el Gobierno como consecuencia de una pandemia que azota al mundo.

    Alicia tenía mucha impotencia, y al ver que no podía hacer nada, cogió sus cosas y salió a tomar un taxi. Era absurdo quedarse en medio de semejante caos, pues no había ninguna solución inmediata que le permitiera regresar. Debía tranquilizarse, pronto iban a abrir los vuelos y todo volvería a la normalidad. Al caminar hacia la salida, sintió que alguien la seguía. Al darse la vuelta, vio al mismo antipático señor, quien minutos antes le había respondido con tres piedras en la mano.

    Alicia lo miró con desconfianza. «¿Qué le ocurre a este hombre?», pensó. Hace unos segundos se comportaba como un patán, pero ahora le está ofreciendo su auto para llevarla.

    —¡Eh, guapa, espera! ¿Adónde vas? Puede que yo pueda acercarte. En estos momentos de tanta confusión, no viene mal tener compañía.

    —Le agradezco mucho su ofrecimiento. Tomaré un taxi —Alicia replicó de mala gana y con la personalidad impetuosa que la caracterizaba.

    Richard le insistió con toda su fuerza de persuasión para convencerla. Ella se vio obligada a aceptar, aunque no quería hablar con nadie. No entendía el comportamiento de ese hombre. A lo mejor, estaba desesperado igual que ella y no era el momento de juzgar. Quería regresar a su apartamento, llamar a su casa y contarles lo ocurrido. Aunque, sin duda, ya estaban al tanto, era una noticia mundial y solo se mencionaba eso en todas partes.

    —¿Qué pensará usted de mí, si ni siquiera me he presentado? Mucho gusto, me llamo Richard Rocha —dijo, estrechando su mano con un gesto de amabilidad y cortesía.

    —Soy Alicia. Alicia Ferreira —le dijo sonriendo.

    —El ofrecimiento va en serio. ¿Quieres que te acerque a alguna parte? Te ves muy mal, puedo acercarte a dónde vas.

    —Parece que se te ha ido el mal humor —replicó ella.

    —Discúlpame; ahora, con esto del coronavirus, la situación del cierre de fronteras y el confinamiento, todos estamos alterados.

    Sin lugar a dudas, para Alicia, conversar con alguien le venía bien en un momento de tanta soledad. Le dio la dirección a Richard, quien de inmediato respondió sorprendido:

    —¡Mira qué casualidad! Queda muy cerca de donde yo vivo. No será ningún lío para mí acercarte.

    En el camino hubo un gran silencio, interrumpido solo por el ruido del motor del carro y una suave música que sonaba en la radio del vehículo. Parecían los únicos seres humanos en medio de todas esas calles vacías. De pronto, Richard arremetió con un sinfín de preguntas, quería saber todo acerca de Alicia. Le parecía una mujer hermosa e interesante y era la oportunidad perfecta para conocer un poco más de ella, podía ser Alicia la mujer que andaba buscando y suspender su viaje a Massachusetts.

    —¿Y qué te ha traído a estas tierras?

    Alicia no tenía muchas ganas de hablar, sus ojos almendrados se veían tristes y aguados por las lágrimas. Pero no quiso ser descortés con su recién conocido, así que le contestó:

    —Llevo poco más de un mes aquí, vine a hacer un diplomado y a conseguir todo lo de mi boda.

    —Te ibas… perdón. ¿Te vas a casar?

    —Sí, la boda era en veinte días, pero ya con todo esto, toca posponerla.

    —¿Y en qué estabas haciendo el diplomado?

    Ella le contó que era científica de datos y que había hecho un máster en Business Intelligence y Análisis de Datos. Pensaba abrir una empresa junto a su futuro esposo y por eso había viajado a Barcelona, para terminar el diplomado e investigar más sobre la empresa que iban a montar. También había aprovechado para comprar su vestido de novia. Los vestidos españoles le parecían hermosos, finos y delicados.

    —¡Qué coincidencia, yo soy científico! Actualmente, adelanto unos estudios para la industria de la inteligencia de datos junto al advanced computing. ¡La inteligencia artificial no para de crecer! En este momento estoy necesitando una data scientist que me ayude con todo el análisis de los estudios que voy desarrollando. De pronto te animas y puedas ayudarme mientras estés aquí en Barcelona y pasa lo de la pandemia.

    —Muchas gracias por traerme y por tan generoso ofrecimiento. La verdad es que en este momento no tengo cabeza de nada.

    —Alicia, toma mi tarjeta. Tal vez te pueda ser útil. No dudes en llamarme si necesitas algo. Ahora que vamos a quedar encerrados, podemos tomarnos un café en tu piso o en el mío.

    Alicia tomó su tarjeta. Le sonrió, pero en sus ojos se veía la tristeza y la soledad que tenía en ese momento. Se bajó del auto, Richard se quedó mirándola hasta que ingresó al edificio. Era muy observador y muy buen conversador. Estaba acostumbrado a lanzar preguntas para desnudar el corazón de las personas. Había aprendido a descifrar en el rostro el espíritu de la gente. No en vano se decía que los ojos son el espejo del alma y en la joven había visto una mujer valiente, con carácter, decidida e inteligente.

    Alicia necesitaba reclamar las llaves del apartamento en la portería. Las había dejado allí cuando salió de prisa para el aeropuerto con el fin de que se las devolvieran al dueño. No encontraba al portero, no estaba en la recepción.

    —Es el colmo que don Luis no esté en su puesto —dijo segundos antes de verlo aparecer.

    Ella, afanada, le solicitó que le devolviera las llaves. Le contó que no había podido viajar. Le había tocado devolverse porque los vuelos estaban cerrados en todo el mundo. Subió a su piso. No tenía ganas de nada. Se sirvió un martini. Lo dejó en su mesa de noche mientras se ponía la pijama. Miró por la ventana; solo lograba ver la densa niebla, la cual indicaba que ya caía la tarde. Debía llamar al dueño y decirle que continuaría con el contrato de arrendamiento, por lo menos otro mes más.

    Buscó el celular en su bolso. Siempre lo mantenía en silencio y únicamente lo utilizaba en el apartaestudio porque allí tenía wifi. Había miles de mensajes por el WhatsApp. Comenzó a leerlos y en todos hablaban de que buscara un vuelo como fuera porque el mundo entero quedaría paralizado por la pandemia. En ese mismo instante entró una llamada. Era su madre, estaba con Esteban Oliveira, su prometido, y querían saber a qué hora llegaba. Ella les contó sobre la imposibilidad de viajar en ese momento, por eso le tocaba quedarse hasta la reanudación de los vuelos. Se sentía desanimada y le pidió que por favor le pasara a Esteban al teléfono.

    —Amor, estoy desesperada. ¡Cómo me pudo suceder esto! ¿Qué va a pasar con nuestra boda? —Alicia no pudo evitarlo, quería mantenerse fuerte, pero comenzó a llorar desesperada. Las lágrimas caían por todo el rostro.

    —¡Tranquila, mi amor! Vamos a tener que postergarlo, pero será por unos días nada más. —Él trataba de calmarla, pues la situación ya estaba bastante difícil para agregarle otra preocupación más.

    —Estoy angustiada; todo esto que está pasando me tiene estresada. Parece como si estuviera en una oscura pesadilla de la cual quiero despertar.

    Alicia se acostó y puso las noticias. Los noticieros solo hablaban de lo mismo: la pandemia; la llegada del COVID-19, las cuarentenas y el resto de medidas adoptadas por los Gobiernos para mantener a la gente en casa. El mundo pareció detenerse y ella estaba impotente. No podía explicarse lo que pasaba. Por las noches la embargaba la soledad, y se debatía contra las angustias que acosaban su alma, pero al día siguiente se sobreponía; debía hacer frente a esa realidad y mostrarles a todos y a ella misma que no era tan débil como parecía. Miraba por la ventana: el cielo estaba encapotado y las calles se veían desoladas. Pensó en Richard, el hombre que la había acercado a su apartamento cuando estaba en el aeropuerto. Pero no se atrevió a llamarlo. La lluvia azotaba su ventana y al fondo se escuchaba una sirena de policía alertando a la población que debía permanecer en casa. Así, poco a poco, con el arrullo de la lluvia, se fue quedando dormida.

    Duró varios días sin querer levantarse. Veía películas en la televisión y leía para entretenerse. Lo único que escuchaba del mundo exterior eran las campanas de la iglesia. Estaba muy deprimida. A las duras restricciones de movilidad se les sumaba la difícil situación económica por la que estaba atravesando. Sentía que su vida se había trastornado de un momento a otro. Pasaron dos semanas y se iba prolongando la cuarentena… Dos semanas más, luego otras dos y otras dos. No había nada para hacer y estaba desesperada.

    Los días se hacían largos e interminables. Una rutina que parecía no tener fin. Se levantaba tarde. Prendía el computador, se conectaba con sus padres, luego con Esteban. Comenzaba a navegar por internet buscando opciones que le permitieran conseguir un vuelo humanitario para regresar, pero nada. Seguía allí atrapada librando su propia batalla.

    Recostada en la cama se quedó mirando fijamente al techo. Comenzó a pensar en Esteban, en todo lo que tenían planeado. Querían montar la empresa después de la boda y, por eso, ella había viajado a Barcelona a prepararse. Esteban era un hombre trabajador, honesto, sociable y muy emprendedor. Recordaba esos bellos ojos grises medio verdosos en los que solía perderse para encontrar la calma. Estaba muy desganada. Pasó días sin vestirse y muchas veces ni se bañaba. En ese encierro en el cual se encontraba, nada le provocaba. Pero ese día era distinto, sentía por primera vez el deseo de olvidarse por un rato de esa pesadilla que estaba viviendo. Tenía que hacer algo por ella o si no, iba a enloquecer. Decidió que tenía que hacerle frente a la situación y se vistió, porque quería volver a verse bella y, además, lo necesitaba.

    La esperanza de regresar se iba diluyendo con las dos cancelaciones de vuelos que le habían hecho. Alicia ya tenía el presupuesto cada vez más ajustado. Había arrendado un piso por dos meses y no sabía qué hacer, puesto que el tiempo estaba por vencerse. Tenía pocos euros y ni siquiera encontraba dónde cambiar más dinero. Ya no diferenciaba los días, no sabía si era lunes o domingo. De pronto volvió Richard a su mente y pensó que debía hablar con alguien o iba a perder el juicio.

    Recordó la propuesta de trabajo ofrecida por él y decidió marcarle al teléfono; tal vez era cierto, no solo ganaría algo de dinero, sino que a la vez se iba a entretener.

    —¡Aló! —lo escuchó decir al otro lado de la línea.

    —¿Richard?

    —Sí —respondió él, de manera ágil.

    Estaba un poco asustada, pero actuó con amabilidad y cortesía. No sabía si él se acordaba de ella, debido a que había pasado casi dos meses de su encuentro en el aeropuerto.

    —Richard, ¿cómo estás? Te habla Alicia. ¿Te acuerdas de mí? Hace algunos días me acercaste a mi apartamento —dijo con voz suave y pausada—. Espero no interrumpirte.

    —Claro, ¡claro, guapa, que me acuerdo de ti! ¡Cómo olvidar ese rostro angelical lleno de miedo! Me alegro de que te hayas decidido a llamarme, ¿cómo has pasado?

    —Ya te lo imaginarás, en este encierro tan terrible, el aburrimiento que tengo. No puedo ni ir a la esquina a tomarme una cerveza y unas tapas. Hoy me resolví a llamarte porque recordé la propuesta que me hiciste para ayudarte con lo del análisis de datos y, si todavía está en pie, me gustaría aceptarla.

    —Sí, ¡claro que sigue en pie! ¡Me emociona que me hallas llamado! —afirmó él con voz animada—. Reunámonos y hablamos del tema. ¿Te parece? Tú sabes que ahora todo está cerrado y no se puede salir. Yo puedo aprovechar el día del pico y cédula y voy hasta tu piso. Me invitas a un café y hablamos.

    Alicia se sintió feliz, un nuevo aire le llegaba.

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