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Epistemología espiritual
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Epistemología espiritual

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El autor plantea su tesis en virtud de la cual la consiencia es una magna anomalía para la ciencia, nos obstante ser el medio, soporte y campo de cualquiera investigación, por lo cual no debe limitarse la ciencia normal a los dominios de lo físico, matrial, emociona o mental, sino liberarse para llegar con métodos a decuados a las dimensiones del espíritu.
IdiomaEspañol
EditorialMAGO Editores
Fecha de lanzamiento1 jul 2019
ISBN9789563175332
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    Epistemología espiritual - Manuel Vegara Echeverría

    1917

    Preámbulo

    Toda investigación, científica, formal, espontánea o intuitiva, sea de índole teórica o práctica, se suspende desde la experiencia primaria de la conciencia, por lo que, sin esta, no es posible aquella. Luego, al tratar de una clase cualquiera de indagación, sea la propia de la ciencia natural física o de otra de índole espiritual, no podemos sino hacerlo tratando sistemáticamente con la idea y realidad de la conciencia. Paradojalmente, corresponde a un fenómeno aún inexplicado, de la que no sabemos, todavía, si es una energía, sustancia o singularidad. Tratar, entonces, con la conciencia es tratar con una auténtica anomalía kuhniana¹, que, al mismo tiempo, constituye la facultad o elemento raíz y sostén de cual­quiera vía y forma de conocimiento, espontánea o científica.

    Cómo conocer, cómo saber que se conoce, cómo saber qué es lo que se conoce; cuál es el método o cuál la metodología en virtud de la cual podremos alcanzar la certeza de un saber o de una ignorancia, con qué clase de capacidades y órganos de conocimiento cuenta el ser humano para conocer y saber qué sabe o qué no sabe, son parte de las cuestiones comunes a toda la historia del pensamiento y de la actividad humana dirigidas al saber, dando forma a los elementos epistemológicos con los que trataremos. La ciencia normal, aquella relativa a los objetos materiales, densos y sensibles del conocimiento, ofreció, a partir del comienzo de la época moderna un método característico de la actividad científica, o, al menos, logró definir ciertas condiciones conceptuales, lógicas, experimentales, teóricas y consen­suadas en la comunidad científica acerca de cuándo hay actividad científica.

    Sin embargo, el esfuerzo desplegado por las comunidades científicas para dar con el método científico al mismo tiempo que nos ha brindado avances significativos en el conocimiento de la realidad y de nosotros mismos, se ha encerrado en limitaciones de la misma forma que una persona, al tratar de observar bien un objeto determinado, pierde de vista el resto de los objetos. Afirmo, en ese sentido, que por causas históricas precisas, la ciencia normal y la metodología de su actividad se han sostenido en general, aunque mayor y especialmente en el campo de las ciencias sociales y humanistas, de un paradigma global de índole materialista, en virtud del cual se supone y trata lo humano desde una concepción basada en la creencia de que responde a una evolución animal, como un sujeto determinado por condiciones ambientales y físicas, con lo cual, incluso sin desearlo, ha descartado todo interés en, toda importancia de, y toda cualidad científica, a los saberes de índole suprarracional o intuitiva, o como quiera que sean adquiridos por vías no reconocibles por la comunidad científica. Especialmente, y por la hipótesis de evolución material y animal, se ha creído que nada habría de importante, desde la perspectiva de valor científico, en el saber proveniente de los albores de la época humana, de la antigüedad, y que reunimos en lo que se ha denominado filosofía perenne, constitutivos o sostenidos en un paradigma espiritual.

    En esta obra exploraremos las condiciones y elementos epistemológicos con los cuales podría anticiparse una metodología de investigación que se sostenga del paradigma de índole espiritual. Para ello, vamos a considerar una concepción del ser humano —hipotéticamente— en la que nos observamos como entidad espiritual, donde nuestra conciencia individual se constituye una singularidad de, y en, la conciencia universal.

    En nuestra exposición utilizaremos una metodología de convergencia y conjugación de una serie y constelación de ideas y principios, a partir de las hipótesis científicas provenientes de la ciencia física y de la biología molecular, de las ideas sobre la relación entre los observadores y las leyes de la naturaleza, planteados por la teoría de la relatividad especial, de los estudios sobre supersimetría del universo más recientes, así como de las relaciones entre el cerebro y la conciencia con el cuerpo. Examinaremos los elementos que destaquemos, conjugados con elementos extraídos de las fuentes de la filosofía antigua y perenne, y particularmente de la teoría del conocimiento platónico y de la sabiduría védica.

    Descubriremos a la conciencia como una magna anomalía, aunque desconocida aún, constituyente de la raíz de cualquiera vía de acceso al conocimiento, es decir como una condición determinante de la actitud interna y externa de investigación. Presentaremos como elemento particular de esta clase de investigación el rol de la facultad intuitiva, de la visión en los planos espirituales y causales, como una facultad superior espiritual que, siendo indescriptible desde el plano racional, es posible alcanzarla sistemáticamente mediante la consideración de los planos de conciencia. Para comprender ese rol, propongo una teoría de movimientos de la conciencia en las esferas de experiencia presentes y futuras, y el mecanismo de autoconocimiento humano.

    Concluiremos la conveniencia y utilidad de continuar en la línea anticipativa de una metodología semejante, haciendo converger aportes orientados en esa dirección, de la misma forma en que la ciencia normal allega elementos orientados desde sus propios principios axiomáticos, aunque en la realidad sean apenas hipotéticos. Agregaremos la importancia de aplicar a las ciencias de la educación, y a las prácticas pedagógicas, estos elementos, sobre la base de reconocer las esferas de experiencia subjetivas anteriores, y fundamentales, del aprendizaje, comprendiendo como elemento esencial y profundo de la investigación y la ciencia, la conciencia en sí mismo, reconociendo, de paso, a la felicidad y satisfacción espiritual como el sentido primario de la acción humana.

    Tales elementos y tales propósitos vienen a ser a mi juicio, según será expuesto, la Recta Educación, que imparte el educador cons­ciente ejercitando para sí y para sus estudiantes, la investigación consciente.


    1 Kuhn, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas. Traducción de Carlos Solis. 1962

    Capítulo I

    Introducción

    ¿Cuál es el problema?

    La conciencia en investigación y educación: una anomalía

    Si existe un debate acerca, al menos, de la existencia y valor del denominado método científico, naturalmente surge la posibilidad cierta de la exploración de esos límites y acerca de lo que puede ofrecer un cambio en el paradigma. Indudablemente, reconocer tales límites y la posibilidad de otras vías paralelas o complementarias que nos acerquen a otras zonas de la realidad, constituye una esperanza para la humanidad en el camino del saber de sí misma y del conocer del sentido del mundo.

    Sin pretender ser un especialista, ni siquiera alguien allegado a la comunidad científica normal, puedo argüir que existen suficientes elementos de juicio como para sostener que, al menos, como probabilidad, el método científico utilizado efectiva y masivamente por la ciencia normal —según la descripción de Kuhn (2006, pág. 106)— parece no presentar similar desarrollo y progreso en las ciencias humanistas como ocurre en las ciencias naturales. Particularmente, resulta insuficiente para dar cuenta de las anomalías propias del campo humano, es decir, en el campo de las investigaciones donde el objeto de observación son justamente las prácticas humanas. En efecto, innumerables situaciones quedan o se salen fuera del control metódico y de las posibilidades de explicación según el estado actual de la ciencia normal, y, sobrepasan las rigurosidades posibles de la ciencia racional. Hasta ahora, toda investigación relativa a lo humano y social, descansa, finalmente, en una valoración cuantitativa o cualitativa de las percepciones, es decir, del modo en que cada individuo reconoce en sí mismo qué sienta o qué piensa. De ese modo se llega a conclusiones impresionantes, como cuando se concluye una relación entre afecto y desempeños académicos, o entre drogadicción y relaciones sociales y familiares. Lo que vincula a ese modo investigativo del propio de la ciencia natural, es, de nuevo, la conciencia.

    La más extraordinaria anomalía que tiene relación justamente con las prácticas humanas y, entre estas, las relacionadas con el conocimiento y la capacidad humana de conocer, es la conciencia. Como sostengo, constituye una magna anomalía, tanto como lo es su aspecto y reflejo percibido a nivel cerebral, como en cuanto a su aspecto denominado mente pura en filosofía oriental y específicamente budista.

    Imposible de definir, hasta ahora un auténtico enigma, es la conciencia, no solo en cuanto sus contenidos materiales o soportes orgánicos, sino en lo que respecta a su naturaleza inmaterial, sea que esta se conciba, se constituya o describa como propiedad, atributo, condición, estado, o como quiera que se le trate de definir. Es la conciencia, al mismo tiempo, el medio, el campo y el soporte de cualquier conocimiento. El medio porque sin conciencia no hay identificación ni juicio posible acerca del estado de ignorancia ni del estado de saber; el campo, porque es allí donde, o desde donde, resulta posible el saber tanto de lo que se ignora como de lo que se conoce; y, el soporte, porque sin conciencia no hay posibilidad de la memoria, de la representación, ni de ninguna otra de las cualidades del pensamiento, del intelecto o del alma que posibiliten adquirir, reconocer, ordenar, discriminar o retener conocimiento y sus contenidos.

    Al revisar la bibliografía referida a los estudios sobre conciencia, prácticamente en lo único que hay acuerdo en la comunidad de científicos, es que la conciencia puede perderse o recuperarse o alterarse, mediante intervenciones voluntarias, accidentales o forzadas, donde la presencia o ausencia de elementos químicos, eléctricos o de otra clase parecen causar tal pérdida, recuperación o alteración. Por ejemplo, hay múltiples estudios donde se aprecian relaciones entre la presencia de ciertos elementos químicos, cierta actividad cerebral y ciertos cambios de la conducta, de lo cual algunos deducen que esos elementos, esa actividad o esos cambios causan o producen o son evidencia de la conciencia y sus cambios. Sin embargo, resulta imposible determinar su orden de causalidad —qué causa qué— y, también sus relaciones sincrónicas —cómo ocurren tales relaciones—, dificultades que ya hicieron notar los que representaban la conciencia como la luz de una ampolleta, o como la electricidad que la causa.²

    No hay acuerdos científicos de validez universal en lo que se refiere a la naturaleza de la conciencia, ni a la de sus relaciones con la realidad, aunque hasta hace unos pocos años, desde el siglo XVIII se la ha venido tratando como un fenómeno dependiente de causas o efectos electroquímicos, o como contenido racional.

    En el lado opuesto están las ideas y saberes asociados al paradigma de índole espiritual, es decir, aquellas ideas y saberes que reconocen al ser humano una naturaleza esencial inmaterial, metafísica. Se reúnen en lo que se ha denominado filosofía perenne, sin embargo, principalmente por la dificultad de las fuentes históricas, de sus evidencias, y porque ha venido creciendo una gran variedad de interpretaciones y usos contemporáneos de esas antiguas ideas, no parece fácil ni posible determinar una significación universal ni tampoco una descripción rigurosa como quiere la ciencia normal respecto de la conciencia.

    Por lo anterior, en esta investigación, intento seguir el modo antiguo de las metáforas y la cualidad efectiva del conocimiento intersubjetivo, —donde es posible reconocer el saber por sus propiedades explicativas o justificativas de tal o cual fenómeno o parte de la realidad— puesto que el objeto final de esta investigación es la posibilidad de una metodología de investigación de índole espiritual.

    La conciencia resulta ser, precisamente, en cuanto estado de conocimiento intersubjetivo, una especie de nodo principal que enlaza el o los caminos de la filosofía, la religión y la ciencia, incluso el arte, por lo que también sincroniza reflexiones y estudios de esta clase. Tenemos un observador cuando hay conciencia en aquel. Tenemos un objeto de la observación cuando la conciencia alcanza ese dominio o experiencia. Eso lo sabemos aunque no podamos dar cuenta de ellos por medios universales. La conciencia no puede observarse a sí misma porque es ella misma la fuente de la observación posible.

    Tenemos entonces un primer asunto epistemológico, el de la conciencia como medio, campo y soporte del conocimiento.

    El segundo problema epistemológico es el del paradigma maestro, la constelación de ideas y creencias constitutivas de la referencia global, en suma los prejuicios fundamentales. En esto, la ciencia normal por excelencia, la que trata con la realidad física, biológica, molecular, corre de manera distinta que la ciencia social o humanista que trata con la conducta humana. Mientras las primeras han venido creando o descubriendo nuevos conocimientos, es decir, han pasado por auténticas revoluciones científicas, las segundas parecen estar atadas a prejuicios e ideas o hipótesis no verificadas de la época de Darwin y posteriores, y últimamente a interpretaciones materialistas surgidas en el siglo XIX, particularmente las ideas neomarxistas de dialéctica. También hay diferencias entre estas dos grandes divisiones de la ciencia normal, en lo relativo a cómo se aplican los nuevos saberes producidos en las revoluciones científicas. Las teorías y conocimientos aportados por Einstein, los físicos cuánticos, y biólogos moleculares como la Dra. Candace Pert, no han sido aplicadas o han sido tergiversadas o simplemente mal utilizadas en la ciencia social y humanista, principalmente porque se las observa desde una perspectiva estática, detenida en el siglo XIX, básicamente el paradigma moderno de caracteres materialista y neodarwinista.

    Podemos avanzar a una investigación acerca de los métodos de investigación sin necesidad de saber acerca de la conciencia, su realidad, naturaleza, características u otros atributos de su esencia. De hecho, todos los avances, descubrimientos, explicaciones y justificaciones que nos ha dado la ciencia desde que se considera su existencia, no han requerido detenerse en esa primera investigación del modo de conocer, saber y juzgar precognitivo, prerreflexivo y prepensamiento. Asimismo, la ciencia social, y cualquiera de sus ramas de estudio, tampoco lo han requerido, afirmación que se constata en la observación de cualquiera investigación social, donde el uso de la expresión conciencia pareciera suponer una significación ya conocida. Esta no es una cuestión irrelevante, ya que los objetivos de esta tesis se vinculan a la ciencia humana o social. Kuhn plantea las interrogantes que corresponderían a la ciencia humana o social: ¿Por qué mi campo de estudio no progresa como lo hace, por ejemplo, la física?, ¿Qué cambios de técnicas o métodos o ideología le permitirían hacerlo? (2006, pág. 282). Es que un hecho visible es que los avances de la ciencia normal no se han replicado en la ciencia social, de la manera revolucionaria y progresiva que lo ha hecho, por ejemplo de nuevo, la física.

    El asunto se hace más complejo cuando se observa que la ciencia humanista y social no solo desprecia o menosprecia el valor y aporte del saber de la Antigüedad, sino que incluso no replica los avances de la ciencia natural: las ideas de Einstein contradicen las materialistas en el sentido de que así como existe la probabilidad y la incerteza, también existen leyes absolutas que no dependen ni del observador ni de su distancia o posición relativa. Todo esto ha sido observado, como veremos, por muchos, en la academia y en el laboratorio, especialmente por Kuhn, Feyerabend y Lakatos, entre otros.

    Un tercer problema epistemológico tiene que ver con la idea de un método científico. El problema de la existencia o no de un método científico, es decir, de un conjunto de reglas que han seguido los científicos que han dominado y hecho avanzar su campo, ha sido materia de debate, particularmente, en las últimas décadas nos lleva a cuestionar si acaso ese método lo crearon y enseñaron los científicos mayores, o si en verdad más bien es producto de una serie de interpretaciones y descripciones de quienes estudian el método e intentan replicar lo que los sabios científicos han descubierto.

    Resulta, al menos posible, establecer la utilidad de evaluar la existencia probable de otro u otros métodos posibles. Feyerabend (1986) y Lakatos (1987) ni siquiera se distraen en criticar un método científico específicamente en las ciencias sociales y humanistas, sino que cuando expresan sus críticas y dudan de su eficiencia, incluso de la existencia, de un método científico en la ciencia normal, parecen entender que menos posibilidades tendría la ciencia humanista y social de reclamar una posición valedera en este punto, ya que la historia afirma que la ciencia humanista intenta imitar, tanto como pueda, lo que hace la ciencia natural.

    Nos encontramos aquí, en este punto de mis estudios previos, con un debate muy distante de las posibilidades y alcances de la presente investigación: la existencia o no de un método científico, es decir, de un conjunto de reglas que han seguido los científicos que han dominado y hecho avanzar su campo. ¿Lo utilizó Einstein?, ¿Galileo?, ¿Newton?, ¿Platón?, ¿Descartes? Estudios recientes han llegado a poner en duda que estos indiscutibles líderes de la ciencia, hayan seguido un determinado método que sea el que se enseña en las universidades y academias. Rigurosamente, habría que decir que en las aulas universitarias no existe la enseñanza de un método determinado estricto e inflexible, sino con múltiples variaciones y excepciones admisibles.

    Y, efectivamente se ha producido este debate en el que, en su extremo, un filósofo de la ciencia como Feyerabend³ ha sostenido que no solo no habría un método científico, sino que el avance efectivo de las ciencias ha requerido apartarse de las reglas del supuesto método. Seguramente este punto implica y provoca serias diferencias entre científicos y filósofos, y de hecho Feyerabend ha sido muy criticado. Y es que aunque Paul Feyerabend (1986) puede ser considerado por sus detractores y por historiadores de la ciencia, como un ejemplo extremo, existe variada documentación que da cuenta de que sin llegar a ese extremo, todo lo referido a la existencia y validez de un método que sea dueño del título científico es, sin lugar a dudas, al menos una materia de debate entre científicos. Es un hecho que, en las academias y universidades, el o los métodos científicos ayudan a asociar conocimientos y en ciertos casos, despuntar indicios de algo nuevo, sin embargo, también es un hecho que seguir el método no lleva a descubrir conocimientos, a menos, que exista un factor que no proviene del método sino de cierta actitud, disposición o circunstancia del investigador.

    En este punto, voy a afirmar que, para reconocer y explorar la existencia de una metodología de investigación de índole espiritual y sus elementos epistemológicos, no es un requisito ni una condición previa resolver ese magno debate que compete a científicos y filósofos de mayor experiencia e idoneidad en el campo de la metodología que este investigador. Para efectos del presente estudio, entonces, podremos apartarnos de semejante debate, y será suficiente considerar que mientras no se resuelva aquel, no hay motivos para abandonar esta clase de investigación, cuyo propósito no es restar méritos ni pretender redefinir el método científico, sino verificar la existencia de condiciones para alcanzar un conocimiento científico de una realidad metafísica, metarracional y metabiológica posible. Es decir, un método o metodología que, sin entrar en conflicto con la ciencia ni con la comunidad científica normal, ni tomar parte en aquel debate, pueda aportar otra vía rigurosa y metódica para ampliar el saber, la experiencia o el dominio de la realidad humano, específicamente en el campo de la experiencia vital humana y su conciencia.

    El saber y los intentos de saber son parte de la experiencia singular humana. El ser humano tiene la intencionalidad natural de aprender y de saber, actúa consciente, decidida y firmemente cuando se trata de buscar el saber del otro, de lo otro y de todo lo que le rodea, visible o no. Ha llegado a saber y a comprender, a retener y contener una vasta constelación de saberes, y también ignorancias. Sin embargo, de sí mismo poco o nada sabe. El Sí mismo de un individuo no es su aspecto físico, biológico, químico y eléctrico, sino realmente su esencia primaria como ser consciente.

    Y, en ello tenemos otro elemento epistemológico. La constatación de la ignorancia acerca de la naturaleza esencial del ser humano. A lo menos, estamos obligados a considerar un doble aspecto en la naturaleza humana, y específicamente en el dominio de su conciencia: un dominio físico y un dominio no físico, teniendo presente que lo físico incluye fuerzas, órganos y elementos constituyentes de lo biológico, químico, eléctrico y mecánico. Y en la dimensión no física, metafísica, es donde nos encontramos con otras cualidades que distinguen lo propiamente humano: conciencia, espiritualidad, y luego, emocionalidad, intelectualidad, racionalidad y capacidad de juicio, de saber y de enjuiciar.

    En relación con esta primaria dualidad, existen múltiples maneras de comprenderla y utilizarla. Por de pronto, aunque no tengamos el dominio del saber acerca de la conciencia, según ya se ha mencionado, como tampoco del espíritu, o del alma, necesitamos estos términos para poder referirnos a múltiples acciones, conductas, juicios y experiencias humanas. Una ventaja de esa ignorancia, es que nos permitirá avanzar, desvergonzadamente, hacia el objeto del presente estudio, por cuanto al no estar definida ni esencialmente conocida la naturaleza humana esencial, podremos con toda libertad tomar una u otra hipótesis o teoría posible.

    De lo dicho resultan también cuestiones importantes:

    ¿Es posible hablar de indicios de un estado pretransformacional de la ciencia, y en particular, de la ciencia social?

    ¿Es posible constatar elementos epistemológicos de índole espiritual?

    ¿Pueden servir ellos de bases para una intervención educativa y social?


    2 Reventando con un palo una ampolleta termina la luz, pero sabemos que ni del golpe ni de la ampolleta depende la existencia de la corriente eléctrica sino apenas un aspecto de su visibilidad. Este era el clásico ejemplo en el siglo XVIII cuando el racionalismo llegaba incluso a sostener que nada fuera de la razón, por ende, de lo racionalmente comprensible, podía ocurrir en la realidad.

    3 Autor de Contra el método (Against Method) (1975) en el que revisa episodios claves de la historia de la ciencia con los que fundamenta su posición. Ver bibliografía y referencias en el resto de este estudio.

    4 Sugiero, como lectura complementaria, el Libro Segundo de mi estudio sobre la pedagogía para la conciencia Aristeia: ¿Hacia una nueva pedagogía para la conciencia? (2005), que constituye un antecedente para la presente investigación. En esa obra anterior, el problema era el de una pedagogía para la conciencia, en tanto que esta otra investigación se orienta en el otro sentido, la pedagogía desde la conciencia. Luego, las referencias a esa obra anterior mía tendrán el propósito de señalar que existen mayores detalles o una perspectiva útil para el presente trabajo.

    Capítulo II

    El asunto del o los paradigmas de la ciencia social contemporánea

    ¿Cuál o cuáles son el o los paradigmas de la ciencia social contemporánea? ¿Podemos referirnos a uno o a múltiples paradigmas? Es una discusión sin mayor sentido, toda vez que al tratar con más de uno, podrían ordenarse de modo tal que, igualmente, se trate de uno que resume al resto. Es decir, un paradigma puede ser la síntesis mayor de las hipótesis, creencias y afirmaciones que están en la base de todo el edificio, en el origen de toda la constelación de creencias, juicios, hipótesis e investigaciones que pongan límites a la ciencia contemporánea. Si nos viésemos en la obligación de ilustrar un paradigma contemporáneo, podría expresarse su fundamento del siguiente modo: el ser humano forma parte del árbol del reino animal, es un animal producido y autoproducido en el ambiente animal; o, el ser humano no es un ser espiritual ni distinto de lo animal. Y, si procuráramos identificar el aspecto que tenía este paradigma no más de diez ni siete años atrás, sin duda que se expresaría en el aserto de que el ser humano desciende de una especie simia semejante al mono⁵.

    Desde los más estrictos racionalismos, científica e históricamente hablando, hasta las corrientes en apariencia menos racionalistas y más liberales postmodernistas, las afirmaciones, hipótesis, objetos de investigación y marcos teóricos contenidos en ellas, presuponen —como si se tratase de un saber ya universalmente comprobado— que el ser humano forma parte del reino animal y que es una especie animal avanzada, de lo que se ha derivado que cualquiera funcionalidad anómala —conciencia espiritual, por ejemplo,— quedaría fuera del campo de la seriedad investigativa.

    Lo que caracterizo y denomino en este texto como corrientes neorracionalistas, son aquellas que, cuando incluyen en su discurso los conceptos atingentes a lo humano metafísico, especialmente los relativos a la espiritualidad o inmaterialidad, lo hacen, siempre, como efectos y productos, finalmente, de relaciones químicas, biológicas y físicas, explicables mediante la razón. Uno de los exponentes relevantes, a mi juicio, de la corriente neorracionalista es el Dr. Maturana, quien definitivamente exhibe un discurso que incluye toda clases de conceptos de índole espiritual, tales como conciencia, alma, amor y otros, a los que en sus fundamentos les supone un origen biológico y, en cuanto a su realidad y existencia, la limita a la que se puede dar en una conversación, en el espacio que se crea entre los interlocutores de una conversación. Se refiere, por ejemplo, a que el ser humano es capaz de emocionar y emocionarse en sus relaciones e interacciones, diciendo: somos sistemas determinados en nuestra estructura (Maturana, 1997, pág. 29), y que esta afirmación no debe aterrarnos porque tal reconocimiento no suprime nuestras experiencias espirituales, ni aquellas que denominamos psíquicas, al contrario nos permite darnos cuenta de que estas, como ya está dicho, no pertenecen al cuerpo, sino al espacio de relaciones en que se da la convivencia (Maturana, 1997, pág. 29). Ese espacio de relaciones vendría a ser una realidad de tipo virtual, enteramente dependiente del fundamento biológico que constituye al ser humano. El neorracionalismo sigue siendo efecto y consecuencia del paradigma materialista.

    El mencionado, es un paradigma opuesto o diferente del que inspira u orienta o podría orientar a un investigador atento a la probabilidad de la existencia de una dimensión de índole espiritual, como ocurre cuando el Dr. William Tiller, afirma somos espíritus que tenemos una experiencia física (2010, en Goleman y otros, pág. 256), que es una afirmación esencial contenida en la filosofía perenne. Como vamos a observar, una metodología de investigación de índole espiritual es posible desde que también es posible un paradigma diferente. Lo que afirmo es que estamos en un momento prerrevolucionario de las ciencias humanas, desde que la biología ha logrado desprenderse en las últimas décadas del axioma materialista y limitado surgido de una interpretación o lectura abusiva de Darwin.

    Ahora bien, pareciera que es difícil una revolución científica en las ciencias humanas porque al paradigma anteriormente anotado, se han sumado otras suposiciones teóricas contemporáneas que parecieran fortalecen al primero. Yo sostengo que no es así y que estos últimos son más bien derivaciones o hipótesis ad hoc, en el lenguaje de Kuhn, para completar forzadamente un rompecabezas científico. Estos otros paradigmas o hipótesis ad hoc podrían referirse o resumirse del siguiente modo: comprender y tratar al ser humano y su origen, como una especie y como individuo logrados en una construcción social⁶, donde la ciencia social, incluidas la psicología, la antropología, la sociología y la educación, trata las tradiciones, leyendas, mitologías y conocimientos de la Antigüedad como elementos primitivos de la construcción social, reduciendo lo espiritual del ser humano a formas primitivas de autoconstrucción en el miedo y la ignorancia, si no es que simplemente se desprecian como material significativo científico. El individuo ha perdido en esta hipótesis, como en las teorías constructivistas y de la sociología contemporánea, casi todo su valor como individualidad, pasando a ser, ya no solo un producto evolutivo como especie, sino una construcción surgida desde el ambiente y del grupo social que le rodea. Esta teoría ha ido hasta el extremo para afirmar que incluso la condición y naturaleza física no es más que una imposición social, como el sexo.

    Si bien las ciencias sociales y humanistas, bajo estos múltiples paradigmas, tratan de pronto con conceptos que refieren a mundos metafísicos, se les considera hijos de la pura ignorancia primitiva e indignos padres de lo que aceptan como ciencia normal. Del paradigma del origen y condición animal a la imagen del ser humano y su identidad como meros productos de construcciones sociales, no hay mayor distancia; por el contrario, resultan coherentes entre sí.

    Las expresiones y formulaciones de parte de los científicos de la comunidad actual, que parecen incursionar o mirar más allá de las fronteras prefijadas por estos paradigmas, por ahora, constituyen excepciones en la ciencia normal, y específicamente en los ámbitos de la ciencia humanista y social, la psicología y la educación, una rareza completa⁷.

    ¿El o los paradigmas mencionados de índole materialista y neorracionalista completan la visión del mundo, y serían una única visión posible? Definitivamente afirmo que no es así. Vamos a revisar indicios simples, por doquier, del estado crítico de la visión del mundo que se ofrece desde la ciencia normal, estado crítico que corresponde a la fase prerrevolucionaria en el lenguaje de Kuhn, luego de la cual estaríamos asistiendo en las próximas décadas a una auténtica transformación paradigmática de la ciencia humanista contemporánea.

    Naturalmente, esta investigación no se basará en el paradigma materialista, aunque no lo descartará. El paradigma materialista y neorracionalista predominante, es una perspectiva no solo válida, sino que es el que ha causado extraordinarios avances en el conocimiento de la naturaleza y la realidad. Lo que afirmo es que, aunque las posibilidades del paradigma materialista son extensas, son esencialmente limitadas. El prejuicio generalizado bajo ese paradigma es la imagen de una naturaleza humana que solo admite espiritualidad en tanto fenómeno resultante de relaciones materiales, biológicas, químicas o de construcciones sociales desde el lenguaje. Y es, por ello, un prejuicio.

    Vamos a hablar muchas veces de paradigma, del modo que entenderemos que ese paradigma contiene otros coherentes entre sí. Pues bien, se acumulan múltiples observaciones y estudios que desafían las fronteras del paradigma contemporáneo que me permito definir como paradigma materialista, biologista y neorracionalista.

    Materialista, porque desconoce y repudia la idea de una dimensión espiritual en el sentido metafísico, y considera que cualquier fenómeno, estado y conducta humana siempre obedece a las leyes de la materia, a evolución del tipo darwiniana, de química y la electricidad mecánica orgánica; biologista, porque la mayor parte de la comunidad científica en torno a la biología, insiste y mantiene como única hipótesis de trabajo, la creencia en una evolución humana limitada al reino animal, donde la especie simiesca se la considera el ancestro de la especie humana y todos los estados de conciencia, conductas y cualquiera otro fenómeno humano tendrían explicación y base biológica, sea la identidad, el pensamiento o la conciencia; y neorracionalista porque, aparentemente, alejada del estricto racionalismo que sostiene que solo existe aquello que puede expresarse racionalmente, la doctrina neorracionalista utiliza las expresiones de conciencia, espiritualidad, amor y otras de clásica connotación subjetiva, para referirse a las conductas humanas, pero siempre limitadas a sus aspectos biológicos y materiales, es decir, siempre y en el fondo, las nuevas corrientes que hablan de amor o de conciencia, simplemente, han agregado un aspecto un poco más abstracto a su firme creencia de que nada hay sino materia, biología y química en estados físicos. Incluso en los investigadores que se atreven a desafiar este paradigma, llegan a hablar de las moléculas de la emoción sin establecer una clara diferencia entre lo físico y lo metafísico.

    Se acumulan, entre los indicios del estado prerrevolucionario científico al que nos referíamos antes, estudios científicos de neurobiólogos, físicos y otras especialidades, incluso entre las ciencias sociales y humanistas, como la psicología, en las que se esfuerzan por someter a estudio estricto la relación entre religiosidad y salud, entre plegarias y resultados médicos, entre meditación y desarrollo de habilidades y potencialidades humanas. Las conclusiones en esos estudios, de los cuales algunos mencionaremos en este libro, son aún muy precarias como para sostener una revolución científica. Todavía permanecen como excepciones y rarezas ante el gran paradigma gobernante.

    Después de Descartes y del llamado cisma entre ciencia y religión,⁸ la comunidad científica occidental adoptó la creencia de que a ninguna cualidad humana, ni la conciencia, ni la intención, ni la emoción, ni la mente ni el espíritu se le puede permitir influir significativamente en una investigación sobre la realidad física (Tiller, en Goleman et al., 2010, pág. 238). Al respecto, las ciencias sociales y humanistas han sido más radicales que la ciencia natural o física. Estas, en lugar de, con humildad, mirar con respeto hacia la simbología y concepciones de la Antigüedad recogidas por la llamada filosofía perenne, mantienen todo saber y conocimiento antiguo afuera del "establishment científico social humanista. A partir del propio paradigma materialista, se ha acogido con entusiasmo a las más recientes teorías neorracionalistas, en las que por definición se racionaliza" lo espiritual, y se le enmarca dentro de subteorías materialistas como el constructivismo, el cognitivismo, o el ambientalismo.

    Afortunadamente en el campo de las ciencias naturales y física ocurre algo diferente, tal vez porque en esas ciencias han sido más frecuentes, más intensas y profundas las revoluciones científicas. Cada vez más investigadores, se atreven a asomarse fuera del paradigma, a efectuar estudios en los que se procura observar fenómenos y efectos de otras dimensiones de la naturaleza y del ser humano. Importantes académicos y científicos han abandonado hace años los límites de esa creencia, aunque muchos aun prefieren ser cautos a la hora de referirse a las anomalías espirituales como la que denomina el Dalai Lama la mente pura. El Dr. William Tiller, de la Stanford University, se ha abocado a estudiar la coherencia posible entre la descripción de la realidad de la mecánica cuántica y la descripción de la naturaleza como es contenida en el dominio del saber espiritual, es decir, entre las ideas de la Antigüedad y los principios y afirmaciones de la ciencia física contemporánea. Ha expuesto los límites del paradigma global en el campo de la investigación y de la ciencia, afirmando que el esfuerzo de la ciencia normal y de la comunidad de científicos desde los comienzos de la época moderna ha sido necesario, sin embargo, ha tenido como costo una limitación en la visión del mundo y en el acceso al conocimiento de la realidad más completa:

    Fue precisamente esa creencia la que nos permitió desarrollar una metodología y un conjunto de procedimientos fiables para llevar a cabo experimentos científicos en los casos más sencillos, en donde el cambio biológico de los experimentadores era débil y, en consecuencia, su influencia desdeñable.

    Y concluye:

    Una de las ventajas de esa creencia fue el descubrimiento y utilización de muchas leyes naturales, y una de las desventajas de la aceptación casi completa de esta creencia es que la visión filosófica del mundo del establishment científico se ha limitado casi completamente al reduccionismo materialista (Tiller, en Goleman et al., 2010, pág. 238).

    Ese reduccionismo materialista es el que caracteriza a las corrientes racionalistas y neorracionalistas cuando describen un mundo donde el ser humano produce, construye y crea la realidad, incluyendo su propia alma, identidad y sentido del espíritu, descartando atributos de una conciencia individual metafísica.

    Afortunadamente, últimamente, la biología y la química, han comenzado a desbordar los límites del paradigma neodarwinista y materialista, neorracionalista, llegando a establecer y visualizar conexiones a nivel molecular entre formas de la materia y energías, es decir, ya no como si de ladrillos se tratara la realidad. El paradigma materialista, las visiones e ideas que inspira, ya resultan completamente inadecuadas para el trabajo científico en las ciencias naturales, debido a que cada vez se hace más evidente la dificultad de intentar explicar la mente, el espíritu y la conciencia como productos biológicos, químicos o del cerebro.

    Existe, entre los conocimientos que han sobrevivido a los tiempos, desde la Antigüedad , interesantes teorías acerca de la naturaleza y origen de la especie humana, varios de los cuales han sido objeto de metáforas y demostraciones de respeto por parte de muy serios investigadores contemporáneos, algo que compartieron el científico Francisco Varela, el físico puro Bohr, o el físico divulgador Fritjof Capra, entre otros que mencionaremos más adelante.

    ¿Cómo se adquirieron esos conocimientos en la Antigüedad?, ¿Qué método usaron, si es que usaron alguno? Entre los autores, compiladores y divulgadores de esos conocimientos resulta posible distinguir esfuerzos serios, de otros más parecidos a espontáneas intuiciones, incluso tal vez creaciones poéticas y elaboraciones imaginativas. Cuando y donde hubo esfuerzo serio, queda la sensación de que perfectamente podría distinguirse a esos saberes como conocimientos científicos, en el sentido de que fueron obtenidos mediante alguna clase de propósito e instrumentos, equivalente al método como nuestra actual comunidad científica entiende este concepto. Es decir, debería ser posible distinguir epistemología en búsquedas e investigaciones no reconocidas por la ciencia normal distinguiéndola de otros conocimientos comunes o no científicos, del mismo modo que distingue la epistemología cuando se refiere a la ciencia normal.

    Siguiendo el debate acerca del método científico de la ciencia normal, el iniciado particularmente por Emri Lakatos y Paul Feyerabend, también es posible comprender que la epistemología de índole espiritual no debería ser obligada a presentar una metodología definida por la ciencia normal, porque el valor del método no estaría en su capacidad de llevar a la verdad, sino en ser capaz de responder a los cuestionamientos racionales, teóricos y lógicos. Es decir, un esfuerzo por comprender fenómenos y realidades metafísicas, debería tener el respeto que merece una labor, procedimientos e instrumentos en los que existe, primero, la voluntad de realizar una investigación y, enseguida, la decisión de ejecutar esta investigación de un modo científico, es decir, serio, cuestionable y autocuestionado.

    Esta y cualquiera otra investigación acerca de elementos epistemológicos para un método de investigación de índole espiritual tiene justificación, y resulta de gran interés, desde que la actual comunidad científica ha reconocido límites de su método y límites del conocimiento posible de la realidad que estudia.

    ¿La investigación científica requiere de confiar en otro paradigma?

    Resulta necesario reconocer que este libro, por una parte, refiere una investigación de literatura y documentación comparadas, es decir, fundamentalmente teórica, y, por otra parte, prácticas del autor, cuyo objetivo son el conocimiento. Tal reconocimiento implica asumir la responsabilidad de exponer, sin que sea ese el objeto del libro, un ejercicio tan riguroso como se pueda, de la metodología o praxis realizada por el autor investigador, la que de alguna manera será una metodología de estudio de sí misma.

    Esta clase de estudio, para explorar el campo posible de la investigación espiritual, requiere de una cierta metodología para ser utilizada —más bien experimentada— por el propio investigador, que, al mismo tiempo, sea posible de comprender, al menos, racionalmente. La utilizo y he utilizado para concentrarme en el campo investigativo, para reconocer los hallazgos pertinentes y, finalmente, para ofrecer un informe de evidencias que serán expuestos a lo largo de los Nodos respectivos.

    El reconocimiento de un paradigma diferente al materialista, requiere, primero, de la consideración de una naturaleza a lo menos dual humana que abra la posibilidad cierta de una naturaleza metafísica. Esta ya es una hipótesis. En una primera mirada, la conciencia reconoce dimensiones limitadas, simples, sujetas a mediciones y tiempos, como los campos de las ciencias naturales, las cosas y aun los efectos visibles de lo subjetivo; sin embargo, una segunda mirada reconoce también otra dimensión de elementos ilimitados, eternos o al menos sin tiempo determinable, como las ideas de identidad, igualdad, Dios, amor u otras. Esa doble percepción, constitutiva de una doble experiencia interior previa a la percepción, se refleja asimismo en los planos de la subjetividad, donde la conciencia se expande a la manera de radiación u onda hasta los campos de experiencia emocional y energéticos, donde origina, mejor dicho, de donde se derivan, otras características duales, a saber: por una parte la conciencia parece acomodarse a la lógica, al orden, a la jerarquía y a las estructuras basadas en el poder y la rigurosidad, y, por otra parte, parece acomodarse también a la espontaneidad, flexibilidad, caos y desapego de autoridades y estructuras. Esta es la primera manifestación de las consecuencias inmediatas de aplicar un paradigma distinto del materialista: la idea de una dualidad esencial, lo que nos abre a la siguiente consideración: la posibilidad de que esa dualidad esté contenida en una idea o unidad mayor, en la que lo espiritual y lo material resultan aspectos de una realidad única que los incluye.

    Esta idea resultará un elemento epistemológico fundamental, y me propongo que constituya, claramente, uno de los indicios probables del estado prerrevolucionario, de un cambio de paradigma y su probable impacto en las tareas de investigación. Sería un probable colapso paradigmático, donde la filosofía y ciencia antiguas encontrarían una solución de continuidad en su particular modo de alcanzar conocimientos, por cuanto les esperaría en el futuro una dimensión de la realidad en la que se unirían ambas clases de investigación. En esa dirección marcha la física, y, últimamente a la biología, la ciencia de las naturales más reacia a reconocer orígenes y paternidades anteriores, sin embargo las ciencias sociales y humanistas permanecen aún al margen, atrapadas en la dialéctica racionalista y neomarxista.

    Vamos a valorar el aporte de la científica Dra. Candace Pert, (Pert, 2010) quien, luego de la publicación de sus investigaciones y de su tesis acerca de las moléculas de la emoción, en las que hace referencias al valor de enseñanzas orientales de la Antigüedad, contribuyó al surgimiento de un movimiento de características revolucionarias en la ciencia de la biología, por ende, de la normal. Junto al desarrollo de soluciones a necesidades prácticas de la farmacología, con su trabajo, por primera vez se remecen los paradigmas de la biología y la

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