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Ciencia natural y ciencia espiritual (Traducido)
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Ciencia natural y ciencia espiritual (Traducido)
Libro electrónico181 páginas2 horas

Ciencia natural y ciencia espiritual (Traducido)

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Por eso, los ensayos reunidos en este volumen pueden arrojar todavía hoy una luz fecunda sobre la superación de las diversas teorías evolucionistas clásicas y sobre las conclusiones que pueden extraerse, con rigurosa coherencia, de ellas.
Surge aquí una concepción científica de amplio horizonte, capaz de satisfacer profundamente las aspiraciones cognoscitivas humanas, si, y en la ciencia de la naturaleza y en la ciencia del espíritu, buscan, más allá de las verdades parciales y temporales, la Verdad en su eterno devenir, esa Verdad que, al mismo tiempo, es para el hombre el Camino hacia la Vida.
IdiomaEspañol
EditorialStargatebook
Fecha de lanzamiento2 ene 2024
ISBN9791222491578
Ciencia natural y ciencia espiritual (Traducido)
Autor

Rudolf Steiner

Nineteenth and early twentieth century philosopher.

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    Ciencia natural y ciencia espiritual (Traducido) - Rudolf Steiner

    Advertencia

    Este volumen de ensayos -escritos y pronunciados por Rudolf Steiner entre 1900 y 1910- puede parecer anacrónico en este momento concreto del desarrollo científico. De hecho, las concepciones científicas dominantes han cambiado profundamente en el último medio siglo, en particular las teorías evolucionistas clásicas. Mientras que a finales del siglo XIX muchos creían poder limitar el devenir de las especies orgánicas dentro de marcos teóricos, ahora, en esta rama de la biología, prevalece una gran prudencia, casi la vacilación. Uno se da cuenta de las inmensas dificultades de interpretación, ve claramente que ninguna de las teorías propuestas es totalmente capaz de explicar el método de la evolución. Sólo la propia hipótesis de la evolución existe, si no demostrada, al menos no contradicha por ningún hecho establecido, y es extremadamente plausible, casi necesaria, debido a un enorme número de observaciones recogidas de las más variadas ramas de la ciencia. Se presentan dificultades casi insuperables a quienes tratan de explicar la existencia de las numerosas especies orgánicas al margen de la tesis evolucionista; de ahí que caigan en la necesidad de admitir la fijeza de las especies y su origen por creación directa o generación espontánea. Evolución, pues: ¿pero por qué medios? ¿Por qué procesos? Sobre este punto, la ciencia natural sigue investigando; todas las posibilidades están abiertas, nada está comprometido. Y surgen nuevas y audaces hipótesis interpretativas (como, por ejemplo, la de Westenhöfer sobre el origen de la especie humana), que habrían sido inconcebibles en el siglo pasado y que hoy, por enconadas que sean las discusiones, no parecen menos seriamente sostenibles que las diversas teorías clásicas.

    Sin embargo, hay que reconocer que la era darwinista-haeckeliana del evolucionismo representó una etapa muy importante en el desarrollo del conocimiento humano, tanto por el vigoroso impulso dado a la investigación como por la orientación de todo el pensamiento biológico; siempre hay que tenerla en cuenta, aunque se la considere anticuada. De ella toma ejemplo Steiner, como su contemporáneo. De joven, Steiner se enfrentó a un panorama científico cuya impermanencia e imperfección le resultaban evidentes. En numerosos de sus escritos y conferencias, iluminó los defectos y la unilateralidad del darwinismo y del propio Haeckel, críticas que en su época parecían herejías y que hoy pueden ser compartidas por muchos estudiosos. No obstante, atribuyó una importancia fundamental a los estudios biológicos orientados en una dirección evolucionista, valorando esencialmente su método y orientación generales. Y de la doctrina de la evolución orgánica, opinaba que había que profundizar lo más posible en los pensamientos, separando cuidadosamente los hechos de las hipótesis innecesarias con las que se pretenden explicar. Y la crítica científica de las últimas décadas puede precisamente ayudarnos a distinguir el elemento hipotético y pasajero de las construcciones teóricas anticuadas del hecho esencial; aunque ellos mismos reconocen que no pueden ofrecernos la luz de una interpretación más persuasiva.

    Por ello, los ensayos reunidos en este volumen pueden arrojar todavía hoy una luz fecunda sobre la superación de las diversas teorías evolutivas clásicas y sobre las conclusiones que pueden extraerse, con rigurosa coherencia, de ellas. Steiner no es ciertamente un darwinista, ni un haeckeliano: nos señala, sin embargo, en el pensamiento biológico evolutivo, un modelo y un criterio válidos en ámbitos mucho más amplios que aquél en el que se aplican ordinariamente. Por otra parte, nos presenta una interpretación que, en una observación desprejuiciada de los hechos (hasta ahora notoriamente no interpretados), parece capaz de iluminar muchos puntos oscuros. Así, las nuevas relaciones en que se nos muestra el reino animal, en relación con el hombre, son dignas de un estudio atento. De este modo, se vislumbran nuevas posibilidades para explicar el desarrollo de la personalidad humana, más allá de la estrecha yuxtaposición de herencia y entorno: o mejor dicho, estos dos factores adquieren aspectos nuevos. La herencia biológica no pierde nada de su importancia, sus leyes nada de su validez (a condición, claro está, de que no sean puras hipótesis): pero el ámbito de la herencia biológica sólo se extiende a ciertos elementos de la naturaleza humana, los que se originan en la serie de generaciones físico-orgánicas y que son los vectores de cualidades y rasgos somáticos y estrictamente biológicos. En cuanto al medio ambiente, sigue siendo, incluso bajo esta luz, un factor poderoso en la formación de la personalidad: pero ya no como un elemento puramente accidental, y por tanto fatal, sino como un elemento elegido inconscientemente por la individualidad humana para llevar a cabo sus actividades y experiencias.

    Surge aquí una concepción científica de vasto horizonte, capaz de satisfacer profundamente las aspiraciones cognoscitivas humanas, si, y en la ciencia de la naturaleza y en la ciencia del espíritu, buscan, más allá de las verdades parciales y temporales, la Verdad en su eterno devenir, esa Verdad que, al mismo tiempo, es para el hombre el Camino hacia la Vida.

    NOTA

    El orden de publicación de los ensayos no nos parece arbitrario: se trata, en general, del orden cronológico y, en cualquier caso, del que mejor permite abarcar la dirección en la que se desenvuelve el pensamiento steineriano.

    Todos los problemas aludidos implícita o explícitamente en estas páginas fueron minuciosamente elaborados por Steiner a lo largo de décadas de prodigiosa actividad espiritual. Recordamos, entre sus libros que mejor enmarcan e iluminan los pensamientos expuestos en estos ensayos, los siguientes:

    Filosofía de la libertad. - Introducción al conocimiento suprasensible. - Ciencia oculta. - La Iniciación. - Los Místicos. - Ensayos filosóficos. - La cosmovisión goetheana. - Mi vida.

    I

    Antroposofía y ciencia

    Entre las muchas objeciones que se levantan contra la Antroposofía está la acusación de que es anticientífica. Y como la ciencia, o mejor dicho, lo que hoy se llama ciencia, ejerce una autoridad ilimitada, tal acusación puede hacer mucho daño a las ideas antroposóficas que aspiran a ella. El mundo de los sabios generalmente desdeña tratar con ello, porque su habitual orientación científica no sabe qué hacer con los hechos afirmados por la antroposofía. Esto tampoco podría sorprender a nadie que conozca las ideas y experiencias que se presentan actualmente a juristas, médicos, profesores, ingenieros, químicos, etc., en el curso de sus estudios. ¡Cuán distante está el objeto de tales estudios del contenido de la literatura antroposófica! ¡Qué diferente es la orientación del pensamiento que se manifiesta, por ejemplo, en una lección de química, de la de las doctrinas antroposóficas fundamentales! ¡No es exagerado decir que hoy en día no hay mayor obstáculo para comprender los enunciados antroposóficos que un título universitario!

    Pero este hecho sólo puede ser perjudicial para la difusión de la Antroposofía, porque es comprensible que quienes no están plenamente al corriente de cómo son las cosas se impresionen desagradablemente. Y no siempre es malicioso afirmar que sólo los círculos menos cultos acuden a la Antroposofía, mientras que los que están al día de los conocimientos contemporáneos no la acogerían con agrado.

    De tales consideraciones surge muy fácilmente la opinión de que la Antroposofía va por mal camino y que se adaptaría mejor a las concepciones de los círculos científicos. Por lo tanto, traten (parece decirse) de probar las doctrinas del karma y de la reencarnación tan científicamente como prueban otras leyes naturales, y las cosas comenzarán a verse bien: entonces podrán conquistar el mundo de la cultura y la antroposofía tendrá éxito.

    Esta opinión puede estar concebida con la mejor de las intenciones, pero parte de un prejuicio fatal: que el modelo de pensamiento de la ciencia actual puede, por su propia naturaleza, conducir a la Antroposofía. Pero esto no puede ser así, y sólo quienes aplican inconscientemente a la ciencia actual puntos de vista derivados de la antroposofía pueden hacerse tales ilusiones. De hecho, es muy posible introducir toda la sabiduría antroposófica en la ciencia de esta manera, y no se encontrará la más mínima contradicción entre lo que la ciencia dice que es verdad y lo que dice la antroposofía. Pero nunca jamás se podrá derivar la antroposofía de la ciencia tal como se enseña hoy oficialmente. Será posible alcanzar la doctrina más elevada, en el sentido moderno, en cualquier campo, pero no será a través de este tipo de erudición como se llegará a la antroposofía.

    No es difícil persuadirse de ello, siempre que se consideren las cosas con cierto cuidado. Porque las afirmaciones de la ciencia espiritual no son ciertamente deducciones lógicas derivadas de premisas ideales o conceptuales, sino hechos suprasensibles; y los hechos nunca pueden ser descubiertos por medio de la lógica y la deducción solamente, sino exclusivamente por medio de la experiencia. Ahora bien, nuestra ciencia oficial sólo se ocupa de los hechos de la experiencia sensible, y todas sus ideas y conceptos se fundan únicamente sobre la base de esa experiencia. Por lo tanto, mientras parta de esta premisa, nunca podrá emitir juicios sobre hechos suprasensibles. Los hechos nunca pueden demostrarse mediante la lógica, sino sólo constatando su existencia real. Supongamos que la ballena fuera un animal aún desconocido: ¿quién podría demostrar su existencia por deducción lógica? Esto resultaría imposible incluso para el mejor conocedor del reino animal, mientras que el hombre más inculto sería capaz de probar su existencia después de haberla descubierto en el mundo real. Y qué ridículo parecería un erudito que, ante ese hombre inculto, argumentara que, basándose en datos científicos, los animales como las ballenas son imposibles, por lo tanto no existen, y el descubridor debe haberse equivocado.

    No, no es por la mera erudición que se podrá llegar a un acuerdo con la antroposofía: de los hechos que expone sólo la experiencia suprasensible es capaz de juzgar; y hay que ayudar a los hombres a alcanzar tal experiencia, no abandonarlos a la erudición estéril.

    Hay, por supuesto, una objeción inútil a esto: si la gente no posee tal experiencia supersensible, ¿cómo esperáis que crean las palabras de algunas personas que afirman ser clarividentes y tener tales experiencias? Como mínimo, deberíais absteneros de comunicar experiencias antroposóficas a quienes no son clarividentes y limitaros a exponerlas a aquellos a quienes habéis conseguido llevar a la clarividencia.

    Esta objeción, que en principio parece pasablemente razonable, no resiste la prueba de los hechos. En efecto, quienes así razonan tendrían ante todo motivos para escandalizarse de una cantidad de escritos de divulgación científica: ¿o acaso que todos los numerosos lectores de la Historia natural de la creación de Haeckel, o de Nacer y perecer de Carus Sterne, son capaces de convencerse personalmente de lo que se expone en tales obras? Ciertamente no, pues incluso en ese campo se apela al principio a la confianza del público, suponiendo que prestará fe a quienes estudian personalmente en el laboratorio o en la especola astronómica. Por otra parte, el problema es muy diferente, en lo que se refiere a la confianza que debemos asumir hacia la investigación supersensible, por oposición a la investigación sensible. Quien describe lo que ha podido observar a través de un microscopio o un telescopio, admite sin duda que el lector puede convencerse de ello, si llega a poseer los instrumentos y la técnica necesarios. Pero la mera descripción no contribuye en absoluto a tal corroboración. Las cosas son distintas cuando se trata de hechos supersensibles: quienes hablan de ellos no relatan nada que no pueda ser experimentado en la propia alma humana, y la narración misma puede ser el primer impulso para el despertar de las fuerzas de la visión propiamente dicha, latentes en el alma. Por mucho que hablemos de los minúsculos organismos visibles al microscopio, nuestras palabras no los harán perceptibles a nadie, y cada cual tendrá que procurarse desde fuera los medios para fundamentar nuestras afirmaciones. Pero si hablamos a un hombre de lo que puede descubrirse en el alma misma, nuestra palabra como tal puede iniciar el despertar de fuerzas de visión latentes en él. Esta es la gran diferencia entre la descripción de los hechos sensibles y la de los hechos suprasensibles: que en el caso de estos últimos las posibilidades de confirmación residen en el alma de cada hombre, lo que no ocurre con los hechos del mundo sensible. No pienso en absoluto defender esa concepción superficial de la ciencia espiritual según la cual, para descubrir la verdad divina, basta con sumergirse en uno mismo, donde cada uno puede encontrar el hombre divino, fuente de toda sabiduría. Si el hombre se sumerge, en cualquier momento de su vida, en su propia alma, creyendo percibir el Ego superior, no será, en la mayoría de los casos, más que el Ego habitual que expresa lo que ha adquirido de su entorno a través de la educación, etc. Es cierto que la verdad divina está contenida en la propia alma; pero la mejor manera de sacarla a la luz es dejarse guiar por un hombre más avanzado que ya haya encontrado en sí mismo lo que nosotros mismos buscamos. Exactamente lo que el maestro clarividente te dice que ha descubierto en sí mismo, tú puedes descubrirlo en ti mismo aceptando sin escrúpulos sus datos. El Yo superior es el mismo en todos los hombres, y será más seguro encontrarlo no atrincherándose tras el propio orgullo, sino dejando que este Yo superior actúe sobre nosotros a través de una personalidad en la que ya está desarrollado. Como en cualquier otro campo, los maestros son una necesidad para el alma que busca la verdad.

    Pero, salvo esta limitación, puede decirse que todo el mundo puede encontrar en sí mismo la verdad de los hechos suprasensibles. Basta poseer perseverancia, paciencia y buena voluntad, y no tener ideas preconcebidas, para que, ante la exposición de tales hechos, uno se encuentre pronto con que responde con una especie de presentimiento de aprobación. Y se estará en el buen camino, siguiendo este presentimiento, pues es precisamente el primero de esos factores que despiertan las fuerzas latentes del alma. Cuando la verdad se nos presenta tal como ha sido contemplada por el alma clarividente, nos habla por su propio poder. Por supuesto, esto no es más que un primer paso en el camino hacia el conocimiento superior, y para seguir adelante se requerirá una cuidadosa disciplina; pero este primer paso se dará precisamente escuchando sin escrúpulos la palabra de la verdad.

    ¿Por qué ahora tantas personas de nuestro tiempo no tienen tal sentimiento por la narración de hechos suprasensibles? Depende simplemente del hecho de que el hombre moderno, sobre todo si ha sido educado en el pensamiento científico, se ha acostumbrado a prestar fe únicamente al testimonio de los sentidos. Y tal fe paraliza el sentimiento espontáneo: primero hay que deshacerse de ella, si se quiere comprender al científico clarividente: hay que

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