Este movimiento fue bautizado como el «Nuevo Ateísmo» en 2006 por el periodista de la revista Wired Gary Wolf, aunque sería más acertado llamarlo «antiteísmo». Como expresó el desaparecido Christopher Hitchens, «no soy tanto ateo como antiteísta. Yo soy alguien que está encantado de que no haya absolutamente ninguna prueba convincente de la existencia de cualquiera de los muchos miles de deidades pasadas y presentes de la humanidad». Estamos ante un ateísmo activo y social, que proclama públicamente sus ideas y denuncia cómo las organizaciones religiosas gozan de una injustificable «patente de corso».
El caballo de batalla del Nuevo Ateísmo es la ciencia, y en particular la evolución biológica. Piensan que, si miramos la teoría de Darwin es el dogma y el texto sagrado. El programa apuntaba lo que numerosos historiadores y sociólogos de la ciencia defienden: en nuestros tiempos existe un imperialismo científico capaz de afirmar sin contemplaciones que los métodos de la ciencia son superiores al resto de las disciplinas. «Es la tendencia a llevar una buena idea científica mucho más allá del entorno en que se aplica y para lo que fue desarrollada» declara el filósofo de la biología de la Universidad de Exeter John Dupré en su libro.