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Espíritu y espacio-tiempo
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Libro electrónico278 páginas3 horas

Espíritu y espacio-tiempo

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El hombre está hecho de instantes presentes y futuros, su visión del hoy y el mañana.

Esta obra intenta aportar pensamientos e ideas, a los muchos ya planteados, para dilucidarse el rol del espíritu humano, en relación con su espacio-tiempo, indagando la conexión entre el espíritu del hombre con el espacio-tiempo de épocas recientes. Y es que el tiempo se está contrayendo para la humanidad, empeñada en destinos de desarrollo, progreso y globalización desenfrenada. Pero el aparente progreso y desarrollo ha invertido el curso de la flecha del espacio-tiempo humano hacia un rumbo decreciente, con un sentido que no se traduce en evolución que mejore a la civilización, más bien la degenera, distorsiona y envilece, en acentuada contracción, hasta llegarse al punto crítico de transitarse tiempos de devaluación humana y extinción de diversas especies.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento9 jun 2021
ISBN9788418722981
Espíritu y espacio-tiempo
Autor

Manuel Pantigoso Quintanilla

Manuel Pantigoso Quintanilla es un silencioso escritor y ensayista peruano, actualmente abogado-notario en el departamentode Arequipa, en Perú. Nacido en 1948, cursó estudios de abogacía en la Universidad Nacional de San Agustín, en Arequipa. Entre sus obras publicadas están: Antes de los tiempos nuevos, Libertad: que no oprima, El otro tiempo: existencia y trascendencia, Lecturas de octubre, Una vida bajo el paredón... y otras fantasías, Arado existencial. Tiene otros trabajos y ensayos en preparación, siendo su principal enfoque el estudio de los factores que, desde hace muchas décadas, influyeron y repercuten en la desestabilización de la civilización, que ocasionan incertidumbre e indeterminación en la sociedad actual.

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    Espíritu y espacio-tiempo - Manuel Pantigoso Quintanilla

    Espíritu y

    espacio-tiempo

    Manuel Pantigoso Quintanilla

    Espíritu y espacio-tiempo

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418722462

    ISBN eBook: 9788418722981

    © del texto:

    Manuel Pantigoso Quintanilla

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    © de la imagen de cubierta:

    Shutterstock

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    «La humanidad está encerrada entre dos muros,

    el peso de la historia y la angustia del futuro,

    y el tiempo la aplasta en lugar de liberarla».

    Thérese Delpech

    , El retorno a la barbarie en el siglo

    xxi

    Prefacio

    Como preámbulo de la presente lectura sobre la conexión del espíritu con el espacio-tiempo, habría que preguntarse si lo que se escribe ahora, en la palpitante actualidad del escritor como del lector, todo lo tratado en este libro, ¿está realmente desajustado, inactual, fuera de época? O, por el contrario, al tratarse los distintos matices del tiempo, más bien se está enfocando una realidad que siempre está vigente, pues el tiempo abarca épocas pretéritas, actuales y futuras.

    Ricardo Piglia comentaba el 15 de junio de 2015 en el portal lecturasumergidas.com: «La lectura del escritor actúa en el presente; está siempre fechada y su presencia en el tiempo tiene la fuerza de un acontecimiento, pero a la vez es siempre inactual, está desajustada, fuera de época».

    Aun así, transitando y explorando caminos nuevos, para que probablemente después alguien comente que lo escrito ahora en el presente mañana será inactual, desajustado y fuera de época, sin embargo, la experiencia del conocimiento siempre muestra que es necesario recurrir a fuentes del pasado, de otras épocas, para hurgar causas, orígenes y establecer después comparaciones con acontecimientos presentes.

    Sintiendo que el pasado puede ser evocado para fundamentarse la esencia universal de algún tema, viene al recuerdo una pregunta que le hicieron a san Agustín: «¿Qué hacía Dios antes de que creara el universo?», desde luego que tanto la pregunta como la respuesta eran meras especulaciones, ante la imposibilidad de conocerse a posteriori una realidad tan remota e imposible de demostrarse sobre lo que efectivamente hacía Dios antes de la creación.

    San Agustín respondió de forma seria que Dios estaba en la eternidad, ya que el tiempo aún no existía antes de la creación. El tiempo era una propiedad del universo creado por Dios y antes de darse el momento de la creación o el principio de todo no había tiempo.

    No tendría sentido hablar del tiempo antes de darse o producirse la creación del universo.

    ¿Tuvo el tiempo su origen cuando se produjo el big bang y como una de las consecuencias de este?, ¿o existía ya antes de que sucediese esa explosión creativa?

    Si así ocurrió, se estaría frente a dos clases generales y panorámicas de tiempo, uno anterior al big bang y otro posterior a este y al que pertenecería el universo actual.

    Eventualmente, si existió un tiempo anterior al big bang, quizá habría que presumir que hubo un universo anterior al actual, lo cual resultaría utópico hacer una presunción de esta naturaleza.

    Lo que sí tendría sentido es colegirse que el tiempo fue originado por alguien: Dios, como creador del universo, quien al fundar el universo también creó el tiempo como una de las características de este.

    «La luz y las tinieblas eran inherentes a Dios, por consiguiente, también en Él estaban el día y la noche» (Jeremías 33, 20-25).

    Como podía crear la luz y las tinieblas y poner las leyes para el cielo —resto del universo— y la Tierra, el tiempo estaba en Dios, era posesión solo de Él, por lo que determinó que la creación que hizo tuviese tiempo como uno de sus caracteres y desde entonces la creación tiene tiempo al haber separado la luz de las tinieblas.

    El tiempo no estaba dado solo para la Tierra, sino para el cielo, o sea, el universo todo. Y la expansión de los cielos sirvió «para separar el día de la noche» y servir de señales «para las estaciones, para días y años» (Génesis I, 14).

    La expansión de los cielos está confirmada científicamente por el astrónomo estadounidense Edwin Hubble, quien en el año 1929 descubrió que las galaxias se alejaban de la Vía Láctea a una velocidad que se acrecentaba cuanto más lejos estaban de esta. Ese descubrimiento desbarató la tesis de que el universo permanecía inmóvil, estático, confirmando más bien lo escrito en Génesis I, 14: «Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche…».

    No pudo haber un universo anterior al actual, pues si el universo de este momento, dentro del cual se encuentra inmerso el hombre, está en constante y permanente expansión, si hubiese existido un universo anterior al actual, también habría tenido que estar en dispersión y, por consiguiente, en algún momento colisionar con el universo de ahora, produciéndose otra clase de big bang, contrario a la teoría de explosión primera, surgida de un universo infinitésimamente diminuto.

    El científico Stephen W. Hawking afirmó que: «¡Un universo en expansión no excluye la existencia de un creador, pero sí establece límites sobre cuándo este pudo haber llevado a cabo su misión!» (Historia del tiempo, Alianza Editorial S. A., Madrid, 1990, p. 32). Hawking reconoce que un universo en expansión incluye la existencia de un creador; pero se contradice al afirmar que «establece límites sobre cuándo este pudo haber llevado a cabo su misión»; si acepta la existencia de un creador, es obvio que la misión y voluntad de un creador para crear algo que hasta ese momento no existe se ejecuta en un principio, en un inicio; no en un tramo intermedio o final, cuando ya existe algo creado, si no, ¿qué cosa se estaría creando si algo ya está creado y existe como una realidad?

    Ahora bien, modificar lo que ya está creado es distinto y diferente. La modificación de lo ya existente representa el acto de cambiarse los aspectos externos o exteriores, su configuración, quizá también los mecanismos internos relativos a la estructura, naturaleza y funcionamiento de lo ya existente y creado, y eso se hace posteriormente al hecho de la existencia de algo ya creado.

    El creador —Dios— no modificó un universo ya creado por otro arquitecto; ese no hubiese sido un acto de creación, sino de modificación, alteración o cambio de la naturaleza de algo preexistente.

    La creación del universo es un acto único, singular, autárquico de su autor, Dios, y que se produjo en un punto, un momento de inicio, de nacimiento; no en otro posterior de crecimiento, desarrollo o expansión.

    Un universo en expansión implica necesariamente un principio, un comienzo del mismo, y eso es lo que hizo el Creador, Dios, fundar el universo, establecer leyes para su expansión ordenada y no caótica, creando el tiempo y el espacio para dicho universo.

    Al crear Dios, además, el tiempo y el espacio, determinó que ambos tuvieran una relación e influencia en el curso de todos los acontecimientos de la creación; por eso en la teoría de la relatividad también se reconoce que no hay una separación e independencia entre el tiempo y el espacio, sino que ambos se combinan para formar un espacio de cuatro dimensiones llamado espacio-tiempo. El tiempo se da, transcurre, avanza dentro del espacio. Si no existiera el espacio, ¿dónde transcurriría el tiempo?, ¿en la nada?, ¿cómo transcurre este y se conoce o percibe su trayectoria de expansión? Esta teoría científica de Albert Einstein descarta el concepto de un tiempo absoluto.

    En la teoría de la relatividad general, el espacio y el tiempo son dinámicos, pues si un cuerpo está en movimiento o una fuerza se activa, influyen en la curvatura del espacio y del tiempo y, a su vez, ese espacio-tiempo afecta, ejerce influencia en los cuerpos y en las fuerzas de su entorno inmediato y hasta lejano. Como ejemplo casuístico, si en el mundo de pronto aparece una enfermedad desconocida, que por su propagación, volumen de infección y estadística de decesos se convierte en pandemia, lo que sucedió en un punto de la Tierra, un país, una determinada área geográfica, influye en el espacio-tiempo de poblaciones y países de otras latitudes, alterando de forma acentuada su rutina y modo de vivir.

    Entonces, se hace evidente que el espacio y el tiempo no son entes abstractos ni categorías inertes y meramente teóricas, sino que son totalmente activos, interactuantes y en constante movimiento dentro del mundo humano y real.

    Al tener la realidad material cuerpo y energía, influye en la curvatura del espacio-tiempo, y este también actúa sobre el mundo y la realidad física y humana en todos sus aspectos.

    En el entendido de que en el universo no hay fronteras, para Stephen W. Hawking, hay tres flechas del tiempo que son diferentes, primero aquella en la que el desorden o la entropía aumentan, la llamó flecha termodinámica; luego aquella en la que recordamos el pasado sin ver el futuro, la flecha psicológica; por último, aquella en la que el universo está expandiéndose en vez de contraerse, la flecha cosmológica.

    En las tres flechas, cuando el tiempo avanza, el universo se expande; pero si el tiempo empezara a retroceder, el universo se contraería, incluida la Tierra y todos los seres vivos, inteligentes o no, que la habitan.

    La realidad del universo parece confirmar la teoría de las tres flechas del tiempo de Stephen W. Hawking; pero hay algo huérfano en esta teoría, pues Hawking solo se refiere al tiempo y no considera al espacio.

    Si se da como un hecho verdadero e incontrovertible que el tiempo está asociado al espacio, que en la teoría de la relatividad se plantea como hecho demostrable el espacio-tiempo, Hawking al ensayar su tesis de las tres flechas del tiempo debió hablar de las tres flechas del espacio-tiempo para que dentro de la fenomenología del universo —todos los sucesos y fuerzas del universo— el tiempo estuviera comprendido dentro del espacio y viceversa, el espacio dentro del tiempo.

    Es indubitable que en el universo el espacio-tiempo avanza permanentemente y, en consecuencia, según Stephen Hawking y otros científicos, el universo se está expandiendo; pero paralelamente también el desorden y la entropía.

    La Tierra, que está dentro del concierto —o desconcierto— del universo, también sigue el rumbo de expansión de este y por acción del hombre se ve sumida en el desorden, caos y entropía.

    El desorden de la Tierra es visible en sus manifestaciones climáticas, reiterados desastres naturales, alteración del ecosistema, deforestación de la selva amazónica, la extinción acelerada de especies animales, entre otras formas visibles de alteración del equilibrio del globo terrestre; pero también se muestra visiblemente en la vida humana, donde la civilización del planeta vive sumergida en todas las formas imaginables de desorden y desequilibrio.

    El espacio-tiempo se está contrayendo para la humanidad. El hombre, aparentemente, está abocado a seguir un destino de desarrollo, progreso, globalización y constante crecimiento; pero ese rumbo aparente de progreso y perfeccionamiento ha invertido el curso de la flecha de su espacio-tiempo en dirección inversa, en un destino decreciente, con un sentido que en lugar de significar evolución progresista, que realmente mejore a la civilización, más bien la degenera, distorsiona y envilece en una fase de acentuada contracción, hasta llegar al punto crítico y amenazante de darse un tiempo de destrucción o extinción de gran parte de la población del planeta.

    Es esta obra un intento de aportar pensamientos e ideas para dilucidar y aclarar el rol del espíritu humano en su relación con el espacio-tiempo, buscando la conexión que siempre ha existido entre el espíritu del hombre con el espacio-tiempo de todas las épocas.

    En varias partes de esta obra no se hace un tratamiento del tiempo como la categoría calificada por Albert Einstein de espacio-tiempo, sino que la alusión al tiempo se hace singularizándolo y apartándolo a veces del espacio, sobre el cual actúa y con el que siempre interactúa.

    En esos tramos, se ha aludido al tiempo desgajándolo del espacio con la idea de intentar expresar en puridad la naturaleza de hechos y acontecimientos involucrados con el tiempo o circunstancias especiales y singulares de la vida humana y tránsito de vida de la naturaleza toda y la creación, también absorbidas por el tiempo y que en realidad pueden ser consideradas como espacio-tiempo.

    1. Sustentáculo del tiempo

    Constituye el tiempo una categoría de vida, de permanencia, duración, existencia, de estar, de ser en la vida, en la materia, en el mundo; como también de transitoriedad, inexistencia, dejar de estar, ya no ser en esta vida, ni en la materia, ni en el mundo.

    En el universo total que circunda la Tierra, muchos cuerpos que transitan o circundan el espacio sideral e interestelar tienen un movimiento rotacional ininterrumpido sobre su propio eje imaginario y, además, por efecto de la inercia y gravitación universal, pueden tener otra actividad de traslación alrededor de otro cuerpo celeste de superior dimensión y tamaño.

    La pregunta que surge es si ese movimiento rotatorio permanente no tendrá un efecto preponderante de corrosión y desgaste sobre el cuerpo espacial que gira sobre su propio eje.

    Se plantea esta interrogante considerando que normalmente se cree que es el paso del tiempo el que transforma, erosiona, debilita, acaba y destruye prácticamente casi todo, desde seres vivos hasta la naturaleza, objetos y cuerpos materiales terrestres y extraterrestres.

    Pero ¿es realmente el transcurrir del tiempo el que tiene una «tarea» de perversión y desgaste físico de la materia hasta transformarla o desaparecerla?

    ¿No será que el movimiento rotatorio de la materia es uno de los factores que verdaderamente desgasta o transforma todo objeto o cuerpo material y no el paso del tiempo?

    Sea por una razón o por otra, lo cierto es que todo aquello que tiene una naturaleza material tarde o temprano tiene que transformarse, acaso destruirse o extinguirse y desaparecer. Tener existencia física, presencial, ser algo durante un período rotatorio debilitante, de envejecimiento, y después dejar de ser y de existir material y presencialmente.

    Es paradójico que mientras se da una dinámica de rotación y movimiento permanente de la materia esta continúe existiendo y «funcionando»; pero simultáneamente recorriendo un rumbo de extinción, desaparición o acaso de transformación.

    Todo el universo está en una dinámica de constante movimiento, precisamente de «vivir y de existir». El tiempo que se conoce y utiliza en la Tierra se desvanece en la grandiosidad de las galaxias, planetas, estrellas, agujeros negros y otros cuerpos estelares.

    Mas aquello que no tiene una naturaleza material o física, cualquiera que sea su dimensión, visible o invisible a simple vista, es evidente que las leyes de la materia no gobiernan lo que carece de un cuerpo físico.

    El cuerpo de todo ser humano es obvio que está sujeto a la fuerza de la gravedad, como a las otras leyes que rigen a la materia; pero ¿y su espíritu, su alma, que no son materiales?, ¿son regidas también por las leyes de la física, la materia y el universo?

    Todo aquello que tenga una naturaleza que no sea material ni física se podría plantear que está fuera de la esfera de influencia de las leyes de la física; en consecuencia, las leyes de la materia no pueden transformar, destruir, envejecer, desaparecer o extinguir aquello que no es materia en ninguna de sus manifestaciones ostensiblemente grandes o diminutas —atómicas— o imperceptibles a la vista o la medición instrumental.

    Entonces, si se da por cierto que es el transcurrir del tiempo lo que determinaría la desaparición, transformación o extinción del mundo físico y material, incluido el mundo biológico de los seres vivos, también se tendría que colegir que si los seres vivos —el ser humano— tienen como parte de su existir espíritu y alma, estos componentes inmateriales no estarían sujetos al transcurrir del tiempo.

    Sin embargo, el alma y espíritu humanos contribuyen de manera importante a configurar la vida y trayectoria de todo ser humano, su comportamiento, conducta, su ser y su existir mientras el cuerpo físico esté en condiciones de alojar alma y espíritu dentro del ser humano.

    Ahora bien, ¿crean el espacio-tiempo los hechos humanos?

    Para llegar o tratar de acercarse a una concepción del espacio-tiempo, habría que analizar si el tiempo existe por sí mismo, independientemente del hombre, o es el hombre el que le da existencia.

    Porque si es el hombre el que da existencia al tiempo, también puede modificarlo, manipularlo a voluntad suya.

    Si así fuera, quizá no envejecería el ser humano, pues tendría el poder de alargar su tiempo de vida a voluntad.

    Se podría argüir que con la forma de vivir que tiene cada persona, pues podría vivir más tiempo o acaso tendría menos posibilidades de alargar su tiempo por la clase de vida que lleva.

    Si este razonamiento la realidad lo confirma, hay que concluir que hasta cierto punto el hombre está en capacidad de manejar relativamente su tiempo, su propio tiempo.

    Entonces, si el hombre puede utilizar relativamente su tiempo, ¿puede hacerlo con los tiempos de los demás?

    Si bien se lee en el diccionario Karten una primera definición sobre el tiempo: «Duración de las cosas sujetas a mudanza», también podría afirmarse que tiempo es el transcurrir de un principio a un final, de un comienzo de la materia a un epílogo.

    De un comienzo del ser a un final del mismo. Es el intervalo que demora el comienzo del ser hasta su término. El principio de una individualidad a la terminación de la misma. El lapso que está entre un comienzo y un final de algo, alguien, sujetos, objetos, seres vivos y la terminación y desaparición de todo ello.

    Es el recorrido de la materia por un determinado espacio hasta llegar a un límite final.

    Entonces, todo tiene un tiempo. Todo lo creado, visible e invisible, grande, pequeño, diminuto, atómico, imperceptible a los sentidos, todo tiene su tiempo de inicio, duración y desaparición o acaso transformación, que en sí —si bien puede ser o es un final— también significa un nuevo comienzo, con naturaleza distinta, diferente, otro ser que se inicia, que ingresa a los intervalos de vida, del existir material, con excepción de quien creó esos intervalos de existencia, ese transcurrir, comienzos, principio y esa finalización de todo: el Supremo Creador, Dios, quien no tiene intervalos de existencia ni está sujeto al transcurrir espacial, material, físico, porque no es materia, es la suprema energía, de donde todo nace y todo empieza, sujeto a su sabiduría infinita.

    Él es poseedor del tiempo infinito, que no empieza ni acaba. Él es la energía suprema, el tiempo, el espacio, la vida y también el final para las cosas que Él creó y sigue creando instante por instante, momento por momento, latido por latido, soplo tras soplo.

    La fe que la mayor parte de seres humanos tiene en Dios, quien creó el tiempo para el universo todo, no es ciega, imaginativa, irracional e ilógica, sino que al provenir del propio espíritu tiene también asidero lógico y racional, pues el hombre utiliza su razonamiento y discernimiento en sus propias creencias, en su fe, en lo conocido y en lo desconocido.

    No se necesita ver algo, experimentarlo, vivirlo, evidenciarlo por los sentidos o aprehenderlo completamente por la razón para creer en algo.

    Las «cosas», las «sensaciones» del espíritu son captadas por el espíritu, en la medida que este está predispuesto para hacerlo.

    Lo subjetivo existe, lo mismo que lo objetivo, de la misma forma que lo interno o interioridad y lo externo o exterioridad.

    Todo ser racional sabe o intuye lo

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