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La Posada y otros relatos
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La Posada y otros relatos
Libro electrónico133 páginas1 hora

La Posada y otros relatos

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¡Bienvenidos a El Poney Pisador! Varrik, su propietario, estará encantado de serviros una cerveza rebosante mientras trabáis conocimiento con los clientes habituales…¡lo mejor de casa!

    Tomad un taburete y sentaos entre una espada mágica, tristemente reducida al esclavismo y una panda de elfos beodos. Ahí podréis reposar unos instantes...o beber, vomitar y reírse a carcajadas de héroes con tendencias masoquistas .

    ¡A veces la aventura toca en nuestra puerta sin tener que salir a buscarla!

    En el caso de que aún os queden algunas estaciones para llegar a vuestra parada—o si no habéis acabado de hacer la digestión—hallareis a continuación varios relatos más.

    —Sekai; o las tribulaciones de un ser inmortal o divino...y un su visión de nuestro mundo.

    —La Flor; cuando el país de Faeria se introduce en una trinchera de la 1ª Guerra Mundial

    —El Ascensor; tened cuidado cuando acompañéis a vuestros amigos a la salida después de una fiesta en casa…

    —Humanidad, los últimos momentos de un condenado a muerte.

    Deseo—y a la vez espero—que disfruteis una agradable lectura.

  

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 sept 2021
ISBN9781547558612
La Posada y otros relatos
Autor

Kane Banway

Né à Paris le 3 avril 1980, son père décide pour ses 12 ans de balancer sa collection de BD pour les remplacer par l'intégrale de Sherlock Holmes, ainsi qu'un curieux livre contant les aventures d'un nabot aux pieds velu nommé Bilbo. De ce jour est né un grand amour pour l'imaginaire, l'évasion, le fantastique et les causes perdues(retrouver ses BD). Verne, Tolkien, Doyle, Zelazny sont rapidement devenu ses compagnons, bien plus que ses pauvres livres scolaires délaissés. Pour des raisons indépendantes de sa volonté, un grand nombre de mondes sont restés emprisonnés, derrière les barreaux de ses multiples boulots liés à l'informatique. Jusqu'au jour où la nécessité de laisser sortir ses prisonniers s'imposa...

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    La Posada y otros relatos - Kane Banway

    Para Naël y Sophie, mis dos primeros lectores, gracias a los dos...

    La Posada y otras novelas

    Kane Banway

    La Posada

    1. Iluminación

    Varrik se encaramó al escabel, ajustó el clavo en el lugar conveniente y soltó dos certeros martillazos. Su concentración era tal que no se percató de que un hombrecillo de mirada ladina se había acercado a él y se encontraba justo bajo sus pies. Su estridente voz comenzó a resonar sin previo aviso, lo que provocó que con el tercer martillazo, Varrik se diera de lleno en su propio índice derecho. Su reacción fue quedarse inmóvil, con los ojos cerrados y apretando los dientes.

    — ¡Hey Varrik! ¿Vas a reabrir la pou—sada? ¡Ya era hora!, ¿qué has estah-dou ha-siendo?

    — ¡Por Dios, Daniel! Se te ha vuelto a pegar el acento del lugar. Además te tengo dicho que no aparezcas así de repente, me he hecho daño por tu culpa.

    El pequeño hombrecillo pareció ofenderse. Varrik vaciló antes de dar dar otro martillazo, idea a la que finalmente renunció. Daniel era capaz de hacerle machacarse otro dedo con su voz chillona. Así pues, descendió lentamente del escabel y observó el letrero. Tras comprobar que no había logrado dejarlo bien centrado, se encogió de hombros pensando que no era una cuestión de vida o muerte. Daniel alzó la mirada y entornando los ojos comenzó a leer a viva voz.

    — El Póuh-ney Pa-sador?—fue su primer intento.

    — El Póney Pisador, Daniel—le corrigió Varrik, Pisador con una I.

    — Conoz-cou otra pouh-sada que se llama igual...—prosiguió Daniel.

    — Tu pronunciación, Daniel, tu pronunciación. No entiendo un carajo de lo que dices.

    — Decía que...

    — Déjalo, Daniel, abro esta noche, seguro que nos vemos de nuevo entonces.

    Varrik empujó la puerta, penetró en la sala, aun sumida en la penumbra y volvió a cerrar el portón tras de sí. Daniel era amable, sin embargo, diez minutos de conversación con él bastaban para dejarte la cabeza como si un trol la hubiera usado de felpudo.

    Mientras se dirigía a la barra, se topó con un objeto metálico que se había interpuesto deliberadamente en su camino. Lanzó entre dientes una sincera maldición, dirigida a los dioses y su humor decrépito. A continuación se agachó para recoger el objeto caído; se trataba de una espada finamente adornada con vetas plateadas que, desde el momento en que la tuvo en sus manos, comenzó a despedir un fulgor blanco y puro.

    — ¿Y tú, quién eres?—dijo Varrik dirigiéndose a la espada.

    — Un Mensajero del Destino—respondió el objeto con tono animado. ¡Responded a la llamada de la aventura y empuñadme con fuerza!

    — ¿Y acabar muerto en una zanja o en el plato de un troll? No me seduce mucho ese plan...

    — ¡Iluminaré con mi fulgor vuestro camino y os protegeré de cualquier amenaza que se presente! ¡Por muy oscura que sea la batalla yo nunca dejaré de brillar! Por cierto...¿no se han presentado por aquí el resto de Mensajeros del Destino? ¿Es esa la razón de que no hayan vuelto?

    — Hmmm, si,...bueno, no exactamente...tengo que reconocer que emites una luz muy hermosa, ¿lo sabías?

    Tras un breve silencio la espada contestó:

    — Estooo...si

    — ¿Y puedes seguir encendida aunque te suelte?

    — Claro que sí, siempre y cuando me lo hayáis ordenado. ¡Pero antes es imprescindible que aceptéis recorrer el camino que el destino os ofrece! ¡Debéis comprometeros sin reservas a emprender esta aventura! Solo entonces cumpliré vuestras órdenes...se trata de un acuerdo de honor.

    — Vale, vale, acepto. A ver, brilla un poco más para comprobar si ha funcionado.

    La espada obedeció y comenzó a aumentar la intensidad de su resplandor, haciendo visible la sala polvorienta y las las mesas vueltas contra la pared. También hizo cundir el pánico entre poblaciones enteras de arañas.

    — ¡Auu! Baja un poco...¿qué quieres, dejarme ciego?  Baja un poco más,...así, así es perfecto. Y ahora quédate calladita.

    De un movimiento rápido y preciso, Varrik lanzó la espada hacia el muro donde quedó clavada. El brillo del arma llenó las finas grietas surgidas en la pared y la luz extendió por varias baldas, llenas de botellas vacías y vasos rotos, revelando una espesa capa de mugre.

    — ¡Pero esto no es parte del plan! ¡Debemos partir juntos hacia a la aventura!

    — Ya, eso cuéntaselo a tus compañeras. Ahora tu obligación es obedecerme. Tú misma lo acabas de decir. Pues bien, mis órdenes son simples: si doy una palmada te enciendes; si doy dos te apagas por completo, eso incluye cerrar la boca. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?

    — Pero...¿y nuestra aventura?

    — Ya te he dicho que aceptaba. En ningún momento te he dicho cuando partiría...Lo siento, has caído en la trampa y ahora te toca cumplir con tu parte del acuerdo de honor...

    — ¡¡Eso es despreciable!—!se indignó la espada

    — ¡Qué va! ¡Es genial! Tan solo necesito tres más como tú y ya podré abrir el primer piso

    — Tres más...¿Cómo? ¡No es posible! ¡No podéis h...!

    Varrik dio dos palmadas y se hizo el silencio.

    2. Error de juventud

    ¡Varrik, ya era hora de que volvieras a abrir el garito! exclamó el recién llegado. Varrik levantó la vista de la lectura reconociendo a Elric, un tipo que siempre andaba embarcado en proyectos descabellados. No era muy grande y más bien delgado. De lo alto de su cabeza caían unas greñas rojizas como el fuego y su rostro mostraba constantemente una jovial, pero torcida sonrisa. Era alguien que no pasaba desapercibido y le bastaba con sólo abrir la boca la palabra pringado brillaba en su frente. Se acomodó en la barra, saludó a una mesa de conocidos, esquivó a Daniel y a su incomprensible jerigonza y estiró los labios para formar una sonrisa bobalicona, sin apartar su mirada de Varrik.

    — ¿Qué ha sido de tu vida? ¡Todo el vecindario estuvo de duelo cuando cerraste la posada! ¡Cuéntamelo todo!

    — Pues he estado viajando de aquí para allá. Por cierto no he podido evitar fijarme en que ya no llevas tu insignia de...¿cómo se llamaba aquello?

    — ¡Ah, eso! Eran Los Jóvenes Aventureros. Nah, lo he dejado, me salía muy caro y no podía permitirme ese gasto cada semana ¿Tú ves normal que me cobren once piezas de oro simplemente por llevar esta insignia? ¿Te das cuenta? Además no he tenido mucha suerte buscando trabajo.

    — De lo que más me doy cuenta es de haberte hecho el mismo comentario cuando sacaste el tema la primera vez.

    — Si, es verdad, sabía que me dirías eso...pero entonces era joven e ingenuo—exclamó Elric soltando una risotada algo forzada.

    Varrik le observó, abrió la boca con la intención de decir algo y la cerró de nuevo; total, era una causa perdida.

    — ¿Quieres tomar algo mientras me cuentas tus últimas andanzas?

    — ¡Ponme una jarra de hidromiel, por favor! ¿Aún sigues haciendo tu vino de hierbas? ¡Estaba muy bueno, ya sabes!

    — Si, todavía me queda algún barril, pero no abriré ninguno hasta, más tarde.

    — Bueno, de todos modos, siempre es un placer volver a ver este sitio abierto, con su jaleo y todo eso...Eso, sí, las luces tienen algo raro, más que antorchas parece que hubieras puesto espadas.

    — Es que son espadas.

    — ¿No serán espadas del Destino, por casualidad?

    — Supongo que sí.

    — ¿Y eso no te compromete a llevar a cabo alguna misión, o a buscar alguna reliquia?

    — Efectivamente, en teoría eso es lo que tengo que hacer.

    — ¿Y bien? ¿No vas a hacerlo? Quiero decir que si las espadas brillan así es por que te obedecen y eso significa que has aceptado cumplir con una misión, ¿no?

    — He aceptado, sí. Pero su propuesta no precisaba el momento de empezar. Me he comprometido a hacerlo, pero no a hacerlo de inmediato.

    — Ya, pero en estas aventuras siempre se salvan vidas.

    — Aquí también se salvan vidas. Gracias a esas espadas se evita que la mezcla bárbaro-borracho-depresivo esté en la misma sala que la otra de lámparade aceite o antorcha-al alcance de la mano.

    Elric silbó de admiración.

    — Anda, yo nunca hubiera caído en eso. Es verdaderamente muy astuto...A propósito, me he cruzado con Neil por el camino.

    — ¡Ah! Todavía está vivo ese tipejo?—se sorprendió Varrik.

    Neil era un elfo que había cortejado a la hija de un rey y que, a causa del amor que le tenía, había renunciado a su inmortalidad. Ella había acabado muriendo a causa de una enfermedad de tres al cuarto, pero él siguió con vida...desde entonces venía a seguir envejeciendo en una esquina del mostrador.

    — Es de admirar como aguanta. No sé ni como ha conseguido sobrevivir todo el tiempo que has tenido cerrada la posada.

    — Los elfos, aunque se hayan vuelto mortales, siguen siendo bastante resistentes...Mira, hablando del rey de Roma..., por ahí entra.

    El portón de la posada comenzó a abrirse lentamente. Un viejecito de aspecto esquelético se abrió paso por la gran sala. Una mesa le dio la bienvenida entre risotadas él les correspondió con un gesto vago de la mano y siguió su lenta marcha hacia la barra. Sin levantar la mirada del suelo se aupó con esfuerzo al único taburete libre que había. Varrik pensó para sus adentros que iba a tener que poner algunos más, pues, sin duda, el anciano elfo se seguiría sentándose en ese hasta su último aliento.

    — ¡Hola Neil! Le dijo con viveza Varrik al tiempo que le servía la jarra de cerveza de

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