Hammerklavier
Por Yasmina Reza
3.5/5
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Yasmina Reza, autora de la celebérrima pieza teatral Arte, entre otras, inició su carrera de narradora con Hammerklavier, una agridulce e inolvidable colección de viñetas autobiográficas en torno al amor, la desdicha y el paso del tiempo, ese gran destructor. Muchos de los personajes son próximos a la autora, como sus hijos o Moira, que da título al volumen, la figura del padre –el protagonista de su novela Una desolación- con quien Yasmina Reza describe una relación a la vez conflictiva y muy marcada por su amor compartido por la música y por Hammerklavier, el famoso adagio de Beethoven.
Yasmina Reza
Yasmina Reza nació en París. Su padre, nacido en Moscú, descendiente de una familia judía expulsa - da de España por la Inquisición y que se refugió en Uzbekistán, y su madre, violinista, de una familia de judíos húngaros, se conocieron en París. Ha recibido los más prestigiosos galardones por sus obras teatrales (como el Molière, el Laurence Olivier, el Theater Houte y el Tony), entre las que destaca Arte, publicada en esta colección. De su obra narrativa hemos editado Una desolación: «Pocas veces existen tantas razones para recomendar una novela como en este caso» (María Bengoa, El Correo); Hammerklavier: «Una colección de relatos –de carácter autobiográfico– hermosamente perturbadores. Un exquisito manjar digno de paladares exigentes» (Lola Beccaria, ABC); En el trineo de Schopenhauer: «Un excelente libro compacto, que se lee de un tirón, y que a pesar de su divertida crítica sobre el empeño de ofrecer un sentido a la vida, nos transmite una conmovedora melancolía» (Jacinta Cremades, El Cultural); Felices los felices: «Acción y pensamiento, nervio y sentido del humor, es breve, pero te deja ver un mundo muy amplio, casi inabarcable... Reza es lúcida, divertida y cruel, pero sobre todo humanista» (Carlos Zanón, El País) y Babilonia: «A medio camino entre una trama de los Coen y el mejor libreto de Woody Allen, nos regala un “polar” divertido, tierno, profundo y patético sobre la vida del común de los mortales» (Ángeles López, La Razón). También la crónica El alba la tarde o la noche: «Tienes una obra maestra al alcance de la mano. Esto supone una rareza absoluta y debieras aprovechar la oportunidad» (Arcadi Espada, El Mundo).
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Hammerklavier - Yasmina Reza
Índice
Portada
UN SUEÑO
HAMMERKLAVIER
LA MÁSCARA DE LA MUERTE
POR ENCIMA DE ESTAS COSAS
MARTA
¡POBRE KREUTZER!
LO ALTO DE UNA TRISTE MONTAÑA...
LA PROTESTONA
PERTENECER
LUCETTE MOSÈS
INSTANTES DE OPTIMISMO IRRACIONAL
PERO ¿QUÉ HACES, CRIATURA?
MAMOUNE
EL COLLAR
DEMASIADO
TIEMPO PASADO
UNA QUIMERA
EL ADIÓS A LOS CATÁLOGOS
UN ENCUENTRO
LA SONRISA DESDENTADA
UNA EDUCACIÓN DEPLORABLE
«YO, QUE SOY DEMASIADO IMPACIENTE»
DE LA EXISTENCIA DE LA PUERTA DE CHAMPERRET
EL HEMISFERIO OSCURO
TREINTA SEGUNDOS DE SILENCIO
HERMANOS
LOS DE HOY
EUGENIA GRANDET
DECIR... SÍ
UNA MAÑANA
ALLÍ DONDE TÚ NO ESTÁS
VEINTICUATRO AÑOS
EL COLMO
MEA CHEARIM
UNA AMIGA
UNA EXPERIENCIA DEL VACÍO
ROGER BLIN
LUGARES Y LUGARES
DECLARACIÓN
SIGUE TU CAMINO...
LA LISTA
REGRESO
HORROR A LA PACIENCIA
PROHIBIDO...
Créditos
Notas
A Moïra
UN SUEÑO
He tenido un sueño. Mi difunto padre me visitaba.
–Vaya –le dije–, ¿qué tal? ¿Has visto a Beethoven?
Se enfurruña y menea la cabeza, enojado y triste:
–¡Quita, quita! ¡Qué horrible encuentro!
–¿Y eso?
–Muy antipático. Muchísimo.
–No me digas, papá...
–Me acerco a él –prosigue mi padre–, dispuesto a abrazarle, ¿y sabes qué me dice?: «¿Cómo se ha atrevido a tocar el adagio de la Hammerklavier?¹ ¿Cómo ha podido pensar ni por un segundo en interpretar un compás de la Hammerklavier? «Discúlpeme, maestro» –le contestó mi padre–, «le creía por encima de esas cosas ahora.» «¡Pero bueno!» –exclamó Beethoven–. «¡Estar muerto no significa ser sensato!»
HAMMERKLAVIER
Un buen día le digo:
–Ya está, al fin sé cuál es, para mí, la obra maestra de las obras maestras.
–Di.
–El adagio de la Hammerklavier.
–¡Una obra maestra!
Por la manera como dice ¡una obra maestra!, sospecho que ya no se acuerda de ella.
Pasan unos días.
Me dice:
–He vuelto a escuchar la Hammerklavier; es realmente la obra maestra de las obras maestras. Está bien que a tu edad te hayas dado cuenta de eso.
Me dice con frecuencia: «Está bien que a tu edad te..., etcétera.» Para él, sigo siendo una cría.
–¿Sabes? –añade–, tú lo puedes tocar, tú eres perfectamente capaz de tocar ese movimiento.
–Imposible, vamos.
–No es difícil.
–Claro que sí, muy difícil, papá.
–No para mí. Yo puedo tocarlo sin dificultad.
Mi padre comienza a trabajar en secreto el adagio de la Sonata en si bemol mayor, opus 106.
A menudo le pregunto:
–¿Y la Hammerklavier?
–¡Magnífica!
–¿La tocarás para mí?
–¡Nunca!
Rivalizamos ante el piano. Trabajamos a menudo las mismas obras con dos profesores diferentes. Mi padre me prodiga los consejos que el suyo le da, y me impaciento, pues sé a carta cabal que he sido iniciada en la única verdad posible.
Pasan los meses. Mi padre, cada día más débil, no deja de trabajar la Hammerklavier. Ya casi le es imposible tocar, porque levantarse, concentrarse, leer, se convierten en penosos esfuerzos.
Un día, al caer la tarde, está en la cama, y le digo:
–¿Sabes qué me gustaría? Que me tocaras el adagio de la Hammerklavier.
–¿De veras?
Me mira y salta de la cama. Viste un camisón blanco. Agarra sus muletas y salimos al pasillo, excitados y solemnes.
Se instala ante el piano. Ajusta la lámpara y la partitura, busca sus gafas. La ceremonia es larga, y que se alargue me reconforta mientras permanezco cómodamente sentada en una butaca de la mesa de ajedrez.
–Sabes, llevo bastante tiempo sin tocar.
–Claro que lo sé, papá. Tómatelo con calma.
Veo su débil cuerpo, su rostro flaco, sus piernas hinchadas por no sé qué dolencia. Está muy nervioso. No se atreve a comenzar. Parece un niño lleno de timidez.
De repente, toca.
(¡Oh, papá, dondequiera que estés, perdóname por lo que sigue!)
El primer compás le sale mal. Arranca de nuevo, con el pie pegado al pedal. El segundo compás se añade al primero en una suma de resonancias que engulle cualquier posibilidad de música. El tercero... No, comienza de nuevo, consciente de la mala salida. Cada vez está más tenso y concentrado.
Serio, con el ceño fruncido, tembloroso por el deseo de hacerlo bien. Empieza de nuevo. Peor que antes. Rectifica la nota falsa, vuelve a equivocarse, prosigue pese a todo, dice:
–No, no, no es eso... Me pones nervioso... –Y comienza de nuevo. Le digo:
–No te preocupes, no hay prisa, ¿sabes?
–Ah, me pongo nervioso, es terrible.
Ha decidido seguir. Enfrentándose a la Hammerklavier como un soldadito de plomo, se enzarza en una lucha cada vez más inútil. La pierna entumecida ya no abandona el pedal. Aglutinadas entre sí, las notas se apelotonan formando una masa informe, irreconocible, invariablemente caótica y chirriante.
Se da cuenta de que lo hace muy mal, pero prosigue. Yo hubiera debido llorar. La Hammerklavier desfigurada. Mi padre moribundo. El claroscuro, que subraya todos los matices de la desolación. Pero me invade la risa. Uno de los mayores ataques de risa que jamás he