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Enigma de un Asesino
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Enigma de un Asesino
Libro electrónico125 páginas1 hora

Enigma de un Asesino

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Información de este libro electrónico

Una investigación ambigua para el comisario Vincent Germano, que estará obligado a moverse cada vez de forma más sigilosa, sobre una pista muy sutil: la que separa a la víctima del carnicero.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento28 oct 2018
ISBN9781547549900
Enigma de un Asesino
Autor

Claudio Ruggeri

Claudio Ruggeri, 30岁。出生于Grottaferrata (罗马)。现为从业人员,前裁判员。他遍游各地,在美国呆了很久,2007年回到意大利。写作是一直以来他的最大爱好。

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    Enigma de un Asesino - Claudio Ruggeri

    Nota del autor

    Este libro es producto de la imaginación.

    Cualquier referencia a hechos ocurridos en la realidad, y/o a personas realmente existentes, que se dé dentro del mismo es puramente casual.

    Índice

    Costa amalfitana, 17 mayo de 2012

    18 de mayo

    Milán, abril de 2010

    Costa amalfitana, 18 de mayo de 2012

    19 de mayo

    20 de mayo

    21 de mayo

    23 de mayo

    Roma, cementerio de Prima porta, 23:00 horas

    24 de mayo

    25 de mayo

    26 de mayo

    27 de mayo

    28 de mayo, Comisaría de Policía, 8:00 horas

    Costa amalfitana, 2 de junio

    Costa amalfitana, 17 de mayo de 2012

    Ya era de noche, las luces de los faroles iluminaban los senderos largos e irregulares, que se entrecruzan de forma maravillosa a través de cada uno de los pequeños pueblos de la Costa.

    El sol, acostumbrado a ocultarse tras las montaña poco después de la hora de comer para reaparecer como temprano a la mañana siguiente, conseguía dotar al atardecer de pinceladas y matices difíciles de describir, pero maravillosos al fin y al cabo.

    Contemplando tal espectáculo, apoyado sobre la baranda de su terraza, estaba el comisario Germano —desde hace unos días con la familia en los alrededores de Cetara, para unas pequeñas vacaciones.

    Él y su mujer, Arianna, habían comprado el apartamento justo un par de meses antes, cuando paseando por uno de los tantos barrios de los alrededores repararon en el cartel «Se vende», y sintieron curiosidad.

    El apartamento se encontraba en el segundo y último piso de un edificio construido, probablemente, un poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Como estaba pendiente de restauración, consiguieron obtener un buen precio y Germano, sin decírselo a nadie, ya fantaseaba sobre cómo disfrutaría viviendo en él cuando dejase de ser policía.

    Por ahora tenía que conformarse con alguna escapada, muy de vez en cuando, para disfrutar de esos fines de semana de vista al mar, como a él le encantaba llamarlos.

    Al oír los ruidos que le llegaban del estómago, se acordó de que los paccheri —rellenos del pescado fresco elegido personalmente esa mañana— corrían el riesgo de cocerse de más.

    Terminó de prepararlo todo con la ayuda de su hijo, Luca, cuando oyó que se abría la puerta de casa.

    —¡Ya he vuelto!

    —Ya era hora, Arianna, los paccheri estarán listos enseguida, ¿has encontrado lo que estabas buscando?

    —La verdad es que no, el bañador que vi ayer ya no estaba, pero gracias a eso he encontrado otro todavía más bonito...

    —A ver...

    —Aquí está...

    Arianna lo sacó de la bolsa de plástico y se lo puso por encima, para enseñárselo al marido como si lo llevase ya puesto. A Germano casi le da la risa pero, por no minar el entusiasmo de su mujer, fingió que le gustaba.

    En cuanto todos estuvieron sentados en la mesa, a excepción de las gemelas, sumergidas en un sueño profundo en la habitación de los padres, empezó a sonar el teléfono —ya que el del comisario no podía ser, puesto que nunca lo encendía cuando estaba de vacaciones, el sonido solo podía proceder del bolso de la mujer, en algún lugar del salón.

    —Debe de ser mi prima, me dijo que me llamaría...

    —Vale, pero date prisa, que si no los paccheri se enfrían...

    —¡Estoy en un minuto! ¿Sí, diga?

    Después de algunos minutos Germano, al no oír a su mujer hablar, empezó a comer, suponiendo que la conversación había terminado; sin embargo, Arianna volvió a la cocina después de un par de minutos, con el teléfono en la mano y los ojos abiertos de par en par.

    —Es para ti, Vincent.

    El comisario, casi sin creérselo, cogió el teléfono.

    —Soy Germano

    —Hola, Vincent, soy Gianna.

    —Anda, Giana, cuánto tiempo... ¿pero cómo...?

    —Sí, perdona, el número de Arianna lo tenía de hace tiempo... Y ha ocurrido una desgracia.

    —¿Qué desgracia?

    —Mi padre ha muerto hace un par de horas...

    —Vaya...

    —Lo he encontrado en la finca, un infarto o algo parecido.

    —Yo ahora mismo estoy fuera de Roma, unas pequeñas vacaciones... Vaya noticia...

    —No lo hemos visto en la comida, así que sobre las cuatro de la tarde hemos salido a buscarlo. Yo he ido a la finca y allí estaba...

    —Entiendo. Tú intenta estar tranquila, aunque sé que es imposible...

    —Ya he hablado con tu compañero de la comisaría: De Giri... De Giari...

    —Di Girolamo.

    —Sí, ese era el nombre. Incluso ha venido la ambulancia, pero lo único que ha podido hacer ha sido constatar la muerte... Qué escalofrío verlo ahí tirado, Vincent.

    —Qué sorpresa más desagradable, en cuanto volvamos voy a verte.

    —Lo sé. Ahora te dejo, que bastante te he molestado ya.

    —Pero cómo vas a molestar... Más bien te doy el pésame, y nos vemos pronto.

    —Hasta pronto, Vincent.

    Cuando colgó el teléfono, el comisario tenía a su mujer con la mirada fija en él, escrutándolo. Germano decidió sacarla de dudas.

    —¡Vaya tragedia!

    —¿Qué tragedia, Vincent?

    —¿Pero... no os habéis dicho nada por teléfono?

    —Ha dicho que quería hablar contigo directamente, que había ocurrido una desgracia, así que...

    —El padre de Gianna se ha muerto, lo ha encontrado ella en medio de la finca, un infarto...

    —Vaya... ¿el funeral cuándo es?

    —Pues sabes... Se me ha olvidado preguntárselo... Pero me ha dicho que ha hablado también con la comisaría, en teoría con Di Girolamo, igual se lo pregunto a él; es más, lo llamo ya.

    Los paccheri se quedaron a mitad en el plato de ambos, aunque a Germano ya no le importaba tanto. Llegó al salón y —con el teléfono fijo que había encargado instalar días antes— llamó al despacho.

    —Comisaria de Policía...

    —Soy Germano.

    —Buenos días, comisario, soy Venditti.

    —Hola, Marco, ¿cómo estás? ¿Me pasas con Di Girolamo?

    —Le paso enseguida, saludos.

    —Saludos, hasta pronto.

    El inspector respondió casi inmediatamente.

    —Di Girolamo.

    —Soy Germano.

    —Buenos días, ¿todo bien, comisario?

    —Para mí sí, pero hace un momento me ha llamado Gianna Venturi, para decirme que se ha muerto Franco, el padre, pero se me ha olvidado preguntarle cuando era el funeral... Me ha dicho que había hablado contigo así que...

    —Has hecho bien, pero nosotros tampoco lo sabemos, lo pregunto y te lo digo en cuanto lo sepa.

    —Muchas gracias

    —No hay de qué, hasta pronto.

    —¿No saben nada?

    —No, Arianna, por desgracia en la oficina tampoco saben nada, van a preguntarlo y nos lo dicen.

    —Qué cosa más desagradable... encontrarte a tu padre muerto.

    —Debe haber sido un shock. Quiero llamar a Angelo y decirle que vaya casa de Gianna, igual necesita algo...

    —Vincent, espera al menos a que hagan el funeral, a lo mejor ahora lo que menos le hace falta es tener a policías rondando por la casa.

    —Quizá tengas razón, pero... —a Germano no le dio tiempo a terminar la frase cuando ya le estaba sonando

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