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The mystery box
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Libro electrónico180 páginas2 horas

The mystery box

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Información de este libro electrónico

Víctor y Alberto están pasando la mañana en su piso compartido de Malasaña jugando a videojuegos, cuando Atalanta se presenta. Los tres jóvenes, de personalidades variadas, disfrutarán de los días venideros, hasta que Víctor compra una caja misteriosa en la Deep web. Desapariciones, modificaciones corporales y un misterio sin resolver.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 abr 2022
ISBN9788419300973
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    The mystery box - Polo Toole

    The mystery box

    Polo Toole

    ISBN: 978-84-19300-97-3

    1ª edición, marzo de 2022.

    Editorial Autografía

    Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

    www.autografia.es

    Reservados todos los derechos.

    Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

    Índice

    Capítulo 1:

    VIDEOJUEGOS, DROGAS Y FIESTA

    CAPÍTULO 2:

    REBELIÓN EN EL CHAT

    CAPÍTULO 3:

    THE MYSTERY BOX

    CAPÍTULO 4:

    OMNIA MUTANTUR, NIHIL INTERIT

    CAPÍTULO 5:

    LA CONJURA Y EL NECIO

    CAPÍTULO 6:

    LA HABITACIÓN

    CAPÍTULO 7:

    EL CONCIERTO

    CAPÍTULO 8:

    LA PISTA

    CAPÍTULO 9:

    EL LOCAL

    CAPÍTULO 10:

    VIOLENTA RAPIOTA

    EPÍLOGO

    Capítulo 1:

    VIDEOJUEGOS, DROGAS Y FIESTA

    En un cuarto piso en Malasaña, los gritos salían a borbotones por una de las ventanas, mezclándose con el viene y va de los vecinos que llegan de comprar o van a ello, de las sartenes friendo y cazuelas bullendo.

    —¡¿Qué haces loco?! ¡Que casi me rompes el cable del tirón que le has metido, bestia!

    —Shh..., tranquilo, no ha pasado nada... –intenta acariciarle la cabeza sin éxito, ambos se ríen.

    —En serio, tío, ten cuidado por favor.

    —Este juego me gusta más, al menos es relajante –en la pantalla, un buzo en primera persona se desplaza en un océano virtual recogiendo minerales y peces inverosímiles.

    —Te lo dije, he estado bastante enganchado...

    —¿Qué es esto? –encuentra algo.

    —Ah, es un plano, para construir una especie de mini submarino para moverte mejor y llegar a sitios más profundos.

    —¿Voy a por ello?

    —Como tú quieras –el amigo no se fija, pero a éste se le forma una sonrisa pilla en la comisura de los labios.

    —A ver, que subo a la superficie primero –la concentración es máxima mientras revisa las notas a modo de pista que da el juego–. ¡Ay, no puedo crearlo!, me falta una pieza –mira a su amigo, que se había levantado para coger un paquete de aperitivos con forma de gusanos naranjas fosforitos–. Tío, Víctor, ¿dónde puedo encontrar la pieza que me falta?

    —A ver, –contesta con la boca llena y acento granadino– date la vuelta, para el otro lado, ahí, ¿ves la nave?

    —Como para no verla.

    Exactemundo, si tiras para la popa seguro que pillas la que te falta.

    —Voy –ambos se recuestan mientras Víctor no para de comer de la bolsa a dos manos, claramente disfrutando del momento–. ¡¿Qué es esto?! Ah, vale, joder con las algas... La zona de antes me gustaba más, estos pescados me dan bastante mal rollo.

    —Tu tranquilo, que lo más que te van a hacer es morderte un poco, además comen metal y si les tiras algo te los quitas de encima.

    —Ya, pero yo también necesito el metal...

    —Eso sí –al llevar al personaje hacia la nave, la música cambia y la imagen se impregna de un color marrón misterioso.

    —¿Qué pasa, por qué ha cambiado todo ahora?

    —Hombre, es por la nave, la radiación y todo eso... –se aguanta la risa.

    —Mira, voy a buscar la pieza esta y me vuelvo al arrecife, que esto no me está gustando –lo mira de reojo y hace una pausa–. No será de miedo, ¿no?

    —¡Qué va! –sigue buscando un rato con el personaje hasta que por fin ve algo brillante que parece el plano, pero entonces un rugido tremendo sale del monitor.

    —¡¿Qué pasa!?, ¡¿qué pasa?! –le da a la pausa y mira a Víctor.

    —Te he mentido..., –la sonrisa más pícara que es capaz de reproducir se le dibuja en el rostro.

    —Es de miedo, ¿verdad? –lo mira resignado.

    —No como tal...

    —Ya...

    —¿No tienes curiosidad? Está muy cerca..., ya están aquí... –canturrea imitando la frase de la famosa película.

    —En fin, que sea lo que sea –se concentra, desactiva la pausa y baja lo más rápido posible a por el diagrama, un rugido retumba aún más cerca y entonces aparece una gigantesca criatura con rostro, dientes y patas en la cara como de insecto–. ¡Ah, ay, ay, ay, no, no, no, no, no, no!, ¿qué hago, a dónde voy?

    —¡Esquívalo, loco! –finalmente la criatura acaba devorando al personaje y la pantalla se congela.

    —Exquisito... –deja el mando y se recuesta en el sofá mientras Víctor no para de reírse.

    —No seas tan quisquilloso, Alberto, eres un tío de lo más quisquilloso.

    —¿Qué es eso? –lo mira con desgana.

    —¿Quisquilloso? –arquea las cejas para darle una definición de diccionario cuando suena el timbre del portero.

    —¿Quién es?

    —Te dije que Ata venía hoy, ¿no? –se levanta para descolgar el telefonillo y accionar el botón sin preguntar.

    —Pensaba que llegaba por la noche... –se le nota cierto descontento.

    —No te molesta, ¿no?

    —Nah, es muy maja, lo que me preocupa es que vuelvas a pasar mucho tiempo con ella y te olvides de nosotros. Y más ahora que llevamos un año juntos aquí los tres.

    —¿Ves cómo eres un quisquilloso? Tío, –se pone sentimental– sabes bien que... –la conversación se termina porque Atalanta entra por la puerta con la sonrisa más dulce pintada. Y es que son comprensibles los sentimientos de Víctor hacia ella, pues la chica tiene algo especial.

    —¡Ata! –Víctor se apresuró hacia la entrada y ésta lo recibió con los brazos abiertos, ambos se abrazaron durante unos cuantos segundos.

    —Cómo me alegro de estar aquí –dice ella con los ojos acuosos.

    —¡Ya era hora!, ¿tus padres han llegado?

    —¡Qué va! Están esperando unos papeles para el traslado de mi madre a la Embajada, pero ya les dije que me venía antes sí o sí.

    —¿Y tu padre?

    —Se ha esperado con ella –sonríe–. Total, él trabaja desde casa.

    —Ese es mi trabajo ideal... Bueno, si se me diera bien escribir, claro.

    —No hay nada como ganar dinero en pijama –se ríen. Ata mira a Alberto.

    —¡Alberto! –se le acerca y éste se levanta para recibir su afectivo abrazo–. Cuánta barba –le toca la cara.

    —Junto a los pelos de loco que tiene, ya parece un auténtico conspiranoico –Víctor se ríe, pero a Alberto no le hace mucha gracia.

    —A mí me parece que le queda muy bien –Atalanta lo mira con sincera aprobación, Alberto se sonroja–. Bueno, ¿cuál es el plan?

    —¿Dónde están tus cosas?

    —Solo he traído esto, –señala una maleta pequeña que sigue en la puerta– esperaré a que vengan mis padres con el resto de cosas.

    —¿Y el piso?

    —Si me acogéis estos tres días antes de que vengan, bien, si no me busco un hotel, es lo que me dijo mi madre que hiciera, tiene que estar ella para las llaves y demás.

    —¡Claro, aquí puedes quedarte sin problema!, –mira a Alberto buscando su aprobación– ¿verdad?

    —¿Hoy qué es?, –pregunta Alberto– día de la semana, me refiero.

    —Jajaja, es jueves, tío.

    —Vesta no vuelve hasta la semana que viene, no sabemos día, así que te puedes quedar aquí, aunque mejor que no uses su habitación, es bastante..., ¿cómo era? –mira a Víctor y hace una pausa esperando a éste.

    —¡Quisquillosa!, pero no pasa nada, –prosigue Víctor muy contento– te hago hueco en mi cuarto, es bastante grande.

    —Bueno, ¿y qué plan tenéis? –pregunta ella.

    —Oh, dulce Atalanta, –Víctor pone cara de éxtasis, preparado para soltar una de sus frases– dulzor entre dulzores, hoy es... ¡jueves electrónico! La crème de la crème –dice con perfecto acento francés– de Mandril salen con sus mejores galas; vestidos sedosos, cueros sintéticos –alza las manos mirando a Alberto– zapatitos con plataforma, bolsitos minúsculos llenos de pollos y billetes enrollados preparados para la acción; el mundo es nuestro y la noche nuestra herramienta... –suspira, Atalanta y Alberto se ríen y aquella hace un gesto de reverencia con la mano. Los tres se acomodan en el piso.

    Después de fumar y jugar un rato más a la consola, decidieron pedir una pizza de quesos y otra barbacoa, con lo que, después de acabarlas, la siesta fue inminente. Atalanta se tumbó en la cama de Víctor con éste y cayó rendida, aunque Víctor tardó un poco más por el nerviosismo de tenerla tan cerca. Alberto, sin embargo, se quedó trabajando con el ordenador, puesto que tenía otros planes muy distintos para el fin de semana. En su habitación, la mesa altar donde reposaba su pc era un lugar despejado a excepción de una lámpara verde y otra naranja, ambas de lava. Montones de cables y dispositivos externos se agolpaban allí. Pero Alberto necesitaba lo mejor de lo mejor, puesto que llevaba una pequeña vida secreta al margen de la mayoría de las personas que lo conocían en su día a día. Activista, realmente le quitaba el sueño el maltrato que rastreaba y perseguía. Por suerte, tras meses en la reciente investigación, para lo cual se valía de la web profunda, al fin su grupo estaba listo para asaltar un laboratorio de experimentación animal. Así que trabajó un buen rato, hasta que la pizza se le hizo un nudo en el estómago por forzarse a ver algunas de las imágenes que un auténtico ninja fotógrafo había realizado colándose en el lugar. Después de un buen rato, acabó durmiéndose como el resto.

    —Agh... –Víctor, el último en levantarse, apareció en el salón. Atalanta y Alberto estaban charlando frente al portátil de éste jugando a un life simulator, haciendo una pequeña casita moderna rodeada de árboles frondosos.

    —¡Hombre! –alza la voz Alberto.

    —¡Buenos días, princesa! –Atalanta se levanta para darle un beso en la mejilla, visiblemente a gusto de verlo somnoliento.

    —Me podíais haber dicho algo... –se sentó mientras se masajeaba la cara.

    —Bueno, esta noche hay fiesta, te viene bien dormir –le explica Alberto sin mirarlo mientras quita un par de muros en el juego para editarlos.

    —Pero tú sales hoy, ¿no?

    —Sí, es el sábado cuando marcho.

    —¿A dónde te vas? –pregunta Atalanta, ajena al motivo. Alberto se pone nervioso.

    —He quedado con unos amigos del instituto –miente, pero de una forma muy natural. Víctor lo mira de reojo, siempre le molestó que se le diera tan bien ocultar información. Y más recién levantado.

    Entre bromas, duchas y batallas de beat box en loopstation, llegaron a las nueve de la noche. Temiendo quedarse sin reservas a mitad de la fiesta, llamaron a El Pato. Cuando llegó, éste parecía que había regresado de una fiesta de dos semanas. Olía a speed y tabaco, tenía los ojos con unas venas rojas ramificadas y la mandíbula iba a su propio ritmo; el corazón en arritmia. Vestía ancho de pantalón, ajustado de camiseta y, a pesar de todo, su ropa olía a perfume. Y no era un perfume desagradable, una vez que las capas del olor químico permitían su paso. Cuando subió al piso se sentó en el sofá y comenzó a sacarse bolsas herméticas pequeñas de los bolsillos mientras se sorbía la nariz constantemente. Si cerraba los ojos, Víctor estaba seguro de que podía identificar al Pato en cualquier lugar a menos de cinco metros de distancia. Lo conocía, más o menos. Seguía el lema de el camello de mis amigos es mi camello. Al final, ¿de dónde salen los traficantes?, pensaba él para sí mismo cada vez que lo observaba con discreción. No conocía a ningún traficante de grandes ligas que se fuera promocionando por las calles. Recordaba la escena de La Vida de Brian, pero en lugar de ¿crucifixión?, bien, una cruz por persona, se imaginaba a el Pato en la cola de la discoteca y que al llegar éste estuviera esperando para decirle ¿cocaína, speed, pastis? Bien, pase por esa puerta, un pollo por persona".

    —Bueno, ¿qué? –salía de la obnubilación de su mente cuando se fijó en que el Pato estaba esperando su respuesta.

    —Perdona tío, –dijo con vergüenza– me he empanado.

    —Para mí nada –soltó Atalanta.

    —No sé, ¿qué tienes? –preguntó Víctor mientras el Pato arqueaba una ceja. Quedó claro que el trabajo de cara al público, fuera el que fuera, es tedioso. Y es que podía parecer el tipo más pasado de rosca, pero era diligente en su trabajo y no le gustaba perder el tiempo en las casas a las que vendía a domicilio. Al fin y al cabo, cada día de fiesta era un día de trabajo para él, eso se traducía en muchos días de currar sin descanso y sin dormir, probablemente.

    —Pues..., lo de siempre –dijo molesto mirando todo el género que había dejado en la mesa para tener que explicarse lo mínimo posible–. A ver, de todo –hizo una pausa y se sacó otra bolsa de un bolsillo interno del pantalón–. Tengo estas cápsulas, que son nuevas, pero son más caras, un poco más, no mucho tampoco...

    —¿Qué es? –Alberto se acercó a mirar por curiosidad.

    —¿Sabéis la droga esta que toman los actores famosos para potenciar la memoria y demás?

    —Leí sobre eso –contesta Alberto con cierto interés.

    —¿Y demás? –pregunta Víctor.

    —A ver, –responde el Pato– en principio lo usan para poder memorizar toda la pescada que tiene esta peña que aprenderse –hablaba despacio–. La movida es que ahí se ha visto filón y los químicos han

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