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Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz: El conflicto insoluble
Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz: El conflicto insoluble
Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz: El conflicto insoluble
Libro electrónico799 páginas11 horas

Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz: El conflicto insoluble

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Todos los demás conflictos palidecen ante la opinión pública internacional por comparación con el conflicto palestino-israelí. Los argumentos son igualmente apasionados en favor de una y otra de las partes, a pesar de que no siempre están basados en el conocimiento del tema y con demasiada frecuencia se apoyan en prejuicios, cuando no en fanatismos religiosos o racistas.

Para lograr una mayor comprensión de los sucesos actuales, el presente libro recorre el marco histórico desde antes de 1948, pasando por las guerras posteriores entre los países árabes y los israelíes de 1956, 1967 y 1973.

Además de relatar los sucesos críticos en las últimas décadas, describe a los actores implicados y las relaciones entre israelíes y palestinos para destacar la profundidad de un conflicto que abarca todas las facetas de la vida social.

Por último, la autora evalúa las diferentes posiciones sobre la solución del conflicto, en la búsqueda de un "haciadónde".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 ago 2018
ISBN9788468527062
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    Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz - Susana Liberti

    Susana Liberti

    ISRAELÍES Y PALESTINOS: EL HORIZONTE DE LA PAZ

    EL CONFLICTO INSOLUBLE

    © Susana Liberti

    © Israelíes y palestinos: el horizonte de la paz. El conflicto insoluble

    ISBN formato papel: 978-84-685-2704-8

    ISBN formato epub: 978-84-685-2706-2

    Impreso en España

    Editado por Bubok Publishing S.L.

    Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN
    PRIMERA PARTE. PALESTINA HASTA 1948

    CAPÍTULO 1. PALESTINA HASTA LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

    1. El marco geográfico

    2. La región hasta la I Guerra Mundial

    2.1. El contexto histórico

    2.2. El contexto internacional.

    3. Palestina hasta la I Guerra Mundial

    4. La Primera Guerra Mundial

    CAPÍTULO 2. DESPUÉS DE LA I GUERRA MUNDIAL. EL MANDATO BRITÁNICO

    1. La posguerra

    2. El Mandato británico en Palestina

    2.1. La colonización judía y su efecto sobre la población local

    2.2. La vida económica y social

    2.3. El nacimiento de la identidad palestina

    2.4. La Gran Revuelta Árabe

    CAPITULO 3. EL FIN DEL MANDATO Y EL NACIMIENTO DE ISRAEL

    1. Los últimos años del Mandato

    1.1. La intervención de la Organización de las Naciones Unidas

    2. La guerra de 1948

    2.1. El éxodo

    2.2. La posible asimilación

    SEGUNDA PARTE. LAS GUERRAS

    CAPÍTULO 4. LA NACIONALIZACIÓN DEL CANAL DE SUEZ Y LA SEGUNDA GUERRA ÁRABE-ISRAELÍ.

    1. La aventura militar

    2. La región entre los años 1956 y 1967

    CAPÍTULO 5. LA GUERRA DEL ’67 Y LA RESOLUCIÓN 242.

    1. Las hostilidades

    2. Los palestinos después de la guerra

    2.1. Iniciativas infructuosas

    CAPITULO 6. LA GUERRA DE 1973.

    1. El escenario internacional

    2. El escenario regional

    2.1. El 6 de octubre de 1973

    3. Después de la guerra. 1973-1977

    4. El reconocimiento de la OLP

    CAPÍTULO 7. EL TRATADO DE PAZ EGIPCIO-ISRAELÍ.

    1. Los Acuerdos de Campo David y la firma del Tratado.

    2. La región después del Tratado de Paz.

    CAPÍTULO 8. EL LÍBANO EN EL CONFLICTO

    1. La diversidad libanesa. La guerra civil.

    2. La retirada israelí en 2000

    3. La guerra de 2006

    TERCERA PARTE. ISRAELÍES Y PALESTINOS

    CAPÍTULO 9. LOS ÁRABES EN ISRAEL

    1. La administración militar.

    2. La vida cotidiana: el mercado laboral, la educación.

    3. La propiedad de la tierra

    3.1. La legislación que afecta la propiedad

    4. La identidad nacional: sociedad y política.

    Anexo. Algunas cifras

    CAPITULO 10. LOS TERRITORIOS OCUPADOS

    1. La administración

    1.1. Reemplazo de autoridades y tribunales locales.

    1.2. Actividades comerciales y otras actividades privadas

    1.3. Confiscaciones

    1.4. Limitación de los derechos civiles de la población de los TO.

    2. La economía

    3. La ocupación y los derechos humanos.

    4. La barrera de Cisjordania

    5. Los asentamientos

    CAPÍTULO 11. LAS ORGANIZACIONES POLÍTICAS PALESTINAS. LOS GRUPOS TERRORISTAS. 

    1. Las corrientes y las organizaciones políticas palestinas.

    1.1. Reacciones árabes ante las propuestas políticas palestinas

    2. El terrorismo

    2.1. Los atentados suicidas

    CAPÍTULO 12. LA PRIMERA INTIFADA Y EL PROCESO DE PAZ.

    1. El estallido

    1.1. Un testimonio israelí

    2. El proceso de paz. Los Acuerdos de Oslo

    2.1. ¿Por qué negociar? Las conversaciones de Madrid

    2.2. Las negociaciones multilaterales

    2.3. Las negociaciones de Oslo. La Declaración de Principios.

    2.4. La puesta en práctica de la DP. El Acuerdo Gaza-Jericó.

    2.5. La puesta en práctica de la DP. La transferencia de poder.

    2.6. La puesta en práctica de la DP. El Acuerdo Interino u Oslo II.

    2.7. Los últimos acuerdos interinos.

    3. Camp David II.

    4. El tratado de paz Israel-Jordania.

    CAPÍTULO 13. EL FRACASO DE LA TENTATIVA DE PAZ

    1. Lo positivo y lo negativo de Oslo. Aspectos políticos

    2. El fracaso de las iniciativas económicas

    2.1. Las limitaciones estructurales

    2.2. Las limitaciones impuestas por Israel

    2.3. Limitaciones originadas en la AP

    2.4. Las limitaciones de los donadores

    CAPÍTULO 14. LA SEGUNDA INTIFADA. LA OPERACIÓN ESCUDO DEFENSIVO

    1. El estallido

    2. Las negociaciones de Taba

    3. La represión

    3.1. La Operación Escudo Defensivo

    3.2. Yenin: catorce días de abril

    3.3. El balance de la Operación Escudo Defensivo

    4. ¿Continuidad o discontinuidad de las intifadas?

    CAPÍTULO 15. LA PROPUESTA DE UN ESTADO PALESTINO PROVISIONAL

    1. Después de la Operación Escudo Defensivo

    2. El discurso del Jardín de las Rosas

    3. La Hoja de Ruta

    4. El Acuerdo de Ginebra

    CAPÍTULO 16. MOMENTOS CRÍTICOS: LA MUERTE DE ARAFAT Y LA DESVINCULACIÓN DE GAZA.

    1. La muerte de Arafat y la crisis interna palestina

    1.1. La Autoridad Nacional Palestina en 2004

    1.2. La reforma de la AP

    1.3. Las elecciones

    2. La desvinculación de Gaza

    2.1. El plan de desvinculación

    2.2. El significado de la desvinculación

    2.3. Después de la desvinculación

    2.4. La opinión palestina

    CAPÍTULO 17. DE LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL A LA ELECCIÓN LEGISLATIVA.

    1. Después de la elección presidencial

    2. Hamás como actor político

    2.1. La evolución de Hamás

    3. Las elecciones del 25 de enero de 2006

    3.1. El Documento de los Prisioneros

    4. La captura de un soldado israelí y la crisis de junio

    CAPÍTULO 18. DEL ACUERDO DE LA MECA A LA INVASIÓN DE GAZA

    1. Del Acuerdo de La Meca a la conferencia de Annapolis

    2. El año 2008

    2.1. Las condiciones materiales

    3. El ataque israelí de diciembre de 2008 a enero de 2009

    4. El día después...

    CAPÍTULO 19. ¿HACIA DÓNDE?

    1. La evolución de las posiciones sobre la solución del conflicto

    2. La seguridad de Israel. Ejército y fronteras.

    3. Las responsabilidades y los riesgos

    FUENTES

    INTRODUCCIÓN

    Todos los demás conflictos palidecen ante la opinión pública internacional por comparación con el conflicto palestino – israelí. Los argumentos son igualmente apasionados en favor de una y otra de las partes, a pesar de que no siempre están basados en el conocimiento del tema y con demasiada frecuencia se apoyan en prejuicios, cuando no en fanatismos religiosos o racistas. No faltan las voces críticas dentro del campo pro palestino y del campo pro israelí, las de aquellos que no dejan que la simpatía o la lealtad oscurezca su juicio ante las evidentes faltas y hasta crímenes cometidos por uno y otro. Estas voces críticas y otras fuentes confiables permiten un acercamiento más objetivo al problema.

    Para lograr una mayor comprensión de los sucesos actuales hay que partir de aquellos primeros momentos de encuentro en la tierra disputada entre una minoría judía europea y una mayoría árabe, aquélla veía por primera vez el país, con el que tenía fuertes vínculos religiosos e históricos, ésta había vivido en él por varias generaciones, lo que creaba lazos vitales, familiares y de tradición¹. En la Primera Parte se analiza desde el momento en que Palestina era parte del Imperio Otomano, cuando las reformas administrativas realizadas a partir de la mitad del siglo XIX le dieron cierta autonomía y la insertaron en el mercado internacional, lo que favoreció el crecimiento de las ciudades costeras y aumentó la actividad económica, por lo menos treinta años antes de que llegaran grupos numerosos de judíos. La inmigración judía fue en aumento y, a partir de la segunda aliya (1904-1914), su dirigencia tuvo una marcada ideología socialista. El estallido de la primera guerra mundial hizo concebir esperanzas al movimiento nacionalista árabe de poder alcanzar la independencia; el nacionalismo árabe había surgido a finales del siglo XIX como resultado del encuentro con las ideas de la modernidad, traídas a la región por la expansión colonial europea y difundidas por los pensadores reformistas. Pero las potencias europeas se apresuraron a repartirse los despojos del derrotado Imperio Otomano y la Sociedad de Naciones legitimó su dominio sobre el Medio Oriente bajo la figura de los mandatos, frustrando aquellas aspiraciones. El mandato británico trajo progreso material a Palestina, pues mejoró las comunicaciones, la salud pública y la educación; al mismo tiempo favoreció la colonización judía que, gracias a sus dirigentes, fue creando un verdadero estado paralelo con exclusión de la población local. Las instituciones del Yishuv² abarcaban tribunales, un sistema escolar que educaba e indoctrinaba, una poderosa central obrera (la Histadrut) y una base económica cada vez más sólida, así como fuerzas de defensa. El enfrentamiento entre las dos comunidades era inevitable a medida que se acercaba el fin del mandato que Gran Bretaña, agotada por el esfuerzo humano y económico que le había exigido la segunda guerra mundial, ya no era capaz de mantener. Las expulsiones de habitantes árabes, las actividades terroristas judías y los encuentros armados se habían iniciado antes de la guerra de 1948, que estalló cuando los ejércitos de los países árabes vecinos invadieron el recién proclamado estado de Israel. Las semillas del conflicto se habían sembrado durante estas seis décadas anteriores al establecimiento del nuevo estado.

    La Segunda Parte se articula en torno a las guerras posteriores: los países árabes y los israelíes volvieron a combatir en 1956, 1967 y 1973. Estos enfrentamientos se dieron en el marco de una política internacional en rápida transformación y marcada por la Guerra Fría: en 1956, Francia y Gran Bretaña desaparecieron como potencias del Medio Oriente, que se transformó en otro escenario de la competencia entre las dos superpotencias. La hostilidad árabe –de Egipto y Siria, con el apoyo de la Unión Soviética, que les proveía de armas- justificó el ataque preventivo israelí de junio de 1967, cuando la rápida derrota que infligió a sus adversarios permitió a Israel la ocupación de la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán. La guerra de 1973 obedeció a la iniciativa del presidente egipcio Sadat. Las consecuencias de estas dos guerras se hacen sentir hasta nuestros días: medio siglo después después de la guerra de los Seis Días, Israel se niega a evacuar los territorios ocupados y continúa el proceso de colonización ilegal de los mismos, mientras que la guerra de 1973 hizo posible que Egipto rompiera el estancamiento de los negociaciones y llegara al tratado de paz con Israel en 1979, cuya firma cambiaría la fisonomía política de la región, ya que aisló a Egipto y marcó el ascenso de la influencia de las monarquías petroleras y conservadoras del Golfo, que habían apoyado la guerra con el embargo petrolero pero que después rechazaron el tratado de paz.

    Otro actor regional arrastrado al conflicto es el Líbano; su particular distribución del poder entre las principales comunidades religiosas y los cambios demográficos operados en éstas provocaron una crisis política que condujo a una larga guerra civil (1975-1990), agravada por la presencia de los grupos de militantes palestinos que habían sido expulsados de Jordania. Estos refugiados palestinos habían organizado campamentos que, a ojos de los libaneses, constituían prácticamente un estado dentro de otro estado; sus grupos armados realizaban ataques contra la zona fronteriza de Israel y con ello justificaban las incursiones del ejército israelí, la posterior ocupación del sur hasta el río Litani y finalmente la guerra de 2006, con consecuencias desastrosas para la población civil libanesa.

    La Tercera Parte se centra en las relaciones entre israelíes y palestinos y en ella se exponen diversos aspectos de las mismas, ya que el conflicto no se limita a las acciones armadas, es mucho más profundo y abarca todas las facetas de la vida social. En Israel existe una minoría de ciudadanos árabes quienes, cuando terminó la guerra de 1948, quedaron sometidos durante varios años a la administración militar, con las restricciones que ésta implica; muchas de sus aldeas habían sido destruidas, muchas de las que perduraron fueron objeto de confiscaciones y aun hoy las poblaciones árabes tienen limitaciones en sus servicios y en las inversiones del gobierno. En el país persiste la división del sistema educativo, con desventaja para los árabes en cuanto a la calidad de la infraestructura y del contenido mismo. Los árabes israelíes no son ciudadanos iguales a los ciudadanos judíos, entre otras cosas porque están excluidos del servicio militar. Sin embargo, pueden votar y su condición, en general, es mejor que la de las poblaciones árabes vecinas, porque viven en un país que tiene una economía dinámica y rica donde las condiciones de vida son superiores.

    En los territorios ocupados, desde el principio la administración militar dio indicios del verdadero propósito de la ocupación, es decir, la apropiación de la tierra y el estricto control de los diversos aspectos de la vida de los habitantes, cuyos derechos civiles y, en general, sus derechos humanos han sido abusados desde 1967. El carácter de la administración israelí de los territorios se refleja en las órdenes militares y la legislación y, particularmente, en la administración de justicia y en el trato de los detenidos. Las aspiraciones palestinas comenzaron a expresarse organizadamente años después del desastre de 1948 y lo hicieron por medio de organizaciones políticas de diferentes tendencias, cuyas propuestas fueron recibidas con desconfianza –cuando no con abierta hostilidad- por los gobiernos autoritarios de los países árabes; esta resistencia ideológica mantuvo un carácter predominantemente secular hasta la primera intifada. Las organizaciones políticas palestinas, incluidas al-Fatah (fundada en 1959) y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP, fundada en 1964), recurrieron a acciones terroristas, dentro y fuera de Israel, desde los años ’70, a veces con la cooperación de organizaciones terroristas de otros países. Esos actos, aunque condenables en sí mismos, lograron su objetivo de llamar la atención mundial sobre el problema palestino; por fin, la comunidad internacional reconoció la lucha nacional palestina, reconocimiento simbolizado por la presencia de Yassir Arafat, presidente de la OLP, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1974. A partir de la década de los ‘90 son los atentados suicidas perpetrados por palestinos, cuyo objetivo es la población civil israelí, los que concentran el interés y la condena; al analizar este tipo insólito de terrorismo hay que intentar conocer las motivaciones y características de los suicidas, que no solo son responsables de las muertes de civiles israelíes inocentes sino también de las terribles represalias que acarrean sus actos y que dañan a civiles palestinos no menos inocentes.

    Las condiciones sin esperanza en que vivían los palestinos en los territorios ocupados fueron la causa del estallido de la primera intifada en 1987, duramente reprimida. La persistencia de la rebelión popular, que había rebasado a la dirigencia palestina tradicional de la OLP, el consiguiente desgaste de la imagen internacional de Israel, más las circunstancias regionales posteriores a la invasión iraquí de Kuwait y la guerra del Golfo, condujeron a las conversaciones de Madrid entre las partes involucradas –aunque los palestinos participaron como integrantes de la delegación jordana, por la obstinación del gobierno israelí en no reconocer la existencia y legitimidad de la OLP. Las conversaciones bajo los reflectores de la atención internacional resultaron infructuosas, pero las que se realizaron secretamente en Oslo, a iniciativa del gobierno noruego, culminaron en la Declaración de Principios y los acuerdos que la llevaron a la práctica.

    Después de haber despertado grandes esperanzas, el proceso de Oslo se derrumbó en el terreno; esto se debió en gran parte a que era resultado de negociaciones marcadas por la gran asimetría de poder entre las partes y a que la comunidad internacional no supo o no quiso intervenir con suficiente decisión y energía para que la paz se tradujera en la mejoría de las condiciones de vida de los palestinos y en la creación del estado palestino según el calendario previsto. Ante el fracaso de Oslo, y con la frustración causada por conversaciones interminables que no conducían a nada, mientras crecían los asentamientos ilegales israelíes, estalló una segunda intifada en el 2000, con características diferentes a la primera por la preeminencia de los grupos paramilitares palestinos y por la desproporcionada e indiscriminada reacción del gobierno israelí. Los atentados de septiembre de 2001 permitieron a éste identificar su represión con la guerra global contra el terrorismo proclamada por el presidente Bush, aunque la causa original del terrorismo palestino, lo que está en la base y raíz de la violencia palestina, no es más que la reacción a la violencia de la ocupación.

    El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se caracterizó por su apoyo irrestricto a las acciones del gobierno israelí, ya se tratara de las incursiones en los territorios o el ataque contra el Líbano. Por razones de interés nacional, es decir, para asegurarse la buena voluntad de los países árabes respecto de la invasión a Iraq, Bush propuso una Hoja de Ruta que no era una propuesta de paz sino la descripción de una serie de reformas y medidas a ejecutar, y cuyas condiciones –tanto en contenido cuanto en los plazos de ejecución- eran irrealistas. En 2007, cuando la situación seguía deteriorándose en los territorios palestinos, convocó a una conferencia internacional en Annapolis que no dio ningún resultado. Los partidarios de la paz en Israel y en los territorios habían visto con esperanza la propuesta del Acuerdo de Ginebra, elaborado en 2003 por pacifistas de ambas partes y que proponía soluciones concretas para los temas cruciales; aunque recibió el apoyo de la opinión pública, fue dejado de lado por los gobiernos involucrados, incluido el de Estados Unidos. No hubo nunca una intención seria por parte del gobierno americano de buscar una solución al conflicto.

    Por justa que sea la causa palestina, el desempeño de la Autoridad Nacional Palestina fue, desde un principio y merecidamente, objeto de muchas críticas. La muerte de Arafat dejó al descubierto la crisis en que se debatía la ANP y la necesidad de reforma que planteaban sus propios miembros, que deseaban eliminar el autoritarismo, la falta de transparencia y la corrupción; en medio de estas exigencias se celebraron las elecciones presidenciales de 2005 en que resultó electo Mahmud Abbas. Ese mismo año tuvo lugar la ejecución del llamado plan de desvinculación de Gaza, una decisión del gobierno israelí por la cual se abandonaron los asentamientos erigidos en la Franja. Esto sentó un peligroso precedente de acción unilateral y no significó, de ninguna manera, que Israel dejara de controlar ese territorio, pues mantuvo el control de las fronteras terrestres, marítimas y el espacio aéreo. Las condiciones de vida en Gaza siguieron empeorando y las incursiones militares israelíes no disminuyeron, pero la desvinculación formal le permitiría al gobierno israelí afianzar su dominación sobre Cisjordania.

    La resistencia palestina nació y evolucionó como un movimiento nacional y secular, hasta que a finales de 1987 se fundó Hamás, un movimiento militante de carácter islamista. Desde entonces, había ido consolidando su papel como actor político en la vida palestina. En los primeros años después de su fundación mantuvo su actitud militante, su firme oposición a los acuerdos de Oslo y su negativa a reconocer a Israel, pero finalmente, y en particular después de la muerte de Arafat, decidió participar en los procesos electorales, primero en las elecciones municipales y después en las legislativas. En ese periodo había desplegado también una notable actividad social, tanto en el sector de la educación como en el sector de la salud, llenando vacíos que la ANP no podía cubrir por las condiciones creadas por la segunda intifada, por falta de medios o de capacidad. Varios factores explican el triunfo de Hamás en las elecciones legislativas de enero de 2006, entre otros, la aprobación por parte de la población del desempeño eficiente y honrado de los alcaldes hamasistas, la obra social del movimiento, el rechazo popular a la corrupción e ineficiencia de la ANP y su impotencia frente a la continua violencia israelí y a la también ininterrumpida construcción de asentamientos. La reacción de Israel, de su aliado, Estados Unidos, y, por presión americana, de la Unión Europea y de la ONU, fue cortar inmediatamente toda comunicación con el gobierno palestino, aduciendo que Hamás era una organización terrorista y que no podía formar parte de aquél. La ANP también reaccionó contra los legisladores electos y se inició así la división palestina. El gobierno israelí solo esperaba la oportunidad para lanzar toda su capacidad militar contra una Franja de Gaza ya estrangulada económicamente y desprovista de la ayuda internacional con el objetivo de acabar con el gobierno de Hamás. La Operación Plomo Fundido, llevada a cabo entre diciembre de 2008 y enero de 2009, coincidió con los últimos días de la administración del presidente Bush.

    Durante la operación militar y después se oyeron, entre otras muchas, las voces de los israelíes disidentes y de los judíos de la diáspora que manifestaron su horror y su desánimo ante la conducta del gobierno, considerada como totalmente ajena a la ética y al humanismo judío. La crisis humanitaria en Gaza se agravó aun más sin que la comunidad internacional tomara medidas concretas para remediarla. El cambio de administración estadounidense no trajo aparejada ninguna alteración en el conflicto. El panorama siguió siendo sombrío: la mayoría de la sociedad israelí parece dominada por un espíritu militarista y expansionista que ahoga toda negociación de paz, aunque no logra apagar sus voces críticas. También los palestinos tienen responsabilidades en la búsqueda de la paz y la terminación de la violencia, pero la enorme asimetría entre las partes pone la llave de la solución en manos israelíes.

    No ha habido en la última década ninguna iniciativa internacional que reúna a los principales actores alrededor de una mesa de negociaciones para intentar algún avance hacia una solución. No obstante, se ha mantenido el Cuarteto integrado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia –establecido en 2002 y cuyo fin es contribuir a crear las condiciones económicas e institucionales necesarias para la creación de un Estado palestino; otros eventos destacables son la declaratoria de Palestina como Estado observador no miembro de la ONU, el 1° de diciembre de 2012, y la resolución 2334 del Consejo de Seguridad del 23 de diciembre de 2016 que señala la ilegalidad de los asentamientos israelíes en territorios ocupados. Otros acontecimientos del periodo posterior al estudiado en este texto son las operaciones militares israelíes de noviembre de 2012 (Pilar Defensivo) y de julio-agosto de 2014 (Borde Protector) como respuesta a los consabidos ataques de cohetes. Estas operaciones han deteriorado aun más las condiciones de vida en Gaza y no solo han costado vidas civiles sino también la destrucción de infraestructura, servicios y viviendas, mientras que en Cisjordania y Jerusalén Oriental se extienden los asentamientos. La reconciliación entre Hamás y la Autoridad Palestina, en octubre de 2017, permitiría un gobierno de unidad que, de hecho, está condenado de antemano por Israel porque no admitirá ningún gobierno en el que participe Hamás.

    Cien años después de la Declaración Balfour y de cincuenta años de ocupación, las posibilidades de poner fin al conflicto son muy escasas: desafortunadamente, la ocupación se ha vuelto ‘normal’, el gobierno más extremista de la historia de Israel hostiga a las voces críticas –como Romper el Silencio y B’Tselem y otras organizaciones de la sociedad civil- acusándolas de traición, intimidación que amenaza con coartar la libertad de expresión pero que aparentemente tiene el apoyo de importantes sectores de colonos y de agrupaciones o simpatizantes de extrema derecha.

    Para recorrer este largo periodo, las fuentes indispensables han sido los propios historiadores y sociólogos israelíes, complementados por publicaciones de organismos internacionales y de grupos de reconocido valor académico, así como fuentes periodísticas respetadas, israelíes, estadounidenses y europeas; las referencias detalladas se encuentran en las notas a pie de página. De los hechos expuestos y de su análisis se derivan pocos halagos para los actores locales e internacionales y muchas críticas, como en cualquier caso complejo de la política mundial.

    Las conclusiones no pueden ser optimistas, aunque siempre hay que permitirse una cierta medida de utopía que guíe la búsqueda de soluciones. La conclusión de la paz y la integración de Israel a la región provocarían un cambio de enormes consecuencias positivas. A pesar de esta afirmación y de este optimismo de la voluntad, a medida que pasan los días y que transcurren en un ambiente de violencia, no puede negarse que la paz se ve esquiva como el horizonte: cuanto más avanza el caminante, que lo cree a su alcance, más se aleja...

    1. Existían minorías judías que habían permanecido en el país a través de los siglos y que convivían pacíficamente con la mayoría árabe musulmana y cristiana. Esas minorías se oponían al movimiento sionista, igual que se opusieron –y siguen oponiéndose- muchos rabinos, pues según ellos la identidad judía no se define por un territorio sino por la Torá. Este vínculo con la Torá es lo que hace del pueblo judío un pueblo elegido, concepto que no supone superioridad respecto de los demás. Cfr. Yakov Rabkin, Contra el Estado de Israel. Historia de la oposición judía al sionismo. Buenos Aires, Grupo Editorial Planeta – Martínez Roca, 2008, capítulos 1 y 2.

    2. Comunidad judía de Palestina anterior a la creación del Estado.

    PRIMERA PARTE

    PALESTINA HASTA 1948

    CAPÍTULO 1. PALESTINA HASTA LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

    1. El marco geográfico

    A lo largo de siglos de historia, la región conocida como Palestina no ha tenido fronteras fijas, definitivas, pero siempre ha incluido, por lo menos, la tierra que se encuentra entre el Mar Mediterráneo al occidente y el río Jordán al oriente, un territorio de unos 225 kilómetros de norte a sur y entre 50 y 115 kilómetros de este a oeste, lo que equivale, aproximadamente, a unos 26,000 kilómetros cuadrados.

    En esta pequeña extensión se reconocen cuatro regiones geográficas: la primera, una llanura costera cuyo borde sobre el Mediterráneo no tiene puertos naturales y que se ensancha a medida que se avanza hacia el sur hasta alcanzar los 60 kilómetros de ancho a la altura de Gaza. Por el norte, la cadena del Carmelo prácticamente la corta. Esta llanura es fácilmente accesible por tierra por el norte y por el sur, y éstas fueron las puertas de entrada de los invasores a lo largo de los siglos. Algunos de sus centros urbanos, como Acre, Haifa. Jaffa y Gaza, son de gran antigüedad y a ellos se suma una creación del siglo XX, Tel Aviv. Cerca de Tel Aviv se encuentran Petah Tiqvah, la primera colonia agrícola judía, Ramleh y Lydda.

    La segunda región natural, yendo de oeste a este, es la cordillera o macizo central, una pared de altura bastante uniforme y de unos 140 kilómetros de longitud que se extiende entre el valle de Esdrelón, al norte, y el Negev al sur. Este macizo central está atravesado por valles transversales; la vertiente occidental recibe la lluvia generada por las nubes cargadas de humedad provenientes del mar, mientras que la vertiente oriental no goza de ese beneficio. Primero están las sierras de Samaria: en el centro de Samaria están Naplusa, Yenin y Tulkarem. Al oeste del Jordán se encuentran Jerusalén, Belén y Hebrón. La porción sur de esta zona central está constituida por el desierto del Negev, con su centro urbano principal que es Beersheba; el Negev es el hogar tradicional de los beduinos, que han llevado una existencia nómada en busca de pasturas para sus rebaños hasta que los actuales esquemas de sedentarización han logrado el establecimiento permanente de la mayoría de ellos.

    La tercera región, al este de la anterior, está constituida por la gran fosa tectónica, parte de la gran falla que se extiende desde Turquía hasta África occidental, y que en esta porción se inicia en el valle de la Bekaa, en el sur del Líbano, y continúa hasta el golfo de Aqaba. En esta hondonada está el punto más bajo de la superficie terrestre, el Mar Muerto, que está a 400 metros bajo el nivel del mar y que en su parte norte llega a los 400 metros de profundidad. Esta depresión aloja al curso del río Jordán, el lago de Genezareth o Kinneret , el Mar Muerto y el valle de Araba, que termina en el golfo de Aqaba.

    La cuarta región es la de las tierras altas del norte, donde las colinas están interrumpidas por los valles de Esdrelón y de Beisan. Ésta es la región de Galilea, cuyos centros urbanos más importantes son Safed y Nazareth. El valle de Esdrelón termina hacia el sur en la cadena de colinas (el macizo central ya mencionado), que se extiende ya sin interrupción hasta el Negev.

    Éste es el escenario donde se han asentado pobladores desde la época prehistórica, encontrándose restos que pueden datarse en el 9000 a.e.c. (antes de la era común).

    2. La región hasta la I Guerra Mundial

    2.1. El contexto histórico

    Situada sobre importantes rutas que iban de Egipto a Siria, hacia el norte, y de Egipto a Mesopotamia, hacia el este, era casi inevitable que, en la antigüedad, Palestina fuese provincia de uno u otro imperio. Los filisteos, un pueblo quizá proveniente de Creta, se instalaron en la parte sur de la llanura costera en el siglo XII a.e.c. Poco antes, la decadencia del Imperio Nuevo egipcio, que había ejercido el dominio sobre Palestina, facilitó el establecimiento del estado hebreo; las tribus estuvieron inicialmente gobernadas por jueces y organizadas en una confederación, hasta que David (c.1012 a.e.c. – c.979 a.e.c.) fue proclamado rey, unificando bajo su mando las fuerzas de todas las tribus para combatir más eficazmente contra los filisteos. Después del reinado de su hijo Salomón, el reino se dividió en Israel, con capital en Samaria, y Judea, con capital en Jerusalén. Durante casi dos siglos las dos entidades se mantuvieron en un estado de hostilidad permanente, hasta que Sargón, rey de Asiria, tomó Samaria en 722 a.e.c. y al destruir el reino de Israel ordenó la deportación de sus habitantes. Por su parte, Judea también sufrió el ataque asirio, luego el egipcio y finalmente en 586 a.e.c. los babilonios tomaron su capital, destruyeron el Templo y forzaron a los judíos al cautiverio en Babilonia. Esto no duró mucho tiempo pues el rey persa, Ciro el Grande, les permitió regresar y bajo su protección se restableció una comunidad autónoma en Jerusalén.

    Las conquistas de Alejandro Magno incluyeron esta porción del Cercano Oriente, pero el intento de imponer la cultura helenística provocó la rebelión judía encabezada por los Macabeos, quienes así dieron inicio a un nuevo estado en el año 141 a.e.c., que duraría setenta años hasta la llegada de los romanos, quienes denominarían Palestina a esta provincia oriental del imperio.

    La dominación romana fue desafiada por la revuelta que estalló en el año 66 de nuestra era y que terminó con la destrucción del Templo y la expulsión de los judíos; a pesar del destierro, quedaron grupos judíos en el país que volvieron a rebelarse en el año 132, encabezados por Simón Bar Kokba, y que fueron brutalmente reprimidos. A partir de 140, Palestina se convirtió en provincia autónoma –hasta entonces había sido parte de la provincia de Siria- y es entonces que su nombre aparece en los documentos, imponiéndose solo dos siglos más tarde, cuando se promulgó el Edicto de Milán (313) que declaró la tolerancia del cristianismo en todo el imperio romano¹. Esto le dio a Palestina un nuevo atractivo como meta de numerosos peregrinos: santa Elena, madre del emperador Constantino I (coautor del Edicto), descubrió en 327 una reliquia de la cruz de Cristo y también identificó el lugar del Santo Sepulcro, circunstancias que aumentaron el fervor y el interés de los cristianos por visitar Jerusalén. No obstante este atractivo religioso y el impulso que recibió la agricultura, la región no tuvo mayor relieve y padeció los efectos nocivos de las guerras entre el Imperio Bizantino y el Imperio Sasánida, bajo cuyo dominio quedó por breve tiempo.

    La expansión del islam pondría fin a esas guerras: Siria y Palestina se encontraron entre las primeras conquistas del imperio naciente. En el año 640 Palestina quedó bajo el dominio de los árabes musulmanes: Jerusalén, donde se encuentra la piedra desde donde el profeta Muhammad inició su viaje al cielo, se convirtió en el tercer lugar santo del islam (los otros dos son La Meca y la ciudad de Medina). En el siglo IX pasó a formar parte del califato egipcio y más tarde fue el objetivo de las cruzadas.

    En 1095 el papa Urbano II convocó a los príncipes cristianos a la primera cruzada para arrebatar Tierra Santa de manos de los musulmanes: entre 1099 y 1187 Jerusalén fue un reino cristiano, hasta que fue recuperada para los musulmanes por Saladino, un militar de origen kurdo. La última de las ocho cruzadas, proclamada por el papa Urbano VI en 1263, vio el fin de los estados latinos de Oriente cuando Acre se rindió en 1291. La época de las cruzadas coincide en Europa con el comienzo de las persecuciones a los judíos, la creación de guetos y las expulsiones.

    Aunque los logros territoriales cristianos fueron temporales, constituyeron una señal de que la balanza del poder, inclinada entre los siglos VII y XI a favor del islam, comenzaba a equilibrarse. Sin embargo, no puede hablarse de una decadencia ni de un retroceso del islam como tal, aunque sí del islam árabe: serían los turcos quienes reemprenderían la expansión del islam.

    2.2. El contexto internacional.

    Los otomanos y el choque con Occidente

    Las tribus turcas, originarias del Asia Central e islamizadas tempranamente, primero se infiltraron a partir del siglo XI en el imperio musulmán, al que sirvieron como soldados, y después, en el siglo XIII, llegaron como invasores. Lograron dominar inicialmente Anatolia, luego Egipto, Siria y Palestina y avanzaron sobre Europa Oriental: su avance no se detuvo al tomar Constantinopla en 1453 sino que prosiguió hasta lograr la dominación de la región balcánica. En 1683 los turcos intentaron por última vez, e infructuosamente, tomar Viena. A pesar de ese fracaso, el Imperio Otomano siguió siendo poderoso y representó una segunda etapa de fortaleza del islam. Pero ya la relación de fuerzas había variado: desde el siglo XVI Europa Occidental había realizado progresos técnicos que le habían permitido una notable expansión sobre los demás continentes. Los cambios técnicos fueron acompañados de una simultánea evolución en el pensamiento científico y político: para fines del siglo XVIII, Europa occidental basaba su superioridad en el triunfo de la ciencia y de la razón y en el reconocimiento del derecho de los individuos frente al poder del Estado.

    En 1798 se produjo un encuentro entre Oriente y Occidente de carácter diferente a los anteriores contactos, que hasta entonces habían sido comerciales: la llegada de la expedición de Napoleón a Egipto, de donde fue rápidamente expulsado por los ingleses, simboliza el cambio de la relación entre Europa y el islam. En Palestina, los ejércitos franceses tomaron fugazmente Gaza, Ramleh y Jaffa.

    A partir de entonces, el Oriente Cercano sufrió (como la mayor parte del resto del mundo) la intervención directa de los europeos en sus asuntos internos. Europa despertó, al mismo tiempo, resentimiento y admiración: resentimiento por su poder arrogante, y admiración por sus avances y superioridad tecnológica, manifestada, sobre todo, en el aspecto militar. Pero no menos importante que su presencia militar, diplomática y comercial fue la penetración intelectual: las imprentas introducidas por los europeos y los diarios fueron los instrumentos para poner en circulación las nuevas manifestaciones del pensamiento político árabe, fuertemente influido por las ideas occidentales, en particular por el nacionalismo.

    Para revitalizar el poderío del Imperio Otomano, los propios turcos impulsaron reformas en diversos aspectos de la administración, de la educación, de la organización militar y judicial, pero sus súbditos (aunque aspiraban a que se produjeran cambios en el imperio) estaban animados por tendencias contradictorias: el ideal panislámico daba cabida a todos los súbditos musulmanes, mientras que el nacionalismo turco o árabe luchaba por una mayor autonomía dentro del imperio multinacional o por la independencia. Las reformas planeadas por el sultán Mahmud II y llevadas a la práctica por sus sucesores durante el periodo conocido como tanzimat (legislación, 1839-1876) se orientaron a modernizar al sistema mediante una intensa centralización de la administración, a occidentalizar y hacer más eficiente la maquinaria del imperio. Las reformas fueron impuestas autocráticamente y la centralización significó la anulación de la autonomía y la iniciativa local, afectando en este aspecto a todas las provincias del imperio, incluida Palestina.

    Estas reformas respondían a la necesidad de enfrentar el avance imparable de las potencias occidentales: la expedición de Napoleón representó el inicio de la intervención europea directa y la dominación del Medio Oriente por Occidente. El equilibrio se había roto definitivamente en favor de los europeos. Después de la derrota de Napoleón en 1815, Inglaterra dominaba los mares y era el taller del mundo, convirtiéndose en el centro de una red internacional de relaciones económicas. En un comienzo, solo le interesó adquirir escalas estratégicas que le permitieran a su armada mantener el control de las vías marítimas, y con él, el predominio comercial. La India era una pieza fundamental de su imperio y esto explica el interés británico por asegurarse el acceso libre y constante al subcontinente: para lograrlo, el Mediterráneo oriental –dominado por el imperio otomano- era una zona clave. En 1827 Gran Bretaña firmó un tratado de comercio con Turquía que le abrió las puertas del imperio, al mismo tiempo que adquiría puertos que le servirían de escala, de puesto de defensa o de plaza de comercio, como Aden, que se convirtió en su protectorado (1839).

    En Europa, pronto la industrialización se extendió a Francia y Alemania y la rivalidad por la expansión colonial se agudizó, afectando de manera directa al imperio otomano. Desde mediados del siglo XIX las potencias europeas no disimulaban el interés que tenían por las posesiones del debilitado imperio: Rusia siempre había querido avanzar hacia el sur, hacia puertos de aguas cálidas, Gran Bretaña tenía intereses estratégicos y comerciales muy claros, y Francia entró a la carrera imperialista llevada por su rivalidad con los británicos y también por razones de prestigio y de confianza en su superioridad cultural. Los intereses franceses y británicos terminaron por chocar en Egipto, donde la obra magna de la ingeniería francesa, el Canal de Suez, inaugurado en 1869, representaba un punto clave para la comunicación inglesa con su zona de influencia en el Golfo Pérsico y con la India. Los intentos egipcios por modernizar su infraestructura y economía llevaron al gobierno a la quiebra, por lo que se creó una comisión franco-británica para asegurar el pago de la deuda. Esta injerencia en la vida del país provocó el estallido de una rebelión que fue aplastada por la intervención militar inglesa (1882) y originó la creación de un protectorado, aunque nominalmente Egipto seguía bajo el gobierno del sultán. De esa manera Gran Bretaña eliminó la presencia francesa en el país y aseguró su propia posición en el Mediterráneo oriental. Otro caso de intervención directa se presentó en el Líbano: después de una masacre de cristianos maronitas a manos de los drusos (1860), los franceses desembarcaron tropas en Beirut; junto con los británicos, forzaron al sultán a crear la provincia semiautónoma de Monte Líbano, cuyo gobernador sería cristiano y sería designado después de consultar a las potencias europeas.

    A pesar de que no hubo colonias, como sucedió en África, los europeos intervenían en la vida económica y política del imperio. Su injerencia tuvo como pretexto frecuente la situación de las minorías religiosas: Rusia intervenía en los asuntos internos del imperio otomano como protectora de las comunidades de cristianos ortodoxos, mientras que los franceses protegían los intereses de los católicos, menos numerosos que los cristianos ortodoxos pero que desarrollaban actividades relevantes en el comercio y la cultura de Siria y de Egipto. Tanto Rusia como Francia, en ese papel de protectoras de las comunidades religiosas minoritarias, intervenían constantemente ante las autoridades otomanas. Este apoyo a las comunidades cristianas del imperio tuvo el inesperado efecto de animarlas a volverse contra los judíos, especialmente a partir de 1860 en que comenzó a manifestarse el antisemitismo, reflejo de la influencia europea, especialmente entre los griegos y los cristianos de Egipto, Siria y Palestina ².

    La política inglesa se centraba en el equilibrio de poder, por lo que se oponía a los intentos rusos de desmembrar al Imperio Otomano. En estas intervenciones en favor de las distintas comunidades religiosas, Gran Bretaña tenía la desventaja de que no había grupos protestantes a los que pudiera dispensar su protección: en consecuencia, mostró interés en la suerte de las comunidades judías, lo que explica también la buena disposición a los planes judíos de colonización en territorio palestino. En 1840, por ejemplo, hubo una matanza de judíos en Damasco, incitada por el cónsul francés que presionó a los monjes franciscanos para que declararan que un barbero judío era responsable del asesinato de un monje y su sirviente, y que se trataba de una muerte ritual. También por presión del cónsul, el gobernador de la provincia de Siria detuvo y torturó a varios judíos para arrancarles una confesión, al mismo tiempo que se desataba una campaña antijudía en Francia. Siria, en esos años, estaba bajo el dominio de Muhammad Ali, el gobernante egipcio al que apoyaba Francia pero al que se oponía Gran Bretaña: por lo tanto, fue en Londres que se decidió enviar una misión al Medio Oriente a entrevistarse con el sultán, quien condenó estas infundadas acusaciones de muerte ritual y reafirmó su voluntad de proteger la vida y los bienes de sus súbditos judíos. Esta calumnia de que los judíos llevaban a cabo muertes rituales tuvo su origen en los grupos cristianos del Imperio Otomano y es notable que en Irán y en Marruecos, aunque eran objeto de hostilidad, esas acusaciones prácticamente no hayan existido, porque las minorías cristianas eran muy pequeñas y la influencia europea se hizo sentir más tardíamente³.

    Este grave incidente, el primero en un largo número de acusaciones similares, revela que los franceses, protectores de las minorías católicas, estaban a menudo en el origen de las persecuciones contra los judíos, quienes podían contar con la protección de las autoridades otomanas y, más importante aun, con la actitud positiva de los diplomáticos británicos y, en ocasiones, de los representantes de Prusia y Austria. La política británica no solo se debía a la voluntad de utilizar a una minoría como pretexto para intervenir como lo hacían las potencias rivales, también se justificaba en el liberalismo y el humanitarismo que caracterizaron a la Inglaterra del siglo XIX. Desde mediados del siglo XIX los británicos concibieron la idea de que sería beneficioso para el Imperio Otomano que los judíos dispersos en otros países se establecieran en Palestina, constituyéndose el gobierno británico en su protector para evitar violencias e injusticias contra esa minoría. Estos propósitos chocaron con la negativa de los otomanos, quienes, naturalmente, no veían razón alguna para permitir que otra potencia se encargara de los intereses de una parte de sus súbditos.

    No solo los británicos se interesaron en proteger a los judíos de Palestina, también el zar, aunque sus propios súbditos judíos estaban lejos de contar con su protección. En general, y gracias al mejoramiento de la administración otomana debido a las reformas que se realizaron a partir de la cuarta década del siglo XIX, la situación de los judíos del Imperio mejoró y contaron con la protección del gobierno contra la hostilidad de la población musulmana y contra las maniobras de otras minorías. Los cristianos, particularmente los griegos y los armenios, favorecidos por la presencia de las potencias europeas, se volvieron contra las comunidades judías, en primer lugar porque los cristianos tenían más influencia europea y, por lo tanto, los alcanzaba fácilmente el antisemitismo y, en segundo lugar, porque al mejorar la condición económica de los judíos con la presencia europea, que les proporcionaba más oportunidades sobre todo en el comercio, se encontraron con una competencia que hasta entonces no había sido de consideración.

    Aunque no cabe duda que el impulso para intervenir provenía, básicamente, del deseo de apoderarse de territorios y recursos del debilitado Imperio Otomano (el enfermo de Europa), las motivaciones de la presencia europea fueron múltiples: el siglo XIX, época de un fuerte fermento intelectual, atrajo la atención europea a otras sociedades. Ése fue el siglo del desciframiento de antiguas escrituras, lo que equivale a decir que fue el momento en que se descubrieron culturas desaparecidas como la del Egipto faraónico y la de la Persia de Darío, por ejemplo, y Europa, gracias a los avances técnicos, a la expansión comercial y al crecimiento económico pudo descubrir a las sociedades existentes fuera del continente. Para los viajeros y los agentes de la expansión imperial las poblaciones nativas o bien eran pueblos atrasados a los que había que llevar el progreso o bien eran representantes de un pasado simple e idílico en su inocencia.

    Palestina tenía, entre todas las tierras, un significado religioso que la colocaba en un lugar aparte: era la Tierra Santa donde había nacido el cristianismo, a la que los cruzados habían intentado recuperar. El viajero iba allí en busca de los lugares donde se habían desarrollado aquellos acontecimientos, no para conocer al país real con sus habitantes reales sino para recrear aquel pasado histórico de carácter sagrado. Del mismo modo, a finales de ese siglo (y también después), los sionistas verían en Palestina un territorio vacío, aunque hubiera miles de habitantes en las áreas rurales y en las ciudades viviendo desde hacía centurias y haciendo la historia cotidiana de la región.

    La influencia europea en las relaciones entre las comunidades del Imperio Otomano fue muy considerable: a ella se debió la expansión de las ideas nacionalistas y liberales entre los segmentos occidentalizados de las ciudades de Medio Oriente. Muchos de estos árabes y turcos visualizaban un Estado en el que todos gozaran de los mismos derechos políticos, lo que permitiría a las diferentes comunidades religiosas convivir armoniosamente.

    3. Palestina hasta la I Guerra Mundial

    Desde la época de la conquista musulmana no se empleó la denominación de Palestina, sino que se la consideró como parte de la región conocida como Siria. Durante el periodo otomano, es decir, desde el siglo XV en adelante, tampoco se empleó el término Palestina sino que en general se hablaba de la zona sur de la Gran Siria. Sin embargo, debía existir una cierta cohesión entre la población local, una conciencia de pertenencia a ese territorio en particular, que hizo que los otomanos crearan en 1830, 1840 y 1872 una unidad administrativa que comprendía un área prácticamente idéntica a la que después sería la del Mandato británico. Este territorio constituía el vilayet (provincia) de Beirut, dividido en tres sanjaqs o distritos –el de Acre, el de Naplusa y el de Jerusalén. Este último incluía las ciudades de Jaffa y Gaza. Desde entonces, y sin duda desde antes del siglo XIX, existieron redes sociales que vinculaban a los centros urbanos con las aldeas de las áreas rurales circunvecinas, redes de índole económica, familiar y cultural.

    La vida económica y social de la Palestina otomana era predominantemente rural y estaba dominada por la presencia de los campesinos y terratenientes. Durante el periodo en que estuvo dominada por Egipto, es decir, entre 1831 y 1840, la provincia sufrió cambios: los gobernantes egipcios –primero Muhammad Ali y después su hijo Ibrahim- impulsaron las industrias de su país y el cultivo del algodón, del tabaco y del azúcar orientado a la exportación. En Palestina impusieron el orden, lo que permitió a los agricultores extender sus cultivos a áreas que antes no explotaban por la inseguridad reinante, aumentando su producción y vendiendo cereales y ganado a Egipto. Esta mayor actividad agrícola reanimó al comercio local, que debió surtir a los agricultores de diversos implementos, y también permitió exportar excedentes a Europa. Pero la administración egipcia era muy dura y, entre otras medidas, impuso la conscripción a los jóvenes que se veían obligados a abandonar sus aldeas sin saber por cuánto tiempo. El descontento se fue acumulando hasta que estalló una rebelión generalizada en 1834: en el movimiento se unieron beduinos, jeques rurales, notables urbanos, fellaheen (campesinos) montañeses y religiosos de Jerusalén, es decir, estuvieron presentes los grupos que después constituirían el pueblo palestino. La rebelión fue aplastada, pero fue un movimiento que afectó a varias ciudades y a las zonas rurales, uniéndolas contra un enemigo común.

    Al comenzar el siglo XIX, la mayor parte de la población –y de la producción- se encontraba en la zona este, en la zona montañosa; Jerusalén y Naplusa eran las ciudades más importantes, ya sea por su carácter de centro religioso y administrativo, como era el caso de Jerusalén, o por haberse convertido en centro cultural y económico de las zonas rurales circundantes, como sucedía con Naplusa. En las ciudades del interior había talleres o pequeñas fábricas donde trabajaban no más de ocho obreros, y mayoritariamente se dedicaban a procesar la aceituna, cuyos derivados eran el aceite y el jabón, mientras que en Hebrón también se producían vidrio soplado y dulces. Las familias de las aldeas se agrupaban en hamulas (clanes). La fertilidad de los terrenos era desigual, pero en el sistema tradicional de musha’ –la propiedad colectiva de la tierra- las parcelas se rotaban entre los campesinos, de manera que a cada uno le tocaba cultivar alternativamente un lote más fértil, lo que resultaba en una prosperidad que se equilibraba de una temporada a otra. La salubridad de las áreas rurales mejoró gracias a que los otomanos desecaron pantanos para combatir la malaria, un azote constante que lograron reducir.

    La vida urbana estaba dominada por la presencia de familias tradicionales, los a’ayan, que desempeñaban los cargos locales y se ocupaban de la recaudación de impuestos. Su influencia se extendía a las aldeas cercanas porque estas familias notables llegaron a crear milicias para mantener el orden en las áreas rurales. A partir de mediados del siglo XIX, las reformas de los otomanos favorecieron a los a’ayan en detrimento de las hamulas, pues aquéllos sacaron partido de las innovaciones administrativas como los consejos regionales y las municipalidades para desempeñar los puestos superiores de la administración palestina. Tradicionalmente, estos notables debían su estatus a sus cargos religiosos y a su riqueza, basada en la propiedad de la tierra, y ahora sumaban este papel de intermediarios entre la alta jerarquía del imperio y la población. En las ciudades interiores su influencia disminuyó a partir de mediados del siglo como consecuencia del proceso de decadencia iniciado a partir del florecimiento de las ciudades costeras, debido al aumento del comercio exterior. La mayor parte del país gozaba de un cierto grado de independencia respecto del gobierno central otomano, y las familias locales ejercían su autoridad de generación en generación. Ambos factores (la descentralización del gobierno otomano y la continuidad de las familias locales) contribuyeron a crear características culturales distintivas.

    Se fueron desarrollando rasgos diferentes en las ciudades de la costa, en contacto directo con el exterior por medio del comercio internacional, y las ciudades del interior, vinculadas más estrechamente a las áreas rurales. La compleja relación entre la ciudad palestina costera y la ciudad interior se reflejó en algunas otras ciudades mediterráneas, más notablemente en Líbano. Incluía una creciente dependencia económica respecto del puerto, una creciente disparidad en los modos y estándares de vida y, al mismo tiempo, crecientes elementos de integración social entre ciudad y campo. En la Palestina árabe, este proceso se revertiría solo con la catástrofe de 1948⁴. La reanimación y el crecimiento urbano de las ciudades costeras, como Jaffa y Haifa, y la integración de la economía palestina al mercado mundial se inició por lo menos tres décadas antes de la inmigración de grupos numerosos de judíos.

    Haifa albergaba a empresarios cristianos y judíos, tenía numerosas escuelas y su población, que en 1830 no llega al millar, alcanzó los 3,000 habitantes en 1850 y los 20,000 en 1914. Jaffa, por su parte, estaba vinculada al mercado internacional: se encontraba en un área fértil, productora de trigo, sésamo y sobre todo naranjas, productos principales de la exportación; su crecimiento fue notable, pasó de 5,000 habitantes en 1880 a 50,000 en 1910, periodo durante el cual se abrieron cuatrocientas tiendas, y en los 90 quedó unida a Jerusalén por ferrocarril. Esta actividad y el crecimiento demográfico exigieron la construcción de edificios públicos y privados, mezquitas y comercios y las ciudades adquirieron rasgos más europeos. La inmigración judía fundó Tel Aviv, al norte de Jaffa, en 1909 y también se dirigió a Haifa, constituyendo la mitad de su población.

    Con la aceleración del crecimiento y de la vinculación al mercado internacional aparecieron nuevas instituciones y actividades hasta entonces desconocidas por la sociedad palestina: se crearon sindicatos, bancos, asociaciones de mujeres y partidos políticos al tiempo que aparecieron farmacias, clínicas, casas de fotografía, restaurantes. Todo esto era una novedad para los árabes que, atraídos por la posibilidad de empleos, llegaban de las aldeas del interior. A estos campesinos les esperaba un cambio profundo en su vida, porque en la ciudad no solo se enfrentaban a una diversidad social desconocida sino que se empleaban en los talleres artesanales, en la industria de la construcción o en los servicios como el comercio y el transporte. Algunos ingresaban a la burocracia y otros llegarían a trabajar como profesionales.

    La integración a la economía mundial trajo aparejada la aparición de nuevas elites surgidas de la nueva economía y que, con la riqueza, adquirieron también poder político. Por su parte, las reformas otomanas alcanzaron igualmente al sistema judicial y al sistema educativo: en el primer caso, se limitó la jurisdicción de los tribunales religiosos a cuestiones familiares –como matrimonios, divorcios y defunciones-. La reestructuración educativa consistió en la expansión de la enseñanza básica, lo que significó a la vez que se cubrieran materias no incluidas en las escuelas tradicionales y que aumentara el número de alumnos; la reforma permitió crear una clase media musulmana que se integró con los egresados de las escuelas reformadas y de las escuelas cristianas privadas que impartían educación de tipo occidental, para la elite urbana, la asistencia conjunta de musulmanes, cristianos y judíos a escuelas similares en Jerusalén, Jaffa y Haifa constituyó una nueva realidad. En estas escuelas, la joven generación estaba absorbiendo las mismas imágenes y formulando una visión del mundo común que desaparecería con el surgimiento del nacionalismo militante⁵.

    Después de la guerra de Crimea (1854-1856), en la que las potencias apoyaron al imperio otomano contra el imperio ruso, aumentó el interés de los cristianos por Tierra Santa y en consecuencia aumentó el número de misioneros y colonizadores, a los que se sumarían los sionistas en las últimas décadas del siglo. En particular, llegaron misioneros alemanes y estadounidenses. Su labor contribuyó a ampliar el acceso a la educación y realizaron mejoras materiales en el área de la salud y en las comunicaciones, además de construir hoteles y otros edificios. También llegaron negociantes y especuladores; algunos de los recién llegados introdujeron nuevas técnicas que permitieron aumentar la producción agrícola, pero esas mejoras no las compartieron con la población local. El grupo con el ímpetu colonizador más fuerte fue el sionista, aunque no alcanzaba todavía un gran número de inmigrantes. No se trataba formalmente de un movimiento colonizador porque Palestina no estaba bajo dominio de una potencia europea, pero los inmigrantes (misioneros, sionistas y demás) eran de origen europeo. Igual que las empresas coloniales en todo el mundo, "los locales eran vistos como un producto o un activo para ser explotado en beneficio de los recién llegados o como un obstáculo a eliminar. Para los misioneros cristianos, los locales eran productos espirituales, con los que esperaban extender la comunidad de creyentes cristianos. Para los primeros sionistas, los habitantes indígenas eran trabajadores baratos o productores de cosechas comerciales. Para los sionistas más ideológicos, los palestinos eran un enigma. Se los definía como la shela neelama, ‘la cuestión oculta’, al mismo tiempo era invisible y un acertijo"⁶.

    4. La Primera Guerra Mundial

    En Europa el siglo XX se inició en medio de una confianza desbordante en el progreso. Nunca se había visto tanta prosperidad y la expansión europea parecía no tener límites. En la región comprendida por el Imperio Otomano la visión no podía ser tan optimista: la debilidad interna del propio gobierno, los movimientos nacionalistas y la injerencia extranjera amenazaban la integridad territorial y la supervivencia misma del imperio.

    Además de los intereses estratégicos y económicos acostumbrados, a comienzos del nuevo siglo vino a sumarse un elemento que agudizaría el interés europeo por el Medio Oriente: en 1908 los ingleses descubrieron petróleo en Persia, un país colindante con la provincia otomana de Iraq. En 1912 la armada británica abandonó el carbón en favor del petróleo y desde ese momento Persia se convirtió en una pieza central de la estrategia imperial británica y en materia de competencia con Rusia. La región en su conjunto era objeto de la codicia de todas las potencias europeas: en esas condiciones se produjo el estallido de la primera guerra mundial.

    El conflicto contribuyó a consolidar la subordinación del Medio Oriente a los gobiernos e intereses occidentales; Gran Bretaña tenía el protectorado egipcio, estaba establecida en Aden y los tratados firmados con los jeques del Golfo le permitían ejercer las relaciones exteriores en nombre de ellos. Esto sin mencionar las grandes inversiones de capitalistas ingleses y franceses en todo tipo de infraestructura (ferrocarriles, puertos, telégrafos), edificios e industrias. Alemania, por su parte, había enviado una misión al imperio otomano para reorganizar su ejército y el financiamiento alemán hacía posible la construcción de un ferrocarril que unía Estambul con Bagdad, con lo que la influencia alemana había aumentado notablemente en tierras del imperio.

    Al estallar la guerra, el Imperio Otomano tomó la fatal decisión de aliarse con los imperios centrales (el imperio alemán y el austro-húngaro) y proclamó la guerra santa (jihad) contra los aliados, sin lograr que los árabes que se encontraban bajo dominio occidental se rebelaran contra sus dominadores. Por el contrario, los británicos –por medio de sir Henry McMahon, el alto comisionado británico en Egipto- negociaron con el jerife de la Meca⁷, Hussein, que si éste se rebelaba contra los otomanos contaría con el apoyo británico para lograr la independencia de los árabes. Quedaban fuera de esta prometida independencia Bagdad y Basra, en Iraq, y partes de Siria al occidente de Damasco. Aunque la aspiración era lograr la independencia para todos los árabes del imperio otomano, Hussein proclamó la rebelión árabe en 1916. Tropas árabes se unieron a los británicos para expulsar a los otomanos de Palestina, Siria y Mesopotamia, hasta que el imperio se rindió en octubre de 1918. Las promesas de la correspondencia cruzada entre Hussein y McMahon fueron confirmadas por franceses y británicos en 1918, pero la realidad fue muy distinta, a pesar de que también el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en sus Catorce Puntos, afirmaba que se les debía asegurar la autonomía a las otras nacionalidades incluidas en el imperio otomano.

    Durante la guerra, los aliados habían celebrado acuerdos secretos que repartían las zonas que esperaban recibir del desmembramiento del Imperio Otomano. En 1916, sir Mark Sykes, un destacado orientalista británico, y Charles Georges-Picot, ex cónsul francés en Beirut, prepararon el borrador del acuerdo para la división del Medio Oriente, con la aprobación rusa: Francia tendría el control directo de parte de la costa de Siria y su zona de influencia llegaría hasta Mosul, en Iraq. Gran Bretaña tomaría el sur de Iraq, ejerciendo su influencia sobre el resto de la región mesopotámica y sobre Palestina, con excepción de los Santos Lugares, que quedarían bajo administración internacional. Los árabes de la península serían los únicos que serían independientes, contando con la protección franco-británica frente a terceros países.

    Para volver más compleja esta maraña de promesas y anhelos contradictorios,

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