Al final de la contienda existían en Europa veinte millones de personas fuera de su lugar de origen, de los cuales al menos siete millones podían clasificarse como «desplazados», es decir, que su nacionalidad y origen étnico eran distintos al alemán. En un sentido más amplio, se calcula que la Segunda Guerra Mundial provocó, solo en el Viejo Continente, la salida de sus hogares de más de sesenta millones de personas. Un drama humano cuyas trágicas consecuencias ya se percibieron entonces. El 9 de septiembre de 1943, los principales firmantes de la Declaración de las Naciones Unidas crearon un organismo denominado Administración de las Naciones Unidas para el Socorro y la Reconstrucción (UNRRA), con el propósito principal de proveer, coordinar y asegurar medidas de auxilio a todas las víctimas de guerra de los países aliados de la Segunda Guerra Mundial.
En septiembre de 1945, en plena posguerra, habían logrado repatriar a prácticamente seis millones de personas, una gesta increíble en aquellas circunstancias que revelaba otra cruda realidad: al menos un millón más se negaban a regresar a sus países de origen. Entre ellos se encontraban los republicanos españoles que sabían con certeza que su viaje de vuelta a España terminaría en