Los 40 000 fusilados de la Comuna de París aseguraron 70 años de paz social en Francia». Estas desafortunadas palabras de Calvo Sotelo en 1936 pudieron servir como manual de instrucciones para la futura cruzada franquista. Franco estuvo en todo momento al corriente del estado de los exiliados, utilizándolos muchas veces como moneda de cambio en sus presiones diplomáticas hacia Francia respecto al norte de África o en la devolución del oro español que permanecía en Mont de Marsan (el ministro de Comercio francés, Pomaret, pretendía utilizar aquel montante para sufragar los gastos derivados de la entrada de medio de millón de exiliados). El oro, casi un tercio del tesoro del Banco de España, fue retenido por los jueces franceses favorables a los fas- cistas en un juicio ridículo que se alargó hasta la entrega a Franco en octubre del 39 de las toneladas que restaban.
El Gobierno franquista fue el responsable de la deportación de más de 9000 españoles a los campos nazis declarándolos apátridas, guiados en todo momento por el concepto de «limpieza ideológica». Murieron más de 5000 como resultado de las torturas, transportes, enfermedades, trabajo forzado o gaseados.
DIPLOMACIA Y OTROS DOLORES DE CABEZA
A partir del 39, Franco exige la entrega de los líderes republicanos que permanecían en Francia. Esa lucha fue infructuosa, salvo excepciones como Cipriano Mera, porque los tribunales se ampararon en el convenio de extradición que habían firmado