La llamada solución de los dos Estados sigue siendo hoy el principal plan sobre la mesa para resolver el eterno conflicto entre Israel y Palestina. La historia ha demostrado con creces que la convivencia de los dos pueblos en un único Estado multiétnico se antoja imposible: ni ha estado nunca en la raíz del proyecto sionista ni lo quisieron tampoco los dirigentes árabes cuando lo tuvieron a su alcance (salvo algunas excepciones en ambos lados, todo hay que decirlo).
El remedio de la partición todavía es el que defiende, oficialmente, buena parte de la comunidad internacional, aun cuando la realidad sobre el terreno no facilita precisamente la creación de un Estado palestino. Dejando de lado la actual invasión de Gaza, la ocupación de buena parte de Cisjordania por parte de Israel y el escaso control que tiene la Autoridad Nacional Palestina del territorio son motivos más que suficientes para no confiar tampoco en dicha solución.
Si todavía se mantiene vigente la idea de la solución de los dos Estados es porque su legitimidad radica en el plan de Naciones Unidas para la partición de Palestina de 1947. Como es sabido, la Asamblea General fijó en la resolución 181 unas fronteras para las dos comunidades, árabe y judía, en base al mayor asentamiento de unos y otros. También estableció que Jerusalén y Belén quedarían bajo control internacional. La negativa británica