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La Vida En Gajos
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Libro electrónico334 páginas5 horas

La Vida En Gajos

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La Vida en Gajos el autor la define como una mini-autobiografa que tiene como objetivo principal motivar a la niez, la juventud, a los dbiles de espritu y a las futuras generaciones para que aprendan que todo es posible en la vida. Con sacrificios, limitaciones, esfuerzos, sudor y lgrimas se logran los objetivos.
El ser humano es la creacin perfecta de la Naturaleza y el Todo Poderoso nos provey fuerza, inteligencia y Don de triunfo en cualquier mbito sobre la faz de la Tierra. Para el hombre no hay distancias, tampoco imposibles. Se ha logrado cruzar mares y montaas; alcanzar cimas y profundidades; tampoco creo en el diablo o los fantasmas. Para m slo existe un Dios y Vida hasta que l nos la quite, declara el autor de La Vida en Gajos, Manuel Rivera Sandoval.
El libro lleva este ttulo porque est redactado dividido en captulos, trozos o gajitos, que definen etapas muy variadas y cortas de la vida del autor.
Rivera Sandoval naci en una familia humilde y hoy disfruta de las comodidades de la tecnologa moderna. Era analfabeto con diecisis aos, pero con mucho esfuerzo personal sin tener ningn apoyo familiar, termin los estudios universitarios. Practic la declamacin, la oratoria, el periodismo y aspir navegar por los senderos de la poltica. Ahora que ya ha llegado a la tercera edad, plasmar sus experiencias sobre papel y publica La Vida en Gajos con ayuda de la editorial Palibrio, para llegar a los corazones de la gente con la increble historia de su vida.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento9 mar 2012
ISBN9781463313463
La Vida En Gajos
Autor

MANUEL RIVERA SANDOVAL

Nací un día primero de noviembre de mil novecientos treinta y cinco, en un lugar llamado Rancho de la Luz Nagore, Municipio de Huajolotitlán, Distrito de Huajuapan de León, Estado de Oaxaca, México. Según el Acta de Nacimiento, mi nombre completo es: Manuel de Jesús Rivera Sandoval y soy el quinto hijo de un total de doce hermanos. Mis padres: Zenón Rivera Hidalgo y Rosa Sandoval García, ambos campesinos mestizos de origen Mixteco. Aunque nací en el rancho ya citado, formado por aproximadamente treinta familias (en aquella época), realmente crecí en “El Temazcal”, un lugar de la Sierra del Nudo Mixteco, cuarenta o cincuenta kilómetros rumbo al oriente. La infancia para mí fue triste y cruel, pues tengo entendido que al mes de nacido mis padres se cambiaron a las montañas, con la esperanza de mejorar su situación económica, dedicados de lleno a la agricultura por cuenta propia, pues hasta antes de eso mi padre fue jornalero y mi madre solo ama de casa. Hasta los ocho años no supe qué era diversión. Jamás tuve un juguete y mucho menos conocía radio o televisión; sólo trabajo, mucho trabajo y muchos azotes por parte de mi padre. Las jornadas laborales normalmente empezaban a las cuatro de la mañana y hasta que se ocultaba el sol, en ocasiones aun parte de la noche; en tiempos de cosechas el trabajo se iniciaba en seguida de la media noche. Mi vida en la sierra fue un caos; enfermedades, hambre, mucha hambre, mucha pobreza y maltratos, eso sí sobraba. Labrar la tierra y cuidar ganado (reses, cabras, caballos, burros y aves) ese era nuestro pasatiempo. ¿Estudiar? ¡Qué es eso! Ignoraba completamente la existencia de escuelas. No había ilusiones ni sueños ni nada. Cuarenta o cincuenta kilómetros a la redonda no existía más vida humana que la propia familia. Las noches se hacían eternas toda vez que la única luz era la hoguera con que se cocinaba y si bien nos iba, alguna lámpara de petróleo, o quizás una vela.

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    La Vida En Gajos - MANUEL RIVERA SANDOVAL

    Copyright © 2012 por Manuel Rivera Sandoval.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:    2012900565

    ISBN:      Tapa Dura                     978-1-4633-1348-7

                       Tapa Blanda                 978-1-4633-1347-0

                        Libro Electrónico     978-1-4633-1346-3 

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847

    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    371727

    Contents

    DEDICATORIA

    INTRODUCCION

    PRIMER GAJO

    SEGUNDO GAJO

    TERCER GAJO

    CUARTO GAJO

    QUINTO GAJO

    SEXTO GAJO

    DEDICATORIA

    A la memoria de mis Padres.

    A mis hijos

    De forma muy pero muy especial para:

    Mi eterna gratitud para todos ellos.

    Otoño de 2011.

    INTRODUCCION

    La presente Mini-Autobiografía no se escribe con la finalidad de ganar fama o dinero (aunque no estorba). El principal objetivo es motivar a la niñez, la juventud, a los débiles de espíritu y a las futuras generaciones para que aprendan que todo es posible en la vida. Con sacrificios, limitaciones, esfuerzos, sudor y lágrimas se logran los objetivos. El ser humano es la creación perfecta de la Naturaleza y el Todo Poderoso nos proveyó fuerza, inteligencia y Don de triunfo en cualquier Ámbito sobre la faz de la Tierra. Para el hombre no hay distancias, tampoco imposibles. Se ha logrado cruzar mares y montañas; alcanzar cimas y profundidades; tampoco creo en el diablo o los fantasmas. Para mí sólo existe un Dios y Vida hasta que él nos la quite.

    ¿Por qué la Vida en Gajos? Porque está edificada en etapas muy variadas y cortas, en Trozos o Gajitos.

    Nací en cuna humilde y hoy disfruto de las comodidades de la tecnología moderna; no sabía leer ni escribir a los dieciséis años y sin ningún apoyo de los míos terminé los estudios universitarios. Me daba vergüenza ver de frente a mis semejantes y mucho menos poder dirigirles algunas palabras: practiqué la declamación, la oratoria, el periodismo y aspiré navegar por los senderos de la política. De pequeño no conocí calzado, anduve semidesnudo y ni idea de ropa fabricada; hoy puedo trasladarme, viajar e ir adonde me plazca sobre cuatro ruedas o viajo en aviones y visto como gente decente; también uso buen calzado. Sufrí lo indecible de hambre, hoy lo que hace falta es apetito y un buen estómago; no disfruté juguetes ni mucho menos radio o televisión; hoy hasta gozo de las comodidades y diversiones que nos proporciona Internet a través de las computadoras con todos sus accesorios y también teléfono móvil. Hasta aquí puedo decir lo que escribió el poeta: Vida, nada me debes, nada te debo, vida estamos en paz.

    Por regla no me gusta dar consejos, prefiero sugerir cosas que considero útiles; por ello creo que la fórmula para el éxito entre otras cosas son: la responsabilidad, puntualidad, discreción, honestidad y humildad mientras no se llegue al servilismo. Comparte lo que tienes y sabes, pero ten cuidado al seleccionar a tus amistades. Cuando tengas oportunidad tiéndele la mano a los más débiles y desprotegidos. Jamás abuses de tu poder o sabiduría ni minimices a los mendigos. No hagas para pensar, piensa para hacer. De otra forma: ¡¡ VIVE, Y DEJA VIVIR !!

    Autobiografía

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    Autor

    PRIMER GAJO

    Infancia Y Primeras Aventuras

    Nací un día primero de noviembre de mil novecientos treinta y cinco, en un lugar llamado Rancho de la Luz Nagore, Municipio de Huajolotitlán, Distrito de Huajuapan de León, Estado de Oaxaca, México. Según el Acta de Nacimiento, mi nombre completo es: Manuel de Jesús Rivera Sandoval y soy el quinto hijo de un total de doce hermanos. Mis padres: Zenón Rivera Hidalgo y Rosa Sandoval García, ambos campesinos mestizos de origen Mixteco. Aunque nací en el rancho ya citado, formado por aproximadamente treinta familias (en aquella época), realmente crecí en El Temazcal, un lugar de la Sierra del Nudo Mixteco, cuarenta o cincuenta kilómetros rumbo al oriente. La infancia para mí fue triste y cruel, pues tengo entendido que al mes de nacido mis padres se cambiaron a las montañas, con la esperanza de mejorar su situación económica, dedicados de lleno a la agricultura por cuenta propia, pues hasta antes de eso mi padre fue jornalero y mi madre solo ama de casa.

    Hasta los ocho años no supe qué era diversión. Jamás tuve un juguete y mucho menos conocía radio o televisión; sólo trabajo, mucho trabajo y muchos azotes por parte de mi padre. Las jornadas laborales normalmente empezaban a las cuatro de la mañana y hasta que se ocultaba el sol, en ocasiones aun parte de la noche; en tiempos de cosechas el trabajo se iniciaba en seguida de la media noche. Mi vida en la sierra fue un caos; enfermedades, hambre, mucha hambre, mucha pobreza y maltratos, eso sí sobraba. Labrar la tierra y cuidar ganado (reses, cabras, caballos, burros y aves) ese era nuestro pasatiempo. ¿Estudiar? ¡Qué es eso! Ignoraba completamente la existencia de escuelas. No había ilusiones ni sueños ni nada. Cuarenta o cincuenta kilómetros a la redonda no existía más vida humana que la propia familia. Las noches se hacían eternas toda vez que la única luz era la hoguera con que se cocinaba y si bien nos iba, alguna lámpara de petróleo, o quizás una vela.

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    Laderas de pastizales. En ese ambiente crecí. Oaxaca.

    Quiero creer que los últimos tres años de mi infancia que pasé al lado de mis padres y mis hermanos, en lo que se refiere a la situación económica sí había cambiado bastante. Ya no nos faltaban alimentos, las cosechas eran muy prósperas y el ganado se había incrementado considerablemente; todo ello gracias a nuestro trabajo y a la rudeza de mi padre. No tengo la menor idea de cuánto le habría costado la porción de tierras que poseía en la sierra (unas trescientas hectáreas, todas de temporal) pero como para mil novecientos cuarenta mi padre ya había incrementado su patrimonio, adquiriendo tierras de riego en el Rancho de la Luz Nagore, mismas que él había trabajado como peón años atrás y que fueron propiedad de algunos riquillos españoles. Por otro lado, mi madre había heredado de su papá un solar de aproximadamente hectárea y media en el susodicho Rancho de la Luz, mismo en el que para esas fechas ya se encontraba una construcción de regular calidad y condiciones de habitar, ello como consecuencia de los esfuerzos y sacrificios familiares. Al igual que en la sierra, las cosechas en las nuevas tierras fueron muy abundantes y la envidia de los vecinos.

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    Arando la tierra. Infancia.

    Por ese lado las cosas iban viento en popa; sin embargo, mi padre no cambiaba de carácter. Todo lo contrario, se volvió más rudo y prepotente tanto con la familia como con algunas personas con quienes teníamos que convivir. Quien esto lea se preguntará ¿Cómo le hizo la familia Rivera para lograr lo que llegó a tener? Nada fácil. Según pláticas de mi madre y de mis hermanos mayores, nuestro primer hogar recién llegados a la sierra lo fueron las sombras de un frondoso árbol de encino; seguramente con muy poca ropa de vestir o quizá la única que llevábamos puesta y cero cobijas. Como un muy leve sueño me parece recordar que cuando desperté a la vida real, teníamos como techo una pequeña choza de seis por cuatro metros cuadrados construida con varas y ramas de hierbas de la región, en la cual cabía toda la familia incluyendo la cocina y demás enceres si es que los había. Retrocediendo un poco, es de suponer que para hacer producir las tierras allá en la sierra, mínimo se necesitaba una yunta de bueyes, semillas y fertilizantes.

    La verdad nunca supe cómo resolvió ese problema mi padre, lo que sí recuerdo es que las primeras siembras fracasaron rotundamente; las milpas sólo llegaron a crecer no más de diez o quince centímetros y luego se secaban. Es por eso que con anterioridad dije que hubo al principio mucha hambre. A pesar de todas las penurias ya descritas, seguramente lo que vino a resolver los problemas fue el hecho de que si bien era cierto que las siembras no fueron buenas, los pastizales en lo más alto de las montañas sí eran muy abundantes. Fue así que mi padre se animó a cuidar ganado ajeno a medias, es decir, por cada dos nuevas crías se repartían una y una. Las cabras normalmente paren dos veces por año, bien alimentadas son cuateras (dos críos por tanda). A manera de ejemplo diremos que con tan sólo veinticinco hembras, en un año tendríamos cien nuevas cabezas de ganado; imagínese si desde el principio el rebaño se integraba de doscientas o trescientas hembras.

    Las vacas sólo paren una vez al año y hasta donde recuerdo nunca tienen más de un crío. Así las cosas, es evidente que ya se contaba con leche como mínimo, y carne de vez en cuando. Por otra parte, debo decir (para quienes no conocen de campo) que el excremento del ganado es un excelente fertilizante para todo tipo de cultivo, esa fue otra razón para que las siembras fueran prosperando en la medida que se acrecentaban los rebaños. Hubo más toros para yuntas y también la necesidad de ampliar las áreas de cultivo a través del desmonte (tala de árboles), tarea nada fácil pero indispensable para salir adelante. Cortar árboles de más de quince metros de alto a puro filo de hacha, extraer sus raíces con picos y palas a una profundidad de más de un metro y rodar rocas de media tonelada a distancias bastante considerables fue trabajo de titanes, pero había que hacerlo.

    ¡Ah!, pero los varones también tuvimos la obligación de ayudar en los quehaceres del hogar, como acarrear agua, llevar leña para cocinar, moler nixtamal en el molino de mano y ordeñar las vacas entre otras cosas. La vida en el campo es dura y a la vez sumamente agradable; montar a caballo, a los becerros, burros y a veces hasta cabras o machos adultos como diversión es algo que pocos hemos tenido la oportunidad de hacer en el peregrinar de nuestra existencia.

    Cada dos o tres años se realizaba una especie de charreada para marcar con fierro caliente a los nuevos rebaños, desde las cabras, vacas, caballos y burros. En esos eventos se pone a prueba la destreza de los hombres en el manejo de la arriata de lazar para capturar a las bestias y para practicar las famosas manganas, con la finalidad de inmovilizar al animal que se desea marcar (en la jerga del campo se dice ferrar).

    Para esos acontecimientos generalmente se invita a los familiares y amigos más cercanos, razón demás para paladear bebidas y platillos especiales de la región; en otras palabras: ¡había fiesta! Saborear una rica barbacoa o carne asada de venado, jabalíes, conejos, libres, armadillos y una gran variedad de aves silvestres también es algo único, desde luego que nunca faltaba el tradicional pozole y el mole oaxaqueño con sus exquisitas tortillas de maíz puro y los frijolitos negros a la charra. Hombres y mujeres adultos por igual disfrutan de un rico aperitivo de mezcal de agave, clásica bebida del estado de Oaxaca.

    En la temporada de siembras, allá para fines del verano de cada año es una verdadera belleza observar el follaje de los campos de cultivo; algunas milpas espigando y otras ya bien entradas en elotes, calabazas, sandías, frutas silvestres y verduras hacen las delicias de las gentes del campo. Quesos elaborados a mano, requesón, suero y la leche misma recién ordeñada son otros de los suplementos alimenticios que no todo agricultor tiene la oportunidad de disfrutar. La prosperidad había llegado. Mientras tanto ¿Qué pasaba con la familia? Nada bueno. Mi hermana mayor Luz (creo que su nombre completo es Aura de la Luz) aun en contra de la voluntad de mi padre, se casó y ya no estaba con nosotros; la que le seguía, María Engracia, según recuerdo se fue a refugiar con una tía, hermana de mi madre; ello por la rudeza con que la trataba mi padre.

    Dos de mis hermanos mayores: Emigdio y Dionisio también emigraron por las mismas razones, sólo quedábamos en el hogar paterno cinco: Guillermo, yo, Tobías, Virginia y Juanita, los restantes cuatro hermanos tengo entendido que murieron pequeñitos, entre ellos Isabelita, la cual recuerdo haber visto nacer y fallecer como a los cuatro meses.

    Hasta antes de que se empezara a desintegrar la familia y con el auxilio de algunos peones, hubo temporadas que se trabajó la tierra con siete yuntas, sin embargo, a partir de ese hecho las cosas cambiaron mucho. Fuera de los miembros de la familia ya casi nadie quiso trabajar para mi padre; el ganado seguía acrecentándose mientras la agricultura disminuía, fue necesario que Tobías y yo nos dedicáramos más al cuidado de los rebaños y sólo Guillermo y mi padre con el apoyo de mis hermanitas pequeñas y mi madre seguían sembrando la tierra.

    Pocos años atrás Guillermo y Emigdio habían intentado estudiar a través de las Cartillas de Alfabetización que fueron obsequiadas obligatoriamente por la Secretaría de Educación Pública (según supe tiempo después), fue así que empezó a nacer en mí la idea de estudiar. A manera de anécdota y aunque parezca risible, recuerdo que tomaba en mis manos un libro y lo observaba con mucha calma, comparando sus renglones con los surcos de siembra, para mí cada palabra era un manchón de matas de maíz. Pensaba para mí mismo: algún día voy a aprender a leer y así podré descifrar el contenido de lo que está escrito, sin embargo, hasta entonces sólo era un sueño imposible.

    El tiempo seguía su ritmo, el trabajo se acumulaba cada vez más y con ello los regaños y los azotes también, en verdad a mi padre le tenía pavor. En varias ocasiones, después de haber andado todo el día batallando con los animales y con otras muchas tareas del campo sin probar alimentos, si por alguna razón mi padre estaba de mal humor, aparte de darnos de azotes nos mandaba a dormir fuera de la casa en ayunas y sin cobijas. Sé que es inconcebible pero en muchas ocasiones dormí entre las cabras o los becerros para sentir algo de calor.

    En esas ocasiones generalmente mi madre vigilaba el sueño de mi padre y cuando éste se dormía, con mucho sigilo salía a buscarme (o buscarnos) con algo para comer, si era descubierta corría la misma suerte por lo que a golpizas se refiere. Con anterioridad he dicho que mi padre adquirió tierras de riego para cultivo en el Rancho de la Luz Nagore, distante quizás a unos cuarenta y cinco o cincuenta kilómetros de donde vivíamos; cuando se llegaba la temporada de siembra o de cosecha en aquel lugar, era necesario que los miembros varones de la familia incluyendo a mi padre nos cambiáramos con todo y yuntas por tres o cuatro semanas para realizar dichas tareas.

    Otra vez, nuestro hogar también lo era un copado árbol conocido como Sauce, mismo que nos servía de cocina y dormitorio; la rutina de trabajo era la misma, es decir, desde las tres o cuatro de la mañana hasta ya bien entrada la noche, sin embargo recuerdo que lo que más me desagradaba era el hecho de tener que beber agua del río en donde todos los vecinos se bañaban y las mujeres lavaban la ropa; en varias ocasiones llegué a ver animales muertos dentro del agua, pero no había de otra. Llevar a lomo de burros las cosechas del valle a la montaña fue otra obra titánica, en esas ocasiones no existía horario, se laboraba día y noche, especialmente de noche para que las bestias no se sofocaran y resistieran los viajes con la carga. Empiezan las aventuras. Si la memoria no me es infiel, en algún día martes del mes de febrero o marzo de mil novecientos cuarenta y tres, como todas las mañanas después haber terminado con las tareas hogareñas correspondientes y tomar los primeros alimentos (almuerzo), acto seguido me dirigí al corral de las cabras y abrí la puerta para que éstas salieran, guiándolas montaña arriba a unos cinco o seis kilómetros del hogar familiar, en donde empezaba la parte más cerrada de la selva.

    Debo aclarar que en esa época abundaban las manadas de coyotes en la región, y que por culpa de esos malditos animales depredadores que muy seguido me ganaban con alguna cabeza de ganado, yo había sufrido severas golpizas de parte de mi padre. Sin embargo, aquella triste fecha que nunca quisiera recordar pero que tampoco puedo olvidar, sucedió lo inesperado; por alguna razón del destino me acompañaba uno de mis hermanos, y una vez que nos introducimos en la selva descuidamos por unos treinta o cuarenta minutos a las cabras, distraídos tratando de capturar animalitos en una poza de agua que corría en una barranca del lugar, al fin niños.

    Al reanudar la vigilancia del ganado, kilómetros adelante en las veredas dentro de la montaña empezamos a encontrar cabras muertas y despanzadas por los coyotes, y no fue una ni dos, recuerdo haber contado siete o más, el pánico se apoderó en cada uno de nosotros al pensar que si por un crío habíamos sufrido despiadadas golpizas. ¿Qué nos esperaba con tantas cabras mayores muertas? Cuando el ganado se siente amenazado por los coyotes, generalmente no se detiene en su loca carrera hasta llegar al corral de donde salieron, y eso fue precisamente lo que hicieran en aquella ocasión. Recién descubrimos lo sucedido y todavía con la esperanza de encontrar cerca al rebaño, mi hermano y yo nos pusimos de acuerdo para dirigirnos por rumbos diferentes, sin embargo, pronto desde muy lejos pude comprobar que las cabras estaban en casa y mi padre contándolas.

    Al instante y lleno de terror lo primero que se me ocurrió fue huir lejos, muy lejos del alcance del jefe de la familia. Sabía que mi hermana María Engracia se encontraba en casa de la tía María en la ciudad de Huajuapan de León. Hasta esa fecha jamás yo había conocido y menos pisado aquel lugar; tenía idea del camino y hacia dónde dirigirme porque por las noches desde la montaña se observaba lo que tiempo después supe que era la luz eléctrica. Todo eso sucedía aproximadamente a las once de la mañana de aquel aciago día, y muchos años después pude constatar que para recorrer la distancia entre el rancho (en la sierra) y la ciudad había que caminar seis horas a pie, mitad sierra y mitad valle.

    Para no ser descubierto en mi huida fue preciso rodear un cerro de considerable distancia hasta abordar la vereda indicada; a un paso normal esto me pudo llevar unas tres horas como máximo, sin embargo recuerdo que por el camino iba jugando con lo que encontraba, entre otras cosas capturando lagartijas; la cosa es que lo que debí caminar en tres horas lo hice en casi siete. Allí sucedió algo muy curioso; cuando nos separamos allá en la montaña para buscar a las cabras, creo que todavía ni mi hermano ni yo se nos había ocurrido huir para la ciudad, de tal forma que creía ir sólo.

    Pero ¡Oh! Sorpresa, alrededor de las cinco de la tarde y cuando apenas terminaba de bajar de la sierra para entrar al valle, escuché sin rumbo definido la voz de alguien que me llamaba por mi nombre, lo primero que pensé: ¡Es mi padre que viene tras de mí! El pánico aumentó. Volteando hacia atrás aceleré el paso casi templando de miedo, volví a escuchar la misma voz pero igual sin rumbo, el terror crecía; al tercer grito por fin pude definir de dónde procedía: ¡era mi hermano! quien presa de miedo se le ocurrió la misma idea. El había recorrido un camino completamente diferente y como cinco veces más largo que yo. Cuando ya estuvo cerca preguntó ¿para dónde vas? Para con la hermana Engracia le contesté. ¿Viste las cabras muertas? ¡Claro que sí! Fue el comentario.

    Tenía más años de edad y él sí conocía el camino y la ciudad. Así que a partir de ese momento aceleramos el paso y casi poniéndose el sol estábamos entrando al pueblo de Huajolotitlán, cabecera municipal de la región y paso obligatorio hacia la ciudad de Huajuapan de León. Al fin habíamos llegado al Camino Real por donde circulaba mucha gente a pie o montados en caballos o asnos, en aquellos años por esas áreas no existían carreteras y consecuentemente tampoco circulaban vehículos de motor, quizás bicicletas sí, no recuerdo. Pronto empezó a oscurecer y aún falta mucha distancia para llegar al lugar deseado, afortunadamente alcanzamos o nos alcanzó un grupo de arrieros con sus bestias cargadas con leña que llevaban para vender; lo que hicimos fue seguirlos hasta el centro de la ciudad, nada fácil para quien está completamente cerrado a la civilización.

    Confieso que me causó sorpresa y miedo cuando por primera vez conocí un automóvil y la misma luz eléctrica, mucha gente extraña, tiendas e infinidad de cosas desconocidas que ni idea de su existencia. Ahora calculo que debían de ser como las nueve de la noche de aquel día cuando finalmente los señores arrieros se introdujeron con sus bestias cargadas por algún portón (zaguán) de equis calle de la ciudad. ¡Y nosotros qué! Cansados, hambrientos, con frío y sin más abrigo que la camisa y el calzón de manta que llevábamos puestos. ¿Dinero? Jamás recuerdo haber tenido un centavo en mis manos hasta entonces.

    Dada nuestra ignorancia y timidez, empezamos a discutir quién de los dos se atrevía a entrar a preguntar si alguien de esa casa conocía el domicilio de la tía María; yo tuvo que hacerlo pero la respuesta fue rotundamente negativa, sin embargo, aquella maravillosa familia indudablemente se compadeció de nuestra desgracia y nos ofrecieron hospedaje por aquella noche y también algo de comer, así como abrigo. Serían las cinco de la mañana del siguiente día cuando nos despertaron, ofreciéndonos una taza de café con una pieza de pan para cada uno, acto seguido tuvimos que acompañar- los a la iglesia catedral del lugar porque era Miércoles de Ceniza (primera vez que entraba a un lugar de esos), he aquí la respuesta del por qué líneas arriba dije que la aventura empezó un día martes. Por lógica se deduce que en ese momento yo no comprendía el significado del Miércoles de Ceniza (ahora sé que es el inicio de la cuaresma que termina en con la Semana Santa). Sin temor a equivocarme, permanecimos en la iglesia desde las seis de la mañana hasta las doce del medio día. Cuando por fin salimos, recuerdo muy bien que había un gran revuelo en la ciudad, todo mundo sabía ya que dos de los hijos de Zenón Rivera estaban perdidos; creo que más que perdidos nos consideraban muertos. De la iglesia al mercado municipal sólo había que cruzar una calle, en alguna esquina nuestras protectoras (eran cuatro o cinco damas) nos indicaron que esperáramos allí mientras iban a comprar comida.

    Asustados y tímidos quedamos acurrucados junto a la pared de algún edificio, casi invisibles entre el río de gente que iba y venía de un lado para otro, pero como dije antes, la noticia había corrido cual reguero de pólvora, pues la tía María, la hermana Engracia y otros familiares y amigos andaban en nuestra búsqueda. Cuál no sería la sorpresa que a los pocos minutos de estar en aquel lugar, fui el primero en observar que mi hermana pasó casi atropellándonos pero sin vernos; con gran emoción le dije a mi hermano: ¡mira, allí va la hermana! Fue tal el desconcierto que no atinaba cómo reaccionar en ese momento, de repente como disparado por un resorte me lancé tras ella para darle alcance casi una cuadra adelante.

    Lo que sucedió en los siguientes minutos es algo indescriptible, sólo recuerdo que hubo muchas lágrimas. Volvimos a la esquina asignada para reencontrarnos con el otro hermano y nuestras benefactoras que ya esperaban; después de las presentaciones, agradecimientos y el adiós, ya en familia disfrutamos de unos ricos y exquisitos platillos típicos de la región. Una vez en casa de la tía María, mi hermano Dionisio fue enviado en calidad de ayudante (mozo) de alguna familia riquilla de los pocos españoles que radicaban por allá, mi hermana y yo permanecimos bajo la tutela de la tía.

    Es de suponer que mis padres y demás parientes y amigos muy pronto tuvieron conocimiento de nuestra suerte y ubicación, sin embargo, pasaron aproximadamente dos meses para que mi padre hiciera acto de presencia en el hogar donde nos encontrábamos. Seguramente ya se le había pasado el coraje porque al encontrarnos frente a él no hizo ningún comentario de lo sucedido días antes, todo lo contrario, permitió que las cosas siguieran como estaban y sólo dijo que posteriormente regresaría para llevarnos de regreso a casa, lo cual ocurrió no mucho tiempo después.

    Mi hermana aún con la vigilancia de la tía, también estaba asignada a otra casa de gente pudiente, mientras que yo tuve como obligación prioritaria cuidar al único hijo varón recién nacido de mis tíos. Al lado de la tía para mí la vida no cambió mucho, tenía un genio de los diablos y era muy exigente para todo, ya que aparte de cuidar al pequeño primo tenía yo otras obligaciones más, tales como levantarme a las cinco de la mañana para llevar a moler el nixtamal al molino, quizás a veinticinco o más cuadras de distancia; barrer la calle, regar las plantas, el jardín, darle de comer a los pájaros, etc.

    ¡Ah!, y la tía también seguido me golpeaba, así que nuevamente salí huyendo de ese hogar. Por vergüenza, timidez y orgullo pasé

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