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Alcanzar el Cielo: Cómo logré levantarme del suelo y ahora me siento tocar el Cielo
Alcanzar el Cielo: Cómo logré levantarme del suelo y ahora me siento tocar el Cielo
Alcanzar el Cielo: Cómo logré levantarme del suelo y ahora me siento tocar el Cielo
Libro electrónico459 páginas7 horas

Alcanzar el Cielo: Cómo logré levantarme del suelo y ahora me siento tocar el Cielo

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Dicen que en la vida hay que hacer tres cosas: tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro. Para dejar un legado en este mundo y que tu paso deje huellas perdurables que sean experiencias para las generaciones actuales y venideras, dibujando tus sueños y proyectándolos del subconsciente a la parte consciente, elevando la autoestima, cono

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento4 abr 2024
ISBN9781685747091
Alcanzar el Cielo: Cómo logré levantarme del suelo y ahora me siento tocar el Cielo

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    Alcanzar el Cielo - J. Guadalupe Ávila Gutiérrez

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    Alcanzar el Cielo

    Cómo logré levantarme del suelo
    y ahora me siento tocar el Cielo

    J. Guadalupe Ávila Gutiérrez

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright, excepto breves citas y con la fuente identificada correctamente. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño de portada: Ángel Flores Guerra Bistrain

    Diseño y maquetación: Diana Patricia González Juárez

    Copyright © 2023 J. Guadalupe Ávila Gutiérrez

    ISBN Paperback: 978-1-68574-708-4

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-710-7

    ISBN eBook: 978-1-68574-709-1

    Índice

    Capítulo 1: Mi infancia, pubertad y adolescencia

    Capítulo 2: Mis primeros logros, experiencias y amor

    Capítulo 3: Ascenso, caída, triunfo y redención

    Capítulo 1: Mi infancia, pubertad y adolescencia

    Mi nombre es J. Guadalupe Ávila Gutiérrez. Nací en la Comunidad de Edén ubicada en las faldas del cerro del Teotepec (el cerro más alto del estado de Guerrero, el cual está localizado a 3550 metros de altura sobre el nivel del mar) y forma parte de la Sierra Madre del sur, a 10.75 kilómetros de la población El Paraíso, cuya cabecera municipal es Atoyac de Álvarez Guerrero.

    Fue un 20 de junio de 1960 cuando mi madre dio a luz el primer hijo varón de la familia, a las 5 de la mañana después de estar la noche anterior con muchos dolores de parto. Mi madre se llama Juana Gutiérrez Rodríguez; el nombre de mi padre: Juan Ávila Nava. Ellos estaban muy emocionados, pues mi padre ya esperaba con ansias el primer hijo varón después de haber concebido cuatro hijas mujeres: Paula, Roberta, María del Carmen y Delfina en orden descendente; así que la expectativa estaba a su máxima expresión, pues no sabían mi sexo porque en ese tiempo no había médicos para hacerse estudios ni nadie que lo pronosticara. Al parecer se guiaban por el tamaño y forma de la panza, en consecuencia, mi padre ya andaba ansioso y desesperado. Ese día, con mucha alegría de ambas partes y de mis hermosas hermanas, vi la luz de un nuevo día. Siendo el número 5 de la familia que con los años fueron engendrados un total de 11 integrantes: 8 mujeres y 3 varones, ese día fue muy especial.

    El día anterior mi padre andaba haciendo unas quemas de ramas y bosque que había cortado preparando un terreno donde iba a sembrar maíz; después de un rato y con el viento soplando fuerte se le salió de control el fuego, por lo que se andaba pasando a unas huertas de café que estaban cerca. Mi madre le fue a ayudar a apagar el incendio aun cuando le faltaba un día para el parto. Con cubetas de agua y con la ayuda de varios pobladores, amigos de mi papá que lo fueron a apoyar, por fin apagaron el fuego que amenazaba con propagarse hacia otras propiedades. En ese tiempo las mujeres eran más acomedidas, aunque mi madre, embarazada, de todas formas ella apoyó a mi padre, y en la noche estuvo con dolores de parto. Aun así, en la situación que se encontraba ella vio que mi padre necesitaba ayuda y le dio su apoyo; gracias a eso, y la ayuda de los amigos de mi padre, que rápidamente se organizaron, ya no se les pasó la lumbre a otras propiedades, como buenos vecinos llevando muchas cubetas llenas de agua del río y haciendo guardarrayas para evitar la propagación del fuego.

    A las 5:00 de la mañana por fin nací después de algunas complicaciones. A mi mamá la atendió una partera porque en esa comunidad que iniciaba a poblarse aún no había servicio médico; gracias a Dios, después de que pasaron unos momentos de angustia porque no reaccionaba, cuentan que la partera sugirió me metieran unos pollitos por mi ano para que inhalaran aire y así se me facilitara respirar según sus creencias, pero en el intento tres pollitos se asfixiaron, ¡¡pobres pollitos!! Tal vez haya servido de algo su sacrificio, o más bien creo que fue la voluntad de Dios y de nuestro señor Jesucristo que yo diera el primer respiro, lloro y aliento de vida, pues ya se estaban asustando. Después del inconveniente, ambos me recibieron con mucho amor en su regazo y, aunque mi madre, con mucho cansancio por los dolores, esfuerzos y trabajos de parto, quedó muy débil, estaba feliz. Además de que quería mucho a mi padre y le cumplió el deseo de darle un hijo hombre y que no fuera a buscar otras mujeres para engendrar un hijo, pues ya tenía 4 hijas y su ilusión era que viniera el primer varón a la familia, lo cual con la bendición de Dios se les cumplió y era justo que llegara a sus vidas .En esos tiempos de los sesenta eran pequeñas cuadrillas que se estaban asentando en la sierra de guerrero, aún no había luz eléctrica en el Edén, por lo que se alumbraban con ocote y cocinaban con leña en unos braseros hechos de barro, hacían tortillas a mano con maíz blanco molido en el metate y cocinadas con leña de encino en comales de fierro, bien ricas con su salsa de molcajete y frijoles de la olla, claro que a mi mamá le tenían su chocolate de cacao y sus huevitos tibios para que se recuperara y tuviera leche para amamantarme. El día estuvo muy ajetreado: papa Juan, los tíos Cándido, Apolinar y demás familia radicada en el lugar fueron a conocerme felicitando a mis padres. Luego, al caer la noche, todos se retiraron a sus respectivas casas con el silencio de la noche, solo se escuchaba el sonido del cauce del río, veían el resplandor de las luciérnagas, oían el croar de las ranas y el cricrí de los grillos invitando a descansar porque al otro día las gentes mayores se iban a trabajar al campo. A mi madre la atendió una partera (o comadrona) solo en mi nacimiento, después mi padre y hermanas la ayudaban y procuraban en lo que podían, ya le tenían su chocolate calientito y su pan empanochado porque tenía que estar en cama 40 días sin que hiciera quehaceres pesados. La que ayudaba más era mi hermana Paula, que ya tenía 10 años; fue hasta los 5 años que vivimos en ese lugar. En ese tiempo alcancé a percibir que era como un Edén, al pueblo lo cruzaba un río grande de aguas limpias y cristalinas, a su alrededor había huertas y plantillas de café. Un señor amigo de mi papá, que se llamaba Francisco Hernández, sembraba toda clase de frutas como son plátano, piña, limón dulce, cajeles y hortalizas también a la orilla de los riachuelos crecía el berro y había chocotes con lo que hacían agua de sabor. Esa persona, amigo de mi papá, tenía la mejor huerta. Se puede decir que en esos tiempos el poblado era un Edén, casi el paraíso que dios le prometió a Moisés; al obscurecer se oía el canto de las gallinitas del monte, el aleteo y sonido de las chachalacas, al amanecer se oía el canto de los gallos anunciando un nuevo día, también en el campo se escuchaba el canto de la primavera, el jilguero y el gorrión. De día solo se escuchaba el murmullo del río y el cacaraquear de las gallinas anunciando que ya habían puesto sus huevos. A 10 km del Edén está ubicado el Paraíso, siendo una comunidad más poblada, por un tiempo nos fuimos al Paraíso, pues a mi papá lo invitó su hermano Apolinar, ya que él había comprado una casa y le ayudó a conseguir una casa prestada (o sea que anduvimos entre el Edén y el Paraíso). Ahí en el Paraíso hicieron mi registro de nacimiento, también me bautizaron; mis padrinos fueron el Sr. Manuel Chávez con su hermana, la Srta. Rosalía Chávez. Estuvimos en el Paraíso aproximadamente un año, después nos regresamos al Edén, las personas se dedicaban al cultivo del campo, limpiar y cosechar sus huertas de café; cuando empecé a tener conciencia de las cosas fue a los 3 años. Recuerdo que mi padre una vez me llevó a su huerta y para llegar se tenía que cruzar el río donde había un puente para pasar, solamente colocaron un árbol atravesado sobre unas grandes rocas, el cual pelaban por un lado con un hacha para que fuera transitable. Recuerdo que mi padre me llevaba de la mano y yo sentía mucho miedo, pues estaba alto y llevaba mucha agua, pero mi padre me daba confianza y seguridad. Ahora me pongo a reflexionar los motivos que tenía mi padre para sacarme al campo a tan corta edad, ya que tenía el temor de que al estar entre puras mujeres yo aprendiera sus modales, así que trataba de sacarme de esos ambientes y tenía mucha razón que no me la pasara mucho tiempo con mis hermanas. Cómo recuerdo la impresión que me daba al pasar por el puente, estaba alto, tenía como 3 m, pero él me daba confianza. Me pasaba caminando, agarrado de la mano; para un niño de 3 años, es una experiencia que me causaba mucho temor. Ahora reflexiono por qué mi padre veía que la imagen de mis hermanas mujeres me podría afectar y el no tener un hermano mayor. Recuerdo que si ellas se querían poner aretes les tenían que hacer unas incisiones en las orejas con una aguja y colocarles unos hilos en lo que les colgaban los aretes. Al ver eso, también quería que me hicieran unos hoyitos en mis orejas para que me los pusieran, me la pasaba jugando con ellas a la comidita, decían que a veces quería que me pusieran un vestido deshilachado de mi hermana Delfina; en una ocasión me mandaron por agua al río y llevaba puesto el vestido deshilachado, Carmen dice que estaba tardando mucho, luego vieron que regresaba sin agua.

    —¿Por qué no traes el agua? —Mi respuesta fue:

    —¡¡Es que me dio muta guerguenza poque allá estaba una mutacha y no pude traer el agua!!

    A mis escasos años ya tenía sentido de identidad. A mis hermanas les causó gracia, desde entonces decidí no ponerme vestido. Todo eso lo observaba mi padre, y me imagino que él quería llevarme al campo para que aprendiera los trabajos que él hacía; solamente que estaba muy pequeño. Mi niñez transcurrió con normalidad, en la comunidad no había preescolar, solamente había primaria, ahí daba clases un primo hermano de mi papá que era maestro, se llamaba Sr. Fidel Núñez Ávila. Él me comentó ahora de adulto que en ocasiones me iba a encontrar a la orilla del río atrapando mosquitos con el prepucio de mi pene, y que después los dejaba salir. Eso le causaba mucha gracia, a mí me dio un poco de pena y me avergoncé por lo que me dijo, para mí eran juegos infantiles que ayudaron a descubrir mi sexualidad de niño, tengo un vago recuerdo de las sensaciones que sentía, un hormigueo agradable, una sensación placentera. A tío Fidel le causaba mucha risa porque dijo que como 2 o 3 veces que se iba a bañar me encontraba por ahí a la orilla del río. Mi distracción de niño era ir a ver a las personas nadando, no había otra diversión los sábados y domingos que todos los hombres mayores descansaban de las labores del campo. En una ocasión de las que me iba a la orilla del río, cuando regresé a la casa la puerta estaba cerrada y no había nadie, por lo que me asusté, pues pensé que ya me habían abandonado. El primer impulso fue ponerme a llorar, luego toqué la puerta con una piedra; en eso me vio una vecina (Teresa, hija de don Fructuoso Núñez) y me dijo que todos estaban en la cancha de la escuela porque era una clausura. Ya más tranquilo me fui a la cancha y ahí estaban mi mamá y hermanas, fue un alivio para mí. Las mujeres se iban a lavar la ropa y aprovechaban para bañarse con su medio fondo y brassier, no desnudas, y los hombres en calzoncillos. Los jóvenes que sabían nadar se tiraban clavados en las pozas profundas desde lo alto de las rocas, todo era felicidad y tranquilidad.

    Cuando era pequeño y tenía aproximadamente 3 años mis hermanas me bañaban en la orilla del río, aunque hacía mucho frío. Dicen que de niño era muy llorón; Bertha y Carmen me sacaban a pasear para que yo me distrajera viendo el río y paseándome por la calle. Mi madre ya no tenía leche materna para amamantarme y yo de necio no quería agarrar la mamila, solo quería que me diera pecho, entonces me ponía berrinchudo porque mi madre ya no tenía con qué nutrirme. También sería por la mala alimentación que llevaba, pues no era muy variada, siempre frijoles con tortillas y de vez en cuando un huevito con su salsita de molcajete. En ocasiones me tenían que llevar con otra señora para que me amamantara porque no quería otra cosa.

    A los ocho meses de edad me dio una infección en el estómago donde adquirí una bacteria que me ocasionó problemas gastrointestinales provocándome diarrea, por lo que ya me estaba deshidratando y pensaban que no me iba a aliviar, ya que en esas comunidades tan alejadas solo había curanderas que sobaban de empacho y conocían de hierbas medicinales, pero nada funcionaba, así que decidieron hacer una promesa a la Virgen de Guadalupe pidiéndole con toda devoción y rogándole que si yo lograba recuperarme iban a ir a la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México a cumplirla. Gracias a Dios, con remedios caseros me recuperé. Al año ellos fueron a cumplir su promesa; mi madre se fue de rodillas desde la entrada de la Basílica, mi padre le ayudó cargándome, con mucha fe y devoción, ante la Virgen del Tepeyac. En ese tiempo, mi madre era católica; cuenta mi madre que cuando fueron a cumplir la promesa a México dejaron a Paulita, Bertha, Carmen y Delfina solas en el Edén, las encargaron con tía Pascuala, hermana de mi papá, pero nunca fue a verlas.

    Una noche de tantas salieron a hacer sus necesidades, Paula acompañando a Carmen, era el mes de junio y estaban cayendo muchos relámpagos anunciando una fuerte tormenta. La calle empedrada estaba muy obscura, en la esquina de la calle había un árbol donde un vecino siempre amarraba su caballo. Carmen, después de hacer sus necesidades, se metió a la casa a dormir; Paula tranquilamente se quedó observando el panorama nocturno. En eso vio que el caballo que estaba amarrado empezó a relinchar, a la luz de los relámpagos vio a un mono que andaba corriendo a su alrededor; el caballo, muy asustado, relinchaba y se paraba con las patas traseras queriendo huir, pero estaba amarrado al árbol. A Pau le pareció raro que a esas horas de la medianoche alguien anduviera corriendo o jugando en la calle, por lo que con curiosidad puso más atención. En eso el mono dejó de darle vueltas al caballo y corriendo, balanceando las manos se dirigía hacia ella, entonces le empezó a dar mucho miedo. A escasos 3 metros cayó otro relámpago y pudo observarlo más de cerca, luego cayó otro relámpago y se quedó paralizada de terror, pues este ser demoniaco tenía cuernos, cola de caballo, grandes orejas y la mirada inyectada en sangre. Ya estaba al otro lado del barandal a punto de sujetarla; ella, muy impresionada, solo alcanzó a decir: «¡¡Jesús y María santísima me amparen!!». Con esta invocación ese ser infernal se desvaneció en el aire y se encogió dejando una sombra en la calle empedrada. Ella, con la sensación de los pelos de punta caminando hacia atrás a tientas, se introdujo a la casa, cerró por dentro la puerta y, casi muda de la impresión, se arrojó a la cama y se metió en medio de Bertha, Carmen y Delfi temblando de terror, sin casi poder articular palabra. Les quería contar a sus hermanas lo que había visto afuera, pero ellas estaban bien dormidas y no tuvo otra opción que ponerse a rezar hasta que la venció el sueño. El amanecer la sorprendió despierta, de la impresión le dio temperatura y tenía escalofríos. Luego Bertha fue a ver a Natividad Chávez (la esposa del tío Timoteo), para que le ahuyentara los malos espíritus con sus rezos. Cuando llegó mi madre le contó todo; ella y mi padre sacaron en conclusión que había sido el diablo por la forma en que lo describió Paula, que se veía igual como lo pintaban en las cartas de la lotería, o Satanás¹ el que quería posesionarse de su espíritu, el que anda como un león rugiente procurando devorar a alguien (1.ª de Pedro 5, 8). Y esa ya era la tercera vez que había sido amenazada. Gracias al dios Yahweh, ya no volvió a verlo físicamente, pero en sus sueños en la actualidad todavía sigue acosándola con pesadillas siniestras. Él le quería quitar los dones que Dios padre le otorgó por ser una mujer buena, respetuosa y temerosa de los mandamientos que están estipulados en las santas escrituras (la Biblia), ella se asustó mucho y desde ese día ya no se quisieron quedar solas.

    En la actualidad, mi hermana Pau es católica; mi madre era católica también, pero a los 84 años se bautizó con los testigos de Jehová. Actualmente tiene 89 años, ahora ya no cree en nada de imágenes y santos. Cuando entre a la primaria un día le pregunté:

    —Mamá, ¿por qué me llamo J. Guadalupe?

    Siempre mi papá me decía:

    —Tú te llamas José, nada más que el juez del registro civil lo abrevió y te puso J. Guadalupe.

    En consecuencia, cuando empecé a ir a la escuela, siempre que preguntaban mi nombre decía:

    —Me llamo J. Guadalupe.

    En la actualidad, me gusta más que me digan José. ¿Por qué? Pues se me hace muy desagradable decir Jota; además, todo eso trajo consecuencias en mis documentos porque mi padre me decía que me llamaba José Guadalupe, luego algunos documentos importantes que tramité venían como José. En esa ocasión, cuando me llevaron a cumplir la promesa mis padres, creo que estuvo presente la mano de nuestro Dios Yahweh y nuestro señor Jesucristo, porque gracias a ello sané y no me volví a enfermar del estómago. Por la promesa que cumplió mi madre y padre creo que decidieron ponerme José Guadalupe. Por José, el padre terrenal de Jesucristo, y María de Guadalupe, la madre de nuestro señor Jesucristo. También me dice mi madre que con anterioridad se habían puesto de acuerdo: si nacía varón me iban a poner José Guadalupe. Así en mi infancia los recuerdos se iban acumulando en mi mente. Cuando tenía casi tres años nació mi hermana Margarita, un 26 de enero de 1963, a la cual todos recibimos con mucha alegría. Por esos días mataron a un amigo de mi papá que se llamaba Arnulfo, él era esposo de mi prima Elena, hija de tío Apolinar.

    Cuenta mi madre que yo estaba jugando en la calle con la arena y lodo porque recientemente había llovido; de pronto, entré corriendo y les dije que patrón (así le decían a don Arnulfo) había pasado por la calle y me había tocado la cabeza. Mi madre y Pau se quedaron sorprendidas pues ya tenía dos semanas que había fallecido. Ahora estudiando algunos libros me he dado cuenta de que cuando uno muere el alma se queda vagando por unos días en forma espiritual. Desde antes de nacer ya se es un espíritu creado por Dios, en consecuencia, cuando uno muere regresa a Dios en forma espiritual a esperar la resurrección de justos como injustos, y así será porque Dios nunca miente. Así se iban pasando los días de mi infancia en la Comunidad del Edén, Guerrero.

    A los 5 años mi padre decidió emigrar a un poblado donde vivían mis abuelos maternos. Mi abuelito se llamaba Apolinar Gutiérrez Nava y mi abuelita, María del Refugio Rodríguez Núñez. Decidió mi padre irnos con mis abuelitos para probar suerte en la siembra del maíz porque en el Edén no había terrenos propicios para ello y el papá de mi mamá tenía mucho terreno de siembra. Mi padre ya le había mandado una carta, en contestación, papá Poli le prometió prestarle un terreno para la siembra de temporal y también mi padre lo hizo para acercarnos más a la civilización y tuviéramos la oportunidad de poder estudiar, sobre todo mi hermana Paula y Bertha, pues ya habían terminado la primaria. La comunidad de Puentecillas Guerrero estaba casi junto con Filo de Caballos, (que originalmente se llama Puerto General Nicolás Bravo). Antes de que prepararan nuestro viaje mi madre se había embarazado otra vez, por lo tanto hicieron tiempo para que diera a luz.

    Era un 6 de junio 1965, recuerdo muy bien ese día porque ya tenía cinco años, había llovido y nacían muchas hormigas con alas, pues eran las primeras lluvias de junio. Mi madre estaba observándonos parada recargada en el marco de la puerta de la casa de madera, con mis hermanas andábamos tumbando las hormigas con alas que salían después de las primeras lluvias con unas ramas de jarilla. Yo la miraba muy pensativa, acercándome le pregunté:

    —Mamá, ¿por qué estás tan triste? ¿Y por qué no se te quita esa panza tan grande que tienes?

    —Es que me comí una pachayota —me contestó.

    En mi inocencia de niño no comprendía que estaba preocupada por los dolores de parto que iba a tener. Mi hermanito nació a las 8 de la noche del día 6 de junio de 1965. Fue un parto normal y no tuvo complicaciones para nacer. Me sentí inmensamente feliz por la llegada a este mundo de mi nuevo hermanito, después miré que mi mamá ya no tenía pancita, pero no entendí, pues nos decían que lo había traído la cigüeña y que lo había dejado caer por el tapanco. Me fijé en el tapanco y no veía ningún agujero por donde podría haber caído, pero eso ya no importaba, todos estábamos felices con él, pues ya iba a tener con quien jugar, aunque tuvo que pasar mucho tiempo para eso. Recuerdo que mi padre estaba supercontento por la llegada del segundo varón, el séptimo de la familia. Al otro día todos queríamos abrazarlo; yo lo quería cargar, pero todavía estaba muy pequeño y no me lo aguantaba, además todavía no abría sus ojitos y lo quería ver sonreír.

    Cuando completó los cuarenta días de nacido mis padres decidieron que nos teníamos que ir. En esos tiempos no había transporte, más que unos carros troceros que acarreaban trozos de árboles que talaban de la sierra, pero teníamos que irnos hasta el poblado El Agua Fría que era donde estaba la carretera y era una subida interminable, por lo que mi padre tuvo que conseguir unas bestias para transportar las cosas. Recuerdo que fue la primera vez que me subí a un carro. Me mareé mucho, me hizo daño, la pasé volviendo el estómago en el carro, pues me le quedaba viendo a los árboles que iban pasando. Yo pensaba que los que iban corriendo eran los ocotes y encinos, sentía bien feo en mi estómago, también con el olor de la gasolina quemada me dolía la cabeza. Lo bueno que nada más fueron como 2 horas de camino desde El Agua Fría hasta Filo de Caballos; era carretera de terracería porque en esos tiempos no había carretera buena de pavimento desde Edén hasta El Agua Fría. El viaje se hizo a caballo. Cuando llegamos al poblado de Filo de Caballos ya comenzaba a anochecer, iba muy impaciente por conocer a papa Poli y mama Cuca, también vivián ahí mismo los hermanos de mi mamá. Mi tío Joaquín, Hilario, Alberto, Pablo y tía Paula, tío Carlos y tía Hilaria vivían en Polistepec. Cuando llegamos a la comunidad de Puentecillas, en Guerrero era de noche, nos alumbramos con hachones de ocote para subir la cuesta, había mucho lodo pues había llovido, era la temporada de aguas y con trabajo llegamos, me tenían que cargar mis hermanas en la subida, pero todo lo soportamos porque ya queríamos conocer a mis abuelito. El camino estaba bien lodoso y en varias ocasiones me caí, era todo nuevo para mí, otro pueblo, otras gentes que no conocía, aunque sabía que eran familia, ya me estaba acostumbrando al Edén. Mis abuelitos nos recibieron con gusto y nos ofrecieron toronjil y pan para cenar, ahí no se tomaba el café y hacía más frío que en Edén; todavía no tenían luz eléctrica. Después de las presentaciones y de cenar nos acostamos a dormir en unos tendidos, las personas mayores se pusieron a platicar de sus cosas, mis hermanas y yo luego nos dormimos, veníamos rendidos del viaje, débiles y mareados de tanto volver el estómago por el olor de la gasolina y el movimiento del carro trocero. Mis abuelitos me cayeron bien, eran personas agradables; mi abuelo usaba barba y bigote, tenía poco pelo, lo veía muy serio; mi abuelita era más cariñosa, desde un principio nos aclararon que no les gustaba que les dijéramos abuelitos, sino papá Poli y mamá Cuca. Además, tenían la costumbre de que les dieran el santo y de persignarse antes de acostarse, esa noche dormimos tranquilos y sin sobresaltos, aunque estábamos en un lugar donde no había río donde irse a bañar; en fin, después de media hora todo era silencio, solo se oía a lo lejos el ladrido de los perros, el bramido de las vacas. En la obscuridad de la noche se escuchaba el aleteo de los zancudos queriendo extraer su ración de sangre para sobrevivir. Por la madrugada se empezó a escuchar el canto de los gallos, señal de que ya estaba amaneciendo yo tenía mucha curiosidad por conocer a toda la familia, sobre todo a mis primos, luego papá Poli encendió su radio para oír las noticias en la XEW y ya no me dejaron dormir también con el canto de los gallos. Tuvimos que levantar nuestros tendidos porque estábamos estorbando para que pasara mamá Cuca a preparar el toronjil o leche con café, era el inicio de un nuevo día y también de una nueva etapa de mi infancia en un lugar diferente (en ese tiempo Puentecillas lo conocían como el Ranchito).

    Cuando amaneció nos invitaron a desayunar, papá Poli tenía varias vacas que ordeñaba, comimos frijoles con queso y crema; a mí me parecieron deliciosos, ya que en Edén nunca comíamos con queso. Después del almuerzo, mi padre se puso a platicar con papá Poli y mi mamá con mamá Cuca; con mis hermanas nos salimos para ver el panorama, ya que estaba en lo alto. Me gusto porque en Edén solo había puros cerros a los lados y desde el Ranchito se podía ver más lejos; si se iba uno a la casa de doña Chaya el panorama se veía mejor, había muchos pinos altos encinos y madroños y mucha vegetación diferente. Papá Poli tenía una huerta donde sembró capulines, duraznos y manzanas; él cuidaba mucho su huerta y no dejaba cortar capulines hasta que estuvieran bien maduros al igual que los duraznos. Una vez no nos aguantamos las ganas y nos metimos sin su permiso con mis primos María (hija de mi tío Carlos) Luis y Jesús, cuando escuchamos que gritaba papá Poli que si no nos íbamos a bajar de los capulines nos iba a dar unos riatazos. Yo estaba subido más alto y no me dio tiempo a salirme del corral, él llegó bien enojado, pero me escondí detrás de una roca y no me vio; lo bueno que mis primos no dijeron que estaba escondido, sino quién sabe cómo me hubiera ido porque él era bien enojón, quizás hubiera valido la pena porque los capulines² eran unos frutos bien ricos. Ya más tarde vinieron mis primos a saludar; Luis, Víctor y José, los hijos de tío Hilario, Juan, Jesús, Joaquín Pedro y José Luis, hijos de tío Joaquín. Luis era un año mayor que yo igual que Jesús, Juan era tres años más mayor; fue una etapa de adaptación porque como todos ellos eran oriundos del lugar y nosotros veníamos como extraños fue un poco difícil que nos aceptaran. Mis hermanas también se empezaron a relacionar con mis primas Juana, Rosa y Maricela (Juana era hija de mi tía Francisca, hermana de mi mamá).

    Al otro día mi papá consiguió una casa de madera para instalarnos, todo era convivencia y felicidad, por la noche papá Poli hizo una fogata, se colocó su gabán para el frío y nos sentamos a su alrededor. Se puso a contarnos anécdotas y cuentos muy chistosos y entretenidos que nos divertían; de los relatos favoritos de papá Poli era el que cuando tenía como 11 años su papá, el Sr. Víctor Dimas Gutiérrez Castillo —su mamá de papá Poli se llamaba la Sra. Martina Nava Gómez—, le comentó a papá Poli que cuando él faltara le iba a dejar como herencia un cargamento de oro que estaba en una cueva por el poblado de la escalera y que le había dado las señas un señor que se llamaba el Sr. Custodio Cadenas que andaba huyendo de la justicia y dio con la cueva por casualidad. Don Custodio les llevó como prueba un tabique de oro con el que se ponían a jugar y decían que lo dejaban caer en las piedras y tenía un sonido muy fino (en ese tiempo no conocían el oro).

    Cuentan que una vez fue un varillero de los que vendían baratijas y soldaban tinas con estaño; a él le llamo la atención ese tabique porque lo andaba jugando papá Poli, que para ese entonces tenía 10 años, ni tardo ni perezoso en cuanto se descuidaron agarró el tabique y nunca se volvió a saber de él. Don Custodio era amigo de papá Víctor y en su lecho de muerte le dio las señas de dónde estaba dicha cueva; la cuestión es que papá Víctor en esos tiempos de la revolución nunca se dio tiempo de buscar esa cueva y le pasó la información a papá Poli, quien tampoco puso mucha atención, solo se acordaba de las señas. Fue después de 40 años que con tío Beto y tío Pablo se decidieron a buscar el ansiado tesoro, pero ya no encontraron dichas señas. Ese tiempo yo escuchaba con atención los relatos del abuelo, pero solo me interesaban los juegos, mi madre estaba feliz porque tenía varios años que no veía a sus padres desde que se la había llevado mi papá cuando apenas había cumplido quince años.

    Haciendo remembranzas de cómo se conocieron mis padres, resulta que mi padre vivía con sus padres, o sea mis abuelitos paternos, el Sr. José Ávila Adame y la Sra. Petra Nava Romero en Isotepec. Mi padre tenía 20 años y mi madre, 15 años, ella vivía en Polistepec. Cuenta mi madre que papá Poli era muy estricto con ellas, también con mamá Cuca; como muestra dijo mi madre que su mamá le hizo un vestido que le llegaba a medía pantorrilla, papá Poli le reclamó a mi abuelita por qué le hizo un vestido tan zancón, que dejara lo que estaba haciendo (moliendo en el metate el nixtamal para las tortillas) y que le bajara el forro al vestido. Como mamá Cuca no le hacía caso, la llamó a su cuarto y le dio unos riatazos, pues a papá Poli le gustaba que lo obedecieran en el acto. Mi madre solo vio por unas rendijas cómo le pegó, por la noche mamá Cuca le bajó el forro a su vestido. Mamá Cuca era huérfana, sus padres fallecieron cuando llegó una pandemia de fiebre amarilla, su papá se llamaba Sr. Severo Rodríguez y su mamá se llamaba Sra. Gregoria Núñez. Ella tenía 5 años cuando murieron sus padres, era muy humilde se tuvo que aguantar; esto es como referencia de lo estricto que era mi abuelo. A mi padre le llegó la información de que las hijas de don Apolinar estaban muy bonitas y como ya estaba en edad de casarse fue a conocerlas a Polistepec, pero había un inconveniente: que papá Poli no las dejaba salir ni a la puerta, así que mi padre tuvo que valerse de una conocida de mamá y con engaños le pidió prestado un vestido a mamá. Esta señora se llamaba Gloria, prima de los dos por parte de los Navas, así es que ya no le devolvió el vestido a mamá y se lo dio a mi papá. Con el vestido de mi madre en manos de mi padre mi madre se sintió presionada, mi padre ya le había echado el ojo a mamá y le había gustado (ya habían platicado atrás del tecorral). Mi madre andaba preocupada, pues si papá Poli sabía lo del vestido le iba a pegar bien feo y más que supo que la tal Gloria se lo había dado a mi papá; así es que cuando fue por el pan mi padre le salió al paso de sorpresa, la abrazó y se fueron caminando rumbo al pan. Ella lo quería hacer a un lado mas por la pena no se animó, luego él le empezó a decir al oído palabras muy bonitas de amor que nunca había escuchado por lo que la convenció y ella no tuvo otra opción más que dejarse llevar por el momento, pues papá Poli no las dejaba salir a divertirse y menos convivir con muchachos salvo con sus hermanos. Esta situación la orilló a aceptar a mi padre, además de que a ella ya le había gustado su forma de platicar (decían que era medio politiquillo) y su físico también. Mi padre ya andaba preparado y llevaba un caballo en el cual la subió y, él en ancas del caballo en una noche de luna llena, se la llevó para Isotepec (por lógica todos en la casa de mamá se quedaron esperando el pan que nunca llegó). Fueron como dos horas de camino, llegaron a la casa de mis abuelos y a tío Félix, que dormía en el mismo cuarto, lo tuvieron que desalojar. Ahí se pasaron su primera noche sin muchos aspavientos, al mes se casaron por el civil (también se casaron por la iglesia en Tlacotepec por exigencia de papá Poli que era muy católico). Ya casados fueron a pedir el perdón con papá Poli que no tuvo otra opción que dar su anuencia, para que se pudieran casar. Fue papá Juan el que tuvo que trasladarse a Polistepec a hablar con papá Poli (que ya tenía referencias de con quién se había ido su hija), aunque no estaba muy de acuerdo tuvo que dar la carta de consentimiento para que se casaran porque su hija apenas iba a cumplir los quince años, por lo tanto era menor de edad. A mi papá también le quitaron años, pues en esos tiempos a los mayores de 18 años los andaban reclutando para llevárselos como soldados a la Revolución en el 47.

    Mi papá empezó a trabajar en un terreno que le prestó papá Poli, solo que tuvo que tumbar varios árboles para hacer un tlacolol. Una vez me llevó cuando andaba tumbando para quemar y hacer la siembra del maíz, me puso a cortar unos bosques mientras él con su hacha se fue para abajo a cortar unos árboles, yo me puse a cortar el bosque con un garabato, pero después de un rato ya no escuchaba el sonido del hacha y me empecé a preocupar, pues ya no lo veía. Me fui a buscarlo

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