UNA HUMILDE PROPUESTA
Todos los que caminan por esta gran ciudad, Dublín, o viajan por el interior del país se ven abrumados por la tristeza cuando ven las calles, los caminos y las puertas de las casas llenas de mendigas a las que acompañan tres, cuatro o seis niños harapientos que se dedican a molestar a la gente pidiéndoles limosna.
Estas madres, en vez de trabajar para ganarse honradamente la vida, se ven obligadas a dedicar todo su tiempo a deambular de acá para allá suplicando con qué alimentar a sus indefensas criaturas que, cuando hayan crecido, se habrán convertido, a su vez, por falta de trabajo, en ladrones o habrán tenido que dejar su país alistándose como mercenarios del Pretendiente de España1 , o vendiéndose como esclavas para emigrar a las Barbados.
Creo que todos estarán de acuerdo en que este ingente número de niños que cuelgan de los brazos, la espalda o agarrados a los talones de sus madres (y con frecuencia, también, de sus padres), es la razón de la deplorable situación del reino, además de una gran injusticia; y, por lo tanto, quienquiera que encuentre una forma justa, barata y fácil de conseguir que estos niños se conviertan en miembros útiles para la sociedad, sería merecedor de que se le levantara una estatua como prócer de la nación.
Mi propuesta está muy lejos de limitarse a los hijos de los mendigos evidentes: es mucho más amplia y se podría aplicar al número total de bebés de una cierta edad, a todos los hijos de padres tan poco capaces de mantenerlos como son todos los que nos piden limosna por las calles.
En lo que a mí respecta, habiendo centrado mis pensamientos durante muchos años en este importante asunto, y después de sopesar los diversos planes de quienes se encargan de analizar estos temas, debo admitir que siempre los he encontrado muy equivocados en sus cálculos. Es cierto: a un bebé que acaba de salir del vientre de una hembra le puede bastar para alimentarse durante un año entero la leche de su madre, y eso es algo que, a lo sumo, no vale más de unos dos chelines , una cantidad que la madre puede conseguir –o su equivalente en sobras– mediante el legítimo ejercicio de la mendicidad; y es exactamente hasta esa edad de un año que propongo que se disponga de ellos de forma que, en
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