Rendición
Por Kayla Leiz
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Desde hace una semana, Wolf no ha perdido de vista a esa criatura que recientemente frecuenta su negocio. Y cada vez le cuesta más dejar de observarla. La atracción que sienten es mutua, pero Wolf, al descubrir que es virgen, se aleja de Shanie por su bien. Un año después no ha podido olvidarla, y cada día se arrepiente más de lo que le hizo.
Después de lo sucedido con Wolf, lo único que quiere Shanie es que la dejen en paz. Ella, que siempre había sido alegre, divertida y risueña, se encierra en sí misma para no volver a sufrir nunca más.
Cuando Wolf reaparece en su vida, se propone sacarla de su letargo como sea y recuperar a la Shanie que conoció y de la que se enamoró, aunque para lograrlo tenga que secuestrarla.
Kayla Leiz
Kayla Leiz es el pseudónimo de Encarni Arcoya, autora multidisciplinar que escribe tanto cuentos infantiles como novela juvenil new adult y novela romántica adulta. Una de sus grandes pasiones ha sido siempre escribir y ahora, tras estudiar una carrera y trabajar en una actividad dinámica, donde cada día es diferente, saca tiempo para terminar las novelas que le permiten soñar con esos mundos que imagina. Actualmente tiene autopublicadas varias novelas, pero también publica con Editorial Planeta, en sus sellos Zafiro y Click Ediciones. Puedes encontrarla en: www.encarniarcoya.com www.facebook.com/encarni.arcoya www.facebook.com/kayla.leiz www.twitter.com/KaylaLeiz www.twitter.com/Earcoya
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Rendición - Kayla Leiz
Para Ricardo, por estar siempre ahí apoyándome.
Para mi madre, que ahora me apoya desde el cielo
Capítulo 1
La música resonaba en sus oídos como si fuera el redoble de un tambor. Odiaba esa clase de ritmo, pero era lo que los jóvenes querían escuchar, y estar en la discoteca de moda significaba aguantar los gustos musicales del momento.
En su mano sostenía un Sex on the Beach mientras observaba desde la barra la pista de baile. Una semana yendo a la discoteca y lo único que había conseguido hasta entonces había sido conocer todos los cócteles para mayores de dieciocho años.
Shanie suspiró antes de beber otro trago del combinado y se relajó. Una semana atrás le había parecido bien su plan de ir a la discoteca a ligar. Ahora, después de ese tiempo, no veía las cosas con los mismos ojos. Los chicos eran demasiado jóvenes para una mujer de veintisiete años, y los que se acercaban o bien estaban borrachos, o bien lo hacían por alguna clase de apuesta.
Lo cierto era que aparentaba una edad muy diferente de la que tenía en realidad. Varias veces le habían pedido el carné en la barra antes de servirle una copa, así que, a pesar de lo embarazoso de situaciones como ésas, en el fondo la esperanza de encontrar a alguien que no reparara en su verdadera edad hacía que siguiera volviendo noche tras noche a la discoteca.
Aunque Shanie era una mujer menuda que apenas llegaba al metro sesenta y cinco, y a la que le sobraban un par de kilos, poseía un rostro angelical que parecía el de una chica de dieciséis años. Su piel era blanca, y casi nunca iba a la playa a tomar el sol. Sus ojos, de un color verde brillante, cautivaban la atención de aquel que la miraba, protegidos como estaban por unas largas pestañas color caoba, el mismo color de su pelo, una mata ondulante y espesa que alcanzaba sus hombros y le cubría varios centímetros de la espalda.
Sus rasgos eran suaves y redondeados, excesivamente infantiles para resultar atractivos. Ése era el problema: los hombres no se fijaban en ella, y los que lo hacían eran demasiado pervertidos como para que se planteara algo serio con ellos. Había probado a maquillarse, llevar ropa para personas más mayores..., pero era inútil. Sólo conseguía ponerse en ridículo a sí misma.
Después de abandonar esas ideas para volver a ser la misma de siempre fue cuando sus compañeros de trabajo le dijeron que lo intentara en las discotecas. No tenía nada que perder. Estaba harta de estar sola y quería vivir, aunque sólo fuera una vez, la felicidad de experimentar el amor..., o un buen polvo; lo que llegara antes.
****
Wolf no podía dejar de observar a esa criaturilla que estaba sentada en uno de los taburetes de la barra mirando con ansia la pista de baile. Su sangre se agitó al pensar que ningún estúpido de los que había abajo se había fijado en la presencia de aquel diamante.
Llevaba una semana vigilándola desde la privacidad que le ofrecía su despacho en la discoteca y había advertido sus intentos por encajar. Varios jóvenes se le habían acercado, y en esos momentos Wolf había sentido cómo hervía su sangre, pero la muchacha se había deshecho de ellos, para alivio de él.
Esa chica tenía algo que encendía su cuerpo hasta llevarlo al punto de ebullición, pero era demasiado joven para él. A sus treinta y cinco años no podía pensar en tirarse a una adolescente, si bien esperaba que hubiese cumplido los dieciocho para beber alcohol como lo estaba haciendo entonces.
Su entrepierna se agitó al verla mover las caderas hacia uno de los sofás de la disco, y se ajustó los pantalones, abriendo más las piernas para aliviar el dolor. Si fuera otra clase de hombre, haría días que esa chica habría pasado por su cama.
Wolf era el propietario de Blue Sun&Moon, la discoteca de moda de la ciudad desde hacía varios meses. Toda la gente acudía allí a divertirse, pero él, en cambio, no lo conseguía. Después de distintas relaciones que no habían llegado a nada, sus contactos con el sexo contrario se limitaban a noches de desenfreno salvaje. No pedía más, a pesar de que su corazón quería amar a alguien.
Buscó con la mirada a esa criaturilla y prorrumpió en maldiciones. Junto a ella estaba el tipo que había echado el día anterior por haber intentado forzar a una chica. Aquel individuo tenía la entrada prohibida al local, de modo que su portero, Larry, se había vuelto a escaquear.
Un estremecimiento le recorrió la espalda y se le erizó todo el cuerpo. Se sintió tenso, dispuesto a saltar en ese mismo momento. El tipo había tocado a su criatura. Dio la vuelta y se encaminó hacia la disco. Sus ojos refulgían por los celos y el miedo a que pudiera pasarle algo a la joven.
****
¡Por Dios!, era un pesado y encima no entendía las indirectas que le lanzaba. Por el pestilente olor que su aliento desprendía y el tambaleo de su cuerpo era evidente que estaba borracho. Tendría quizás unos treinta años y era bastante grandullón, demasiado para su gusto. El pelo, muy corto y oscuro, contrastaba con la piel blanca. Apenas podía verle el color de los ojos porque los tenía entrecerrados.
—Venga, muñeca, ¿qué te parece un bailecito? Seguro que te gusta cómo lo hago.
—No, gracias. ¿Por qué no te pierdes un rato? A lo mejor después estoy más predispuesta.
«Sí, con diez copas más, por lo menos», se dijo a sí misma.
El hombre apresó con una mano el brazo de Shanie y la empujó hacia su pecho. Lo único que pudo hacer ella fue seguir el impulso, hasta quedar aprisionada entre los brazos masculinos. Sintió cómo se le acercaba aún más; su aliento le rozaba el cuello y la nuca, y le provocaba escalofríos. Le oyó inspirar.
—¡Joder!, hueles muy bien, muñeca.
—¡Suéltame! —exclamó, tratando de liberarse con todas sus fuerzas.
—¿Bromeas? Vamos a divertirnos un rato.
—¡No! —gritó ella, intentando elevar la voz por encima de la música para que alguien la oyera.
Vio los ojos inyectados en sangre fijos en ella, amenazantes, mientras la presión del agarre aumentaba. Quería huir de allí, no ser la protagonista de esa escena. Su respiración se aceleró sobremanera cuando la mirada salvaje de él bajó por su cuello hacia sus pechos, y al verle la boca babeando, sintió una tremenda repugnancia.
—¡Dios!, estás buenísima... —soltó, tomándole uno de los pechos con su mano y magreándolo.
Shanie apretó los dientes y le lanzó un puñetazo directamente a la cara, aunque no sirvió de nada. Mareado como estaba, le agarró la camisa por el cuello para no caerse, y del tirón, hizo saltar los botones. La prenda se abrió y mostró el cuerpo de la joven cubierto sólo por el sujetador. Ella trató de taparse con la mano libre todo lo que pudo para evitar que los ojos de ese tipo siguieran devorándola.
—¡Suelta a la chica! —ordenó una voz grave junto a ellos.
La expresión del rostro de Shanie era de puro pánico cuando se volvió hacia la persona que parecía haberse dado cuenta de todo. El hombre también miró al recién llegado y palideció al instante.
De inmediato, soltó a Shanie, pero lo hizo de una forma tan repentina que ella se tambaleó y cayó en los brazos de quien la había salvado. Éste la abrazó con fuerza sin dejar de mirar al otro, que retrocedía con rapidez.
—¡Larry, encárgate de él! Llama a la policía y cuéntales lo que pasó ayer y lo de hoy.
—¡Sí, jefe! —gritó el portero de la discoteca, que cogió por el cuello al hombre y se fue disparado hacia la salida.
Wolf se volvió hacia ella con preocupación y la observó atentamente.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Ella sólo asintió con la cabeza.
—Criatura, estás temblando. —Se apartó lo suficiente como para quitarse la chaqueta y echársela por encima a fin de cubrir su ropa rasgada—. Te llevaré a un sitio donde podrás relajarte. No te preocupes; nadie te hará daño.
Aunque debería haberse negado a ir con él porque era un desconocido, Shanie pensó que, por alguna razón, estar en sus brazos, rodeada por su esencia, era como hallarse en un lugar protegido y aislado de todo peligro. Se sentía... a salvo.
Wolf condujo a Shanie hasta la parte trasera de la discoteca y subieron las escaleras que llevaban a la sala de descanso del personal. Estaría iluminada y era lo bastante accesible como para que ella no se sintiera incómoda a su lado. Seguía temblando bajo su abrazo, lo que hacía que tuviera ganas de buscar a ese tipo y enseñarle cómo tratar a una chiquilla.
La invitó a sentarse en el sofá mientras se acercaba al mueble bar y preparaba una bebida caliente para tranquilizarla. Cuando se volvió, la vio encogida, como si en cualquier momento se fuera a romper. Se maldijo a sí mismo por no haber sido capaz de llegar antes y haberle evitado esa situación que le había provocado el miedo que veía en sus ojos.
Se sentó en la mesa del centro, delante de ella, y le ofreció una taza con chocolate caliente. Ella lo miró con recelo, pero finalmente la aceptó y bebió.
—Siento mucho lo que ha pasado. Ese hombre tendría que estar en la cárcel.
—Sí..., debería —contestó secamente.
—¿Te encuentras bien? ¿Quieres que te lleve a un hospital o a cualquier otro sitio?
—No, estoy bien. Gracias por ayudarme. Yo...
Shanie se estremeció involuntariamente, y él frunció el ceño.
—¿Tienes frío?
—Es el susto. Nunca me había pasado nada parecido y supongo que me he dejado llevar por el miedo.
—Es normal sentir miedo ante algo así. Una mujer nunca debería verse envuelta en un incidente como éste. Lo siento mucho, de verdad. Tendría que haber intervenido antes.
Por primera vez, Shanie se fijó en el hombre que la había salvado. Era bastante alto y ancho de espaldas, pero no excesivamente musculoso. Desprendía elegancia, y también autoridad y confianza en sí mismo, aspectos de los que ella carecía. Vestía unos pantalones negros de tela y una camisa azul con los primeros botones desabrochados, de modo que quedaba a la vista el inicio del vello del torso, tan incitante como seductor. Sus brazos eran anchos y largos, como los que una se imagina cuando necesita que la abracen por completo y la sujeten con fuerza.
Los ojos de Shanie siguieron subiendo hacia el rostro del hombre. El mentón, firme y de suaves curvas, era índice de un carácter seguro y de su afán de liderazgo. Tenía unos labios perfectamente marcados y atrayentes, y en las mejillas se vislumbraban pequeños hoyuelos que debían acentuarse con la sonrisa. Sin duda, la nariz denotaba autoridad, y los ojos, de un tono plateado, estaban delineados por unas pestañas largas de color oscuro. Llevaba el cabello, que era espeso y voluminoso, lo bastante largo como para que le cubriera la nuca, y mechones de pelo negro le caían sobre la cara.
—¿Seguro que no quieres ir al hospital? —le preguntó, mirándola con preocupación.
—Seguro. Gracias por la taza... Y por salvarme... Y por la chaqueta...
No podía dejar de enumerar cosas. El nerviosismo empezaba a hacer mella en ella.
Wolf posó una mano en el hombro de Shanie para tranquilizarla, pero cuando la joven lo miró, su autocontrol empezó a pender de un hilo. Era tan hermosa. Esos ojos intensos lo contemplaban como si necesitaran estrechar el contacto con él, como si lo invitaran a acercarse más. Aumentó la presión sobre el hombro de ella para retenerla en el sitio, mientras avanzaba con lentitud buscando en la mirada femenina algún signo que le hiciera retroceder. Sin embargo, Shanie cerró los ojos y confió en él.
Viendo su predisposición, Wolf gimió y se abalanzó sin ninguna ternura sobre los labios de ella. Llevaba una semana deseando hacerlo y ahora que estaba a su lado no iba a ser él quien se echara atrás.
Capítulo 2
Los labios de Shanie eran como conductores de energía. Cada vez que Wolf los rozaba con los suyos una descarga de electricidad le recorría el cuerpo y hacía que gimiera sin control. Se los mordió con la presión justa y, después, empezó a lamerlos con la lengua para convencerla de que los abriera y lo dejara explorar más allá.
Cuando Shanie entreabrió un poco más los labios y jadeó, Wolf irrumpió de golpe en su boca y la saqueó como un vil ladrón. Apropiándose de ella, invitó a su lengua a un baile que jamás otro le había enseñado.
Sin duda, era un hombre de mundo, o mejor dicho, un mujeriego, pues sabía besar bien. Sonrió mentalmente; se sentía feliz por el hecho de haber encontrado a alguien que la besara de tal modo. Al menos, ahora la