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En brazos de lo desconocido
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En brazos de lo desconocido
Libro electrónico202 páginas2 horas

En brazos de lo desconocido

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Información de este libro electrónico

Era una sospechosa en su investigación...
Kate Crawford era la mujer más cautivadora que el experto en seguridad Rand Singleton había visto en su vida. A pesar de sentir el impulso de protegerla, Rand no podía revelarle su verdadera identidad. Le habían encargado realizar un trabajo, y enamorarse de aquella belleza tan delicada y vulnerable no figuraba entre sus obligaciones.
Sólo podía haber un motivo por el que alguien tan enigmático y seductor como Rand estuviera en la ciudad: algún asunto turbio e inquietante. Kate se jugaba demasiado, profesional y sentimentalmente, y no podía permitirse caer presa de los encantos de un desconocido. ¿Conseguiría descubrir los secretos de Rand antes de que él descubriera los suyos?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 ago 2018
ISBN9788491888888
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    Vista previa del libro

    En brazos de lo desconocido - Justine Davis

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2004 Janice Davis Smith

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    En brazos de lo desconocido, n.º 215 - agosto 2018

    Título original: In His Sights

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

    I.S.B.N.: 978-84-9188-888-8

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Te encantará. Es el hombre más simpático del mundo, absolutamente encantador.

    Kate Crawford miró a su abuela sorprendida.

    —¿Has alquilado una habitación? ¿Cuál? ¿A qué hombre? ¿Por qué?

    —¿No puedes hacer más preguntas a la vez?

    Kate se sentó, segura de haber entendido mal.

    —Abuela —dijo despacio—. ¿Qué habéis hecho?

    —Ya te lo he dicho —repuso Dorothy Crawfod con paciencia—. Hemos alquilado nuestra habitación.

    —¿Vuestro dormitorio?

    —Es la única que tiene baño privado y zona de estar. Estamos pensando gastar parte del dinero en una escalera exterior hasta el porche de arriba y así tendrá también su propia entrada.

    —Pero…

    —No la usamos. Las escaleras son demasiado para las rodillas de tu abuelo.

    —Ya lo sé.

    Y era cierto. Kate los había ayudado a trasladarse al dormitorio de la planta baja. No le había gustado la idea, ya que la habitación era pequeña y el cuarto de baño estaba en el pasillo, pero les había parecido la mejor solución hasta que pudieran pagar una remodelación de la casa o convencer a su abuelo de que se operara de la rodilla, ya que Kate presentía que la negativa de él tenía también que ver con la economía.

    —Si necesitabais dinero… —dijo, pero guardó silencio al ver la mirada de su abuela.

    —No aceptaremos dinero de ti —dijo la mujer—. Ya has hecho demasiado por nosotros.

    —Nunca sería demasiado.

    —Por eso tenemos que ponernos firmes a veces o gastarías todo tu tiempo y dinero en nosotros en lugar de tener una vida propia.

    —Pero…

    —Nada de peros. Además, ya está hecho. Tenemos un inquilino y ahora no podemos echarnos atrás.

    —¿Pero quién es esa persona? No conozco a nadie en el pueblo que busque casa.

    Y en un lugar como Summer Harbor, era normal asegurar que, si alguien buscaba casa, todos lo sabrían. Después de todo, sólo había unos dos mil habitantes en el pueblo.

    —Oh, no es de aquí.

    —¿Y de dónde es y qué hace aquí? —preguntó Kate con voz afilada.

    —Creo que es fotógrafo —dijo su abuela—. Y te puedes ahorrar ese tono, señorita.

    La joven tendió el brazo y cubrió una mano de la anciana con la suya.

    —Perdona. Tú sabes que es sólo preocupación.

    —Te preocupas demasiado —declaró Dorothy con gentileza—. Aquí no pasa nada malo.

    Kate pensó que Joshua Redstone no podía decir lo mismo.

    El robo en Redstone Northwest había llegado ya a oídos del empresario multimillonario propietario de la empresa y, aunque dudaba de que le hubiera importado a otro jefe de su talla, sabía que Josh Redstone era distinto. Muy distinto. Y ése era uno de los motivos de que le gustara su trabajo allí.

    —¡Ah, bien! —dijo su abuela al oír una llamada en la puerta—. Aquí está ya; así podrás conocerlo y ver que no hay problema.

    Kate se volvió, esperando que entrara el hombre, pero él esperó educadamente a que lo autorizara su abuela.

    —Adelante, Rand.

    La joven miró la puerta con curiosidad.

    No sabía lo que esperaba, pero no era aquello. El hombre que entró era hermoso. Joven y hermoso. Más de un metro ochenta, con un pelo rubio platino que hasta entonces sólo había visto en niños. Un pelo espeso y algo revuelto que le caía sobre la frente.

    Aunque era joven, no tenía nada de niño. Se movía con una gracia muy masculina que indicaba que debía de ser un atleta o, por lo menos, que estaba en buena forma.

    —No tiene sentido que llames a la puerta si vas a vivir aquí —dijo su abuela—. Entra sin más.

    El hombre miró a Kate antes de responder y ella se estremeció un poco al ver sus ojos azul cobalto. Aquello no era justo, nada justo.

    Entonces él sonrió a su abuela y Kate se puso en guardia de inmediato.

    —He pasado por la tienda de comestibles y traigo el azúcar que ha dicho que había olvidado.

    —Eres muy amable —repuso Dorothy.

    —Abuela… —dijo la joven, con un tono de cautela.

    —Ah, tú debes de ser Kate —intervino él—. Debería haberlo adivinado.

    —¿Y por qué, señor…? —preguntó ella, inmediatamente a la defensiva.

    —Singleton —repuso él—. Rand Singleton, señorita Crawford.

    Con lo cual consiguió que ella se sintiera como una maestra de escuela, pero Kate no se dejó distraer.

    —¿Por qué tenía que adivinar que soy Kate? —insistió.

    —Porque la belleza es cosa de familia —dijo él, con una sonrisa a Dorothy.

    Kate vio la cara de su abuela, las manchas de color en sus mejillas, y suspiró sorprendida. Su abuela se tragaba todas aquellas tonterías.

    Achicó los ojos y miró al recién llegado, quien le devolvió la mirada con firmeza y con una ceja enarcada, como si supiera exactamente lo que ella pensaba.

    —Si lo duda —dijo él con suavidad—, es que necesita cambiar de espejo.

    —Y usted de tácticas —repuso la joven, aunque su abuela sonreía de placer.

    Tenía espejo y sabía muy bien cómo era su aspecto. Corriente. Ojos bonitos, aunque últimamente estaban a menudo cansados e inyectados en sangre. El pelo no estaba mal, castaño oscuro pero sano y brillante, aunque sus cuidados con él se limitaran a recortar las puntas de vez en cuando.

    No, no había nada deslumbrante en ella. En otro tiempo, en el mundo de las altas finanzas, con la ayuda del maquillaje, cortes de pelo modernos y ropa de estilo, había llamado algo la atención, pero ya no. No estaba mal para una mujer de cuarenta y un años, pero era del montón.

    Y lo bastante mayor para ser su… tía.

    Casi se echó a reír del absurdo. Y él debió de notar el cambio en su expresión, porque la miró sorprendido.

    Kate sintió ganas de decirle que no había cambiado de idea respecto a él, que simplemente se sentía como una mujer de cierta edad delante de un hombre atractivo y demasiado joven que parecía empeñado en flirtear.

    Aunque, por supuesto, aquello era su imaginación. Fuera lo que fuera lo que hacía, seguramente tenía muy poco que ver con ella. Y mucho con encantar a su abuela, que parloteaba como si lo conociera de toda la vida.

    Estudió al intruso con más atención y notó que, a pesar de la rebeldía aparente de su pelo, el corte tenía estilo. Se fijó en que el reloj que llevaba en la muñeca izquierda, aunque no era un Rolex, era caro. Notó que, aunque los vaqueros y el suéter de punto no eran muy caros, el cinturón sí. Y los zapatos, aunque desgastados por el uso, eran de marca.

    ¿Por qué?

    ¿Por qué un hombre atractivo de unos veintitantos años que obviamente no tenía problemas económicos alquilaba una habitación a una pareja de ancianos en un lugar tan pequeño como Summer Harbor y se mostraba tan encantador con ellos?

    Sólo se le ocurría una razón. Se proponía algo. Y lo más probable era que intentara timar a sus generosos abuelos. Las noticias hablaban todos los días de ancianos engañados por un timador listo. Y eso era algo que ella jamás permitiría que ocurriera. En su opinión, la gente que engañaba a los ancianos no merecía compasión. Cualquiera que intentara robar a la pareja que la había criado, que había cambiado su vida por ella, tendría que vérselas con ella.

    —¿Qué hace usted en Summer Harbor? —preguntó en la primera pausa que pudo aprovechar en la animada conversación de su abuela.

    —Trabajar —él seguía sonriendo, pero respondía con un monosílabo. Y curiosamente, aquello la alivió. Si hubiera reaccionado como si la pregunta de ella fuera normal, se habría convencido aún más de que sus intenciones no eran buenas.

    —¿Es usted fotógrafo? —contuvo un poco el tono, consciente de que su abuela no parecía complacida con ella.

    —Ésta es una parte del mundo muy hermosa, que merece ser fotografiada, ¿no cree?

    Kate notó que no respondía a la pregunta, pero se guardó de indicarlo así.

    —Autónomo, supongo —murmuró, aunque sabía ya la respuesta. Si él decía que trabajaba para alguna revista o editorial establecidos, sería fácil comprobarlo. Sus sospechas se acentuaron.

    —Hago algún trabajo por mi cuenta, sí —contestó él—. Me gusta poder elegir lo que fotografío.

    —Y seguro que lo ha hecho por todo el mundo —comentó Dorothy.

    —He recorrido muchos kilómetros, sí —asintió él.

    —Kate y usted deberían hablar. Ella antes viajaba mucho. Fue una gran ejecutiva en una empresa de inversiones del este.

    —No creo que Denver se pueda llamar «el este» abuela.

    —Está al este de aquí —dijo el hombre, que dedicó a Dorothy una sonrisa que habría podido derretir el corazón de cualquier mujer.

    A menos que fuera una mujer preocupada por las personas a las que más quería en el mundo.

    —Exacto —repuso Dorothy encantada—. Venga a tomar una taza de café ahora que ya tenemos azúcar.

    Él la siguió a la cocina y Kate suspiró para sí. Si era lo que sospechaba, lo mejor sería no enfrentarse a él, dejarle que pensara que estaba teniendo éxito y luego pillarlo con las manos en la masa. Sólo tenía que observarlo con atención.

    Pero ella no tenía tiempo para eso. Ya tenía que lidiar con los robos en el trabajo y además, su mejor mecánico, que había perdido a su esposa el año pasado, estaba muy preocupado por el comportamiento rebelde de su hijo. Y sus abuelos necesitaban un coche más fiable que la furgoneta vieja y ninguno de los tres podía pagarlo en ese momento…

    Y por eso habían decidido alquilar la habitación, claro. De pronto se sintió culpable. Habían hecho mucho por ella. La habían acogido y criado en una época en la que esperaban ya con ganas la jubilación y después habían vuelto a acogerla cuando su mundo se había derrumbado. Se lo debía todo y les había devuelto muy poco. Ellos no estarían de acuerdo, por supuesto. Dirían que lo habían hecho todo por amor; pero eso no disminuía su miedo de no estar cuidando bien de ellos.

    —Supongo que usted no lo sabía.

    La voz tranquila a sus espaldas la sobresaltó. Se volvió hacia el inquilino, que la miraba con una taza de café en la mano.

    Intentó controlar su antagonismo, pero éste se veía alimentado por la preocupación y no tuvo mucho éxito.

    —¿Que pensaban alquilar una habitación aquí? No, no lo sabía.

    —Y no le gusta.

    —No.

    —Entonces tengo suerte de que la decisión no sea suya.

    Se volvió y regresó a la cocina. Kate lo miró sorprendida.

    —No sé lo que te propones, pero no lo conseguirás —murmuró para sí—. Te lo aseguro.

    Capítulo 2

    Rand Singleton pensó que Kate Crawford estaba nerviosa.

    También era hermosa. No como en las fotos que había visto en su ficha de trabajo, donde parecía una ejecutiva importante, sino de un modo mucho más natural. Más real y asequible. Más…

    Movió la cabeza. No importaba el aspecto que tuviera ni su pelo brillante y del color del café, ni sus ojos color topacio y bastante hermosos. Ni que fuera alta y esbelta, con la proporción justa de curvas. Lo que importaba era que no le gustaba su presencia allí.

    Su misión acababa de empezar y no sabía todavía dónde encajaba ella. Pero sabía que ocupaba una posición ideal en Redstone Northwest para estar mezclada en los robos o incluso ser la inductora. Sobre todo porque habían empezado poco después de que ella trabajara allí.

    Por eso se había mostrado tan complacido con su buena suerte. Pensaba hospedarse en un motel, hasta que descubrió que en el pueblo no había ninguno en esa época del año. Los sitios de huéspedes que abrían en los meses de verano estaban cerrados y muchos de los dueños se habían ido ya al sur anticipándose al invierno.

    —Eso para que no des nada por sentado —se dijo, mientras terminaba de deshacer la maleta en la habitación de arriba, con muebles viejos pero de calidad, que le daban la impresión de haber vuelto a casa de sus abuelos en las afueras de San Diego.

    Sintió el dolor que lo embargaba siempre que pensaba en las dos personas que tanto lo habían querido. Todavía los echaba de menos, y lo único que aliviaba el dolor era saber que habían muerto como habían vivido tantos años: juntos. Dorothy y Walt Crawford le recordaban a ellos y enseguida se había sentido cómodo con la pareja. Y, como siempre ocurría, ellos con él. A veces su rostro infantil e inocente servía para algo.

    Había decidido guardar en el armario el equipo de fotografía, que manejaba

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