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Reflejos de un sueño
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Libro electrónico424 páginas5 horas

Reflejos de un sueño

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¿Qué se debe a nuestra libertad personal y qué al destino? En esta novela se hace un estudio del tema, partiendo de la vida de una joven, cuya ruptura con el que había pensado que sería el amor definitivo de su vida, da pie para realizar reflexiones hondas sobre esta cuestión, y estudiar las distintas costumbres de ciudades y pueblos, con el convencionalismo social y los prejuicios de una época bastante pretérita de fondo.
La prosa poética usada en ligeras y bellas descripciones hace amena y atractiva su lectura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ene 2018
ISBN9788468518626
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    Reflejos de un sueño - María José Prieto

    Chesterton.

    1

    ¡Vaya día que llevo hoy! Tengo un trabajo terrible en casa, ¡mi madre tan mayor…! Hay que arreglarle la ropa, ponerle la comida, sacarla de paseo, sus medicinas… demasiado trabajo, a ver ¿a qué hora llega Maite? En el AVE de las cuatro. Iré a esperarla. Me tiene que contar muchas cosas, muchas cosas… ¡hace tanto tiempo que no nos vemos…! Éramos adolescentes, pero… ¿la reconoceré? Desde que se marchó a Santoña, nada, ni flores, ¡con lo buenas amigas y compañeras de colegio que éramos…¡No me identificará, seguro!

    Me mandó una foto suya y, por supuesto, una carta, pero todavía era muy joven. Un día rebuscando cosas antiguas… porque a mí me gustaba lo vetusto a rabiar. No me hubiese importado en absoluto vivir en un museo, ¡claro que no!, pues un buen día mirando aquellos libros prehistóricos, aquellos libros de texto que tenían letra y letra, y donde no aparecían apenas ilustraciones, encontré los que usaba en el colegio de Carrión. Los viejos recuerdos me hacen retroceder en el tiempo y permiten que vivamos nuestras vidas con aquella intensidad y realismo que sentimos en etapas anteriores. Me llenó de emoción ver las fotos obsoletas, ¿de quiénes eran? Al principio me quedé un poco perpleja y sorprendida, ¡Ah, la que fue mi mejor amiga, Maite!, ¿cómo estará ahora?, ¿habrá cambiado mucho?

    Me notaba vieja de cuerpo y de espíritu. Habían transcurrido muchos años. Al lado de aquella antigua foto había unas señas. Eran las de Maite, pero ¿viviría allí?, ¿sería aquel el número de teléfono de ahora, el que aparecía junto a su dirección? Nunca lo sabría si no lo probaba, y en este caso la curiosidad y la emoción mezcladas con el idealismo de aquellos maravillosos años me llevaron a realizar lo que estaba pensando.

    ¡Esto es un sin vivir, cuánto trabajo! ¡Qué ganas de verla! Recuerdo que era una chica muy profunda, a pesar de sus escasos años y de sus salidas irresponsables a veces. Siempre fui muy madura y muy filosófica, características que no me iban nada a la edad por la que pasaba entonces. En cambio, ella era más alocada, pero muy buena en el fondo, muy sincera y auténtica.

    El tren llegó con retraso. Estuve esperando impaciente un tiempo que me pareció un siglo. ¡Todo es tan subjetivo…! En realidad, el mundo nos lo hacemos nosotros a nuestra medida. Hay cosas que nos ocurren objetivamente, pero la forma de soportarlas es tan particular…, que en su resolución y afrontamiento proyectamos claramente nuestras individualidades, porque los humanos somos muy parecidos, aunque también muy diversos, y ello resulta harto enriquecedor. ¡La vida sería demasiado aburrida si todos fuéramos enteramente iguales! Puede que en ello resida ese principio divino del que todos somos portadores.

    ¡A ver si la reconozco! Esta es una foto suya muy antigua, pero…encima a veces salen tan mal… ¡vamos a ver! Parece que es aquella, espero que no me equivoque… ¡Maite, Maite! Soy Bettina.

    Nos dimos un gran abrazo, tan grande, que por poco nos quedamos sin respiración. Aquel júbilo, aquel enternecimiento tan intenso de no habernos visto en tanto tiempo ponía el paisaje con tonos originales. El cielo estaba demasiado azul y despejado. Parecía hablar, parecía entonar una canción. Algunas nubes venían a ponerle un collar de nácar en su diáfana y delicada superficie. Oímos un canto de pájaros, un conocido canto de pájaros que nos transportó a las largas horas de aventuras disfrutadas en otra época.

    Esas mismas aves de colores, inusuales en una gran ciudad, nos llevaron con sus trinos dorados al hogar en el que estábamos ansiando tener un descanso. Mi piso de Madrid era amplio y cómodo. Muebles modernos y con adornos acordes con los mismos, muy luminoso y carente de ruidos, cosa bastante rara en una gran urbe.

    —¡Qué piso tan bonito! Me gusta mucho su decoración, ¡qué alegría verte de nuevo!

    —Menos mal que no te has cambiado de domicilio. Por eso me ha sido fácil dar contigo, ¿sabes? Siempre he recordado aquellos ratos felices que pasamos en al final de nuestra infancia y primeros años de la adolescencia.

    —Sí, Bettina. Fueron épocas estupendas. ¡Estás muy cambiada por fuera!, pero creo que tu interior sigue siendo igual. Eras una niña sincera, buena, ingenua y guapa. Te veo preciosa, a pesar de tus años.

    —Yo también te percibo así, Maite, ¿volviste a Santoña?

    —Si, estudié magisterio. Mis padres murieron. Me casé muy joven, y no me ha ocurrido nada importante en la vida. Me he llevado más o menos bien con Paco…en fin, una existencia un poco monótona, pero no me quejo.

    Me sentí por dentro seria y preocupada, por lo que debí suponer que lo reflejaba en mi rostro. Pensaba en algo que me hizo sufrir y no me pude quitar de la cabeza por mucho tiempo. Mi mirada reflexiva mostraba un hondo dolor, pasada la euforia del primer encuentro. Volví de nuevo a mi mundo cotidiano. Era como si no hubiese borrado algún recuerdo que me atormentaba. Deseaba descargarme de aquello contándoselo a Maite. Aunque ya estaba resuelto el conflicto, la pena acudió otra vez a mi ser, al recordarlo. El relatárselo me haría un gran bien.

    Las gardenias naturales adquirieron un color más oscuro de lo normal, y la sala desprendía una niebla grisácea que quitaba colorido a los objetos que con tanto gusto había puesto. La nueva visita no logró desterrar las preocupaciones, mis preocupaciones de momento, aunque esperaba mucho de aquella agradable compañía que me brindaba la que fue gran amiga de mi vida. Maite percibió mi cambio de ánimo y trató de reconfortarme.

    —¿Qué te ocurre? De pronto se te ha pasado el arrebato y has caído en un estado tan triste y depresivo, que no comprendo…

    —Perdona. Recuerdo que tú eras una amiga fiel y buena, a la que podía confiar todos mis secretos. Me he acordado tanto de ti…la gente no suele ser tan sincera y leal. Tienes razón, se me ha caído el ánimo porque en mi existencia me han sucedido muchas cosas; creo que más que a ti; pero estimo que eso depende de las características personales, del destino, de la toma de decisiones, etc. Por eso quiero contarte mi vida desde que dejamos de vernos. Cuando era pequeña no podía entender muchas situaciones. Era normal que en nuestra inmadurez no se vieran los hechos de manera manifiesta; y cuando éramos adolescentes… con aquel vademécum de ideas, cambios físicos, psicológicos y mentales…el surgimiento del mundo interior, de la intimidad, como apuntaba Victor García Hoz en un libro titulado El nacimiento de la intimidad… tampoco percibíamos el mundo como era. ¿Pero cómo se configura en la realidad?

    —Se ve que has estudiado mucho ¿no?

    —Pues sí, un poco. Ahora ya estoy jubilada y se me agolpan los recuerdos. Es cuando se valora verdaderamente el tiempo que pasó.

    —¡Y que lo digas!

    —Y también se pueden ver más claro las interferencias entre nuestros actos y un camino que parece trazado de antemano.

    —¡Qué filosófica eres! De pequeña también reflexionabas bastante, parecías mayor; siempre te tuve por una persona extraordinaria.

    —No creo que fuera para tanto ni mucho menos; lo que pasa es que con la distancia temporal idealizamos los recuerdos. Tú también eras muy reflexiva y muy inteligente, aunque a veces te comportabas de forma alocada. Me lo decía mi padre, siempre que íbamos a veros a vuestra casa.

    Un grave suspiro surgió de la habitación contigua, un suspiro hondo que resumía los diversos y sinuosos avatares de la vida, un suspiro cargado de dolores, que como tigres lanzaban sus garras puntiagudas sobre la débil víctima. Tita ya no estaba para fiestas. Se encontraba en los últimos años. Si viera en estos momentos a aquella niña que jugaba con su hija en otra época, se le hubieran saltado las lágrimas, porque el paso de los años es cruel de todas formas; y más si no se tiene un ideal o un fondo filosófico al que agarrarse. Pero de momento no había necesidad de que se la presentase de nuevo, porque una súbita emoción la hubiera podido perjudicar. Permanecía en su habitación medio inconsciente, víctima de una amarga dolencia.

    —Es mi madre que reclama mi atención. Está muy mal. El tiempo que destruye todo y acaba con la materia…

    —Pero no con el espíritu, ¿no crees?

    —No, aunque es muy difícil para la mayoría de las personas entender el proceso vital, dar sentido a los acontecimientos.

    —Se necesita una gran sensibilidad para captar los hechos, realizar una buena interpretación de los mismos, y sobre todo, una gran fe.

    —Y que lo digas… ¿te casaste?

    —Sí. Felipe es una buena persona. Nunca se sabe qué senda ha de escoger uno, cuál será la que nos aporte más felicidad y paz interior. No sabemos cuál será la más acertada.

    —Así estamos todos. Los acontecimientos te vienen sin buscarlos. Yo conocí a Paco muy joven, en la carrera, y ha sido mi único amor. Nos casamos enseguida. No hemos tenido prácticamente problemas. Nuestra vida ha seguido una recta con muy pocas sinuosidades. Nos adaptamos recíprocamente a nuestros particulares gustos. Nos respetamos, salvo ligeras desavenencias comunes y corrientes. Por lo demás, todo marcha muy bien. Sin hijos, pero lo hemos asimilado y lo aceptamos.

    —Yo he tenido de todo. Mi vida ha sido mucho más aventurera. No tiene nada que ver con la tuya; claro que por eso somos tan distintos los seres humanos. El carácter, el temperamento y las propias decisiones marcan los aconteceres vitales…

    —Y también los hechos y circunstancias que se nos cruzan en la vida y nos obligan a reaccionar de una u otra forma.

    —Claro está. Me encantaría recordar nuestra estancia en Carrión de los Condes, ¡qué bien lo pasamos entonces! Podrías empezar tú, Maite, relatando aquellas aventuras.

    2

    Nací en Santoña. A papá lo habían destinado a este pueblo. Era Director del Banco Popular, ¿te acuerdas? Nos conocimos en el Colegio del Espíritu Santo. Las monjas eran muy buenas y nos hacían aprender un montón. Yo entonces daba muestras de una viveza extraordinaria, muy expresiva y muy inteligente, pero muy variable; estudiaba con grandes oscilaciones. Me decía la hermana encargada de la clase: unas veces estás para cero y otras, para diez". Me gustaba estudiar, pero solo a ratos. En cambio, tú, eras una niña muy constante y que decías siempre la verdad. Cantabas muy bien, y mi madre afirmaba que tenías un estilo parecido al de Marisol, pero tú no lo creías. Siempre me pareció que te subestimabas mucho, que no valorabas tus aptitudes en su justa medida.

    —Alfredo, dile a Bettina que cante para nuestros amigos. Les gustará.

    Y entonaste una canción preciosa, esa de vienen los gitanos, unos son de Hungría…" se quedaron boquiabiertos. No dijeron nada, no hicieron ningún comentario, y creo que eso repercutió en tu psicología, porque te vi que reaccionabas con un poco de decepción. Lo que tú no percibiste es que aquellos amigos, que entonces eran jóvenes, estaban más metidos en sus problemas de pareja que en nuestras cosas infantiles. Tenían un bebé precioso, al que en ocasiones hacíamos fiestas y carantoñas.

    "Aquel día salimos a correr detrás de mi casa, donde resaltaba el verdor especial de la hierba fina, que estaba bastante alta. Nos tirábamos por allí como gatitas que juegan y se impregnan del ánimo verde de la pradera. Nos sentíamos transportadas a otro espacio más leve, más sonriente, más brillante… las nubes, que bailaban por encima de nuestras cabezas, miraban con gesto tan risueño, que nos alegraban los ingenuos corazones. Y el viento helado con su cara fría se estrellaba contra nuestros rostros, trayéndonos felicidad y mente clara. Las palabras nos salían a borbotones, hablábamos sin parar, reíamos sin límite. Los ojos de aquellos tiempos eran otros ojos, ¿más espontáneos?, ¿más sinceros?, ¿más buenos? Pero la vida nos va curtiendo y endurece con látigos que azotan nuestra sangre, nuestras venas y nuestro corazón. Las blancas travesuras de antaño hoy se nos antojan incidentes sin importancia y anécdotas triviales, que miradas retrospectivamente, resultan juegos infantiles de muchachitas abiertas a la vida y al aprendizaje, teñido a veces de tinta roja. Aquella casa siempre me gustó mucho, porque era como si viviéramos en otro siglo. Se la había dejado el banco a mi padre, mientras permaneciéramos allí.

    —Hoy meteremos al hermano de Sebita por el torno.

    —No sé si les parecerá bien a las monjas, Maite, pero nosotras nos divertiremos un rato. ¡Cuando lo vean se van a creer que es un niño abandonado por la madre!

    —Si no estuvieran todo el tiempo encerradas, sabrían lo que hay fuera, ¡no te fastidia!

    —Hermana Sinforosa, le vamos a poner un regalo.

    Las monjitas tardaron un rato en contestar. Se ve que lo analizaron muy bien, pues, tratándose de chiquillas adolescentes, como éramos, no le dieron la menor importancia al hecho, sino que nos devolvieron al infante, que tendría dos años, con una caja de amarguillos, dulces que hacen estas religiosas y saben a beso de ángel, porque están de rechupete.

    Eras una niña muy estudiosa. Nos tenías asombradas en el colegio. La única que da golpe es Bettina; las demás hacéis el vago de lo lindo". Ella llegará a algo, vosotras, seguro que, a nada con vuestra indolencia y despreocupación.

    —A ver, Maite, ¿cómo se dice cangrejo en latín?

    "Me levanté y me puse muy tensa. Esperaba que el Espíritu Santo me enviara alguna idea original, o por lo menos exacta, ¡y ni por esas!, ¡que no me salía! Me puse más nerviosa que un flan. Enseguida te levantaste tú. Mi cara de embarazo plasmó un estado de ánimo confuso y azorado a la vez.

    —Se llama Astacus fluviaticus. Las dos valvas de color negro azulado se articulan por la charnela.

    —¿Pero sabías tú entonces qué era eso de la charnela?

    —¡Qué va! Lo aprendía como un papagayo. Entonces la enseñanza era muy verbalista y muy poco intuitiva. La de la imagen vino mucho tiempo después. En los años sesenta ya sabes cómo eran las clases, aunque nosotras no teníamos conciencia de ello. Todo lo embotellábamos de memorieta. Claro que la retentiva sí la ejercitábamos un montón. ¿Te acuerdas de cuando en Física nos preguntaron: Vasos comunicantes? la pregunta comenzaba: En efecto… y yo contesté: En efecto… las compañeras empezaron a reírse sin parar.

    "Después de haber faltado tres días consecutivos, regresaste a clase. Tenías una cara blancucha y un aspecto triste y descuidado. Pero no te faltaba el humor, porque siempre querías hacer reír a todo el mundo. Eras simpática y tu ánimo estaba eufórico la mayor parte de las veces. Tímida de momento, pero en cuanto cogías confianza no parabas de hablar y de reírte.

    —Bettina, ¿qué te ha ocurrido? Con lo estudiosa que eres…

    —Que me ha dado un empacho de chorizo de cantimpalo. Es que me gusta tanto, que me atraco.

    —Eso se llama gula.

    —Pues se llamará, pero está muy rico.

    "Nos empezaban a atraer los chicos, ¿no recuerdas a aquel Alfonso que comía más que una lima y le robaba a su madre los embutidos, los dulces… y la pobre progenitora se quejaba de que la iba a arruinar? A ti te gustaba mucho, pero no se lo decías porque te daba vergüenza…luego las amigas le pasábamos el recado. Es que los amores de entonces eran simplemente evolutivos, formaban parte de nuestro desarrollo psicológico y sentimental. A mi madre todo le parecía bien, pero a la tuya…siempre te estaba recriminando. A ti no te podía gustar nadie, porque, según ella, era pecado. Me lo contabas a menudo. Claro que en aquellos tiempos todo estaba mal visto; existía mucha represión, sobre todo de los afectos y de la sexualidad. No se daban cuenta de que no hay nada como lo natural bien dirigido.

    "Las monjitas también tenían sus pamplinas y tonterías, pero es que la sociedad era así. Aunque si recuerdas, nos enseñaron mucho. En esos momentos no nos percatábamos de ello, aunque con el tiempo… los días estaban llenos de colores, mariposas encantadas, conciencias blancas, y pocas cosas podían perturbar la sana beatitud que se desarrollaba en nuestro interior.

    —¿Te acuerdas de cuando aquella prima tuya, Dorita, estuvo viviendo un año en tu casa? Era más pequeña que tú.

    —Sí, recuerdo una anécdota que nos ocurrió en el río. Tu hermano era muy chiquitín.

    —Tenía dos años.

    "El cielo estaba muy azul y despejado, como nuestras vidas y nuestras ideas. La salvaje naturaleza de entonces ponía una nota agreste al paisaje. Hoy día, en cambio, todo parece salido del Paraíso, porque estuve de nuevo en aquel pueblo de turismo alguna vez; las palmeras, los setos, las praderas, las flores son de una gran belleza, está todo muy cuidado; pero no es comparable a aquel recuerdo lejano en el tiempo, aunque siempre presente en el pensamiento.

    —¿Dónde está tu hermano, Maite?

    —No sé. Solo tiene dos años. Me lo ha dejado mi madre a mi cuidado… ¡como le haya pasado algo, me mata!

    —Veo una gorra flotar en el agua, una gorra roja

    —¡Es la de mi hermano!, ¡se ha hundido!

    —No te preocupes, lo rescataré.

    "No le había ocurrido nada. Llegaste a tiempo. Tuviste un gesto valiente y abnegado. Nunca lo eché en el olvido, y mi madre siempre lo recordó. Ella se pegó un susto mortal, porque pensaba que le había ocurrido algo malo al chiquitín. Estaba hablando despreocupadamente con una amiga. Aquel microbio de entonces ahora vive en Nueva York, tiene tres hijos y nietos.

    "Tus padres no habían comprado todavía televisión, porque pensaban que te podría distraer. A los míos eso les traía sin cuidado; es más, muchas veces me decían que no estudiara mucho, porque podría enfermar. A las diez ya tenía que estar en la cama. Ellos enseguida la adquirieron, y un cuatro cuatro también. Pero a ti tus padres te alentaban mucho en el estudio, yo creo que te exigían demasiado. Eso me parecía a mí.

    —Los padres de Maite deben de ser muy ricos. Tienen coche y van a Santoña a veces.

    —Y también televisión. Visitan el cine casi todos los domingos, el cine-teatro Sarabia. Nosotras no podemos, porque nuestros padres no nos dan dinero.

    —Pues los míos, sí. Voy también todos los domingos, unas veces con ellos; otras, con las amigas. El domingo pasado vimos Diálogos de carmelitas.

    —¡Qué suerte tienes! Te dejan ir al cine, a la peluquería…

    —Sí, no me puedo quejar. Mi padre me habla mucho de historia, porque a él le gusta, pero como hizo medicina… tenía que trabajar y ganar dinero, aunque eso sí, ha leído mucha historia. Quiere que haga una carrera, y las monjas también me lo han recomendado, porque dicen que sirvo para hacer estudios superiores. Cuando era pequeña siempre estaba mala y no tenía ganas de coger un libro, pero ahora… ¡no hay quien me pare!

    —Claro, por eso cuando viste la película Diálogos de carmelitas nos dijiste que se ambientaba en la Revolución Francesa, y al final se las cargan a todas porque eran religiosas. Se desarrolla en el gobierno del terror de Robespierre. Acaban en la guillotina.

    — La mayoría de nosotras no pensamos nada de eso. Vemos una película sin más. No nos paramos a pensar nada. Nos gustan las de aventuras y las de amor. Si son 3R o 3R con reparos, no nos dejan pasar. Una vez Tinuca se metió en una porque se disfrazó de mayor. Sus padres le armaron una trifulca de tres pares de narices. No se le ha vuelto a ocurrir…

    "Despertó un día claro y azul como muchos de los que trascurrían en nuestra feliz adolescencia. Era suave como el algodón, y los olores a campo y a verde se adentraban en la pituitaria. Aquello era vivir. Cada minuto, cada segundo tenía un hondo significado en nuestras vidas, aunque en esos momentos no les diéramos importancia. Nuestros ligeros cuerpos corrían, saltaban, volaban casi como nuestro magín. Aquel reducido campo de visión nos otorgaba una libertad infinita, y la esperanza en años desconocidos y en una vida nueva nos hacían brillar como estrellas en el firmamento. Mirábamos hacia el futuro con alegría y con el convencimiento de que todo nos iba a salir de maravilla, pero… ¿qué nos depararía el porvenir?

    —Sí, Maite. Entonces no teníamos experiencia de nada. Éramos "tabulas rasas", como decía Aristóteles.

    —Así es, Bettina. Luego nos ocurren tantos avatares en la vida… hay épocas en que te parece todo absurdo, ¿por qué nos sucede lo que nos sucede?

    —A mí me ha pasado igual; pero con el tiempo me he dado cuenta de que lo que nos acontece ha de ser así y tendrá su razón, aunque de momento no la veamos.

    3

    La casa donde yo vivía en aquella época era una mansión del Renacimiento, un edificio del siglo XVI, que nos había alquilado el banco. Mi madre no estaba muy conforme con ella por sus grandes dimensiones y el ambiente frío y desangelado que se respiraba. Entonces no había calefacción. Tenía un patio amplio y maravilloso, poblado por todo tipo de vegetales en estado salvaje, donde salíamos a jugar con mi hermano pequeño, y en otras ocasiones, con las amigas, como te recordé antes. A ti te encantaba. Creo que yo tenía la misma sensación: la de estar en otra época, porque, aunque entonces no sabíamos prácticamente nada de historia, sí éramos conscientes de que aquella construcción era de siglos pasados, y eso nos hacía sentir bien. También habíamos visto películas que nos acercaban un poco a aquel viejo tiempo. Nos traía inconscientes memorias atávicas de una etapa desconocida para nosotras. Era algo intuitivo. En nuestro interior sentíamos aquel ambiente de clarines y trompetas, de vestidos elegantes y diseños fastuosos que debieron de lucir las damas de antaño y que nuestra imaginación desbordante recreaba.

    —Vamos a casa de Maite a ver el programa infantil.

    —A mí me gustan más las marionetas de Herta Frankel y Bonanza.

    —Lo recuerdas muy bien, Maite. Ahora déjame a mí que siga relatando y memorando aquellos momentos tan preciosos que marcaron un hito en nuestra vida, que nos enseñaron muchas cosas, pero que también nos condicionaron con sus prejuicios y, en cierto modo, determinaron nuestras actuaciones posteriores.

    Los domingos íbamos allí, a la iglesia de Santiago y te veía con tu madre a veces. Yo iba con la mía, con aquel velo que nos poníamos y nuestro misal. El ambiente recogido que se respiraba en este lugar hacía que nos concentrásemos en la ceremonia. Aquello sonaba a santo, a angélico. No entendíamos nada de arte entonces, pero nos sobrecogían los santos de las hornacinas, los retablos, la construcción de piedra a base de sillares. Este monumento románico del siglo XII, famoso por su friso y su Pantócrator, fue muy visitado siempre, sobre todo en verano, con la afluencia de turistas. Creo que a partir de aquí se me empezó a despertar mi afición por las construcciones artísticas a causa de la emoción que producían en mi espíritu. Yo te veía tan concentrada, que pienso en la impresión que te causarían aquellas imágenes y el ambiente que se creaba allí, de misterio, pero a la vez de paz y tranquilidad. Enganchaba por momentos. Luego estaba deseando salir para jugar, era natural, pero me quedaba algo en el subconsciente, que más tarde me afluiría y que repercutiría en mi vida, ese fondo espiritual y filosófico que tuvo su origen en aquellos monumentos.

    —Fui hace algunos años con unos primos, y está convertida en un museo de arte sacro. Es una joya, y ¿la música de fondo? Maravillosa, ¡cuántas veces oí misa allí! Me gustó mucho la escultura en madera policromada de San Juan de Cestillos.

    —Yo también he vuelto a ese pueblo de turismo con mi marido. ¡Nunca pensé que nos volveríamos a ver! Pero mira por dónde, ¡cosas del destino!, ¿verdad? Pero lo cierto es que si no llegas a encontrar las fotos con la dirección detrás… te dio por investigar mi paradero.

    —¿Te acuerdas de nuestra amiga Teresa? Era de un pueblo cercano. Estudió magisterio porque estuvo escribiéndome después de irme de allí.

    —No sé qué ha sido de ella.

    —Se casó, ejerció su carrera y tuvo tres hijos, pero uno falleció.

    —Cosas de la vida, ¿cómo iba a adivinar eso en aquella época?

    —Ya ves, imposible.

    —¿Y Blanquita?

    —Le entró una grave enfermedad, pero salvó.

    —Siempre se achaca todo a alguna razón humana; sin embargo hay una parte que no comprendemos en absoluto. Tendría que pasarle.

    —Eso pienso.

    Aquella noche había salido al bar España con mis padres. Tomábamos algo, mientras veíamos la televisión. Me acuerdo mucho del programa Escala en Hi Fi", era estupendo, un musical precioso. Me sentía protegida con ellos. El aire de la estancia se mostraba cálido y amable. Los consideraba los mejores padres del mundo. No se me ocurría criticarlos de ninguna manera. ¡El presidente Kennedy ha muerto!, ¡lo han matado en un atentado! Todo el mundo se quedó perplejo ante la noticia; las caras de los telespectadores se volvieron pálidas. ¡Aquel presidente tan simpático, tan tolerante que amparaba a los negros…! ¡Se lo cargaron! Allí tuvo su final.

    —Sí, ahora recuerdo, ¡qué pena me dio!

    —A mí también.

    —¿Sabes? Hace poco que vi la película Señoras y criadas. Trata del tema de la discriminación de los negros en USA. Está ambientada en aquellos años, en los sesenta.

    —Sí, yo también la vi.

    —Y pensar que ahora hay un presidente negro… algo se ha avanzado, ¿no?

    —Sí, pero a pesar de las leyes y normas que actualmente existen, la discriminación racial es un hecho constante.

    "Los valores morales se llevaban a extremos bastante ridículos; claro, que la sociedad también potenciaba esto. Y no echo la culpa a las pobres monjitas que nos dieron clase y que trabajaban de lo lindo con nosotras, para meternos los principios fundamentales de la cultura y formar y educar nuestra personalidad, sino a las estructuras sociales que eran bastante rígidas; los convencionalismos primaban sobre los auténticos ideales de moralidad. Eso mismo ha ocurrido en todas las épocas, en unas más que en otras.

    —Bettina, ¿eres cristiana?, me interrogó Sor Felisa.

    —Sí, claro. Siempre lo he sido.

    —Es que he visto una foto tuya en bañador. Se te debió de caer un día de estos.

    —Sí, porque no la encuentro por ninguna parte. ¿Tiene algo de malo la foto?

    —Es que es indecoroso ir en bañador.

    —Estábamos en el río con unos amigos de mis padres. Todo el mundo se baña. Es la moda.

    —Es que hay unas modas muy atrevidas y no agradan a Dios.

    —Lo siento.

    —No quiero ver más una foto tuya así.

    —Sor Felisa, ¿no le parece que depende de cómo se mire?

    —No consiento esa falta de decoro. Ya estamos pareciéndonos a esos americanos que son el símbolo del descoco y la molicie.

    "Me fui triste y cabizbaja a mi casa. Desde la calle olía a guiso de lentejas y tortilla de patatas. Como siempre mi madre salió a saludarme precedida por la perrita, Dolly, que mi progenitor tenía para sus aficiones de caza. La reacción de mis padres fue otra muy distinta. Ellos no le dieron importancia al hecho. No se puede ver mal donde no lo hay; pero en aquellos tiempos las apariencias y artificios eran normales. Durante unos días me sentí incómoda. Me creí peor de lo que era. Cuando salía afuera, el cielo estaba cubierto por una niebla gris y las

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