Vínculo secreto
Por Lorna Michaels
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La vida de Mallory Brenner estaba al borde del abismo. Acababa de enterarse de que su hijo Nick sufría una grave enfermedad y su única esperanza de sobrevivir estaba en manos del doctor Kent Berger, un hombre al que Mallory habría preferido no volver a ver en su vida. Durante más de diez años había mantenido en secreto la identidad del padre de Nick y ahora seguiría haciéndolo para proteger a su hijo. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaban juntos, más admiración sentía Nick por su nuevo héroe… y más cuenta se daba Mallory de cuánto había echado de menos a Kent. Merecía saber la verdad pero, mientras la vida de su hijo estuviera en peligro, ¿se arriesgaría Mallory a decírsela? ¿Podría arriesgarse a no decirla?
Lorna Michaels
At age four, Lorna composed a poem that went, "Happy as a chicken, Happy as a pig, Happy as a rabbit that danced a little jig" and announced that someday she would be a writer. Okay, she had a ways to go, but her goal was clear. It would, however, take several decades to realize that goal. Lorna is a native Texan and proud of it. Born and raised in Austin, she has spent her adult life in Houston. As a child she loved pretending. She and her friends dressed up in her mother's old clothes and imagined they were movie stars or shipwrecked on a desert island. Or she created elaborate stories about a set of paper dolls that lived in, of all places, an orphanage. Her other favourite thing to do was read. She was always being accused of having her nose in a book. She still does. Pretending gave way to more realistic activities in high school and college-football games, parties, school activities. When she had to declare a college major, she impulsively chose speech pathology because she had recently read an article about it in Seventeen magazine. It's a choice she never regretted. Near the end of her junior year, her college career was interrupted when her dress blew into a gas stove and she was severely burned. She spent three months in a burn ward and four more in bed at home. She had to learn to walk all over again, but she also learned that she had the fortitude to overcome pain and the determination to return to her normal life. Within a year she was back in school. After graduation she moved to Houston where she worked as a speech pathologist in the public schools for a year and then quit to get married, have babies, drive carpools, and bake cookies. She had become June Cleaver. Divorce brought that phase of her life to a close. She returned to college for a masters degree, met her present husband, and the two of them combined their families. She'd moved from Leave it to Beaver to The Brady Bunch. She was busy-working as a speech pathologist, going back to school again for a doctorate, and raising a rambunctious family of three kids. Then one day she picked up a Silhouette Romance and got hooked. Soon, reading wasn't enough; she was determined to write a book of her own. She joined Romance Writers of America, started attending conferences and entering contests. Finally on day she got "the call." She'd sold her first book. She combined her two children's names-Lori and Michael-to come up with her pen name and saw her first book published in 1991. She has continued her private speech pathology practice and written 10 more books. How does she find the time? Except for an occasional special program, she doesn't watch television. She's probably the only person in America who's never seen The Sopranos and who doesn't know all the characters on Friends. But the sacrifice has been worth it. She's fulfilled her lifelong dream of being a writer.
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Vínculo secreto - Lorna Michaels
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Thelma Zirkelbach
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Vínculo secreto, n.º 1673- febrero 2018
Título original: A Candle for Nick
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-780-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
EH, mamá, Rick Howard ha hecho otra carrera. Apuesto a que bate su récord.
Mallory Brenner entró en la sala de estar, donde su hijo de diez años, tendido en el sofá con el mando a distancia en la mano, miraba un partido de béisbol de los New York Yankees. Le revolvió el pelo castaño.
Él sonrió, mostrando un montón de alambres en los dientes.
Luego frunció el ceño cuando ella se inclinó con el termómetro en la mano y ordenó:
—Abre la boca.
Obedeció. Mientras su héroe llegaba hasta la tercera base, farfulló:
—Si viviéramos en Nueva York en vez de en Valerosa, Texas, podríamos ver jugar a Rick Howard.
Mallory sacó el termómetro del estuche, lo estudió y lo metió en la boca de Nick.
—¿No te has dado cuenta? Lo estás viendo jugar, aquí mismo en tu salón, a través de ese milagro moderno llamado televisión —Nick musitó algo y ella alzó la mano—. Ahora cierra los labios y mira el partido, o tendré que volver a ponértelo.
El pequeño se centró en la tele y guardó silencio. El termómetro sonó y Mallory comprobó la lectura.
—Normal. Segundo día seguido.
—Estupendo. ¿Crees que el doctor Sanders me va a dejar jugar a la pelota ahora? Ya ha pasado un año.
—Un mes —corrigió ella antes de añadir—: Estoy segura de que lo hará, en cuanto reciba los resultados de tu análisis de sangre.
La última semana de abril, Nick había pillado la gripe.
Siendo un niño que por lo general superaba con rapidez las enfermedades, no había sido capaz de recuperarse de ésa. Su médico de cabecera no había sabido explicar la fiebre ni la debilidad persistentes y había solicitado un recuento globular completo.
—¿Y cuándo lo va a saber? —en la voz de Nick apareció un tono quejumbroso—. Estoy cansado de estar siempre tumbado.
—Hoy sabremos algo. Como mucho, mañana —al ver el mohín de su hijo, sugirió—: ¿Te apetece un poco de helado? He comprado un cuarto de chocolate.
Nick tiró un cojín al suelo.
—No.
Mallory suspiró y rezó para tener paciencia.
—Vamos, Nick, es tu preferido. Y apenas has tocado tu comida.
La miró con ojos furiosos.
—No tengo hambre.
—¿Por qué no preparas el tablero de ajedrez y jugamos una partida antes de que me vaya al trabajo?
—Es tu día libre.
—Los hijos de Lauri hoy tienen una sesión de natación. Le prometí que iría a las cuatro a relevarla —su socia, Laura Gold, había pasado mucho tiempo en Brotes & Flores, la floristería que habían montado, desde que Nick se había puesto enfermo. Mallory estaba encantada de poder devolverle parte del favor. Ya había arreglado dejar a Nick en casa de sus padres durante las dos horas que estaría ausente. Le palmeó el hombro—. ¿Qué te parece?
—No eres muy buena —gruñó Nick—. Te he ganado las cuatro últimas veces que hemos jugado.
«Paciencia», se dijo.
—Eh, nadie le gana a Mallory Brenner cinco veces seguidas —decidiendo interpretar su mueca como una sonrisa, fue a buscar el tablero. Colocaban las piezas cuando sonó el teléfono—. Ahora vuelvo —fue a contestar a la cocina.
—Señora Brenner, soy Kelly, la recepcionista del doctor Sanders. El doctor querría verla para hablar del análisis de sangre de Nicholas.
Las alarmas saltaron en la cabeza de Mallory y se agarró con fuerza al borde de la encimera.
—He de ir a trabajar pronto. ¿No podemos tratarlo por teléfono?
—Mmm, no sé. Me pidió que le dijera que pasara por la consulta. Dijo que si llegaba en media hora, la recibiría directamente.
—De acuerdo —al colgar, le temblaba la mano. Algo debía de estar muy mal para que el doctor Sanders insistiera en que fuera a verlo.
«O quizá no», se tranquilizó. Tal vez Nick tenía una deficiencia vitamínica o necesitaba hierro. Algo por el estilo. El doctor Sanders siempre se tomaba un interés adicional con los niños. Cuando Nick sufrió pesadillas después de la muerte de Dean tres años atrás, lo había visto varias veces sólo para escucharlo hablar de los miedos que lo dominaban y de la tristeza que lo embargaba por la pérdida de su padre.
—No hay nada de qué preocuparse —se dijo con firmeza al regresar al salón. Pero el comentario animado no desterró la sensación de desasosiego que tenía en la boca del estómago.
Nick se hallaba absorto en mover las piezas alrededor del tablero de ajedrez. Tampoco quería alarmarlo, de modo que ocultó los nervios detrás de una sonrisa.
—Cambio de planes, amiguito. He de irme temprano. Guarda el ajedrez y podrás jugar con el abuelo. Estoy segura de que él agradecerá tu compañía —su padre estaba convaleciente de una operación de rodilla e igual de aburrido que su hijo.
Un expresión hosca que empezaba a ser demasiado familiar, se manifestó en el rostro de Nick.
—No quiero ir a casa de los abuelos. No me dejan ver South Park.
—Y yo tampoco, señor Brenner.
—Sí, pero… —musitó antes de callarse y apartar la vista.
Mallory se preguntó si llegaría a ver el programa que le había prohibido en la casa de alguno de sus amigos, pero ya exploraría ese tema más tarde.
—Date prisa, Nick. Tenemos que irnos.
—¿Por qué no puedo quedarme en casa?
—Supongo que podría llamar a Angela y preguntarle si puede cuidar de ti.
Nick tiró otro cojín al suelo.
—No necesito una canguro —alzó la voz—. Soy lo bastante grande como para quedarme solo.
—No durante tres horas.
—Si papá aún viviera, me dejaría.
Eso le dolió. Contuvo una lágrima y contó hasta diez. Desde que Nick enfermara, no había dejado de probar sus límites y su paciencia.
—No te pases, jovencito. Papá ya no está y tú no vas a ponerte a adivinar lo que habría podido decir. Y ahora recoge el tablero y en marcha.
Ceñudo, Nick se levantó y la siguió hasta la puerta arrastrando los pies. Lo dejó en la casa de sus padres recomendándole que se portara bien, luego fue a la consulta del doctor Sanders.
La sala de espera estaba llena, pero Helena, la enfermera del doctor, la hizo pasar de inmediato. El nudo de ansiedad se tensó más en su pecho. ¿Qué tendría que decirle que requería que la hiciera pasar por delante de todo el mundo?
Al entrar en el despacho, él se puso de pie para tomarle la mano y llevarla a un pequeño sofá. Se sentó junto a ella y en vez de iniciar la conversación con una broma, como hacía desde que era pequeña, permaneció silencioso y sombrío. Luego alzó una hoja de papel de la mesita.
—Hemos recibido el informe del laboratorio del análisis de sangre de Nick —expuso.
Aunque se le había resecado la boca, tragó saliva.
—¿Pasa algo?
Él dejó el papel y respondió con voz más suave:
—La cifra de glóbulos blancos de Nick es extremadamente alta.
—¿Eso significa… que tiene una infección? ¿O…?
El doctor Sanders le cubrió la mano helada con la suya cálida.
—No conozco una forma fácil de decirte esto, Mallory. Nicholas tiene leucemia. Leucemia mielógena aguda.
Las dos últimas palabras del diagnóstico no representaban nada para Mallory, pero leucemia… Había oído esa palabra y por lo que recordaba, significaba… muerte.
Sintió que caía en un agujero profundo y oscuro. Aunque aún seguía sentada al lado del doctor Sanders y sentía que el aire entraba y salía todavía de sus pulmones, nada a su alrededor pareció igual. Real. Hasta su cuerpo pareció alienígena. Vio que el doctor Sanders aún le sostenía la mano, pero no podía sentirla. Sus terminales nerviosas se habían congelado.
—Leucemia —musitó—. Cáncer —apretó los dientes. Debía mantener la compostura o se fragmentaría como un cristal roto—. ¿Nick va a…? ¿Va… a morir?
El doctor Sanders movió la cabeza y le palmeó la mano.
—No, la leucemia ya no es una sentencia de muerte. La mayoría de los niños que la padecen sobrevive. Pero necesita tratamiento, y nos ocuparemos de que lo reciba.
Ella asintió. Pensar en el tratamiento le daba algo tangible en lo que concentrarse.
—¿Cuándo puede empezar?
—No dispongo de los conocimientos ni de las instalaciones. Necesita ir a un centro especializado en cáncer, un especialista. El Gaines Memorial, en Houston, es el más próximo y, por fortuna, figura entre los tres mejores del país. Ya he llamado para comprobar sus procedimientos de admisión.
Houston. Lejos de la familia, de los amigos. Pero eso carecía de importancia si la clínica podía ayudar a Nick.
—¿Cuándo… cuándo tendremos que estar allí?
—Os quieren en tres días.
—¿Está Nick…? —le falló la voz. Pero al final logró susurrar—: ¿Está en peligro?
—No en un peligro inmediato, pero necesitan empezar lo más pronto posible.
Su voz era tranquilizadora. Pero… tres días. Y tanto por hacer. Llamar a Lauri… arreglar que alguien ayudara en la tienda… los billetes de avión… comprobar la póliza del seguro… Los pensamientos aparecieron en su mente y se desvanecieron.
Se puso de pie, volvió a sentarse.
—No… no sé nada sobre la leucemia ni cómo se trata. Debería investigar en Internet —se preguntó si dispondría de tiempo.
El doctor Sanders asintió.
—Es justo lo que esperaba que dijeras, y tienes razón. Necesitas estar informada. Esto te dará una introducción —le entregó un folleto—. También tiene una lista de libros y de páginas web.
—¿Y el especialista? —inquirió ella—. ¿A quién veremos?
—El hospital me ha dado los nombres de los médicos que trabajan allí. Si quieres, puedo comprobarlos y recomendarte uno.
—Confío en que elegirá al mejor.
—¿Quieres que se lo cuente yo a Nicholas? —preguntó con gentileza.
No había pensado en eso.
—No, lo haré yo —decidió—. Ahora está en casa de mis padres. Ellos ayudarán. Y luego… mañana, quizá… entonces podrá hablar con él, explicarle la… la enfermedad.
El doctor Sanders asintió.
—Eres una mujer fuerte, Mallory. Has tenido que serlo, perdiendo a Dean, educando tú sola a Nicholas y llevando un negocio. Tu hijo es fuerte también, y valiente. Lo que vais a tener que afrontar no será fácil, pero tengo la confianza de que lo superaréis.
—Gracias —casi sin sentir las piernas, cruzó el despacho. El doctor Sanders le abrió la puerta, pero ella se detuvo, aferrándose a un último hilo de esperanza—. ¿Podría haber un error? ¿Podría estar equivocado el informe del laboratorio? Quizá habría que hacerle otro análisis.
El doctor movió la cabeza.
—Perderías el tiempo.
Tiempo. Podía ser aliado de Nick… o su enemigo. No desperdiciaría ni un minuto.
Condujo hasta la casa de sus padres. Ellos ayudarían. Su padre, rabino de Beth Jacob, la única sinagoga de Valerosa, había mantenido a los feligreses en tiempos de dificultades, y su madre y él habían sido su principal apoyo durante los oscuros días posteriores a la muerte de Dean. Con la fe y el coraje de ellos sustentando los suyos, rezaba para que Nick venciera esa enfermedad.
Media hora más tarde, sentada junto a su hijo, le tomó la mano. Se obligó a que su voz sonara firme.
—El doctor Sanders ha averiguado lo que te deja tan cansado. Tienes una enfermedad llamada leucemia.
Ya les había dado la noticia a sus padres. Se habían quedado atónitos, pero se habían recobrado y en ese momento sintió la mano gentil de su madre en el hombro. Los dedos de Nick se cerraron con fuerza en torno a los suyos. Pero