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Fátima
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Libro electrónico188 páginas2 horas

Fátima

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La historia de Fátima es la del fin de una época y de unas vidas, una historia paradigma de libertad en los últimos estertores de la taifa musulmana de Saraqusta. Fátima es la protagonista de su vida, una mujer que opone contra los usos de aquella época, la valentía y la tenacidad junto con una férrea determinación, inusual para una mujer de su tiempo, que le llevarán a conseguir su oculto propósito.

El camino a recorrer es mucho más duro y difícil para ella, por ser mujer, que para cualquier hombre de su entorno. En él, los recuerdos se mezclan con paisajes de agreste y solitaria belleza en su viaje hacia el norte. El desarrollo intimista de la obra, nos acerca a la esencia y alma de la protagonista, una mujer sabia, bondadosa, fuerte y generosa a la vez.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 sept 2017
ISBN9781370618170
Fátima
Autor

Antonio Pablo Bueno Velilla, Sr

Antonio Pablo Bueno Velilla (Gallur, junio de 1951) se dedica a vivir como mejor le dejan o puede, no en exclusiva, puesto que ha de utilizar una fracción de su tiempo como gran parte del resto de los mortales a las labores propias existenciales diarias. Ha vivido treinta y tres años dedicado a la construcción casi en exclusiva, actividad que le ha dado varias satisfacciones, muchas canas y ningún dinero; a la literatura se dedica por vocación desde hace mucho, sobre todo como lector. Desde 2009 ha escrito de forma discontinua, en su blog El Vigilante de las Constelaciones del Norte, que ya ha pasado a la historia, cuyo nombre fue sobrevenido por su ya antigua afición a la astronomía, y aprovechando que amplios miradores de su casa están orientados al norte. Ha escrito otras cosas dentro del ámbito familiar o para su círculo de amistades, le han publicado alguna cosilla, y se ha presentado a algún premio sin los padrinos necesarios. Con su anterior blog obtuvo algunos miles de visitas, lo que le ha dado cierta alegría y ánimo para continuar. En la actualidad trabaja sobre diferentes novelas, largo tiempo postergadas, y tiene en el escritorio varios libros que pronto verán la luz dentro de la Colección Libros y Novelas del proyecto www.librosynovelas.es.

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    Fátima - Antonio Pablo Bueno Velilla, Sr

    Fátima

    Antonio P. Bueno

    FÁTIMA

    El final de una época, de unas vidas

    junto con el logro de su libertad.

    Fátimawww.librosynovelas.es

    www.librosynovelas.es

    FÁTIMA

    © Antonio P. Bueno

    © Mª Cruz Lumbreras, pintura portada

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

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    Libros y Novelas

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    info@librosynovelas.es

    Antonio P. Bueno

    FÁTIMA

    No me tachéis de inconsecuente porque mi corazón

    haya sido apresado por una voz que canta.

    Hay que estar serio unas veces, y otras,

    dejarse emocionar, como la madera,

    de la que sale lo mismo el arco del guerrero

    que el laúd del cantor.

    Abú Ishaq Ibrahim ibn Utman (Siglo XII)

    A Mª Cruz por tantos

    minutos que le he robado, al

    escribir esta novela.

    Capítulo I

    Fātima había sido una hermosa joven de ojos negros y ensortijados cabellos oscuros como la noche, rasgos que en la actualidad todavía conservaba enmarcados en una serena belleza de mujer bikr¹ que debía rondar la cuarentena de años. A los tres de su nacimiento quedó huérfana de madre, por lo que el padre hubo de hacerse cargo de su educación, y como éste hubiera deseado tener un hijo varón, intentó educarla como al sucesor que no había tenido.

    Su padre Abü Zayd, había ejercido como almuqri’² destacado en la asombrosa mezquita mayor de la madina³ de Saraqusta, o Madina al-Baydàcomo también se la conoce. Su casa, apoyada sobre la antigua muralla no lejos de la mezquita, se ubicaba al lado de as-Suddadonde establecía su sede el cadíde la ciudad. En sentido contrario al de la mezquita, es decir hacia el oeste, desde la azotea de la casa de Abü se contemplaban, como él decía, los atardeceres rojos reverberando sobre las tejas y azulejos policromados de un Qasrde ensueño, al-Ŷafariyyaconstruido con mimo, al que tuvo la ventura de ser invitado en cierta ocasión y con cuya magnificencia quedó absorto en el mushalla¹⁰ donde hubo de leer el libro sagrado.

    Una decoración de arcos mixtilíneos transportaban al visitante a un oasis, en el que se abría un bellísimo mirador de aire sureño vuelto hacia Qurtuba¹¹, sede del bien amado califa¹². Los arcos, las yeserías y los lujosos atauriques semejaban un bosque en el gran patio central rectangular, recorrido por cisternas y juegos de agua, adornado con arriates de flores. A través de esta suntuosa serenidad, rodeado de los aromas que las plantas exhalaban, y acompañado por los trinos de los pájaros, se podían entrever los generosos aposentos decorados, esculturados y pintados.

    En el transcurso de su, para él, breve estancia pudo participar como oyente ligeramente separado de las principales personas, pero todos sin excepción invitados a sentarse sobre un mar de almohadones y cojines, esparcidos sobre riquísimas alfombras traídas de Bagdad.

    Se hizo un silencio tras el que dio comienzo la actuación, con el dulce sonido que emitía un flautista que previamente se había colocado en el centro del corro. Apareció cubierto con un bonete de brocado sobre su cabeza y un vestido de seda cruda, mientras que iniciaba el toque de una muwaššaha¹³. En medio de aquel mágico momento tras la lectura en el mushalla, Abü se apresuraba contenidamente para incorporarse a la fiesta, mientras admiraba la magnificencia de lo que le rodeaba y el honor que suponía para él encontrarse en medio de personas de la clase alta saraqustí¹⁴. Recordaba ya para siempre desde entonces, que en ese momento se iniciaron como si llegasen poco a poco, desde un imaginado bosque fantástico, los cantos amorosos populares de una ŷāriya¹⁵, en los que piropeaba a su amado y que decían:

    "...Me había entregado a la pasión Aslam,

    esta cría de gacela.

    Antílope con una pupila

    que alcanza al que quiera.

    Le doy mi alma en ofrenda

    si acepta mi unión..."

    Apareció ésta de entre las columnas vistiendo una evanescente túnica de seda pura, bordada como una obra de arte. En sus leves pies descalzos, se representaban delicadísimos tatuajes realizados con la henna¹⁶, y sobre su pecho semidesnudo brillaban cuentecillas de lapislázuli y otras piedras semipreciosas. Con ésta y otras a cual mejores representaciones, fue transcurriendo el tiempo sin sentir su paso. Acabada no mucho más tarde la sesión y los cantos, Abü optó por retirarse prudentemente, no sin antes agradecer al maestro de la sala la invitación.

    Después de aquella formal cortesía, en el momento en que iniciaba su retirada, una criada acercándose hasta él, le rogó que esperara en una zona determinada del patio central, puesto que su señora: ‘Ā’iša bint Ahmad al-Qurtubiyya quería hablar con él. Quedó Abü ante tal solicitud gratamente asombrado e incluso halagado, pues había visto entre los presentes de la sala de la que acababa de salir, a una hermosa desconocida e intuía que ella podía ser la que le requería. Abü creía conocer a las escasas mujeres que allí se encontraban, pues todas pertenecían a las capas más altas de la sociedad saraqustí, a excepción de esta mujer, ‘Ā’iša, que ahora le requería, a la que no había reconocido en consecuencia,puesto que era de Qurtuba según acababa de anunciarle la criada o la ŷāriya, hacía unos instantes.

    Mientras esperaba en el gran patio central, repasaba mentalmente que en la reunión las damas saraqustíes asistentes, seguían siendo fieles observadoras y mantenedoras de la tradición, pues todas llevaban vestidos adecuados al velo que habían traído puesto y que incluso algunas de ellas eran de mayor categoría social, lo que se adivinaba fácilmente por el espesor del velo con que se ocultaban. A pesar de aquella regla, también se iba imponiendo la costumbre actual, que consistía en romper la tradición de los velos ante las fiestas mayores, o en otros festejos de carácter social. Se le ocurría pensar durante la espera, que en aquella ocasión alguna dama habría decidido ocultarse tal vez para demostrar modestia o solemnidad, o tal vez lo hiciera por pudor. Sin embargo había observado que ‘Ā’iša mostraba su rostro gallarda y encantadora, si bien su forma de vestir y su comportamiento le habían parecido moderados. Al hilo de estos pensamientos, se dio cuenta de que había mirado tal vez demasiado a la Qurtubiyya. Enrojeciendo de inmediato, y considerando por su parte una falta de tacto imperdonable, sólo cabía esperar que ella no se hubiera dado cuenta de su insistente observación.

    Abstraído durante la espera, no se apercibió de la proximidad de ‘Ā’iša y, cuando sintió sus pasos bajo un rumor de agua que llenaba el jardín, se volvió conturbado sintiendo que le había descubierto en sus pensamientos. Saludó Abü a la recién llegada con una respetuosa inclinación de cabeza llevándose la mano derecha al corazón y fue contestado por ‘Ā’iša con la fórmula de rigor. Acto seguido ésta le hizo saber que había seguido su lectura en el mushalla, oculta con las demás mujeres tras una primorosa celosía y hasta ella había llegado la cantora sonoridad de su voz, y tal fue su placer que pensó que así debió de ser la voz del primer almuezzim que acompañaba al profeta, pues decían de él que su voz debería de escucharse en el Paraíso. Ante semejantes piropos enrojeció Abü sin poderlo remediar, y así éste quedó colgado de la boca por la que salían semejantes flores para él, como pez en un anzuelo encubierto por delicioso cebo.

    Siguiendo la costumbre para participar en reuniones festivas, venía ‘Ā’iša maquillada, adornada y perfumada, tal como se había preparado con ocasión de la fiesta, pero ahora estando Abü tan cerca de ella percibía la fragancia del azahar que rodeaba su cuerpo; probablemente no fuera intención de ‘Ā’iša provocar ese efecto. Reparó Abü en que llevaba el cabello largo, como correspondía a una mujer libre, las cejas depiladas, los ojos embellecidos con el khol¹⁷ y un tatuaje caligráfico antiguo, a la henna, en el dorso de su mano izquierda. Para pintar su boca debía haber utilizado la planta de al-zu'ayfira¹⁸ como mujer de clase elevada, que daba a sus labios un hermoso color semejante al del azafrán diluido; quedó Abü sin habla y ella sonrió levemente bajando la cabeza para no conturbarle más, por lo que éste no pudo ver el inesperado y alegre destello de sus ojos negros.

    Pasó ésta más adelante invitándole a dar un paseo por los jardines, y tras las primeras fórmulas vanas e insustanciales de la conversación, le manifestó que venía de una prestigiosa familia, y que era una mujer libre de mente y de ataduras, gracias a estar en posesión de una nada despreciable fortuna, y lo dijo no para humillar a Abü, sino para hacerle saber la razón por la que podía permitirse ser libre.

    Le explicó a su vez que tenía cierta influencia sobre el poder cordobés, consiguiendo casi siempre que los asuntos por los que intercedía no fueran rechazados. También le dijo que había conseguido reunir hasta la fecha una magnífica biblioteca y que le gustaba cultivar la poesía, así como también que su caligrafía era consideraba muy bella, por lo que ocasionalmente y de tarde en tarde copiaba ejemplares del Qur’an¹⁹.

    Así pues una vez hecha su presentación y a fin de no ocultarle nada, ni siquiera el motivo de su estancia en la ciudad, que no era otro que el de asistir y escuchar la oratoria, con el fin de mejorar y aprender, de algunos afamados filósofos y grandes poetas en al-Ŷafariyya, tampoco le ocultó que durante los días de su visita a la ciudad había oído también hablar de él, de Abü Zayd ibn ‘Abd al-Rahmän ibn Muhammad ibn Haywa al-Wasqi.

    Con el desgranar de su nombre completo, quiso darle a entender que estaba bien informada, a la vez que manifestarle el respeto que le merecía como podía verse y le rogó que, como era conocedora de su saber en la ciencia de la astronomía, la condujera por el camino del aprendizaje de esta disciplina. También sabía que Abü había tenido como maestro de astronomía al más famoso de todos los astrónomos andalusíes, Abü Ibrahim ibn Yahyà an-Naqqás más conocido en general como az-Zarqalí.

    Como más tarde le mostraría Abü en su casa, guardaba y estudiaba una copia de un valioso ejemplar regalo de su mentor az-Zarqali conocido como las Tablas Toledanas, y a causa de la gran amistad que había existido entre maestro y alumno, el primero regaló además a su discípulo una preciadísima y singular as-safiha²⁰ de las primeras que él en persona había construido.

    Hecha la solicitud por ‘Ā’iša y después de otras explicaciones y galanterías al uso, no supo ni pudo, ni quiso negarse a su petición, por lo que quedaron Abü y ‘Ā’iša muy complacidos el uno del otro y se citaron para más adelante en que pondrían fecha para el inicio de la enseñanza.

    Aunque vivió muchos años en Saraqusta, a Abü su apellido le delataba, pues era hijo de Haywa al-Wasqi, por lo tanto había nacido en Wasqath²¹, ciudad más al norte dependiente de la taifa saraqustí. Su genealogía se remontaba más allá de ‘Abd al-Rahmän, llegando al parecer hasta los Banu Salama. Como almuqri’ era experto en el Qur’an y en otras muchas ciencias, pues había estudiado con los principales maestros de la época. Un maestro suyo y quien le introdujo posteriormente en la mezquita saraqustí, fue Abü Dawüd al-Muqri’.

    Fātima había pasado los últimos días en la casa de su padre acompañándole durante la postrera etapa de la vida y su final, que sucedió recién comenzado el otoño del año 511 de la hiyra²², o 1117 de los rumí²³. Tras haber vivido setenta y tres años, hubo de entregar su vida nada más que por causas naturales. Su cuerpo se fue consumiendo poco a poco como la luz de un candelero de aceite que no tiene nada más que quemar y que al final va disminuyendo rápidamente hasta que se apaga, igual que un suspiro, elevando hacia el éter nada más que un sutilísimo hilillo de humo apenas perceptible que busca la salida hacia el firmamento para perderse con las nubes y subir muy alto como las aves. Así se fue Abü dejando sin consuelo a su hija. Al año siguiente entró Alfonso de Aragum²⁴ en Saraqusta.

    Ahora Fātima marchaba triste y apesadumbrada por el dolor de su fallecimiento hacia Wasqath, para cumplir con la promesa hecha a su padre. Su silencio era respetado por su ŷāriya y dos criados de la casa, uno de ellos esclavo, que leales a la memoria de Abü se habían propuesto seguir sirviendo, con la misma fidelidad que a su anterior amo a la nueva dueña.

    Después de haber dejado atrás los cálidos huertos de la Madina al-Baydà comenzaron a sucederse los campos de tierras pardas y rojas de los olivares verde oscuros de mediados del otoño. La tierra oxidada y honda de camino hacia Wasqath, estaba solamente acompañada por el cielo sembrado de nubes, alguna que otra de color blanco y gris, lo que permitía que determinadas ventanas se rasgasen en él para que entre ellas se atreviera a pasar, a entrever, el azul desvaído de la bóveda otoñal.

    Reconcentrada en sus pensamientos, Fātima, cabalgaba dejando a su yegua, del color de la canela, que caminase sin prisa, siguiendo a los criados que marchaban por delante, sin utilizar las bridas. El silencio de la marcha y su abstracción, le ayudaban a evadirse y así recordaba en aquel momento una vez más a su padre. Le parecía escuchar en sus oídos las, por desgracia ahora pocas, ocasiones en que había podido estar a su lado, para haber recogido y guardado en su memoria aquellas anécdotas, vivencias y en definitiva el discurso de los acontecimientos que habían rodeado su vida. Qué poco, ¡ay!, sabía de él...

    Sabía Fātima que su padre, Abü Zayd, había llegado al mundo en Wasqath, en tiempos del segundo rey de la dinastía de los Banu Hud: Abü Ŷa‘far Ahmad ibn Sulaymán Al-Muqtadir Billah. También sabía que Abü por deseo de su padre, Haywa al-Wasqi, recibió ese nombre en honor al nuevo rey, ya que su nacimiento se produjo con exactitud al año justo de haber sido coronado como sucesor Al-Muqtadir, coincidencias que le parecieron de buen augurio, además de que la familia era seguidora y de parentesco muy lejano con los Hud.

    Sabía también que durante su época infantil no hizo otra cosa que dedicarse mayormente a jugar, mientras que Haywa participaba como ‘ulamã’²⁵ en los acaeceres de la ciudad. Mucho más tarde llegó a convertirse en un hombre muy estudioso, gracias al interés que manifestó por todas

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