Baudelaire Y EL CLUB DE LOS ASESINOS
Si Champollion trajo de Egipto la piedra Rosetta, y Luis Felipe el obelisco de Luxor, los grognards de las campañas napoleónicas cargaban sus mochilas con una sustancia más leve pero bastante más estupefaciente. Esa resina de cannabis que había entrado en la historia europea con las Cruzadas, cuando se divulgó la leyenda de la secta ismaelita de los Asesinos. Aludía a un jeque tenebroso, Sheik al-Jabal, el Viejo de la Montaña, cuyo imperio se sustentaba en la eliminación de sus adversarios, pero aún más en el hashishs que suministraba a sus ejecutores como avance del paraíso. Desde entonces hashish y asesino pasaron a ser sinónimos. En el Oriente del XIX ya se prodigaba sin culpa para suplir al vino, proscrito por el Corán. En cuanto a los occidentales, una vez que la Grande Armée popularizó su consumo, se asociaría con la pasión romántica por todo exotismo.
Antes de que Inglaterra y Francia desencadenaran tres Guerras del Opio para imponer su mercado en China, ese y mil psicotrópicos se administraban con libertad de Londres a Paris. Hasta su graciosa majestad, la Reina , rendía honores a la cocaína. Todo dependía del nivel de consumo, y de su finalidad. Cuando escribe sus , en 1821, lo hace tras publicar Nuevamente una relación tácita entre los alucinógenos, la transgresión y el crimen. No obstante, en esos días el doctor ya predicaba los beneficios de los derivados canábicos. Si éste era inglés, la réplica. El literario, quien tradujo a De Quincey presentándole como un “hombre espiritual”, y su literatura como el umbral de los “Suspiria de Profundis”. Ese traductor no podía ser otro que .
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