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La Leyenda del Amazonas
La Leyenda del Amazonas
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Libro electrónico245 páginas3 horas

La Leyenda del Amazonas

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Una novela llena de aventura, emoción e intriga.

Héctor, tiene a su padre muy enfermo y los médicos no encuentran cura, el chico lee un artículo en el cual hablan sobre la existencia de una legendaria planta todo curativa en el corazón de la selva amazónica, sin pensarlo dos veces se embarca hacia Brasil, allí conoce tres jóvenes, los cuales se unirán a él y su causa, pero no son los únicos que van tras la valiosa hierba. Los cuatro amigos se encontrarán en su camino con múltiples desafíos y contratiempos, pero los chicos están decididos a llevar sus planes a cabo y salvar la vida del padre de Héctor.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento6 oct 2016
ISBN9788491127352
La Leyenda del Amazonas
Autor

Daniel Hernández

Daniel Hernández (Madrid, 1991) se crió en una pequeña localidad de las afueras de Madrid donde vive con su familia, comenzó a escribir su primera novela titulada La leyenda del Amazonas a los dieciocho años empujado por su admiración a la naturaleza, los animales y su espíritu aventurero además de su afán por la lectura.

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    La Leyenda del Amazonas - Daniel Hernández

    Capítulo 1

    Silybum rubra

    El frio mes de febrero helaba las calles de Fuenlabrada, un pueblo perteneciente a la ciudad de Madrid, en España, el sol del amanecer no era más que un ligero resplandor en el cielo, Héctor un chico de mediana altura, de constitución fuerte, con el pelo moreno y de ojos marrones claros, estaba dormido, sentado al lado de la cama de una de las habitaciones del Hospital Universitario de Fuenlabrada, en la que yacía su padre enfermo, le tenía agarrado de la mano, había pasado las últimas tres noches allí, junto él. La madre del chico había fallecido en el parto a causa de una hemorragia y su padre había estado estos veintidós años cuidando de él a la vez que trabajaba, asique lo menos que podía hacer Héctor por su padre era estar a su lado en estos momentos tan difíciles.

    La luz que empezaba a entrar por la ventana hizo que el chico se desvelase, entreabrió los ojos y observó a su padre dormido, se levantó y fue hacia el lavabo, se aclaró la cara y se miró en el espejo, tenía unas inmensas ojeras y parecía de todo menos una persona, después de peinarse como pudo con las manos volvió a entrar en el cuarto, su padre ya se había despertado y estaba viendo un documental de pesca en la televisión.

    -Buenos días- dijo este.

    -Buenos días papá, ¿ya estás viendo documentales otra vez?- bromeó el chico a la vez que se le escapaba un bostezo.

    -Héctor, pareces cansado, deberías irte a casa y descansar un poco-.

    -No, no, estoy bien, no te preocupes- contestó Héctor.

    -Hijo, te agradezco que estés aquí, pero tienes que irte a casa, además Black Jack lleva tres días solo y a saber la que habrá montado en el jardín- insistió el hombre.

    -Puede que tengas razón, tendría que ir a echarle comida, seguramente ya se halla tragado todo lo que le dejé- dijo Héctor suspirando -Además quiero coger algún libro para leer mientras estoy aquí, el ultimo lo terminé ayer-.

    -A si me gusta, que hagas caso a tu padre- dijo este en tono burlón.

    -Sí pero volveré para pasar aquí la noche- replicó el otro.

    A mediodía se despidió de su padre y se fue para su casa, Héctor y su padre vivían en un pequeño chalet a las afueras de la ciudad, cuando llegó y entró en la parcela, su perro, Black Jack, un labrador negro de cuatro años de edad y con un tamaño tan grande que se salía de lo normal, se abalanzó sobre él y casi lo tira al suelo.

    -Sí, yo también te he echado de menos, pero… ¡deja de chuparme!- le ordenó el joven apartándolo como pudo. -Tengo que hacer muchas cosas y no tengo tiempo para jugar-.

    Después de rellenar varios comederos con agua y comida para el perro entró en la casa fue hacia la estantería donde tenía todos sus libros, cogió uno y cuando iba a salir de la habitación se fijó en un ejemplar de National Geographic que le había llegado por correo el mismo día que tuvieron que salir corriendo hacia el hospital, agarró la revista y al mirar la portada el corazón le dio un vuelco y por un momento pensó en hacer una estupidez, pero enseguida volvió en sí, dejó la revista sobre la mesa hecho un vistazo por la vivienda para comprobar que todo estaba en orden y se fue hacia el hospital.

    -¡¿Qué?!, ¿pero que le ha pasado?- dijo Héctor con los ojos llorosos.

    Acababa de llegar al hospital y le habían comunicado que su padre había empeorado y que lo habían trasladado a la U.C.I.

    -Su padre ha sufrido una crisis y está muy grave, de momento no le puedo decir más, lo siento- le explicó una enfermera.

    Héctor intentando controlar sus nervios se sentó en la sala de espera y finalmente comenzó a llorar, su padre sufría una rara enfermedad de la cual no se conocía tratamiento. Al cabo de un par de horas salió un doctor preguntando por él.

    -¿Qué tal está doctor? ¿Está bien? ¿Puedo verle?- preguntó muy alterado.

    -Bueno, me temo que no tengo buenas noticias, su padre está muy mal- contestó el doctor con tono apenado -Creemos que no aguantará mucho más, dos o tres semanas… tal vez un mes, además en estos momentos está en coma inducido y no sabemos si podrá recuperar el conocimiento, por ahora no puedo decirle más, lo siento mucho, de verdad-.

    -Quiero entrar a verle- exigió el muchacho.

    -Lo lamento, pero ahora mismo no puedes entrar, tu padre no puede recibir visitas, lo mejor será que vuelvas a casa y esperes nuevas noticias-.

    A Héctor no le quedó más remedio y a regañadientes se encamino hacia su casa, hasta entonces había ido y venido, en coche al hospital y había dejado el vehículo en el aparcamiento de urgencias, pero esta vez decidió irse andando para poder pensar en lo que le estaba sucediendo a su padre y en cómo sería su vida sin su padre si este finalmente fallecía. Héctor había vivido solo con su padre toda su vida y no tenía familia en España, ni tan siquiera conocía ningún miembro en otro país salvo un tío suyo que vino a verle poco después de que su madre muriera pues era el hermano de esta, pero vivía en Nairobi en África y Héctor no tenía pensamiento de irse a vivir a otro continente.

    Pasada una media hora Héctor llegó a su casa. Cansado, nervioso y deprimido el chico se tumbó en su cama sin abrirla y con la ropa y las zapatillas que llevaba puestas, sollozando y maldiciendo su suerte y la de su padre, Héctor intento dormir, pero no lo consiguió hasta pasado largo tiempo.

    Eran las cuatro y media de la madrugada y todavía Héctor no había conseguido pegar ojo pensando en su padre y en que podía hacer él por ayudarle, se levantó y de camino a la nevera paso por el escritorio donde había dejado la revista aquella tarde y volvió a leer la portada.

    Plantas curativas del Amazonas

    Silybum rubra

    La hierba curativa más poderosa del mundo, ¿Realidad o leyenda?

    Entonces se le volvió a ocurrir la misma locura de antes, pero esta vez estaba decidido, no tenía nada que perder, viajaría al Amazonas para descubrir la verdad y si era posible traer la planta para salvar la vida de su padre.

    Héctor hizo la maleta todo lo rápido que pudo, cogió todos los ahorros que guardaba en una vieja hucha de metal decorada con el escudo del Atlético de Madrid y salió de su casa, cerró la puerta y echó el cerrojo, pero cuando se dispuso a salir de la parcela Black Jack le agarró del pantalón con sus poderosos colmillos y lanzó un alarido de tristeza.

    -No puedes venir conmigo, Black Jack, quédate aquí y pórtate bien-.

    Pero el perro no le soltó y comenzó a sollozar.

    -Buff, está bien, tal vez me venga bien tenerte junto a mí en este inesperado viaje- concluyó poniendo la correa al cuadrúpedo animal y juntos pusieron rumbo a Sudamérica.

    Mientras tanto, muy lejos de allí, al otro lado del mundo alguien llamaba a una puerta.

    -Adelante- contestó una voz estremecedora.

    La puerta se abrió y descubrió el despacho de una gran mansión de las afueras de Nueva York, el aire estaba impregnado de un fuerte olor a tabaco, incluso había una ligera neblina, justo al final del despacho frente a un ventanal que daba al jardín trasero había una gran mesa y detrás de esta un asiento volteado hacia la ventana.

    -Soy yo señor, ¿me ha hecho llamar?- preguntó un hombre todavía desde la puerta. El hombre era alto y fornido, más bien grueso que musculoso, tenía el pelo medio cano y revuelto y una gran barba larga y espesa le vestía la tez, pero aún con barba se podía distinguir una enorme cicatriz que le cruzaba el rostro desde el pómulo derecho a la parte inferior izquierda de la mandíbula, la cual deformaba la boca del individuo.

    -Sí, así es- replicó la voz, venia de detrás del asiento -Entra y cierra la puerta-.

    El hombre de la cicatriz obedeció de inmediato e hizo lo que le acababan de ordenar.

    -Requiero tus servicios- volvió a decir el hombre de la misteriosa voz - he visto un artículo sobre una planta curativa que es casi mágica, se dice que crece en la selva amazónica, su precio debe ser incalculable, ¡tráemela! -

    -Si señor- dijo el hombre de la cicatriz encaminándose hacia la puerta para salir del despacho.

    -Un momento- dijo el misterioso hombre, y se volteó hacia su siervo para poder mirarle directamente a los ojos -Como he dicho antes el precio de esa planta debe ser incalculable- hizo una pausa y sacó una pistola de un cajón del escritorio y la posó sobre la mesa. -Si no me la traes el precio será tu vida-.

    Capítulo 2

    Rio de Janeiro

    Cuarenta y ocho horas después de recibir la fatídica noticia sobre su padre, Héctor y Black Jack acababan de aterrizar en Rio de Janeiro. El joven y su cuadrúpedo compañero salieron del aeropuerto y vieron en persona lo que era aquel famoso lugar en realidad.

    También conocida como ciudad maravilhosa o ciudad maravillosa, Rio, era una ciudad preciosa y enorme, el clima era cálido y húmedo, había mucha gente en las calles, gente disfrazada, gente bailando samba y algunos otros haciendo malabares con bastones de fuego y otros objetos, también había niños pidiendo caramelos a los turistas, hombres ofreciéndose como guías turísticos y mujeres ofreciendo otros servicios… también había mucha gente pidiendo comida para dar a sus hijos algo que llevarse a la boca, había también muchos vagabundos tumbados o sentados en las calles con distintos carteles, gorros o vasos para pedir limosna, todo era muy diferente a como Héctor se lo había imaginado y pensó en que en la televisión no sacan toda la verdad de cómo son en realidad algunas ciudades, en Rio había alegría y felicidad pero también había mucha más pobreza de la que el chico se había imaginado.

    Unos de los niños que había allí se le acercó y le pidió algo de comer, Héctor se echó la mano a la mochila que llevaba colgada en el hombro para sacar un bocadillo que tenía guardado para el camino cuando en ese momento Black Jack empezó a ladrar, Héctor se dio la vuelta a tiempo para ver a un hombre correr con su maleta en la mano.

    -¡Eh, detente!- gritó el joven español -¡esa maleta es mía!-.

    Él y el perro salieron corriendo detrás del hombre, le persiguieron durante unos segundos, pero finalmente le perdieron entre la gran multitud de gente que allí se concentraba.

    -Maldita sea, llevo menos de una hora en este país y ya me han robado casi todo lo que tengo- se quejó -en el avión me advirtieron que tuviese cuidado y yo no le di importancia, esto me pasa por ser demasiado confiado-.

    Resignado y lleno de rabia Héctor comenzó a andar hacia el helipuerto donde debía coger un helicóptero hasta Manaos para desde allí seguir su viaje al corazón de la selva amazónica; llevaban veinte minutos caminando cuando vieron a dos adolescentes altos y fuertes amenazando a otro, este último más bajito y delgado, en un callejón estrecho junto a la carretera.

    -¡Danos el dinero que nos debes! ¡Dánoslo o te arrepentirás!- exclamó uno de ellos con algo que parecía una navaja en la mano.

    -No lo tengo, os lo prometo, en cuanto consiga algo os pagaré- respondió el más pequeño.

    Entonces los otros dos comenzaron a golpearle hasta tirarle al suelo donde siguieron dándoles patadas por todas partes. Ante la inmensa pasividad de la gente que pasaba por al lado, Héctor se acercó para intentar ayudar al chico que estaba tirado en el asfalto.

    -Dejadle en paz, ya os ha dicho que no tiene dinero- dijo Héctor con voz titubeante y casi arrepintiéndose de lo que acababa de hacer.

    -¿Y tú quien se supone que eres?- preguntó girándose hacia él uno de los matones.

    -Eso digo yo, además ¿qué es lo que quieres? ¿Qué te demos otra paliza a ti?- le insinuó el otro.

    -Lo que quiero es que le dejéis en paz, yo pagaré su deuda- improvisó Héctor.

    Los dos agresores se miraron entre si extrañados y después se echaron a reír.

    -Está bien, pues danos ciento cincuenta reales, venga- contestó uno de ellos.

    Héctor se echó la mano al bolsillo ante la atenta mirada de incredulidad de los tres jóvenes brasileños que no acababan de salir de su asombro.

    -Tomad aquí los tenéis, ahora dejarle en paz de una vez- contestó Héctor con tono firme, aunque estaba algo asustado.

    -Tienes suerte de que este sea tan tonto como para pagar tu deuda y salvarte el pellejo- dijeron dándole otra patada al chico que estaba en el suelo y seguidamente se marcharon.

    -Muchas gracias colega- dijo el chico bajito levantándose y sacudiéndose la ropa, era un chico de veintitrés años con el cabello negro y alborotado, barba de tres días y de piel morena -Esos tipos podrían haberte atracado aquí mismo, yo soy Reinaldo ¿Y tú?- dijo el joven brasileño tendiéndole la mano a Héctor.

    -Yo soy Héctor- dijo este devolviéndole el saludo.

    -¿Y la fiera?- preguntó de nuevo el otro pensando en que aquel perro podría haber sido la razón de que los otros no se hubieran metido con el joven español.

    -Este es Black Jack- contestó Héctor algo desconfiado.

    -¿Black Jack? Que nombre tan extraño para un perro ¿Por qué se lo pusiste?-.

    -Mi anterior perro se llamaba Jack, cuando murió, mi padre me regalo este y al ser negro le puse Black Jack, como el famoso juego- contestó Héctor.

    -Bueno, tiene algo de lógica- replicó Reinaldo -gracias otra vez por haberme ayudado, no sé qué hubiese pasado si no llegas a aparecer tú, ¿Cómo puedo agradecértelo? ¿Puedo hacer algo por ti?-.

    -No, no lo creo…bueno tal vez una cosa sí, ¿sabes por dónde se va al helipuerto?-.

    -¿Al helipuerto? Sí, todo recto por la calle principal, luego tienes que seguir por otra calle que queda a la derecha y finalmente atravesar una pequeña arboleda, pero está bastante lejos de aquí-.

    -Vale, gracias Reinaldo, hasta luego- dijo Héctor alejándose.

    -Un momento, ¿para qué vas al helipuerto?- preguntó el joven de Brasil volviéndose a acercar a Héctor.

    -Es que tengo que coger un helicóptero hasta Manaos y ya llego tarde-.

    -¡Manaos! Yo también voy hacia allí, conozco a un tipo que nos llevará en avioneta sin ningún coste, me debe un favor, ¿quieres venir conmigo?-.

    -Esto… veras yo… no sé- dudó Héctor.

    -Venga hombre, confía en mí, además está mucho más cerca que el helipuerto y llegaremos antes-.

    -Está bien, pero como intentes algo raro ordenaré a Black Jack que te ataque y te juro que lo haré-.

    -No te preocupes, yo soy de fiar-.

    -Eso espero- concluyó Héctor mirando al otro a los ojos para intentar adivinar sus auténticas intenciones.

    Comenzaron a caminar hacia un pequeño aeropuerto que resultó ser un campo de soja abandonado que estaba lleno de baches, agujeros, y excrementos de ganado. Allí, en el centro del campo había una vieja avioneta estacionada. Cuando Héctor se percató de que era la avioneta en la que iban a viajar el estómago le dio un vuelco y sintió un pánico espantoso, era una vieja avioneta amarilla, remachada con trozos de chapas en las alas, sin cristales y parecía que en cuanto se le pusiese un pie encima se iba a desarmar.

    -¿Es una broma verdad?- dijo Héctor con una expresión de incredulidad en la cara -¿Pretendes que subamos en eso?-.

    -Claro que vamos a subir en ella- dijo Reinaldo soltando una carcajada -Los turistas estáis demasiado acostumbrados a los mejores transportes, pero yo vuelo en avionetas como está casi todas las semanas y nunca me ha pasado nada malo ni peligroso-.

    Mientras los dos chicos seguían discutiendo sobre la dudosa seguridad de la aeronave se les acercó un hombre.

    -¡Que pasa José! ¿Qué tal estas?- dijo Reinaldo mientras estrechaba la mano del hombre.

    -Pues como siempre, ¿cómo voy a estar pequeñajo?, tu sin embargo sigues tan enclenque- contestó entre risas el otro.

    -Acércate Héctor, este es José Antonio Reyes, el piloto que nos va a llevar hasta Manaos- comunicó Reinaldo a su nuevo amigo -Es un gran tipo y fiel como el que más- rio.

    José era un hombre de mediana edad, no muy alto, pero tampoco bajito, de tez morena y pelo negro y revuelto, siempre vestía con ropas de tela vaquera y estampados de camuflaje, como los que llevaba el ejército, gorra y gafas de

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