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El Jardín de los Girasoles
El Jardín de los Girasoles
El Jardín de los Girasoles
Libro electrónico244 páginas3 horas

El Jardín de los Girasoles

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Información de este libro electrónico

¿Qué pasa con nuestros seres queridos que cruzan el portal de la muerte?
¿Pueden permanecer como espíritus con nosotros?
¿O van a alguna región de la dimensión espiritual?
¿Qué podemos hacer para ayudarlos en la nueva etapa en la que se encuentran?
Esta es una novela atractiva y encantadora que responde a todas estas preguntas de una manera sencilla. Belleza, emoción, ternura son los ingredientes que hacen de esta una obra imperdible.
No olvides visitar El Jardín de los Girasoles, donde se encuentran las dimensiones de la vida.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 oct 2023
ISBN9798223481317
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    El Jardín de los Girasoles - Lygia Barbiére Amaral

    Romance Espírita

    EL JARDÍN DE LOS GIRASOLES

    Lygia Barbiére Amaral

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Octubre, 2023

    Título Original en Portugués:

    O Jardim dos Girassóis

    © Lygia Barbiére Amaral, 2004

    World Spiritist Institute

    Houston, Texas, USA      

    E– mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Del Traductor

    Jesús Thomas Saldias, MSc, nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80s conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 250 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Dedico este libro a mi colorida y más que querida Lelé, madre, amiga, compañera y lectora; y a todos aquellos que sufren por extrañar a sus seres queridos que ya partieron

    hacia un mundo mayor.

    * * *

    AGRADECIMIENTOS

    Mi agradecimiento y profundo afecto va para mis amigos: Henrique Ramos, Loisy Varêda, Flavinha Sacramento Moreira y Lúcia Geremias Ribeiro, que enriquecieron este libro con sus gotas de luz. A cada uno de ustedes un agradecimiento muy especial.

    Índice

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    XVIII

    XIX

    XX

    XXI

    XXIII

    XXIII

    XXIV

    XXVI

    XXVI

    XXVII

    XXVIII

    XXIX

    XXX

    XXXI

    I

    Alberto giró el pomo de la puerta y sintió un extraño escalofrío. Dejó el pesado maletín de cuero en el suelo y miró su reloj. Eran las ocho menos veinte. Era temprano. Pensó en no ir a trabajar, pero luego recordó la entrevista con el presidente de la empresa y concluyó que no podía faltar ese día.

    – Y es gracioso – se dijo – , pasé catorce años esperando este momento, sin perder un solo día, y, justo hoy, cuando estoy a punto de conseguir el ascenso que tanto deseaba, tengo ganas de encontrar una excusa para quedarme en casa. Debe ser psicológico..."

    Miró una vez más su reloj y, al ver que aun le quedaba más de media hora, volvió a cerrar la puerta y entró en la casa.

    Alberto tenía treinta y cuatro años, pero, debido a los mechones grises que persistían mezclándose con su espeso cabello castaño desde hacía algún tiempo, parecía un poco mayor. Era un hombre muy atractivo, alto y varonil, dotado de una inteligencia y una perspicacia poco comunes. Trabajó en una empresa de consultoría y marketing, especializándose en investigación de opinión pública y creando imágenes de personas interesadas en proyectarse en la sociedad por algún motivo. Se unió a esta empresa cuando todavía estaba en su último año en la facultad de publicidad y estaba realmente loco por la profesión. Después de tantos años de dedicación, ahora aspiraba al puesto de director ejecutivo, que estaba seguro sería su derecho tras aquella tan esperada reunión con el presidente.

    Sin embargo, desde que despertó esa mañana sintió una sensación extraña, una tristeza en lo más profundo de su alma, como si algo muy grave estuviera a punto de suceder.

    – Todo esto solo puede ser una tontería en mi cabeza – se dijo en voz alta, para sí, mientras entraba en la habitación.

    Lenita, su esposa, dormía profundamente abrazada a Felipe, el pequeño hijo de la pareja, de apenas seis años. Alberto se sentó en la cama y los admiró durante un rato. Lenita, en la plenitud de sus veintisiete años, era una mujer muy hermosa, de grandes pestañas y rasgos delicados. Felipe era una mezcla de ambos. Nada más nacer, Alberto y Lenita quedaron sorprendidos por su tranquilidad, pues, a diferencia de la mayoría de los bebés, el niño prácticamente no lloraba. Muchas veces se despertaba de madrugada y permanecía tranquilo en su cama, esperando que Lenita se levantara para amamantarlo.

    Alberto acarició tiernamente el cabello de su mujer y, aun dormida, ella posó sus labios sobre él en forma de beso.

    – Que tengas un buen día, cariño – dijo besando sus labios.

    – Tú también – respondió ella, adormilada, girándose hacia el otro lado.

    Alberto ya salía de la habitación cuando notó a Felipe con los ojos abiertos. Sonrió a su hijo, que saltó de la cama y corrió hacia él:

    – ¡Padre! ¡Yo te amo!

    – Yo también te amo, hijo. Nunca olvides eso – dijo con la voz quebrada, abrazando al niño.

    Sintiendo una opresión en el pecho, Alberto se dirigió a la habitación de su hija Juliana, de quince años, fruto de una aventura que había vivido en su juventud. Dormía sosteniendo un libro de matemáticas, en medio de un desorden general. Había ropa esparcida por todas partes, una mochila volcada en el suelo y un par de zapatillas sobre el escritorio.

    – Ah, Juliana…– suspiró su padre tomando el libro de sus manos.

    Ella abrió sus grandes ojos azules y lo miró preocupada:

    – Papá, ¿qué hora es?

    – Ocho menos diez. Puedes dormir un poco más.

    – ¡Caramba! – Respondió ella de un salto – . Necesito levantarme. Ora para que me vaya bien en el examen de matemáticas, ¿vale?

    – ¿Y soy hombre para orar? – Respondió el padre, con aire irónico. Tocó la nariz de su hija, como hacía siempre desde pequeña, besó su cabello perfumado y aseguró:

    – Te irá bien en el examen porque estudiaste. Y a ver si puedes entrar en razón y arreglar este lío – añadió, mientras se marchaba.

    – ¡Padre! – Gritó, recogiendo algo de la mesa. Alberto se dio vuelta y Juliana le entregó un caramelo, diciéndole:

    – ¡Aquí! ¡Para que te acuerdes de mí, a la hora del almuerzo!

    Alberto abrazó nuevamente a su hija, puso el chocolate en el bolsillo y se dirigió a la sala de estar. Cuando abrió la puerta principal, volvió a sentir el escalofrío. Era como si algo le dijera que tardaría mucho en llegar a casa. Mucho más que otros días. Esta vez; sin embargo, no prestó atención a sus pensamientos. Cerró la puerta desde afuera y se dirigió hacia el ascensor.

    Tan pronto como llegó a la calle, el malestar desapareció. Incluso pensó que el mundo estaba más colorido ese día y sonrió con satisfacción. Como de costumbre, saludó a todos los porteros de los edificios por los que pasaba en su camino y entró en su panadería habitual, donde les pidió que envolvieran tres panecillos con mantequilla.

    En la entrada del metro, justo delante, lo esperaban cuatro niños de la calle.

    – ¿Eh? – Bromeó Alberto, entregándole el pan a la niña mayor – ¿Te multiplicaste de ayer a hoy?

    – Éste es Kiko – dijo la chica, mostrándole al nuevo chico del grupo – . Lo encontramos suelto por ahí y ahora va a caminar con nosotros...

    – ¿Y dónde están tus padres, Kiko? – Quiso saber Alberto.

    El niño bajó la mirada y la niña mayor volvió a hablar:

    – No tiene padre, no. Está solo en el mundo como nosotros.

    – Bueno... – suspiró Alberto – Lo siento mucho. También siento no haberte traído una barra de pan, Kiko...

    – Compartimos el nuestro con él – decidió la chica.

    – ¡Esperen! Aquí tengo algo para compartir contigo también – dijo Alberto sacando el caramelo de su bolsillo.

    Mientras los cuatro discutían si comer primero el pan o los dulces, Alberto se alejó preocupado. No podía entender cómo tanta gente tuvo el coraje de abandonar a sus hijos ahí afuera, en la más profunda miseria. Quería poder hacer algo por esos niños, pero no sabía exactamente qué. Eran tantos... Si tan solo ganara un poco más... Luego volvió a pensar en el ascenso que esperaba recibir ese día. Si todo salía como imaginaba, al día siguiente traería una caja entera de bombones para Kiko y sus amigos.

    Al bajar del metro, en el centro de la ciudad, sintió un dolor muy fuerte en el pecho. Se detuvo por unos momentos, respiró hondo y el dolor desapareció. Debe ser la emoción, pensó mientras subía las escaleras mecánicas. En la acera, miró el edificio de la empresa, que estaba al otro lado de la calle, y miró una vez más su reloj. Como todavía faltaban quince minutos para su hora de llegada, sintió la necesidad de pasar por la cafetería donde siempre almorzaba y ajustar cuentas.

    – No se preocupe, doctor. Su día para hacerlo no es hasta el próximo jueves – argumentó amablemente el chico del mostrador.

    – No importa, quiero pagar hoy – insistió Alberto entregándole el dinero – . Entonces, ¿quién sabe si estaré vivo hasta el próximo jueves? – Concluyó con buen humor.

    – ¡Qué es esto doctor! Estoy seguro que todavía me iré antes que tú. ¡Con tanta salud! – Observó el dependiente devolviéndole el cambio.

    Sin embargo, apenas salió de la cafetería, Alberto empezó a sentir nuevamente el dolor en el pecho, ahora mucho más fuerte. Tenía las manos frías, le sudaba la frente y le regurgitaba el estómago, dándole ganas de vomitar. Se detuvo ante la luz que parpadeaba y, pensando que sería mejor llegar a la oficina lo antes posible, decidió arriesgarse.

    Las demás personas, que habían permanecido al otro lado de la acera esperando que volviera a cambiar el semáforo, quedaron impactadas al ver que aquel hombre se detenía repentinamente en mitad de la calle sujetándose el pecho y era cogido por un taxi que cruzaba la avenida como un rayo.

    II

    Lenita abrió los ojos asustada y vio a Felipe agachado junto a la puerta, llorando suavemente. Aun estaba bajo el impacto de la pesadilla que había tenido, pero aun así corrió hacia él:

    – ¿Qué pasó, hijo mío?

    El niño siguió llorando, profundamente sentido, sin responder. Lenita insistió:

    – Habla con mamá, Lipe, ¿sientes algún dolor?

    – Papá – tartamudeó – . Creo que lo voy a extrañar mucho...

    – ¿Qué estás diciendo, Felipe? También tuve una pesadilla extraña sobre tu padre, pero...

    – Sé que no volverá, mamá...

    Con los ojos llenos de lágrimas, Lenita lo abrazó fuerte, tratando de sofocar, en ese abrazo, el horrible sentimiento que también le estaba rompiendo el corazón en ese momento:

    – No seas así, hijo mío. Tuviste una pesadilla, eso es todo. ¿Llamamos a papá para ver si todo está bien?

    Apenas terminó de hablar cuando sonó el teléfono. Era de la oficina. Una voz desconocida le pidió a Lenita que acudiera de inmediato al lugar, alegando que Alberto no se sentía bien.

    – Pero... – tartamudeó Lenita – , ¿qué pasó? ¿No podría al menos hablar con él?

    Luego de un breve silencio, Lenita notó que la persona al otro lado de la línea hablaba en voz baja con una tercera persona:

    – Quiere saber qué pasó, quiere hablar con Alberto, ¿qué le digo?

    – Es mejor no entrar en detalles – reflexionó la otra voz – . Solo dile que venga lo más rápido posible. Es bueno que llegue antes que la gente de la morgue.

    Al escuchar esto, Lenita dejó caer el teléfono de sus manos y se puso nerviosa. El shock fue tan grande que ella se quedó en silencio. Ni siquiera pudo llorar. Al verla en ese estado, Felipe, con gran dificultad, contuvo entonces sus propias lágrimas y corrió hacia la habitación de Juliana.

    – Ju, pasó lo peor del mundo...

    – Felipe, estoy estudiando – respondió ella, sin quitar la vista del libro.

    Felipe soltó un sollozo y solo entonces notó sus ojos hinchados. Dejó caer el libro y corrió hacia su hermano pequeño.

    – Papá... Papá murió, Juliana – dijo Felipe, finalmente, y los dos se abrazaron llorando sin parar.

    Sin lugar a dudas, ese fue el día más triste de la vida de esa familia. Después del funeral, Lenita, Juliana y Felipe tuvieron la impresión que nunca volverían a ser felices. Era como si allí también hubieran terminado sus vidas, junto con la vida de Alberto.

    * * *

    Solo después de dos semanas las cosas empezarían a normalizarse. Durante los primeros quince días, aunque también estuvo muy herida, Juliana demostró ser la más fuerte de la familia. Su madre, Selene, insistió en que se mudara a su casa, pero Juliana prefirió quedarse con Lenita y Felipe, porque sabía que la necesitaban mucho en ese momento.

    Lenita apenas hablaba, no comía, ni siquiera quería bañarse. Si al principio ni siquiera había podido llorar, ahora solo sabía llorar todo el tiempo, agarrada a la foto de Alberto. Mientras tanto, Juliana cuidaba a Felipe, le contaba cuentos para animarlo, improvisaba sándwiches con lo que quedaba en la heladera, obligaba a Lenita a comer y bañarse todos los días. Hasta que perdió la paciencia y le dio un ultimátum a su madrastra:

    – Mira, Lenita. Perdí a mi padre y estoy muy triste por eso. Pero no puedo reflexionar sobre esta tristeza todo el tiempo, porque solo tengo quince años y mi vida continúa. No podemos morir porque papá murió. ¿Y Felipe, que es un niño? ¿Crees que es justo que se quede de la noche a la mañana sin padre ni madre?

    Lenita la miró atónita, sin saber qué decir. Juliana continuó:

    – Mírate. ¿Está bien rendirse así? ¡Estoy seguro que a papá no le gustaría verte así!

    – Tengo un aspecto horrible, ¿no? – Respondió Lenita mirando su propia ropa arrugada.

    – Más que horrible, Lenita, hasta pareces una mendiga desaliñada... Y pensar que eras una mujer tan hermosa, tan llena de vida... – observó Juliana.

    – Pero yo...

    – No hay peros ni medias tintas – interrumpió la chica – . O reaccionas y sigues con tu vida, o me llevo a Felipe y me mudo a casa de mi madre. ¿Es eso lo que quieres? ¡Caramba, Lenita! Aunque soy una persona desordenada, ¡ya me estoy desesperando con el desorden en que se ha convertido esta casa!

    Felipe, que escuchaba todo detrás de la puerta, aprovechó la oportunidad y añadió:

    – ¡No queda comida en el frigorífico! – Lenita los miró a ambos, suspiró profundamente y admitió:

    – Tienes razón. Que madre tan terrible estoy haciendo...

    – Y abriendo los brazos hacia ambos:

    – Pero prometo que mejoraré. ¿Me perdonan?

    Juliana y Felipe corrieron a abrazarla. Después de eso, los tres decidieron hacer una súper limpieza en la casa. Juliana se hizo cargo de los dormitorios, Lenita se hizo cargo de la sala y de la cocina, Felipe decidió ayudar con la aspiradora. Una vez finalizada la limpieza, decidieron renovar la habitación. Movieron muebles y cuadros, buscaron objetos en las habitaciones para reemplazar algunas cosas en la sala que evocaban demasiado la memoria de su padre. Al final del día, cansados y satisfechos, pidieron una pizza por teléfono e hicieron planes para el día siguiente. Los niños volverían a la escuela, Lenita iría al supermercado y luego buscaría trabajo. Incluso parecía que habían logrado deshacerse de su tristeza junto con la suciedad de la casa.

    – En mi opinión lo único que faltaba eran unas flores para alegrar el ambiente – comentó Juliana, observando la decoración, mientras devoraba una porción de pizza.

    – Y creo que la flor tenía que ser amarilla – añadió Felipe, emocionado.

    – Tu padre siempre me regalaba flores amarillas – recordó Lenita, empezando a sentirse triste nuevamente.

    – No empecemos de nuevo, ¿verdad? – Interrumpió Juliana.

    En ese momento sonó el timbre.

    – Debe ser alrededor de las ocho… ¿Quién será? – Preguntó Lenita.

    – Déjame abrirla – corrió Felipe, seguido de Juliana.

    – ¡No creo! – Exclamó Juliana tomando en sus brazos el jarrón de flores amarillas que había venido a entregar el portero.

    – La persona también dejó esta tarjeta – dijo el portero. Curiosos por lo que consideraban 'un milagro', los tres corrieron a abrir la tarjeta, que decía:

    "Lenita:

    Ayer llegué de São Paulo y escuché la noticia. Como no sabía qué decir, decidí enviar estas flores, como muestra de mi inmenso cariño hacia todos ustedes. Que traigan un poco de alegría a estos corazoncitos heridos y recuerda

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