Margaritas de Invierno
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Una historia ficticia, tan real como la vida misma.
Sin mirar atrás, Isabela, una mujer que sobrevivió a las calamidades que la vida le puso en su camino y que con corazón, coraje, sudor y lágrimas consiguió salir adelante de las miserias de este mundo, donde solo los privilegiados tienen oportunidades.
Ana Sánchez Moreno
Nacida en Castro del Río, provincia de Córdoba, el 13 de diciembre de 1952, ama de casa y residente en Badalona. En una etapa mala de su vida, para salir de su propia situación, decidió empezar a escribir y descubrió que era su vocación, hasta entonces desconocida, y continúa escribiendo hasta el día de hoy.
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Margaritas de Invierno - Ana Sánchez Moreno
Título original: Margaritas de Invierno
Primera edición: Diciembre 2015
© 2015, Ana Sánchez Moreno
© 2015, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
CONTENTS
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
CAPÍTULO 1
Caminaba por la calle entre la gente con la ropa mojada y la falda llena de barro. El pelo le caía sobre el rostro. Con las dos manos se ajustaba el chal sobre el pecho. Temblaba de frío.
Cruzó la calle y se detuvo frente a un portal. Empujó la puerta y entró. Se sacudió el chal y empezó a subir las escaleras apoyándose en la pared cada tres o cuatro escalones. Tras mucho esfuerzo, por fin, llegó a lo alto de las escaleras. Con las manos temblorosas sacó las llaves de un bolsillo y abrió la puerta de una pequeña habitación.
Entró, soltó el chal encima de la cama y se sentó en una silla. Apoyándose sobre la mesa cogió una jarra de agua y tomó un sorbo. Retirando la jarra hacia el centro, apoyó los codos sobre la mesa y se quedó con la mirada fija en el agua.
-¿Ahora qué? – Isabela se susurró en bajito a sí misma y a continuación rompió a llorar.
Acababa de enterrar a su padre y al único joven que la había querido.
Llena de rabia y de dolor gritó:
-¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué más puede pasarme?
Casi sin fuerzas recostó su cabeza sobre sus brazos cuando de repente se quedó pensando.
Entonces, empezó a recodar todo lo que había sido su vida hasta entonces.
CAPÍTULO 2
Isabela nació en un pueblecito pequeño de Lugo, en una familia humilde pero trabajadora.
Tuvo una infancia feliz junto a sus padres. Era hija única y una niña bastante alegre que muchas veces hacía reír a sus padres.
A sus once años le dieron la noticia de que iba a tener un hermano. Isabela saltando de de alegría gritó:
-¡Bien! ¡Así tendré con quien jugar!
Pasaban los meses y ella y su madre tejían y preparaban el ajuar para cuando el bebé naciera, hasta que por fin llegó el día que todos esperaban y vino al mundo un niño robusto y precioso. Pero con tan mala fortuna que su madre murió en el parto y de pronto se les rompió la felicidad.
A sus once años Isabela dejó de ser una niña feliz para verse con un bebé en sus brazos y un padre destrozado tras la muerte de su esposa.
A su corta edad tuvo que cuidar de su hermano y su padre. Éste había caído en una tremenda depresión y sin preocuparse de sus hijos dejó de trabajar y empezó a beber pasándose todo el día fuera de casa dejando sola a Isabela con el bebé.
Isabela, con la ayuda y los consejos de Pet, la mejor amiga de su madre, cuidaba de su hermano lo mejor que podía.
Un día estaba desesperada y salió en busca de su padre. Se puso delante de él y le suplicó:
-Por favor padre, reacciona. Tienes que trabajar. No tenemos dinero y hay que alimentar al bebé. Si no compramos leche morirá. A mamá no le hubiese gustado que le ocurriera nada malo. Por favor padre, ayúdame. Yo sola no puedo.
Jacobo notó como los compañeros de la cantina clavaban sus miradas en él y se sintió avergonzado. Mirando a Isabela se puso de pie, echó el brazo encima de su hija y dijo:
-Tienes razón, hija mía. A tu madre no le hubiera gustado que le pasara nada. Perdóname. He sido un egoísta. Solo pensaba en mí -y padre e hija se fueron abrazados hasta su casa donde los esperaba el bebé.
Así, cuidando día a día de su padre y su hermano pasaron seis largos años en los que Tomás se había convertido en un niño precioso que alegraba la vida de Jacobo e Isabela con sus travesuras.
Hacía tiempo que Isabela había dejado de ir a la escuela para ocuparse de la casa.
Cada día pasaba unas horas con la señora que les arrendaba la casa en la que vivían, la acompañaba a la iglesia y le hacía compañía. De esta manera ganaba un poco de dinero con el que podía ayudar a su padre en los gastos del hogar.
A sus diecisiete años, Isabela llevaba una vida tranquila, no tenía tiempo de tener amigas como otras jóvenes de su edad. Su hermano y su padre le absorbían su tiempo, pero ella se sentía útil intentando llenar el vacío que dejó su madre.
Pero parece que el destino de Isabela no era ése. Un día, a media mañana, mientras preparaba la comida en la cocina, Tomás jugaba en la calle con otros niños.
De repente, se escucharon unos gritos, el estruendo de un carruaje y el relinchar de unos caballos. Corrió hacia la calle quedándose parada al ver como la gente se amontonaba en el centro. El corazón le dio un vuelco y dijo casi gritando:
-¡Mi hermano, mi hermano!
Corrió hacia el gentío y cuando llegó, una mujer la agarró del brazo.
-No, Isabela, no. Será mejor que no mires.
Pero empujando a la mujer a un lado se hizo paso entre la gente.
Se quedó parada al ver que el que había en el suelo tirado era su hermano.
Llevándose las manos a la cabeza gritó:
-¡Tomás! -se arrodilló junto al cuerpo y cogiéndolo en sus brazos lo apretó contra su cuerpo diciendo a la vez- ¡No por favor, Dios mío!
De pronto sintió como el niño se movía entre sus brazos y retirándolo lo miró. Entonces vio como Tomás abría los ojos y decía:
-Isabela no llores.
Levantándose del suelo soltó a su hermano. Él dio dos pasos y sin que le diera tiempo a Isabela de volverlo a coger, Tomás se desplomó.
Isabela gritó:
-¡Ayudadme, ayudadme por favor!
De entre la gente salió un hombre y agachándose para coger al niño le dijo a Isabela:
-Tranquila, le llevaremos a casa del médico.
El hombre con el niño en sus brazos e Isabela a su lado corrieron hasta llegar a casa del médico que enseguida les atendió, y mientras el médico exploraba al niño, Isabela esperaba en la salita. Caminaba de un lado al otro, pero de repente se detuvo al ver al médico que caminaba hacia ella.
-Muchacha, tengo malas noticias. Me temo que tu hermano no está bien.
-¿Pero qué le pasa a Tomás? – dijo Isabela.
El médico le cogió la mano y tras una pequeña pausa le dijo:
-Tu hermano no volverá a caminar jamás.
A Isabela le temblaron las piernas y con la mirada buscó a su alrededor para sentarse. Después dijo:
-Doctor, ¿no se puede hacer nada?
-No muchacha, lo siento – decía el médico mientras le pasaba una mano por su pelo para consolarla.
De pronto se abrió la puerta bruscamente y apareció un hombre. Era su padre. Isabela se levantó y llorando dijo:
-Papá, papá, perdóname. No he sabido cuidar a mi hermano.
Su padre la abrazó mientras ella lloraba desconsolada.
De repente el médico se acercó hacia los dos.
-Calmaos, que el niño no os oiga. Acompañadme. Tengo que explicaros como debéis cuidarlo - dijo mientras les hacía pasar a un pequeño despacho e hizo que se sentaran.
Padre e hija al sentarse se cogieron de las manos y miraron al doctor como se sentaba detrás de una mesa y cogía papel y una pluma. Éste, antes de empezar a escribir, les comentó:
-Os apuntaré un remedio que tendréis que darle cada día. Tened en cuenta que ha tenido una gran lesión en la columna y tendrá dolores muy a menudo. Este es un buen remedio que le aliviará y os ruego que tengáis paciencia y le deis mucho cariño porque os va a necesitar a los dos.
Jacobo miró al médico.
-Pero doctor, ¿no hay ningún modo de que se cure?
-Me temo que no. Lo siento mucho – dijo el doctor levantando la vista.
Nuevamente la vida les había dado otro golpe duro a Isabela y Jacobo.
Pasaban los días y padre e hija estaban más unidos que nunca. Todo el tiempo lo dedicaban a cuidar de Tomás. Isabela todas las tardes cogía a su hermano sobre su espalda y lo sacaba a pasear mientras le hacía mimos, jugaba con él y hacía que se sintiera más feliz a pesar de todo.
Así pasaron varios meses hasta que llegó el invierno nuevamente.
Isabela estaba agachada delante de la chimenea avivando el fuego mientras su hermano se tomaba un plato de sopa, cuando se abrió la puerta y entró su padre que regresaba del trabajo. Isabela se levantó mientras le decía a su padre:
-Padre, enseguida te preparo la cena.
A continuación se dirigió a la cocina. Pero cuando volvió con el plato en las manos se quedó inmóvil en medio del comedor cuando vio que su padre se había sentado en una silla, temblaba de frío y le caían unas gotas de sudor por la cara. Soltó el plato en la mesa y se acercó a su padre.
-Padre, ¿qué te ocurre?
-No sé, hija. Me encuentro muy mal. Creo que no voy a cenar. Me voy a la cama.
Isabela acompañó a su padre a la habitación y dijo:
-Te traeré un vaso de leche caliente. Así te encontrarás mejor.
Volvió al comedor, cogió a su hermano y le llevó a su cuarto para que se durmiera. Lo dejó bien arropado en la cama y volvió al cuarto de su padre. Muy preocupada le preguntó:
-¿Te encuentras mejor, padre? – pero Jacobo no le contestó. Le puso las manos sobre la frente y comprobó que estaba ardiendo.
Fue a buscar un trapo y agua fría y se pasó toda la noche a su lado intentando bajarle la fiebre.
Llegó el amanecer e Isabela se había quedado dormida por el cansancio, pero un quejido de Jacobo hizo que se despertara. Le puso la mano para mirar si aún tenía fiebre y pudo comprobar que seguía ardiendo.
Empezó a ponerse nerviosa moviéndose de un lado a otro de la habitación. Estaba asustada y no sabía qué hacer.
Se decía a sí misma:
- Tengo que hacer algo. Iré a buscar al doctor.
Mientras se ponía ropa de abrigo fue a comprobar que su hermano estaba dormido. Salió de su casa, era muy temprano y apenas había gente por la calle. Muy nerviosa se fue en busca del médico.
Al llegar golpeó la puerta con los nudillos y al cabo de unos minutos se abrió la puerta y apareció una señora mayor.
-¿Qué quieres muchacha?
-Por favor, necesito que el doctor venga a mi casa. Mi padre está muy enfermo.
La señora abrió un poco más la puerta mientras decía:
-El doctor no se encuentra en casa. Déjame tu dirección y cuando vuelva le diré que vaya hacia allí. Pero me temo que tardará un poco porque se encuentra en la ciudad atendiendo a otro paciente.
Mientras Isabela le anotaba su dirección en una hoja le rogaba a la mujer que le dijera al médico que era urgente y que fuera lo antes