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En tiempo de naufragios
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En tiempo de naufragios
Libro electrónico81 páginas1 hora

En tiempo de naufragios

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Información de este libro electrónico

Para cada individuo el hecho de hacerse mayor, de convertirse en anciano, es una prueba más a la que le somete la vida y durante la cual, y hasta que deja de existir, todo aquello de lo que ha dado por seguro suele tambalearse.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2012
ISBN9781466192232
En tiempo de naufragios
Autor

Aurea-Vicenta Gonzalez

Avid reader, writer.Ferviente lectora, escritora.

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    En tiempo de naufragios - Aurea-Vicenta Gonzalez

    EN TIEMPO DE NAUFRAGIOS

    -NOVELA-

    AUREA-VICENTA GONZÁLEZ MARTÍNEZ

    R. P. Intelectual: V-35-12

    ISBN: 978-1-4661-9223-2

    PROLOGO

    Suele decirse de la ancianidad que es un tiempo de naufragio.

    Para cada individuo el hecho de hacerse mayor, de convertirse en anciano, es una prueba más a la que le somete la vida y durante la cual, y hasta que deja de existir, todo aquello de lo que ha dado por seguro suele tambalearse.

    Llegado el momento, el ser humano se adapta, se reinventa, a veces hasta se descubre realmente a sí mismo y puede que naufrague, hundido el barco de las expectativas, pero su entendimiento le hará vislumbrar, desde la tabla a la deriva a la que se agarrará en medio de la vorágine si no ha perdido el instinto de conservación, que simplemente pasamos hollando el polvo del camino y lo vamos despejando para los siguientes.

    Todos los personajes, situaciones y nombres son ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

    DEDICATORIA:

    A mis cinco hijos, mi quinto libro.

    CANTO DE MI MISMO

    Mira siempre la lejanía. El espacio exterior es ilimitado.

    Cuenta siempre lo más posible. El tiempo en torno es ilimitado.

    WALT WHITMAN

    CAPÍTULOS

    I. MAÑANITA DE LUNES

    II. TODA UNA VIDA

    III. EL SIGUIENTE

    IV. PESCANDO EN LA ORILLA

    V. MAÑANITAS DE DOMINGO

    VI. FIN DE CUENTAS

    CAPÍTULO PRIMERO

    Mañanita de lunes

    Pienso que aunque Inés no tiene muy claro lo de incomodar a su primo Pascual con una visita sorpresa la necesidad la apremiará a ser descortés y habrá de llamar a su pariente.

    Mi mujer odia sinceramente y con ahínco tanto el tener que molestar a los demás o el que invadan su espacio de forma sorpresiva pero en la costera ciudad de Termas, y a estas alturas del verano, en las que agosto está casi finiquitado, no hay alternativas de hospedaje salvo las astronómicamente desorbitadas de precio, en alguna desocupada habitación de un hotel de lujo, o, ir a alojarse con la parentela.

    El asunto que se trae entre manos y el sentido de responsabilidad la mantienen despierta y no la han dejado descansar. La veo pasar, arriba y abajo, por delante de la puerta del cuarto, meditabunda y cabizbaja.

    Noto que pese a estar bien cerradas todas las ventanas, del lago, empieza a deslizarse la humedad y llega hasta estas viejas paredes; hace fresquito en casa en esta madrugada del 27 de agosto; me sobresalta pensar que ya hemos llegado al 2012, año bisiesto y nefasto según todos los augurios: ¡Paparruchas!

    Soy de la opinión de que, pese a la intromisión que representará su estancia en la minúscula casa familiar, su primo, el irredento solterón, la recibirá como siempre lo ha hecho en cuanto le ha dado ocasión: con los brazos abiertos.

    El trastorno que ha de suponer la intempestiva llegada de Inés en la rutinaria vida de este pacífico y sosegado pariente pasará a ser algo baladí para el bonachón hombre en cuanto ella le haga partícipe de los motivos de su desplazamiento y, estoy seguro de ello, se aprestará a colaborar activamente con mi esposa.

    Desde mi fresco lecho la observo, envuelta por los suaves halos de claridad que el amanecer empieza a prestarle a su diminuto cuerpo mientras ella, que se ha detenido de pronto, mira completamente absorta una de las fotografías que tenemos sobre la repisa de la chimenea y que por el tamaño estoy seguro de que se trata de la de Rosa Lampadina, la veneciana, mi temporal y antigua colaboradora en el cuerpo de policía de Termas y su familia.

    Me arropo hasta el cuello con la familiar sábana de fino algodón egipcio y cierro un momento los ojos algo cansados de la semipenumbra en la que he estado espiando. Mi mente evoca con precisión la imagen de la imagen enmarcada: Lampadina en el centro, espléndida en toda su estatura, firmemente asida por la cintura por Carlo, el marido que le saca toda la cabeza de tamaño y ambos rodeados de su hermosa descendencia, los tres chiquillos que la esforzada madre ha traído a este valle de lágrimas y de los que, me lo confieso a mí mismo avergonzado, no recuerdo ahora mismo los nombres. Voy olvidando cosas que sí me importan y las que me chinchan se apoderan de mí como inoportunas y repelentes lapas, ¡Córcholis!

    Vuelvo a abrir los ojos para espantar malos pensamientos y tras sentarme en la cama descubro con alegría que decididamente ya alborea e Inés está acariciando el frío cristal que tiene aprisionado el retrato de marras con las yemas de los dedos. Siempre me ha gustado esa mezcla de decisión y ternura con la que mi esposa ha sido bendecida; intuyo que sonríe y llora al tiempo pues ahora se afana por secar enérgicamente, con la orilla del leve camisón que la cubre y que será el responsable de que mi niña grande se enfríe, alguna lágrima que sin duda ha humedecido el costoso contenedor de recuerdos y tras ello, recuperado sin duda el control, vuelve a colocarlo en su sitio dando un golpe con excesiva fuerza.

    Está claro que no puede dejar de ir a Termas y únicamente con el gesto que acaba de hacer, comprendo que ya ha dado el primero de los pasos hacia allí; me mantengo arteramente callado y estoy muy divertido ya que casi puedo ver, físicamente plasmado, lo que se trajina en su pequeña cabecita de canosos rizos.

    Pienso que podría delegar en cualquier profesional solvente los enjundiosos papeleos con los que ha de lidiar en los próximo días y ahorrarse así las incomodidades de una vuelta a la ruidosa ciudad, más, según ella, no es posible llevar a efecto, de modo adecuado y con la discreción necesaria, todo lo que se ha propuesto y tanto ha venido discutiendo con José a través del intercambio de las interminables llamadas que últimamente él hace desde su retiro tras el penoso encierro. Yo, por mi parte, les tengo preparada a ambos una sorpresita digna de mi mala idea.

    Acabo de sentir físicamente una violenta punzada de reconcomio ante el recuerdo de José, mi mano derecha durante tantos años, mi amigo del alma, el hombre que apadrinó al querido niñito que tuvimos la desgracia de perder tan joven…

    -Inés –grito con voz descontrolada-, deja ya de dar vueltas, mujer.

    -¡Qué susto me has dado, criatura! Mira que eres bruto, ¡caramba! Yo aquí preocupada y tristona y tú gritándome.

    -Perdona, cariño, no me lo tomes a mal –procuro modular la voz pues al acercarse al lecho la incierta claridad me la

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