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Entre la noche y el alba
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Libro electrónico338 páginas5 horas

Entre la noche y el alba

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Roberto, abogado de una compañía de seguros, es requerido por su buena amiga Blanca para que se haga cargo de la defensa de uno de sus empleados que ha sido detenido por la Guardia Civil acusado de su intervención en un robo. A partir de ese momento, mientras se dilucida la autoría de Jorge en los hechos delictivos durante el desarrollo de un dilatado proceso judicial, van surgiendo una serie de vicisitudes que pone de relieve cómo puede cambiar radicalmente la vida de las personas por diferentes circunstancias del destino y la actitud con la que se afrontan dichos cambios ante hechos sobrevenidos relativos a la dualidad entre amor y desamor, esperanza y desesperación, y en definitiva sobre la felicidad y desdicha de las personas.
"Situaciones antagónicas y a su vez separadas por una línea tan sutil como sucede entre la noche y el alba."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jun 2016
ISBN9788494575716
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    Entre la noche y el alba - Juan Esteban Gascó

    PALOMAR

    I

    - ¡Felicidad, buenos días!- exclamó Roberto, con un tono exultante, nada más ver a la secretaria de dirección. Sentada frente al monitor de su ordenador, aunque con la mirada ausente, Fe le ofrecía su perfil diestro, mientras sus ligeros dedos se deslizaban por el teclado a una velocidad vertiginosa.

    Hasta ahora se había acostumbrado a recibir, puntualmente a las ocho de la mañana, los somnolientos aunque corteses buenos días de su jefe, por lo que la impetuosidad del saludo sobresaltó sobremanera a la atareada secretaria, que no se apercibió de la presencia de Roberto hasta escuchar su nombre sonando de forma rimbombante.

    Aunque la sorpresa fue mayúscula por la inesperada y efusiva entonación, no menos sorprendente fue el hecho de que la mentara por su nombre de pila. No le traía gratos recuerdos, ya que únicamente había sido empleado por las monjas de su colegio cuando de niña le reprendían. Todo el mundo le llamaba Fe, por lo que la falta de costumbre le hizo dudar por un instante que el saludo fuera dirigido a ella. Tras asimilarlo en décimas de segundo, se dispuso a contestar reprochando que la hubieran llamado así, ya que no era de su agrado. Sin embargo, rápidamente reflexionó sobre la inconveniencia de corregir de forma airada al recientemente nombrado director, con el cual todavía no tenía la suficiente confianza como para mostrar su, a veces, carácter endiablado. El mal genio, que muy de vez en cuando sacaba a relucir, le había supuesto algún que otro disgusto, pero la experiencia que había adquirido durante sus veintidós años en la empresa, desempeñando funciones de secretaria de dirección, le había enseñado que era mejor cultivar el arte de la prudencia, que sacar a pasear su furia desenfrenada. Su veteranía, unida a sus dotes de gran observadora, la convirtió en una experta conocedora del carácter de las personas. Había sido secretaria de cinco directores distintos, y conforme éstos se sucedían en el cargo, tenía mayor facilidad para catalogarlos, adaptándose de forma inmediata, como si de un camaleón se tratara, a los diferentes estilos de dirección, con sus virtudes y defectos, pero sobre todo había tenido la habilidad de descubrir y amoldarse a la perfección a las innumerables manías de sus superiores.

    Roberto la tenía desconcertada. A pesar de que tan sólo ostentaba el cargo de director desde hacía dieciocho días, para Fe era tiempo más que de sobra como para conocerlo en profundidad. No obstante albergaba innumerables dudas sobre su personalidad. Fe conocía a Roberto desde hacía doce años cuando éste se incorporó a la empresa como administrativo en el Departamento de Recursos Humanos, en el año mil novecientos noventa y cuatro. Durante los dos años que desempeño sus funciones en este departamento, Roberto pasó desapercibido para Fe. La primera vez que lo vio le llamó poderosamente la atención. Sus incipientes canas, para una persona de veinticuatro años, le daban un toque de madurez que le hacía más atractivo. No destacaba por ser guapo, pero su cuerpo atlético y su embaucadora mirada resultaban cautivadores. Para rematar, a Fe, cuya pasión era la moda, le encantaba la elegancia con que vestía, por lo que sintió una especial atracción por él. Sin embargo en cuanto averiguó que era una persona recién y felizmente casada dejó de interesarse por Roberto. Solamente recordaba que su contratación sentó un precedente en la compañía. Era la primera vez que para un puesto de administrativo se contrataba a una persona con estudios universitarios superiores. Su buen hacer durante este periodo, sumado a su condición de letrado, aunque efímera, pues previamente a su incorporación a la empresa, sólo ejerció la profesión como pasante en un modesto bufete de abogados durante poco más de un año, le brindó la oportunidad para integrarse en la Asesoría Jurídica de la entidad.

    Si en aquella primera etapa, las relaciones entre Fe y Roberto, se limitaron a poco más que esporádicos encuentros casuales por los pasillos y en el ascensor, las cosas no cambiaron mucho durante los cuatro primeros años de Roberto en el Área de Asesoría Jurídica. El número de empleados de la delegación de Valencia, rondaba los doscientos, distribuidos en diez plantas, circunstancia ésta, que unida a la falta de conexión entre el trabajo desempeñado por cada uno de ellos dificultaba un acercamiento entre ambos. El contacto era prácticamente nulo, pero a oídos de Fe ya iban llegando rumores acerca de un compañero con fama de trabajador infatigable, siendo el primero en entrar a trabajar y el último en abandonar el edificio. Esta situación producía incomodidad en el personal de la empresa al entender aquella actitud como una falta de compañerismo, por dejarlos en evidencia frente a la dirección, ya que ellos se limitaban a cumplir estrictamente su horario laboral. Su entorno más cercano sabía que era un excelente compañero, siempre dispuesto a ayudar, pero frente al resto de empleados se había ganado una reputación de persona despiadada, con una ambición desmesurada, fruto de lo cual, pensaban, consiguió erigirse en el responsable del Área de Asesoría Jurídica. La consecución de la capitanía del departamento jurídico con tan sólo cuatro años de bagaje acrecentó la leyenda de que no tenía escrúpulos y que actuaba como una apisonadora devastando todo lo que se cruzaba en su camino, con tal de conseguir sus propósitos. Roberto había luchado duro para obtener tan merecida recompensa a su esfuerzo. Sus colegas, en su fuero más interno reconocían que era justo acreedor del nombramiento, pero no dejaba de molestarles el hecho de que el último en llegar a un departamento de tan reputado prestigio en la compañía, hubiera echado al traste las ilusiones de abogados con mayor antigüedad, ansiosos por ostentar la jefatura de Asesoría Jurídica. Todavía recordaban cuando trataban al neófito, al que algunos doblaban en edad, como si fuera un botones, y como sin apenas darse cuenta se había transformado de un inexperto abogado, a uno al que sus compañeros le pedían consejo. Parecía imposible que en tan breve espacio de tiempo hubiera evolucionado de forma tan considerable, pero la explicación residía en su devorador interés por el aprendizaje. No era más inteligente que los demás, pero tenía la astucia de un zorro, y una capacidad analítica inusual, que le permitía, como a una abeja, extraer el néctar más jugoso de cada flor, seleccionando y haciendo propias las virtudes de cada uno de los que consideraba habían sido sus maestros. Su elección supuso una ruptura de moldes en una empresa donde tradicionalmente la antigüedad laboral tenía un gran peso específico, y ello generó malestar en los veteranos entre los que se encontraba Fe.

    Durante el transcurso de los seis años en que Roberto dirigió la Asesoría Jurídica, se ganó el respeto y admiración de los suyos, tanto de los mayores, gracias a su ecuanimidad, como de los jóvenes, a los que el mismo había seleccionado e incorporado a su departamento, que veían en él un ejemplo a imitar. Igualmente varió la opinión de la mayoría de los empleados de otros departamentos. Ya no consideraban que Roberto hubiera sido un oportunista que maquiavélicamente se había hecho con el poder, sino que reconocían abiertamente que su ascenso fue debido a méritos propios. En este periodo Fe empezó a tener mayor relación con Roberto, habida cuenta que éste departía asiduamente con el director. El trato entre ambos era correcto, pero nunca llegó a trascender más allá de lo estrictamente profesional. No intimaron lo bastante para que Fe se hiciera una idea aproximada de cómo era Roberto realmente. Estaba convencida de que Roberto se mostraba tan distante con ella debido a su excesiva timidez, y no le faltaba razón. Tampoco tenía especial interés en establecer vinculación alguna con él, pues si bien es cierto que su opinión respecto a Roberto, había dado un giro de ciento ochenta grados, tenía la ligera impresión de que era una persona demasiado seria e inaccesible por su carácter introvertido, por lo que no malgastó su tiempo en estrechar lazos con él.

    Cuando se comunicó oficialmente la inesperada designación de Roberto Sellés, que por entonces contaba con treinta y seis años, como Director Territorial de la Comunidad Valenciana de Seguros Atenea, Fe se sintió como en fuera de juego. Podría decirse que tenía asegurado su puesto de secretaria de dirección con el resto de candidatos al cargo, ya que todos ellos la tenían en alta estima por su valía, pero Roberto era una incógnita. Fe barajó la posibilidad de que Roberto fuera el elegido, dado que su, hasta ahora, director tendría la última palabra, por haber sido ascendido a Director Nacional. Nadie mejor que él conocía a su equipo de dirección, y Fe sabía de muy buena tinta que Roberto era su ojito derecho. Le había aconsejado en decisiones estratégicas trascendentes para la entidad, que habían obtenido un resultado óptimo. Asimismo valoraba la lealtad de Roberto, por lo que la plaza de Valencia sería una preocupación menos en su nuevo cometido como Director Nacional. Tenía la firme intención de promover grandes cambios en las otras delegaciones regionales y necesitaba apoyarse en gente de su entera confianza. Aun así, Fe albergaba la esperanza de que se mantuviera la tradición de que siempre los directores nombrados provenían del área comercial. Roberto poseía grandes aptitudes, pero era inexperto en la rama comercial, que era la esencia de una aseguradora. Parecía lógico que esta opción fuera desestimada.

    Sin embargo, de nuevo Roberto fue causa de ruptura de una costumbre tan arraigada, y el viernes veintiocho de abril de dos mil seis, último día laborable antes de la festividad del día del trabajo, fue anunciado como nuevo director. La decisión no estuvo exenta de críticas, provenientes en su mayor parte de la red comercial, que vislumbraban un atisbo de intrusismo en lo que hasta la fecha se había convertido en algo institucional. No obstante, los empleados de Administración aceptaron de muy buen grado la noticia. Consideraban a Roberto como un abanderado de sus, hasta entonces, mutiladas expectativas de éxito profesional. Lo bien cierto es que el nombramiento no dejó a nadie indiferente, pero sobre todo si había una persona a quien le afectaba de pleno era, sin ningún género de dudas, a Fe. Le aterraba la idea de que Roberto prescindiera de sus servicios y la sustituyera por alguien de su confianza. Ni mucho menos cruzó por su mente la mera posibilidad de ser despedida, pero tan sólo imaginar que la recolocarían en otro puesto le hacía sentir escalofríos. Desde que se incorporó a la empresa con dieciocho años recién estrenados, siempre había sido secretaria de dirección. Nunca había tenido aspiraciones de prosperar profesionalmente y ostentar un cargo de mayor responsabilidad, a pesar de que alguno de sus jefes se lo había sugerido. Su sedentarismo le hacía encontrarse cómoda en su puesto. Además, se sentía plenamente realizada profesionalmente pues había crecido al unísono con la compañía, que había pasado de ser una modesta aseguradora, a liderar el mercado nacional. Ella se desenvolvía en su puesto como pez en el agua y si saltaba de su pecera sabía que le faltaría el aire.

    A mayor abundamiento, en los últimos días Fe no estaba atravesando por uno de sus mejores momentos anímicos, debido a problemas familiares. Su madre estaba pendiente de obtener los resultados de una analítica cuyos presagios no eran muy halagüeños, motivo por el cual, apartó a un segundo plano el interés por quién fuera designado como director. El desinterés se tornó en desaforo, cuando su, desde ese momento, ex director territorial personalmente y en presencia de su sucesor le confirmó quién había sido el electo. En los escasos dos minutos que duró la fugaz conversación, apenas dio tiempo a que Fe le diera una fingida enhorabuena a Roberto y éste le contestara: Muchas gracias, el martes hablaremos con mayor tranquilidad, pues comienza una nueva etapa en nuestras vidas. Disfruta del fin de semana. Seguidamente le indicaron que le iban a pasar el comunicado del nombramiento para que lo distribuyera por correo electrónico a todo el personal de la empresa, encerrándose ambos directivos en el despacho, con la consigna de no ser molestados.

    Eran casi las tres del mediodía, cuando obedientemente Fe procedió a cumplir las instrucciones sin recapacitar siquiera sobre la trascendencia del mensaje, hasta que los compañeros de planta se fueron aglutinando en corros, comentando la que consideraban una noticia bomba, a la par que el teléfono echaba humo. Entre tanto bullicio, Fe estaba absorta, hasta el punto de no atender las llamadas, mientras en su mente únicamente retumbaba una y otra vez, como si de una sentencia condenatoria se tratara, la frase comienza una nueva etapa en nuestras vidas.

    Llegadas las quince horas la muchedumbre comenzó a abandonar las oficinas con celeridad semejante a la de un desalojo por aviso de incendio y Fe quedó sumida en la más absoluta soledad. Esperó un cuarto de hora más, ordenando papeles que ya estaban ordenados, cambiando carpetas de sitio y volviéndolas a colocar en su ubicación anterior, así como leyendo informes sin apercibirse del contenido de los mismos. Nada de lo que hacía tenía sentido, ni era capaz de pensar en algo diferente a la frase lapidaria que continuaba revoloteando por su cabeza. Simplemente estaba haciendo, o más bien perdiendo, tiempo para forzar un encuentro fortuito con Roberto y que le aclarase, aunque fuera someramente, las intenciones que tenía respecto a ella. Era previsible que los dos directivos salieran en breve del despacho, teniendo en cuenta la hora que era y que todavía no habían comido, por lo que Fe estaba agazapada a la espera de que asomase su presa. Finalmente recapacitó, apercibiéndose de lo inoportuno de interpelar a Roberto a quemarropa, siendo además, que ni ella misma tenía claro si la expresión proferida por Roberto tenía connotaciones positivas o negativas para su futuro, por lo que prefirió esperar estoicamente hasta que llegará el próximo martes. Apagó su ordenador, y echándose al hombro su carísimo bolso de piel marrón, decidió irse a casa sin despedirse de sus jefes.

    El largo fin de semana, parecía no tener fin. A la preocupación por la enfermedad de su madre, se le sumaba el desasosiego por la incertidumbre de su destino profesional. Fe sabía de sobra, que sus encantos personales no iban a ser suficientes para hacer sucumbir a Roberto. Aunque estaba a punto de cumplir los cuarenta, aparentaba diez menos. Todavía despertaba miradas furtivas de sus compañeros, incluidos los más jóvenes, cuando pasaba por delante de ellos. El contorneo de los andares de la guapa rubia de pelo ensortijado no dejaba indiferente a nadie. Con su simpatía natural, lograba camuflar su mal genio y todos comían en su mano. Pero eran sus hipnotizadores ojos azules con los que encandilaba a todos. A todos, menos a uno.

    Que habría querido decir Roberto cuando le dijo: Comienza una nueva etapa en nuestras vidas se auto interrogaba incesantemente. Por más que Fe intentaba convencerse a sí misma de que la expresión era intrascendente, y que quizá significara que la nueva etapa a la que se refería Roberto iban a acometerla unidos, el pesimismo que le invadía le llevaba a la conclusión de que sus días como secretaria de dirección estaban contados y por ello Roberto le había advertido de una nueva etapa por separado para ambos. La duda le corroía lentamente y tenía la imperiosa necesidad de compartir con alguien sus inquietudes. En primera instancia pensó en pedir opinión a su pareja, pero en seguida desestimó esta opción. Tan sólo llevaba unas semanas saliendo con él y le había defraudado la actitud distante mostrada por éste cuando le contó lo de la enfermedad de su madre, por lo que no vio oportuno contarle su preocupación laboral. Obviamente hablar con amistades, no solucionaría nada. Éstos tratarían de consolarla, y aunque palabras de aliento no le vendrían nada mal, no serían veraces. Era evidente que los únicos que podían tener una opinión formada al respecto, con cierta credibilidad, eran sus compañeros de trabajo. Las fuentes más fidedignas eran las del departamento de Asesoría Jurídica, pero con la única que tenía verdadera amistad era con la secretaria de Roberto, la cual podía ser su rival aspirante al trono, por lo que quedaba totalmente descartada. Únicamente le quedaba Carlos Penella, su, hasta la fecha, director. Con él había compartido los últimos seis años de vida laboral y seguro sabía a ciencia cierta qué iba a ser de su futuro. Pero el infortunio se alió con la maldita casualidad de que precisamente ese fin de semana, era uno de los pocos en todo el año en que Carlos iba a disfrutar de su pasión por la pesca, aislándose como monje de clausura, sin conexión con el mundo real.

    En vista de las circunstancias Fe no tuvo más remedio que resignarse y portar a solas la cruz de su duda. Pasó el largo fin de semana en casa de sus padres, para estar a su lado en un momento tan difícil, pero se le hizo eterno. Conforme pasaban las horas su desasosiego se transformaba en ansiedad y en ocasiones rozaba la angustia. Las noches de insomnio del viernes, sábado y domingo habían dejado maltrecho su cuerpo y su cerebro estaba a punto de explotar, hasta que al borde de la desesperación, la noche del lunes, antes de acostarse, se dio cuenta que la suerte estaba echada y que era absurdo mortificarse más. Decidió recuperar una antigua e insana costumbre que había abandonado diez años atrás, y acompañado de un güisqui de malta de doce años, se fumó un cigarrillo rubio que sigilosamente hurtó de la pitillera de su padre. Dejó consumir en el cenicero los últimos suspiros del cigarrillo y apurando hasta la última gota el delicioso escocés, como si del elixir del sueño se tratara, cayó profunda y plácidamente en brazos de Morfeo, hasta que pasados quince minutos de las siete de la mañana se despertó en el sofá del salón.

    Exactamente una hora después, Fe llegaba a la oficina con el corazón en un puño. Se podía contar con los dedos de una mano las veces que había llegado tarde en su dilatada trayectoria, y precisamente el día en que Roberto, amante de la puntualidad, se estrenaba como director, ella no estaría en su puesto. Se dirigió con paso acelerado hacia su mesa, filtrando su mirada, conforme se acercaba, entre las cortinillas entreabiertas del despacho de Dirección. La luz estaba apagada, por lo que procedió a encenderla como acostumbraba cada mañana. Quitó el contestador automático de su teléfono y se sentó exhausta, reclinándose sobre el respaldo de su silla hasta recobrar el aliento. Seguidamente se preparó un café bien cargado, y ya más sosegada, se dispuso a comenzar sus quehaceres diarios, sin ser capaz de concentrarse ni un ápice. Le parecía ridículo haberse puesto nerviosa por el mero hecho de llegar quince minutos tarde a la oficina. Al fin y al cabo si la decisión estaba tomada de antemano, era irrelevante. Sin embargo, cabía la posibilidad de que Roberto todavía no se hubiera decidido, y era tal su deseo por continuar de secretaria de dirección, que no quería cometer el más mínimo desliz, por insignificante que fuera, para inclinar el peso de la balanza en su contra.

    Pasaban los minutos y Roberto no daba señales de vida, lo cual era extremadamente insólito. Aun así, nadie en la última planta le dio la menor importancia. Pero Fe, necesitaba imperiosamente tener noticias de él. Constantemente consultaba la hora de la pantalla de su ordenador, acotando cada vez más los intervalos de tiempo, hasta reducirse prácticamente a cada minuto. Su ansiedad crecía a pasos agigantados y la tentación de la nicotina estaba a punto de ganar la batalla a la resistencia, cuando de pronto, a las nueve sonó el teléfono. Fe comprobó estupefacta que el número que reflejaba la pantalla de su aparato era el de la jefatura de Asesoría Jurídica. Descolgó el auricular y al otro lado de la línea se oyó una voz seca que amablemente le pidió que pasara por su despacho. Sin más, Fe se encaminó con paso tembloroso hacia la guarida del lobo. A los veinte minutos ya estaba de vuelta en su sitio sana y salva. Roberto le explicó que necesitaba un tiempo para conocer el terreno y organizarse, pero también era consciente de que la maquinaria no podía parar, por lo que en principio iba a seguir una línea continuista con Carlos Penella. Sin cambios traumáticos. Por supuesto, la figura de secretaria era pieza clave en el engranaje y ahí entraba en escena Fe. Roberto le dijo sin tapujos que hubiera preferido ofrecer el cargo a Manuela, su secretaria en Asesoría Jurídica, ya que la compenetración entre ambos era perfecta. Sin embargo se inclinó por demorar la decisión y darle momentáneamente una oportunidad a Fe. Por un lado Manuela era casi imprescindible en su departamento y su salida hubiera supuesto un flaco favor tanto para los letrados internos como externos. Por otro lado, la experiencia de Fe, podría ser de gran ayuda para Roberto en su nueva andadura, que seguro no estaría exenta de zancadillas. Roberto le indicó que todas las referencias sobre ella eran estupendas, pero que deseaba comprobar por sí mismo si era la persona adecuada. Para él no era suficiente que reuniera las mejores aptitudes. Necesitaba que emergiera una sinergia entre ambos y eso se vería en pocos días. Eso sí, concluyó Roberto: No me valen medias tintas. Para trabajar a mi lado la implicación debe ser la máxima. Roberto se despidió de Fe, hasta la mañana siguiente. No tenía intención de ocupar ese día su nuevo despacho, por si acaso aparecía Carlos Penella, el cual no se incorporaba a su nuevo destino hasta el día tres de mayo, por la festividad del día de la Comunidad de Madrid. Le parecía una profanación de la intimidad de Carlos, el hecho de usurpar la que podía considerarse su segunda casa, antes de que se hubiera despedido definitivamente de la misma.

    Tras el matutino y breve encuentro, Fe recobró la serenidad. El partido no había terminado, pero de momento el marcador estaba a su favor, por lo que tenía la moral por las nubes. Después de la tempestad del fin de semana, le llegó el turno a la calma. Comenzaba la carrera en la pole position y le tranquilizaba saber que difícilmente le arrebatarían el triunfo. Dependía de ella misma, así que utilizando sus armas sería la vencedora final.

    Sin embargo conforme transcurrían las jornadas, Fe iba perdiendo seguridad en sí misma. A pesar de sus esfuerzos por agradar a Roberto, notaba que éste se mostraba distante. Había puesto especial celo en no cometer ningún error, y lo había conseguido, pero se agotaba el tiempo y la sinergia a la que Roberto había hecho alusión, no asomaba por ninguna parte. Los que conocían bien a Roberto decían de él que en apariencia tenía una doble personalidad. Era una persona muy seria, excesivamente seria a primera vista, pero si rascabas un poco en su piel, salía a relucir su peculiar sentido del humor. Con las personas con quien se encontraba muy a gusto siempre estaba bromeando. Fe estaba descorazonada pues todavía no había conseguido vislumbrar la escondida vertiente alegre. No sólo no había sido víctima de una leve broma por parte de Roberto, sino que ni tan siquiera le había visto esbozar una ligera sonrisa en tres semanas, lo cual era un síntoma evidente de que no habían congeniado.

    Únicamente cabía dar rienda suelta a la paciencia y a la esperanza, confiando en que cambiara el sentido del viento, pero la fatalidad de la confirmación de la grave enfermedad de su madre, precipitó que Fe tuviera que coger el toro por los cuernos y afrontar el final de la partida con urgencia, sin esperar a que se dieran condiciones más favorables para que Roberto le diera el visto bueno definitivo. Fe se encontraba atrapada en un callejón sin salida. Estaba convencida de que no llevaba cartas ganadoras para jugar la última mano, pero era preciso comentarle a Roberto su situación familiar y las repercusiones que tendría en el trabajo. Recordaba la literalidad de las últimas palabras de Roberto cuando le dijo: No me valen medias tintas. Para trabajar a mi lado la implicación debe ser la máxima. Justo en ese inoportuno momento de su carrera profesional era cuando menos podía ofrecer su plena dedicación, debido a las circunstancias familiares. La incertidumbre de desconocer cómo reaccionaría Roberto cuando le comunicase que necesitaba ausentarse durante unos días, quizá hasta un mes, para el cuidado de sus padres, le generaba una tremenda zozobra. Se reprochaba a sí misma el hecho de no haber sido capaz, no ya de ganarse a Roberto, sino de no poder haber hecho un diagnóstico preciso de su personalidad, faceta ésta de la que presumía casi hasta la soberbia, para saber cuál sería el desenlace. Aun así no tenía más remedio que hablar con su jefe. Decidió que esa mañana cuando éste volviera del juicio que tenía señalado, le contaría sus problemas personales y cuáles eran sus planes, a pesar de que éstos pudieran contrariar a Roberto, e influir en su decisión.

    Fe había preparado minuciosamente como abordar a Roberto para plantearle su intención de ausentarse unos días para atender a sus padres, sin que tal circunstancia pudiera decantar la moneda en el sentido no deseado, pero cuando llegó el crucial momento y Roberto se presentó en la oficina con el altisonante -¡Felicidad, buenos días!-, le entró el miedo escénico y todo su concienzudo planteamiento inicial se desmoronó por completo.

    Si bien supo frenar a tiempo su ímpetu de contestar con descortesía, no fue capaz de articular palabra y devolver el saludo a Roberto, quien apercibiéndose de que la había pillado desprevenida repitió ya de forma más suave - Felicidad, buenos días, parece que te he dado un susto que te ha hecho enmudecer.

    - No que va, tan sólo que me ha sorprendido mucho que me llames Felicidad- respondió Fe, después de carraspear un poco.

    - Espero que a partir de ahora no te extrañes, ya que en adelante, si me lo permites, te llamaré Felicidad. ¿Sabes? El otro día mientras echaba un vistazo a las fichas de personal, descubrí que tu nombre era Felicidad, y aunque me llamó la atención no le di la mayor importancia. Sin embargo esta mañana cuando venía paseando hacia aquí, me he dado cuenta que tienes un nombre precioso.

    Conforme Roberto iba hablando, la cara de Fe iba adoptando expresiones distintas. Comenzó frunciendo el ceño a la par que se mordía la lengua para evitar decirle que no le iba a conceder la licencia de llamarle Felicidad. Seguidamente mientras recapacitaba sobre lo inconveniente de plasmar sus intenciones, su semblante adquirió un aspecto sereno, hasta que finalmente enarcó las cejas mostrando su incredulidad mientras repetía con tono interrogante - ¿Precioso, de verdad te parece un nombre precioso?

    - Bueno, he de reconocer que a primera vista parece un nombre cursi, y quizás no sólo lo parezca sino que verdaderamente lo sea, pero esta mañana al recordar cómo te llamabas, he reflexionado sobre su significado, y durante la larga pero reconfortante caminata desde el juzgado, me he replanteado muchos aspectos de mi vida que estaban siguiendo un rumbo equivocado. Tan sólo pronunciar tu nombre, como si de una palabra mágica se tratara, me produce una sensación de enorme bienestar, por lo que si no tienes inconveniente, desde hoy te llamaré Felicidad, y espero que si en alguna ocasión se me olvida, me rectifiques de inmediato.

    Fe pasó de la incredulidad a la perplejidad. No daba crédito a lo que estaba escuchando y de nuevo se quedó cariacontecida y sin habla, por lo que otra vez Roberto reanudó la conversación diciéndole – Me encuentras muy cambiado ¿verdad?

    - No sé- empezó titubeando. - Quizás pareces más contento que de costumbre. Debe haberte ido muy bien en el juicio- musitó tímidamente Fe.

    - ¡Contento!, estoy eufórico- rectificó Roberto, mientras tomaba asiento colgando su chaqueta en el respaldo de la silla y dejando su maletín en el suelo. -El juicio ha ido mucho mejor de lo esperado. Está mal que yo lo diga, pero he estado brillante. Hasta el juez me ha felicitado personalmente y cuando estrechaba la mano de mi colega, he percibido en su mirada la enhorabuena que me transmitía, pero que por estar en presencia de su cliente no ha querido decirme de palabra. Era un caso complicado, al que había dedicado muchas horas y que había preparado hasta el último detalle. Sin duda, el exitoso resultado es la consecuencia del trabajo bien hecho. Pero no estoy eufórico por ello, sino porque esta mañana ha sido muy fructífera en reflexiones y toma de decisiones de las que estoy convencido que son acertadas. Cuando abandoné la sala de vistas, salí apresuradamente a coger un taxi a la puerta de los Juzgados para que me trajera lo más rápido posible a la oficina, ya que me esperaba una mañana muy

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