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Historias secretas de un ginecólogo
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Libro electrónico313 páginas4 horas

Historias secretas de un ginecólogo

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Información de este libro electrónico

Federico Zapata Pérez es un profundo observador de la naturaleza humana. Sus historias parecen delirios, pero coherentes y enhebradas con una imbricación certera y calculada. Ya tienes entre tus manos la primera de las que deben ser muchas de las novelas de este nuevo escritor. Prepárate para quedarte boquiabierto con sus relatos salidos de la vida misma.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ene 2023
ISBN9791222065052
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    Historias secretas de un ginecólogo - Pérez Federico Zapata

    1.png
    Federico Zapata Pérez

    NOVELA

    Cualquier parecido con la realidad,

    es pura coincidencia.

    NOVELA

    Título del libro:

    HISTORIAS SECRETAS DE UN GINECÓLOGO

    Escritor:

    Federico Zapata Pérez

    Editor:

    Édver Augusto Delgado Verano

    Apoyo editorial:

    Alina María Ángel Torres

    Jorge Eliécer Martínez Miranda

    Jorge Andrés Hoyos

    Nahomy Arenas

    ISBN: 978-958-49-4298-2

    Diagramación:

    Jorge E. Rodríguez Martínez

    © Federico Zapata Pérez

    © Editorial Libros para Pensar s.a.s — Medellín - Colombia 2021

    Cel: +57 315 837 05 84

    liderlibros@gmail.com - www.librosparapensar.com

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia u otro método, sin el permiso previo y por escrito del autor.

    Medellín, Colombia

    Hecho en Colombia

    Printed in Colombia

    Queda hecho el Depósito Legal

    Dedico este libro…

    A Dios.

    A mis padres: Gloria y Gilberto.

    A mi hermosa familia.

    A todos mis pacientes por permitirme cuidarlos.

    Índice

    Prólogo

    Dr. Emilio Alberto Restrepo Baena 9

    Capítulo 1

    Un taxista incomodante 13

    Capítulo 2

    Un sueño revelador 23

    Capítulo 3

    Primera parte: Jean Carlo, El Salpicador 35

    Capítulo 4

    La rara historia del doctor Kung Fu y El Felacionista 43

    Capítulo 5

    Segunda parte: Jean Carlo, el Salpicador 79

    Capítulo 6

    Los senos de Carmelina y un parto especial 105

    Capítulo 7

    El retorno del doctor Kung Fu 123

    Capítulo 8

    Un milagro y dos ateos 141

    Capítulo 9

    Un penalista eminente y el gigante de hierro 163

    Capítulo 10

    La noche de la ópera y un seguro muy inseguro 175

    Capítulo 11

    El paciente que me amó 191

    Capítulo 12

    El reencuentro con Pachino 201

    Capítulo 13

    Sheila milena y sus estafas 233

    Capítulo 14

    La chequera y el revólver 239

    Capítulo 15

    Los ángeles de Sheila Milena y el amuleto

    de Maicol Alberto 251

    Capítulo 16

    Un funeral anunciado 269

    Referencias 293

    PRÓLOGO

    Federico Zapata, es un contador de historias nato, incombustible, contundente.

    Todo en él tiene un aire frenético e inatajable que da cuenta de su compulsión de vivir la vida como si no hubiera un mañana. Y así es para afrontar su trabajo, sus relaciones, sus pacientes y ahora, la literatura.

    Hasta hace pocos meses nuestra relación de profesor-alumno aventajado, dejaba ver la genuina admiración que sentía cuando yo le participaba de un nuevo libro publicado. Él me confesaba que le parecía un sueño lejano e inasible. Yo, que había conocido su condición de narrador poderoso, le preguntaba que cuándo nos íbamos a sentar a que me contara todas esas anécdotas para escribirlas, dentro de una línea de narrativa hospitalaria que estaba trabajando por aquellos días. Federico no me contestaba y de inmediato acometía otra historia -me tienen que creer-, más asombrosa que la anterior. Después lo supe: cómo me las iba a regalar a mí, así como así, por más que me estimara, si él podría perfectamente hacer sus propios cuentos y sacar un libro. Olvidaba yo entonces que Federico no sólo programa, sino que ejecuta; todo lo que se propone lo consigue, no deja tareas empezadas y cuando algo se le mete entre ceja y ceja, lo alcanza de manera meritoria y sobresaliente. Así es en su vida profesional y personal: un perseguidor de sueños finalmente coronados. Ahora la historia se repite en la literatura.

    Lo que iban a ser unos cuentos temerosos que me mostraba con timidez, para tantear mi opinión, fue tomando fuerza, y de unas cuantas anécdotas sin pulir siguieron unos relatos redondos, mejorados bajo la supervisión de unos talleres literarios.

    Le recomendé uno, y se inscribió ¡en cuatro!, con la disculpa de aprovechar el precio, pero yo sospechaba que se iban a quedar cortos ante su afán de absorber todo el nuevo conocimiento que se estaba abriendo paso en su mente y sus dedos empezaron a teclear cinco que pronto fueron diez y al poco eran ya quince que se le salieron de las manos y terminaron siendo una novela que, si no le pone el editor cierto cortapisas respetuoso, terminan siendo una versión local de los siete tomos de En busca del Tiempo perdido, nunca tan literal, del admirado y poco leído M. Proust.

    Y eso terminó siendo Historias secretas de un ginecólogo: la puerta de entrada al universo literario de Federico Zapata, de quien muy pronto tendremos noticias, porque conocemos su compromiso y su carácter de vendedor eficaz, de seductor, porque sabemos que no se cansa, que no se rinde, que siempre quiere más, que su principal competidor es él mismo, que cada día quiere superarse y sentirse cada vez mejor y más competitivo, y porque nunca para, se los dice un acelerado que creía ser rápido y compulsivo, hasta que conoció de cerca a Federico.

    Ya ustedes tienen en sus manos la primera de las que han de ser las novelas de este neófito escritor. Se van a quedar sin palabras con unas historias que, si no se las hubiera escuchado varias veces con total coherencia, diría que son inventadas en alguno de sus insomnios entre turno y turno.

    Siempre es una alegría para mí cuando aparece un escritor nuevo que resulta prometedor y comprometido, y me da más alegría aún que sea médico y que para más señas sea mi alumno y amigo con quien compartimos la misma profesión por partida doble, ahora triple: médico gineco-obstetra, laparoscopista y escritor.

    Federico es un profundo observador de la naturaleza humana, su curiosidad natural no conoce el reposo y es un narrador con gracia y estilo. Y el libro atrapa en cada capítulo, porque está contado de tal manera, que es necesario seguir para ver en qué termina el asunto, saber cómo se desenrolla esa trama que parecen delirios, pero coherentes e hilvanados con imbricación certera y calculada.

    Y me conforta encontrarme un libro tan entretenido, que da cuenta con tanta agudeza del mundo que le tocó en suerte, que deja memoria de una profesión llena de sorpresas y giros que hacen que un día nunca sea igual a otro. Y me gusta mucho más saber que con seguridad va a ser el primero de una larga saga, que, como Federico, va a ser difícil de contener y refrenar.

    Enhorabuena, colega. Larga vida a tus libros, que sean muchas las horas de escritura para felicidad de la gran cantidad de lectores que aún no conoces, pero que esperan con fruición poder devorar tus obras, incluso las que aún no has escrito.

    —Emilio Alberto Restrepo Baena

    Capítulo 1

    UN TAXISTA INCOMODANTE

    Eran las dos de la tarde del viernes 15 de mayo del 2020, cuando el doctor Mateo Meneses salió del hospital luego de atender un parto, tomó un taxi y se ubicó en la silla de atrás. Nunca imaginó que los próximos minutos le iban a deparar un terror monumental que pondría a prueba su corazón con un bombeo intenso de adrenalina, que sólo un fuerte sistema cardíaco resistiría sin infartarse.

    Luego de ser víctima de extorsiones, amenazas de muerte por situaciones absurdas y en cierta ocasión, haber tenido que pagar para evitar ser asesinado, su mente sólo quería paz. Esto sumado a haber sido víctima de dos atracos recientes a mano armada en menos de dos meses, que parecían poca cosa comparados con las extorsiones. Sentía que ya se colmaba la copa al máximo de las probabilidades, como para que sucediera algo nuevo y peor. Creía que la cuota de agravios que había padecido, lo eximirían de nuevos eventos similares; ya había sido suficiente.

    Trató de buscarle el lado positivo a la naciente pandemia por el temible Coronavirus, dado que las calles estaban solas por la cuarentena decretada por el gobierno y hasta los ladrones evitaban salir por miedo al contagio. La tasa de hurtos, lesiones personales y homicidios —que en una ciudad como Medellín eran el pan de cada día— bajaron asombrosamente en menos de un mes, a casi el cero por ciento.

    Tenía varias pacientes embarazadas próximas a dar a luz y por ello se veía obligado a salir para evaluarlas, y otras veces a atenderles el parto.

    Cumpliendo los rigurosos protocolos de bioseguridad se sentía tranquilo, ya que la ciudad reportaba una ínfima cantidad de casos lo cual hacía poco probable, que se contagiara en la clínica. En la calle, donde su justificada paranoia le afectaba por los robos recientes, se sentía aún más seguro, dada la soledad de estas por el confinamiento absoluto hasta de los ladrones.

    Desde que se subió al taxi, notó con incomodidad que el conductor se esforzaba en mirarlo constantemente por el retrovisor y parecía más interesado en escudriñarlo con mucha atención, que en estar pendiente del volante. Al principio pensó que era su traumatizada imaginación, pero constató que era cierto, cuando en el primer semáforo en rojo al estar el vehículo detenido, el taxista aprovechó para mirarlo fijamente y con poco disimulo a través del espejo.

    Tuvo deseos de analizar el rostro del individuo para descubrir posibles parámetros tranquilizadores según las facciones, en lo que era muy experto en reconocer, pero la mascarilla obligatoria que portaba el conductor sólo permitía verle los ojos y la mirada inquisitiva. Quería bajarse por miedo y precaución, pero dudó y esta duda fue su gran error.

    Decidió hablarle un poco y analizar si detectaba algo raro. Se preguntaba, ¿por qué lo miraba tanto?

    —Linda tarde y hermoso clima hoy, ¿cómo le parece? —Expresó tratando de imponer un tema de conversación que aliviara su tensión.

    El taxista sólo atinó a responder secamente:

    —Buen clima sí —mientras lo seguía mirando.

    El doctor Meneses se incomodó aún más y mejor trató de ver al horizonte a través de la ventana. Pero cuando volvía a mirar el retrovisor, sus ojos chocaban con los del taxista, que seguía inspeccionándolo con interés anormal.

    —¿Y mucho trabajo señor? —Persistió en preguntarle, esta vez con nerviosismo.

    —Muy poco, sólo uno que otro cliente, el gobierno y el virus no dejan salir a nadie —contestó mientras seguía observando intermitente por el espejo del retrovisor.

    Desistió de seguir hablando al percibir que era un esfuerzo fútil y prefirió el silencio, que en los siguientes minutos se tornaron perturbadores cuando advirtió que el carro transitaba con una lentitud inusitada. El taxista no tenía afán, pero si una evidente curiosidad por escrutarlo. La soledad de las calles agregó más incomodidad al entorno.

    El doctor Meneses anheló poder encontrar en el camino algunos policías, pero hasta estos estaban escasos por la pandemia.

    —¿Puede poner algo de música? —Le preguntó, esperanzado en que esto rompiera la tensión.

    —El radio está dañado y el dinero que se obtenga es sólo para comida —respondió el taxista.

    En ese momento, mientras una gota de sudor resbalaba por su frente, quiso divagar en los posibles motivos que pudiese tener el conductor.

    —«¿Será que le gusté y le caí en gracia? ¿Tendrá compinches cerca y me va a atracar? ¿Me le parezco a algún conocido que trata de recordar? ¿Acaso es una grabación con cámara escondida de algún programa de humor en televisión?»

    Todos estos pensamientos fueron interrumpidos cuando el taxista le preguntó:

    —¿Usted trabaja ahí en la clínica que lo recogí, cierto?

    —Sí —le respondió.

    —¿En qué especialidad trabaja? —Dijo sin quitarle la mirada, algo que seguía intrusivo.

    —Soy ginecólogo.

    —Es decir que usted atiende partos.

    —Sí claro, es lo que más hago.

    —Significa que nunca le falta trabajo doctor, ustedes ganan bien —comentó mientras sonreía con sarcasmo sin quitarle el ojo de encima.

    —No es fácil, créame, porque el gobierno se lleva mucho en impuestos.

    —No se queje mi doctor, no es para tanto, ni que le fuera a robar.

    En ese momento ya no sólo era la mirada directa lo que le molestaba, sino también el tono de la voz que no podía descifrar. Dos gotas de sudor adicionales resbalaron por su frente.

    —Voy a tomar esta ruta que es más rápida, ustedes siempre están de afán —dijo el taxista y se dirigió por una calle estrecha que en el lado derecho tenía un largo y frondoso bosque.

    Esto logró inquietar más al médico y prender sus alarmas. Buscaba alrededor de la calle otros carros, pero en esta avenida ya ni eso se veía, estaban solos totalmente.

    El taxi iba muy lento, y eso era exasperante.

    —¿Cuál es su nombre mi doctor?

    —Mateo Meneses —respondió.

    —Creo que lo conozco muy bien.

    —¿Será? No creo, más bien me está confundiendo.

    —No mi doctor, es usted el mismo, ya por fin lo reconocí. Ha cambiado muy poco realmente; usted le atendió el parto a mi esposa.

    —¿En serio? Qué bueno saber eso.

    Al escuchar esto, pudo respirar normal y logró disfrutar la frescura del aire que brisaba por la ventanilla del taxi.

    —¿Y cómo le fue a su esposa cuando le atendí el parto? —Le preguntó reconfortado.

    —El bebé se murió mi doctor —dijo con voz entrecortada, mirándolo fijo y tajante.

    Un silencio ensombrecedor copó el ambiente del vehículo; parecía que el tiempo se hubiese detenido.

    —¿En serio fui yo? —Preguntó mientras el pánico se apoderó de su mente.

    —Sí señor, jamás se me olvidará ese día y menos su nombre. Fue usted mismo, el doctor Mateo Meneses. Desde hace tiempo quería encontrármelo. Me costó mucho recordarlo y reconocerlo; eso ocurrió hace nueve años exactamente.

    La tarde era cálida, pero un frío congelante recorrió todo el cuerpo del galeno hasta lo más profundo de su ser. Era hielo puro que recorría sus venas. Sintió que una avalancha venía sobre él e intentó recordar algún evento relacionado, pero comprendía que la multitud de partos atendidos en su vida podían nublar su memoria. Aun así, no tenía un recuerdo trágico como ese en su cabeza

    ¿Cómo es posible que lo hubiera olvidado?

    En ese instante, cuando intentaba recordar, el taxista paró el auto súbitamente y se estacionó en la orilla del bosque sobre la avenida.

    El médico tuvo una fuerte opresión en el pecho, se sintió ahogado y se vio envuelto en un cuadro aterrador e inimaginable. Solo, indefenso, impotente, a bordo de un vehículo estacionado, en una calle solitaria y con un taxista que le contaba un relato desgarrador.

    —¿Por qué detuvo el carro? —Alcanzó a decirle con esfuerzo sobrehumano.

    El taxista metió su mano derecha hurgando en la parte delantera de su pantalón para sacar algo de esa zona.

    —Es que una oportunidad como esta no la puedo desperdiciar.

    El doctor Meneses, sudoroso, percibió que el mundo se iba a acabar. Imaginó al taxista sacando un arma y logrando venganza con sevicia por su hijo muerto. Quería salir corriendo, pero el miedo lo tenía paralizado; el pecho le dolía, sabía que la vida era finita y en una ciudad donde se convivía con la muerte y la tragedia casi con normalidad, un final como este pasaría como otro más de los que a diario ocurrían.

    Rápidamente el taxista encontró lo que buscaba y con el objeto en su mano, en el acto se dio vuelta, directo hacia el cuerpo del médico.

    El galeno se quedó esperando el golpe final; estaba resignado a pagar con su vida el precio necesario por la muerte de un niño que ignoraba cuando pasó. Por su cabeza rodaron las escenas más bellas de su existir en fracción de segundos.

    Entre ellas, su hermosa infancia con sus amigos de barrio; su adolescencia y los campeonatos de fútbol que ganaba; el penalti que desperdició tirando por encima del arco en el último minuto del partido final, por lo cual fue recordado siempre.

    Cuando se graduó de médico acompañado de sus padres, o cuando creyó haber encontrado al amor de su vida, en siete ocasiones y en cada una de ellas soñó con el amor íntegro y verdadero. El momento en que creó una novedosa técnica quirúrgica para sutura de heridas que aseguraba mejor cicatrización y estética, que le deparó un éxito arrollador en varias universidades del mundo que querían replicarla y que folclóricamente la apodaron en muchos países como, la sutura de puntos antibalazo.

    Supuso que el golpe final sería muy rápido y por ende sin mucho dolor. Un tiro de gracia certero en la cabeza en un sitio solitario sería suficiente para expiar su culpa y terminar con sus sueños, sus proyectos y toda su existencia.

    El soplo divino de vida que alguna vez recibió cuando un óvulo fue fertilizado por un espermatozoide ganador y lo hizo un ser humano, acabaría en pocos segundos dejando una historia más para el olvido. El olvido inexorable que nunca hubiera querido tan pronto.

    —Mire esta belleza —le dijo el taxista, mientras sacaba de una gruesa billetera, que era lo que estaba buscando, una fotografía de una niña de nueve años.

    —¿Quién es? —Preguntó el doctor Meneses estupefacto.

    —Mi hija, la que usted trajo al mundo mi doctor — expresó quitándose la mascarilla de protección obligatoria anti-coronavirus. ¡Vea que hermosa es!

    —No comprendo. Usted estaba diciendo que murió.

    —Tiene muy mala memoria por lo que veo. Le recordaré como fue todo. Mi esposa estaba hospitalizada y usted llegó al cambio de turno a la una de la tarde super puntual. Le pidieron que la revisara, ella tenía un embarazo de gemelos: un niño y una niña. Luego de examinarla con detenimiento, usted empezó a gritar desesperado: ¡Sufrimiento fetal agudo severo! ¡Cesárea de emergencia!

    Todo el personal la pasó a cirugía de inmediato. Con anestesia general, a la una y diez minutos usted ya había extraído los dos bebés. El niño nació muerto, pero gracias a Dios pudo salvar a la niña, que, si no hubiera sido por la rapidez de todo el personal y suya, también habría fallecido. Ya está grande y sana, vea que foto tan hermosa; se llama Chelcy Olivares. ¿Cómo podría olvidar la cara suya mi querido doctor? Ella es de una inteligencia descomunal, pero principalmente se ha destacado por sus excelentes dotes para cantar y danzar. Se ganó una beca de la alcaldía en una escuela avanzada. Dicen que danza con una gracia mágica, también que tiene una voz angelical que contagia de una alegría inevitable a todos los que escuchan su canto. Yo si decía desde que se subió al carro: lo conozco, lo conozco. ¡Sí, usted le salvó la vida a mi niña!

    El doctor Meneses volvió a nacer y el dolor en el pecho desapareció. Respiró profundo, estaba anonadado; pudo recordar todo con claridad.

    Era un embarazo gemelar monocorial con una enfermedad llamada el síndrome de transfusión feto fetal, un raro y peligroso desorden en los gemelos que cuando están con una sola placenta para alimentarse, tienen menos sangre y nutrientes para sobrevivir y usualmente, hay uno que acapara toda la circulación a expensas del otro, quien termina sufriendo.

    Es como tener a dos comiendo en un solo plato, con uno consumiendo la comida propia y la del otro; esto hace que el segundo quede privado del alimento y por ello desnutrido y pagando las consecuencias.

    —¡Que felicidad verlo!, mi esposa no me va a creer cuando le cuente. Venga tomémonos una selfie, pero sin mascarilla, quítesela sin miedo, yo le aseguro que no tengo el virus.

    Y diciendo esto, el taxista sacó emocionado su teléfono celular para tomar la foto.

    En el registro fotográfico el doctor Meneses quedó sudoroso, pálido y con cara de estupor.

    —Sonría algo mi doctor, no sea tan serio —y repitió la foto.

    En la segunda selfie que tomó quedó igual. El taxista renunció a hacerle sonreír y tomar más fotos, se resignó con las que tenía

    —¿A dónde vamos a ir? ¡Ah!, sí, ya me acordé. Venga, mejor arranquemos rápido, esto está muy solo y de pronto somos bien de malas y nos terminan atracando. Lo noto como indispuesto y pálido, debe tener anemia doctor Meneses. Ustedes trabajan mucho y se alimentan mal. Hágase exámenes de sangre, tome hierro y coma mucha espinaca, que eso lo ayuda a recuperarse —le dijo con seriedad científica, bondad y voz seria, como cuando un médico le receta a un paciente.

    Cuando el galeno llegó a su casa, estaba exhausto, casi muerto del cansancio.

    Pasó toda la noche absorto e insomne mirando el techo de su habitación tratando de entender cómo había pasado todo. Como no podía dormir, prefirió recordar cuando 28 años atrás, en su última práctica en un turno de noche en urgencias como médico interno —justo unos días antes de recibir su diploma— conoció a un paciente borracho muy peculiar y tuvo un sueño revelador que marcaría su existencia.

    Ahí prácticamente empezó todo…

    Capítulo 2

    UN SUEÑO REVELADOR

    Era un turno típico de sábado en la ciudad de Medellín, y el personal médico esperaba mucha gente lesionada como era usual por esa época de gran violencia en toda Colombia.

    El doctor Mateo Meneses estaba en el último mes de internado, en su carrera de Médico y cirujano. Se graduaría en ocho días y pronto empezaría la práctica del año rural obligatorio.

    Esa noche, como de costumbre, llegó al hospital muy puntual, un poco antes de las siete, y nunca imaginó que, en el último turno de su práctica en medicina, tendría sorpresas que marcarían poderosamente y para siempre el resto de su vida.

    El turno empezó con un individuo de unos 24 años delgado y borracho, que ingresó sangrando copiosamente de su cabeza. Iba acompañado de su madre quien complementaba su humilde ropa con un viejo y sucio chal.

    El doctor Meneses lo examinó y luego se dispuso a suturarlo. Era una herida superficial en la zona parieto occipital del cuero cabelludo, de unos 25 centímetros; tenía otra más en el lado derecho del mentón, de unos ocho centímetros, también superficial. Las suturas que normalmente le tomarían quince minutos, tardó hora y media en hacerlas por el constante movimiento del borracho que vociferaba venganza contra su agresor.

    —¡Usted es el mejor médico que me podía tocar, usted es un super putas! Salve mi cara y mi cabeza por favor —gritaba el paciente llorando.

    Muchas gotas de saliva con sabor a licor alcanzaron a llegar a la boca del médico, quien -con resignación estoica- terminó las suturas de la mejor forma posible.

    La precaria condición del hospital limitaba el aporte de elementos de protección personal a los médicos y enfermeras, por lo que no usaba mascarilla; ya se había acostumbrado a ello. La enfermera que le apoyaba, lo miró displicente al tener que empezar el turno soportando un borracho inquieto y poco colaborador.

    Para empeorar la escena, el borracho remató con una vomitada apenas esperable, que alcanzó a mojar parte del cuello del médico y el hombro de la enfermera. Ambos se limpiaron con alcohol, mientras dos vigilantes contenían al borracho.

    Mientras la madre secaba sus lágrimas con el viejo chal, dijo:

    —Mi hijo Maicol Alberto es un muchacho muy sano, pero últimamente lo veo mal acompañado con amigos raros. Uno de ellos hoy precisamente, fue el que lo golpeó con una botella. Menos mal estábamos cerca del hospital, doctor.

    —Tranquila, se pondrá bien.

    Al terminar la sutura lo pasó a la sala de observación para vigilar su evolución durante algunas horas, pues dado el trauma en la cabeza, consideró que eso era lo más prudente.

    Continuó con la atención a otros pacientes, y a la una de la madrugada ya el servicio estaba vacío y controlado. Se dispuso a esperar en el consultorio mientras llegaban más pacientes. Afuera sus otros dos compañeros médicos estaban atentos. El

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