Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El sol entre las nubes
El sol entre las nubes
El sol entre las nubes
Libro electrónico300 páginas4 horas

El sol entre las nubes

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Todo comienza en la fiesta de aniversario de bodas de ambos matrimonios. Se habían casado hacía 25 años y no pudieron invitarse a su boda por estar casándose el mismo día y en distintos lugares. Paloma y Carlos son el fruto de ambas parejas. Descubren una incipiente atracción mutua en aquella fiesta. El joven observa con asombro cómo «el patito feo» se había convertido en una atractiva mujer.
La posición elevada que poseen los personajes, confronta de lleno con la aparición de «Celeste», una drogadicta marginal que vive en la Isla de Palma.
La narración nos cuenta la historia de cinco mujeres y dos hombres, aspirando hacerse un hueco dentro de la sociedad moderna que les ha tocado vivir. Los personajes nos irán mostrando sus pensamientos, afanes, ilusiones y objetivos… El autor también quiere advertir del peligro que corren los adolescentes cuando se inician en el ritual del policonsumo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ene 2022
ISBN9788418848599

Lee más de Ignacio Ramón Martín Vega

Relacionado con El sol entre las nubes

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El sol entre las nubes

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El sol entre las nubes - Ignacio Ramón Martín Vega

    Quiero agradecer de corazón a Mari Mar Ramos, a Amelia Mompean y a Maite Blanco, por haber leído con total cariño todos los capítulos, según iba escribiéndolos. Recuerdo con cariño las tardes, en las que, a la hora de la merienda, planificábamos el devenir de los protagonistas de la novela.

    Como de bien nacido es, ser agradecido: quiero agradecer a GRUTEAR, (Grupo de terapia Anti adicciones Rehabilitadora), por todo lo que hizo por mí, cuando estaba totalmente perdido y enganchado al alcohol y otras sustancias. Hace ya un lustro de ello, y que si no hubiera sido por esa fantástica asociación no hubiera podido estar como estoy en estos momentos.

    Por último, quiero dar gracias a Dios, porque estoy viviendo una de las etapas de mi vida más bonitas e intensas. Quisiera que siguiera iluminando mis pasos como hasta ahora.

    Sé que cualquier tiempo vivido, no fue mejor y que a mis 51 años, me queda aún, lo más interesante por vivir.

    Prólogo

    Eduard Punset, dijo: «Hay vida antes de la muerte».

    Y esto es justo lo que podemos vislumbrar en esta novela, los personajes tienen un alto nivel de involucración, con lo que les pasa; convirtiendo su vida en un cúmulo de experiencias de alto voltaje, en determinados pasajes. Éstos nos llevan de la tensión a la preocupación, de los remordimientos a la acción, de las confidencias a la intimidad, de la desesperación a ver la luz. Los negocios, las traiciones, la fidelidad, el amor, las drogas, los devaneos, la juventud, la madurez, se dan cita y en no pocas dosis.

    La vida de dos familias, se entrecruza en un laberinto de situaciones, que a pesar de desencadenar circunstancias, que por otra parte, sabemos a ciencia cierta son verdad, en cualquier entorno al que nos acerquemos. Lo importante no es lo qué ocurre sino cómo lo viven los personajes y son descritas por el autor; con una fuerza, y viveza no siempre fácil de plasmar, negro sobre blanco.

    Con ello consigue embelesar al lector y atraparlo en una espiral llena de sensaciones, sentimientos y emociones que los personajes transmiten continuamente y que hacen que sea muy fácil retomar su lectura y casi imposible dejarla hasta finalizar, no un capítulo sino la totalidad del libro.

    Todos y cada uno de los personajes protagonistas, y que todos ellos lo son, forman parte indispensable en la trama. Estos provocan acontecimientos con efectos cruciales en el devenir de la historia.

    Aquí nos vamos a encontrar de frente con la motivación que se crea en ellos, cuando tienen los motivos para actuar como lo hacen y no de otra manera. Vemos con asombro como esos motivos les empujan a levantarse cuando se caen en unos casos, o por el contrario, no son suficientemente potentes para levantarse y conseguir aquello que quieren.

    Es de justicia mencionar a «Celeste» alguien que aparece y desaparece, pero que tiene una personalidad propia y que si bien su papel no es protagonista, lo parece cuando estamos con ella, por su sensibilidad mezclada con la rudeza que la vida en la calle te da; y la recompensa que obtiene cuando esta la premia con algo que a ella la satisface.

    A veces la vida nos sorprende con lo que nos ocurre, en realidad aquí podemos constatar que la vida es una aventura de incalculable valor e insospechados caminos, por eso, sí, es cierto que hay: «vida antes de la muerte» y es la misión de nuestros protagonistas demostrarlo, viviendo y asumiendo las consecuencias de sus actos; unos para bien y otros para…

    En definitiva de eso se trata de vivirla, de ver siempre « el sol entre las nubes», aunque nos cueste un triunfo o tengamos que esperar a que escampe, y cuando así es, el sol suele brillar mucho más pletórico. Disfruten de esta apasionante lectura.

    JAVIER CLAVERO

    Escritor y conferenciante

    1

    El calor llegó de repente, cayendo a plomo, como preámbulo de un tiempo incierto que aún tardaría en llegar. Abril sorprendió por sus altas temperaturas y por el verde de las hojas de los árboles. Por sus jardines atestados de personas paseando que olían a merienda de los niños recién salidos del colegio. Por un sinfín de bicicletas abarrotando los carriles destinados a ellas. Por las nubes de tormenta, que de vez en cuando descargaban con fiereza dando paso posteriormente de nuevo al tempranero sofoco. Paloma estaba enfadada con su madre Verónica; le había «obligado» a asistir a la cena de aniversario de boda, que ritualmente celebraban sus padres y unos íntimos amigos. Ambas parejas se casaron el mismo día de, hacía ya 25 años y no pudieron asistir los unos a la boda de los otros. Así que decidieron perdurar a través de los años la celebración de tan magno evento. Habitualmente salían a cenar y luego aprovechaban para ir al teatro o al cine. Después acababan casi todos los años bailando en alguna sala de fiestas o cantando en algún karaoke hasta altas horas de la madrugada.

    Paloma no «aguantaba» a Carlos, hijo de Sofía y de Víctor, los amigos de sus padres. Siempre le había parecido un arrogante y un presumido. Tenía que reconocer que el chico era guapo hasta reventar y que si no fuera por lo creído que se lo tenía, hubiera intentado intimar con él. De todas formas ella siempre guardaba en su mente a Carlos jugando con ella desde muy niña. Tenía un par de años más que Paloma y su trato era habitualmente dominante y arrogante. Perecía ser que Carlos estaba «sancionado» sin poder salir de casa. Según llegó a sus oídos, el muchacho había sido cogido infraganti, con algunas dosis de «Cristal» en una discoteca y fue puesto a disposición judicial y estaba bajo arresto domiciliario mientras cumplía horas en una asociación benéfica, concienciándose de los daños que las drogas suscitan en personas que ya no se valen por sí mismas y necesitan de una ayuda personalizada. Se había librado por los pelos. Cuando fue detenido aún era menor de edad y eso fue lo que atenuó las consecuencias de sus actos. Era la primera vez que cometía tan soberbia falta y no menos soberbio era el abogado que su padre contrató para atenuar el castigo.

    Verónica era una mujer moderna. Nadie podría pensar, ni por asomo que ese mismo mes, apenas en diez días, cumpliría 45 años.

    Todavía dejaba entrever aquella lozanía que siempre le caracterizó y si acaso, se podía afirmar con rotundidad que su belleza, no solo perduraba, sino que como el buen vino había mejorado con los años.

    Desde niña el espejo y ella hicieron buenas migas. Siempre encontraba la manera de asombrar a todo el mundo. Su atractivo era natural, se maquillaba discretamente. Su preciosa sonrisa fue y es, motivo de comentario en fiestas y reuniones. Evidentemente era una mujer muy atractiva y no tenía que hacer esfuerzo alguno para que, todo el vestuario que se pusiera, encajase a la perfección. Poseía una melena natural de color castaño claro, que dejaba caer por sus hombros y unos ojos rasgados color miel, acentuaban su belleza y era causa de deseo por algunos hombres que la pretendían. A ella no le disgustaba que un hombre le mirase con deseo, más bien todo lo contrario, podía sentir el agrado de estar viva y sentirse deseada.

    Tenía muy claro que pertenecía a un solo hombre. Desde que se casaron, dejó su cómoda vida laboral. Su nivel adquisitivo era óptimo y en realidad a Verónica no le hacía falta trabajar y así podía disfrutar de largas tardes con sus amigas mientras Roberto se dedicaba de lleno a sus quehaceres. Ir de tiendas, al cine, al Casino, al teatro o a cualquier otra actividad vespertina, llenaba su vida proporcionándole esa sensación de poder y libertad, que le hacía sentir un agradable efecto de autorrealización.

    Roberto era un hombre trabajador y hogareño. Una de sus muchas cualidades era su bondad. No era posesivo. Si acaso por lo que se caracterizaba era por todo lo contario. Su respeto hacia la otra persona era algo innato en él y llevaba hasta las últimas consecuencias. Nunca le había gustado agraviar o acosar. A Verónica le consentía todo, aun llevando veinticinco años casados, incluso se podría decir de que estaba perdidamente enamorado de ella. Las incursiones que con asiduidad realizaba a las tiendas y que hacían echar chispas a la tarjeta de crédito, las llevaba con verdadero estoicismo; eran parte del carácter de su esposa y sabía que Verónica Jamás cambiaría. Le gustaba verla disfrutar con aquellas actividades que al fin y al cabo eran, según su criterio, una máxima entre las mujeres.

    Su puesto de ejecutivo en RHB Logística, una empresa plenamente consolidada, había sido decisiva para la dinamización del sector. La labor de Roberto era crucial, proporcionando unos ingresos astronómicos a la compañía. Esa situación, junto a su eficacia profesional, era suficiente tarjeta de presentación para mantener el estatus y su actual ritmo de vida.

    Roberto tenía que estar a punto de llegar, o eso deseaba Verónica, mientras se maquillaba frente al espejo de su habitación.

    Una de las virtudes que veía ella en su marido, era que ejercía la puntualidad al estilo británico.

    Tenía problemas para abrocharse la pulsera que hacía juego con su colgante y pendientes. Su hija estaba en la ducha y comenzaba a ponerse nerviosa.

    Cuando por fin percibió una vibración característica en el suelo, y que era la señal inequívoca de la entrada del coche de su esposo en el garaje de su chalé, ubicado en una conocida zona residencial en la zona norte de Madrid, Verónica se tranquilizó y aprovechó para rellenar su copa de vermut blanco y se encendió un cigarrillo, al que le dio una honda calada, mientras cerraba los ojos para disfrutar de aquel instante. Solía pensar que la vida era bella y que había tenido mucha suerte en ella y que encajaba a la perfección en ese universo. Tenía el convencimiento de haber nacido para gastar el dinero de Roberto y que su esposo lo ganaba para su capricho. Entendía que no era demasiado buen ejemplo para su hija, puesto que Paloma comenzaba a sablear a su padre y sobre todo, se hizo más ambiciosa al cumplir los 16 años.

    —Cariño, qué tarde llegas. Sabes que Sofía lo está pasando muy mal con Carlitos. Deseo verla cuanto antes y darle un achuchón —indicó de manera convincente, con el cigarrillo en los labios a punto de caérsele la ceniza.

    —He tenido un día de perros, esta crisis nos está haciendo agudizar la imaginación más de la cuenta —contestó a modo de disculpa y arrimando un cenicero a la altura de los labios de su mujer, antes de que se le cayera la ceniza.

    Acto seguido, Roberto, por detrás, puso sus labios en el cuello de Verónica, a modo de bálsamo. Ella le dejó hacer unos segundos encogiéndose de hombros y rápidamente le pidió que le ayudara a abrochar la pulsera.

    —Podías haberle pedido a Encarna que te ayudara a ponerte la pulsera —regañó a su esposa.

    —Cielo, sabes que no me gusta que ella entre a nuestra habitación una vez que ha terminado las tareas. Perturba mi intimidad. Sabes que es muy fea…

    —No seas dura con ella, es un cielo de mujer…

    —Pues cásate con ella —respondió a modo de broma.

    —Hace mucho calor, voy a darme una ducha —informó mientras colgaba pulcramente su americana.

    El sol lograba esconderse detrás del monte que se divisaba desde la habitación del matrimonio.

    La temperatura continuaba siendo elevada. Roberto, Verónica y Paloma se dirigían a casa de sus amigos para poder disfrutar de la cena. Ese día no habría invitados, solo ellos cuatro y sus hijos.

    Cuando llegaron al destino, observaron que en el interior de la vivienda estaban discutiendo airadamente, y eso que aún les separaban unas decenas de metros. La voz grave, inconfundible de Víctor, hizo presagiar que no estaba el horno para bollos. Tanto Verónica como Roberto se miraron, y después de unos segundos de confusión, optaron por llamar al interfono desde el interior de su turismo. La vieja Juanita les abrió la verja al cerciorarse que eran ellos.

    No disimularon, tanto Sofía como Víctor andaban a la greña enzarzados en una dura polémica y por lo que se deducía, todo giraba en torno a su hijo Carlos.

    Paloma fue quien quiso pasar de malos rollos y polémicas, así que fue directamente a buscar a Carlos, quien suponía, estaría en el garaje.

    Cuando la pareja se percató de la presencia de sus amigos, pararon en seco las hostilidades. Sofía se acercó despacio a Verónica, colocándose precipitadamente su melena. Se advertía a simple vista que estaba contrariada.

    —Disculpa, cariño —Sofía logró inventar una sonrisa—. Es que este berzotas no quiere que cene junto a nosotros Carlitos. Y a eso me niego rotundamente.

    —¿Tan grave ha sido? —preguntó Verónica, acercándose a su amiga, introduciendo con un dedo un mechón del cabello detrás de la oreja de su amiga.

    —Me quiero morir, Verónica —rompió a llorar desconsoladamente—. Yo no sabía que Víctor era tan… ¡Sí, el niño ha cometido un grave error, y espero que haya aprendido de él!

    Nosotros somos sus padres y debemos apoyarle. Claro que hay que llevarle por el buen camino, aconsejarle y hacerle ver que se ha equivocado. Lo que más rabia me da de todo… es que Víctor hace esto solo cara a la galería. Estoy convencida de que está tan orgulloso de tener un hijo que se mete en líos —nada más concluir, se abrazó a Verónica, llorando con aflicción.

    Por otro lado, Roberto y Víctor también hablaron. A lo lejos, ellas pudieron advertir un lenguaje gestual enfático. Se podía deducir que la noche, no estaba para muchas celebraciones.

    Los cuatro pasaron al interior. Víctor sirvió una copa de vino e intentó que aquel caldo sirviera como elemento pacificador. Hasta llegó a dulcificar la mirada. Sofía se dio cuenta de ello y lo agradeció. Poco a poco se fue capturando un ambiente menos tenso y con más cordialidad. Mientras picoteaban unos entrantes ibéricos, se pudieron percibir las primeras sonrisas, esos indicios de cordialidad. La situación lentamente se estaba reconduciendo.

    Paloma había encontrado a Carlos sentado en el sofá del garaje, con la videoconsola y la televisión puestas, pero el joystick lo tenía en una mesita y no le hacía el menor caso. Le notaba ensimismado, como enfadado. Tenía la mirada perdida y a primera vista, Paloma, percibió que él no había advertido su presencia. Tenía puestos los pies encima de la mesita que tenía enfrente de él.

    —¿Carlos? —pronunció suavemente la adolescente encogiendo los hombros y sonriendo tímidamente.

    —Hola, canija, ¿ya habéis llegado? —preguntó aparentando normalidad.

    —¿Cómo estás? Me he enterado de lo tuyo por Virginia, la de la clase de…

    —Sí, pues qué te voy a decir que no te puedas imaginar. Que ha sido un marronazo que no esperaba que me pasara y que voy a tener que extremar las precauciones si quiero que no me vuelvan a pillar —expresó rotundo.

    —Pero, vas a matar a tus padres —aseguró Paloma con preocupación.

    —¿Mis padres? ¿Qué se preocuparán mis padres por mí? No tienen ni puta idea de quién es su hijo, nunca me han hecho ni puto caso. Que se pudran los viejos. Veo que estás creciendo, Palomita, te estás poniendo hasta… buenorra —espetó socarronamente.

    —Idiota…

    —Pero si ya tienes castañitas…

    —¡No sabía que eras tan gilipollas! —increpó ofendida.

    —Normalmente se suele tardar unos diez minutos más en percibir que soy un gilipollas de tomo y lomo. Vas mejorando —dijo irónico.

    —Venga, a cenar —dijo Sofía interrumpiendo, pero sin llegar a entrar del todo en el garaje.

    Sofía de siempre respetaba la intimidad, invariablemente daba espacio para no agobiar, igualmente a su hijo. Para ella era una máxima que había aprendido desde niña. En casa de sus padres ya se respetaba esa norma como se respetaba a la Biblia o al mismísimo Jesucristo. Tenía esa cruz que llevaba a cuestas. Ella pensó que, con los años, su marido cambiaría y abrazaría con la misma intensidad la fe. No pudo cumplir ese deseo.

    Para él, el cristianismo era cosa de débiles y que, pensadores como Cristo, había a patadas. La Humanidad había sacado filósofos tan o más elocuentes y talentosos que ese tal Jesús. Tiraba si acaso por el lado exótico del Tíbet y de su forma de vivir y de plantear el interiorismo humano. Pero solo como ejemplo de autocontrol y en absoluto como religión. Pasaba olímpicamente del Dalái-Lama como del resto de líderes espirituales. Su religión era el trabajo y el pisar con fuerza a los demás. Se acostumbró a poner zancadillas para llegar lo más arriba posible. Un trabajo arduo que le permitía estar a bien consigo mismo y a la vez le aportaba unos ingresos sustanciales. El mundo era un sitio competitivo y la jungla de cristal, un lugar que «le ponía». Era una sensación fálica, sugerente, indescriptible… la erótica del poder era algo que le fascinaba y motivaba. Le encantaba ver como de vez en cuando algún rival próximo a su área de influencia quebraba por su intervención. «Un enemigo menos», se decía cuando esto sucedía. Él estaba con Sofía porque realmente ella era el accesorio perfecto para mostrar en la calle, o en las recepciones de trabajo, como un elemento meramente decorativo. La percibía como un ser frágil. Le gustaba ir acompañado de su esposa al teatro o a un buen restaurante. Eso de abandonar la competitividad por unos instantes era como un bálsamo.

    Carlos y Paloma se levantaron de mala gana. El horno no estaba para bollos. El tema no iba con ella y después del inicio que habían tenido aquella tarde noche, no le importaba que se llevara ese descarado, un buen rapapolvo.

    La mesa estaba puesta y los comensales sentados alrededor de ella. No pudieron disimular la tensión, aunque ya había mitigado algo la intensidad. Juanita servía la mesa y contagiada del ambiente, se limitó a pasar de manera delicada y en silencio al lado de los integrantes de la mesa. Cuando pasó al lado de Víctor, se notó tensión, una rigidez que cortaba. Se podía masticar el enfado de Juanita. Víctor la respetaba sobremanera y paradójicamente Juanita era el barómetro que influía en las decisiones hogareñas.

    Juanita servía a la familia desde que Víctor era un mocoso, en casa de sus padres. Había «criado» a Víctor y posteriormente también a Carlos. Ella conocía a la perfección, tanto al padre como al hijo y sabía que eran tal para cual.

    —Ahí tiene el señor, échese lo que le apetezca —dijo la criada malhumorada, con descaro y dolorida.

    —A mí no me hablas así, ¿has entendido? Pronto te pongo de patitas en la calle.

    —Lo que el señor ordene, no se preocupe, lo que tarde en recoger mis cosas y me voy —amenazó en tono solemne, estirando el cuello, pero con sosiego.

    Juanita salió del salón dejando a los comensales sin saber que decir. Transcurrieron unos segundos que parecieron horas. Se produjo una tensión que parecía ir en aumento. El único en reaccionar fue Víctor. Dejó el cubierto encima de la mesa y se levantó pausadamente. Sofía sabía que cuando su marido reaccionaba así, era porque quería abordar y arreglar el problema.

    La distancia que separaba el salón de la habitación de Juanita fue suficiente para que a Víctor se le disparara el corazón. Era una persona muy querida para él, con la que llegó a intimar, más que con sus padres. Esa mujer era la voz de su conciencia. Algo limpio en su vida y deseaba que perdurara. Lo que más temía en este mundo era defraudarla. No quería que se marchara y deseaba arreglarlo todo cuanto antes. Llegó a la altura de su habitación. La puerta estaba entreabierta. Pudo observar como lloraba mientras sacaba prendas de su armario.

    —Perdona —dijo Víctor escueto, mientras entraba a la habitación.

    —¿Te ha dado alguien permiso para que entres? Mientras que esté aquí, ésta es mi habitación y lo respetas. Haz el favor de salir.

    —Sabes que lo siento, y sabes que te respeto…

    —He soportado todas tus extravagancias porque no soy tu madre. Si hubiera sido por mí, te hubiera pateado el trasero en más de una ocasión; eres un niño mal criado, como tu hijo Carlos. ¿Acaso te has ocupado de él en algún momento?

    —Juanita…

    —¡Ni Juanita ni leches! Has malcriado a tu hijo sin importarte las consecuencias y ahora está el pobre envuelto en ese rollo de las drogas por tu culpa. Ahora, si no te importa, recojo mis cosas y me voy, que ya estoy muy mayor para ver cómo se estropea otro miembro de esta familia.

    —¿Otro miembro? —preguntó Víctor confundido.

    —Claro, tú eres el primero que se estropeó hace muchos años.

    Tu mujer no se da cuenta de la misa a la mitad, pero ¿crees que soy tonta?

    Juanita rompió a llorar, dejándose caer en la cama. No era la primera discusión que mantenían, pero era obvio que aquella, había marcado un momento de inflexión. Por fin había sido valiente. Le había dicho a ese hombre todo lo que sentía. Lo tenía que haber hecho mucho antes. Siempre hubo algo que le impidió tomar esa decisión. En cierta manera ella sabía que no se iría de ahí. ¿Qué iba a ser de Carlitos sin ella? Solo con pensarlo se angustiaba. Poco a poco fue componiéndose. Víctor aún estaba presente en la habitación y habían pasado más de veinte minutos. Él se había quedado ahí, impertérrito, esperando a que su Juanita se calmara.

    Mientras tanto, en el salón comedor las cosas tampoco estaban mucho mejor. Se notaba que el aire estaba denso; costaba respirar y Carlos dejó su forma sarcástica de tratar las cosas que, a su madre le sacaban de quicio para unirse a la tensa espera. Todos deseaban que Juanita regresara. Sofía no quiso levantarse de su silla, se resignó a que su marido, como siempre, «solucionara los problemas».

    Verónica mientras esperaba, optó por beber un par de vasos de una botella reserva de Rioja. Roberto no se percató, tenía la mente en otro sitio. Realmente, la situación en su empresa era crítica y temía lo peor. El consejo de administración estaba estudiando una OPA que habían lanzado a su empresa por la mañana. Los ejecutivos como él estaban blindados y se llevaría un pellizquito nada desdeñable por su despido. Lo malo era que Verónica tendría que ralentizar su ritmo de vida. A él no le preocupaba su futuro.

    Víctor entró por la puerta y definitivamente su semblante había cambiado. Estaba más sonriente y pidió disculpas. Dijo que había dado la noche libre a Juanita y que él mismo serviría la mesa.

    Esa noticia hizo reaccionar a Sofía, no permitiendo que su esposo sirviera la mesa.

    Sofía y Verónica se levantaron y fueron a la cocina. Se encontraron para ser servido un menú ligero y variopinto. Había langostinos con fideos de arroz, cabracho con frutos secos, milhojas de anguila, fue de pato y manzana. Jarrete de ternera con ciruela y sopa fría de naranja.

    Poco

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1