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El abismo de la gloria
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El abismo de la gloria
Libro electrónico292 páginas4 horas

El abismo de la gloria

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Información de este libro electrónico

La historia de como la fama y la condicia pueden cambiar al ser humano.

José Miguel, un buen hombre estudioso y profundo conocedor de «La Biblia», es solicitado por sus vecinos para que con ellos ejerza la labor del pastoreo.

Josefina, su mujer, astuta y espabilada como ninguna, decide aprovechar el poder de convocatoria de su marido para colmar sus deseos de fama, poder y dinero. Para ello se asocia con su primo Juan Diego, un abogado sin escrúpulos para el que todo vale con tal de conseguir sus fines.

En su ascenso meteórico hacia la gloria, van dejando atrás un reguero de maldades, hasta que un buen día, un hecho inesperado cambiará sus vidas.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento6 may 2015
ISBN9788416339884
El abismo de la gloria
Autor

Eduardo López

Eduardo López, nació en Madrid en el año 1957. En su búsqueda sobre el sentido de la vida, buceó en distintas tradiciones religiosas y místicas. Durante este recorrido, comprobó en ciertas ocasiones, como esta necesidad de acercarse a la verdad, era interpretada por algunas organizaciones como una debilidad del individuo de la que sacar provecho personal. De ahí, nació en él la necesidad de separar lo blanco de lo oscuro y escribir su primera novela, una trepidante historia sobre mercaderes de la fe.

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    El abismo de la gloria - Eduardo López

    © 2015, Eduardo López

    © 2015, megustaescribir

             Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda         978-8-4163-3987-7

               Libro Electrónico   978-8-4163-3988-4

    Contenido

    Capítulo 1 La captación

    Capítulo 2 El origen y el inicio

    Capítulo 3 Las primeras recaudaciones

    Capítulo 4 El asentamiento

    Capítulo 5 Sebastián, el alcalde

    Capítulo 6 La Iglesia madre

    Capítulo 7 El brazo armado

    Capítulo 8 La ruptura y el adiós

    Capítulo 9 Tiempos de cambio: Los nuevos pastores

    Capítulo 10 En Miami

    Capítulo 11 Un turbio asunto

    Capítulo 12 El don de sanidad

    Capítulo 13 La fama

    Capítulo 14 La inauguración

    Capítulo 15 La expansión del Imperio

    Capítulo 16 Hilario, el cazador de sectas

    Capítulo 17 Los fieles

    Capítulo 18 Nuevos horizontes

    Capítulo 19 La dolce Vita

    Capítulo 20 De vuelta al trabajo

    Capítulo 21 ¿Quién anda ahí?

    Capítulo 22 La coronación

    Capítulo 23 El abismo de la Gloria

    Capítulo 24 La Confesión

    Capítulo 25 Daniel

    Capítulo 26 La luz

    Epílogo

    Capítulo 1

    La captación

    E n una capital europea, en la actualidad.

    Eran las seis de la mañana de un frío lunes del mes de marzo. Todavía era de noche y Sara, se dirigía en el tren de cercanías hacia la capital para encontrarse con su trabajo diario como limpiadora de oficinas. De origen latino, emigró de su país diez años atrás con la esperanza de encontrar un futuro mejor para ella y para su hija Claudia. Acurrucada junto a la ventana en el asiento del tren y con la mirada perdida en la oscuridad del paisaje, Sara repasaba las horribles escenas vividas durante el fin de semana. Había contraído matrimonio un año atrás con Luis, un vigilante de seguridad de cuya estupidez brotaba una astucia reptil capaz de engañar a Sara, ocultando su verdadera naturaleza machista y violenta, hasta que un día ella le dio el si quiero, y desde entonces, el enfermizo ego de su ya marido, se manifestaba en forma de continuos y acalorados reproches hacia ella con el único fin de inyectarla el virus de la culpa, y así, dominar la.

    Ese sábado por la noche habían tenido otra discusión más, producto de las patologías mentales de Luis, y en su desesperación, Sara había decidido no aguantar más, sobre todo por su hija Claudia y en defensa de su adolescencia. En ese momento, la tensión emocional de Sara aumentó hasta convertirse en llanto.

    Llegó a la estación de destino y se bajó del tren. Una voz amiga la llamó pidiéndola que la esperara. Era Lidia, una compañera de trabajo compatriota suya, con la que solía coincidir en la estación. Esta, al ver a Sara con los ojos enrojecidos por el llanto, la dijo:

    -Has vuelto a discutir con él ¿verdad?

    Y Sara, sin poder contenerse, se abrazó a Lidia y rompió de nuevo a llorar. Lidia acarició amorosamente su espalda y con voz dulce y tierna la susurro al oído…

    -No sufras Sara, no estás sola, Dios está contigo. Solo tienes que abrirle tu corazón y dejarle entrar. El llenara tu vida de gozo y alegría. Ven conmigo este domingo a la iglesia, te gustará, no pierdes nada por acompañarme y te prometo que Dios te bendecirá.

    ¡Por fin viernes! Sara había pasado la semana tranquila ya que Luis, su marido, había tenido turnos de trabajo de noche y no habían coincidido en casa ningún día, lo que había permitido rebajar la tensión. Sara se disponía a pasar un fin de semana relajado, visitaría a su hermano y saldría a hacer algunas compras.

    Al día siguiente sábado, Sara recibió la llamada de su compañera de trabajo Lidia, quien la recordó su promesa de acompañarla a iglesia a la que ésta acudía a diario.

    -Hola Sara, ¿qué tal te encuentras?

    -Bien, pasé la semana tranquila y estoy más calmada. Puedo pensar con serenidad como resolver este problema que ahoga mi vida.

    -Me alegro por ti Sara, pero recuerda que nuestras vidas están en manos de Dios y que sin él nada podemos.

    Sara no supo que contestar ante la profundidad de las palabras de Lidia, pero en ese momento, recordó el compromiso que había adquirido de acompañarla a su iglesia.

    -Bueno, te espero en la estación el domingo a las diez para ir juntas a la iglesia.

    Sara, no estaba muy segura de querer ir, pero no sabía cómo negarse.

    -Está bien, te acompañare a tu iglesia.

    -Arréglate bien linda y ponte tu mejor vestido para presentarse ante Dios nuestro rey.

    A Sara, tener que arreglarse no la disgustó, pues era una oportunidad para sentirse bien. Sara siempre había lucido un buen tipo.

    Era una mañana de domingo preciosa, el sol arropaba y la temperatura era generosa y Sara, mujer romántica y soñadora pero prudente a la vez, había escogido un vestido ceñido a la cintura, largo, por debajo de las rodillas, pues pensó que una cita religiosa no era el mejor lugar para lucir en demasía su esbelta figura. Estaba radiante y la alegría volvía a adornar su rostro y allí, esperando a Lidia en la estación, se sintió por primera vez en mucho tiempo ligera, sobre todo ligera… Se sintió en paz.

    Llegaron a la iglesia y a Sara la llamó la atención el lugar, pues era una nave situada en un polígono industrial de un suburbio de la ciudad con capacidad para unas tres mil personas y la verdad, no la pareció un buen sitio para el culto estar rodeado de industrias. En la fachada de la nave, un gran cartel sobrio, a un solo color y con letras de palo, anunciaba lo que se podía encontrar en su interior: Congregación universal de la obra de Dios.

    Sara entró en el local acompañada de su amiga Lidia y se encontró con gran cantidad de bancos para sentarse. Al fondo y de frente, un púlpito con un atril blanco adornado con flores artificiales a ambos lados, presidía el templo.

    No cesaban de llegar los fieles. Mujeres, hombres, niños, ancianos, así hasta tres mil y en su gran mayoría de su misma nacionalidad. Era como si hubieran traído un trocito de su país hasta allí. Sara empezó a sentirse cómoda, y con curiosidad femenina, observaba todo y a todos los que estaban a su alrededor: Los hombres de traje y corbata y las mujeres con sus mejores vestidos.

    De pronto, el silencio y todos en pie. Hacia el púlpito se dirige un hombre joven de unos 35 años, traje azul oscuro y corbata gris, perfectamente afeitado y peinado, atractivo y de magnifico aspecto. Sara pensó, en tono de humor, que ese hombre sería el ganador de algún casting de pastores.

    -Amén hermanos-saludó el pastor micrófono en mano-bien venidos un día más a la iglesia del Señor. Oremos a nuestro padre celestial, rey de reyes, al que venimos a alabar y a pedirle bendiciones.

    Acto seguido, se hizo un murmullo generalizado producto de las oraciones de todos los allí congregados. Muchos de ellos con las manos en alto y los ojos cerrados, otros mirando al suelo sin parar de mover la cabeza y el tronco con un movimiento sincronizado, acompañando así el fervor de sus oraciones. Sara, sin saber muy bien que hacer, miraba a su amiga Lidia intentando imitar sus gestos, pues por alguna extraña razón, no quería actuar de manera diferente a los demás.

    Después del ejercicio colectivo de conexión con la divinidad, comenzó a sonar por megafonía una grabación musical con las alabanzas cantadas por la pastora Josefina, líder de la iglesia. Los fieles acompañaban a ritmo de palmas y panderetas la melodía, tarareando las letras. Sara esbozaba una sonrisa, pues su buen sentido del humor la decía que aquello se parecía más a un gran karaoke.

    Al final de los cánticos, un pequeño descanso y cambio de pastores. El nuevo pastor superaba al anterior. Con gesto solemne y pausado, saludó con un apretón de manos al pastor saliente y ocupó su lugar frente al atril. En una mano el micrófono y en la otra un ejemplar de La Biblia. Con voz firme y segura, comenzó la enseñanza. Sara escuchaba atentamente sintiéndose reflejada en las palabras del pastor, y de algunas historias y moralejas contadas por él, protagonista -Eso me pasó a mí… Ese personaje bíblico es como mi marido… Dios le va a castigar… Aquí me siento comprendida y segura… Aquí está la luz y la ayuda que necesitaba…-Y poco a poco, la fue invadiendo una sensación nueva, se sintió fuerte, fundida con el grupo, y pensó con claridad:-Ya nunca jamás me sentiré sola, le tengo a él, a mi Dios, a mi padre celestial, mi rey de reyes, ¡por fin!

    De pronto, Sara sintió unas manos que por detrás de ella se posaban en su cabeza, y a la vez, una voz suave y varonil comenzó a susurrarla en voz baja y al oído:

    -Hija mía, bien venida a esta mi casa. No estás aquí por casualidad, estas aquí porque yo lo quise así. Yo te he elegido a ti para que aprendas y lleves mi palabra a otros tus hermanos. Esta es mi única y verdadera iglesia y en ella te cubriré de bendiciones tanto materiales como espirituales. Sara, había cerrado los ojos y sentía como un calor intenso recorría todo su cuerpo. Literalmente, se la puso el vello de punta y la piel de gallina.

    -Sé del sufrimiento que padeces-continuó diciendo la voz-porque soy el que todo sabe. Abandona a tu varón pues no es el que yo he elegido para ti. Yo te daré en esta mi iglesia varón puro de corazón con el que disfrutaras de una vida llena de plenitud y felicidad.

    Acto seguido, la voz calló y las manos se retiraron de su cabeza. Sara acababa de recibir profecía.

    Después de esto, Sara vio como una serie de voluntarios ofrecían a los allí presentes unos sacos de tela oscura sujetados por unos palos de madera, donde los fieles iban introduciendo monedas y billetes. Vio que Lidia echaba algunas monedas y se aprestó a imitarla.

    A la salida y ya en la calle, Sara, muy excitada, se apresuró a contarle a Lidia lo que la había pasado. Lidia, sonriendo, la contestó que Dios la había hablado a través de uno de los hermanos que poseía el don de la profecía. Sara confesó que la voz sabía de sus problemas con su marido y que la había dicho que lo abandonara, y que… ¿Cómo era posible que lo supiera?, a lo que Lidia contestó:

    -No lo olvides Sara, Dios todo lo sabe y todo lo ve.

    Lo que Sara no sabía es que Lidia, desde hacía un año, servía para la iglesia en la captación de nuevos miembros y que el día anterior, había avisado al hermano que la habló en profecía para informarle de que al día siguiente llevaría a una nueva amiga a la iglesia que tenía problemas con su marido y quería separarse.

    -¿Que te ha perecido, piensas volver?

    -¡Me ha encantado!, vendré al culto todos los días que pueda.

    Y Lidia pensó para sí con satisfacción:-¡Otra obrera más para la reina!

    Capítulo 2

    El origen y el inicio

    S udamérica, veinte años atrás.

    José Miguel era pastor de una congregación religiosa en una pequeña ciudad agro-portuaria de la costa norte del Pacífico. De origen humilde e hijo de un pescador, tuvo a pesar de las dificultades económicas que periódicamente acechaban a su familia, una infancia más o menos feliz. Su madre, mujer de su casa, de carácter humilde pero valiente, era en primer lugar una mujer de fe. Religiosa practicante, reforzaba las clases de lectura que su hijo recibía en la escuela, con constantes lecturas sobre La Biblia. José Miguel siempre recordaría aquellas tardes de su infancia en las que acompañaba a su madre junto a su única hermana a la playa. Allí aguardaban la llegada del padre pescador a bordo de su barca la Adelita bautizada así en honor de su mujer. Sentados los tres al borde del mar y mientras esperaban ver aparecer por el horizonte la gran vela triangular de la Adelita, la madre leía pasajes de La Biblia a sus dos hijos. A José Miguel, estos relatos le apasionaban e interrumpía continuamente la lectura para aguijonear a su madre con preguntas de todo tipo sobre los hechos narrados. Adán y Eva, Caín y Abel, Noé, Moisés y finalmente Jesucristo, eran para él héroes de leyenda. Estudiante aplicado, logró licenciarse en maestría industrial, pero José Miguel tenía otros planes. Él quería encontrar a Dios, ese Dios bueno y lleno de ternura del que su madre tanto le había hablado, y sentía que debía tomar como ejemplo la vida de Jesús, descrita en el nuevo testamento.

    Una tarde y como de costumbre, cumplidos los 18 años, José Miguel se dirigía a una finca colindante con la casa de sus padres, para intercambiar con los guardeses una parte de la pesca del día por frutas y hortalizas. En esta ocasión no salió a recibirle el guardés, sino una de sus hijas, Josefina, una joven y lozana muchacha de dieciséis años. Se saludaron e intercambiaron las mercancías y al despedirse, Josefina observó que José Miguel llevaba un libro en la mano. Con curiosidad le preguntó:

    -¿Qué libro es ese?

    - La Biblia, ¿no la has leído?

    -No, yo no sé leer. No puedo ir a la escuela, tengo que ayudar a mis padres en las labores del campo.

    José Miguel, sintió en ese momento la necesidad de devolver lo que a él le habían dado y decidió enseñarla a leer. Se sentaron a la sombra de una gran palmera y abriendo el libro por la primera página, comenzó la lectura. Ya nunca se separaron.

    Dos años después se casaron, y Josefina, que había demostrado poseer una notable inteligencia natural, había aprendido a leer y a escribir y estaba cursando estudios a distancia para obtener el graduado escolar. José Miguel estaba muy orgulloso de ella, hasta tal punto que la entregaba todos los dineros que entraban en casa para que los administrara, pues había observado que Josefina tenía una habilidad especial para manejar el dinero.

    Josefina había encontrado trabajo en un taller de costura y José Miguel trabajaba en un taller de matricería, lo que les permitía llevar una vida tranquila y sin necesidades económicas.

    El carácter jovial y amistoso de José Miguel unido al extrovertido carácter de Josefina, hicieron de ellos la pareja más querida del barrio. José Miguel siempre tenía un momento para escuchar a cualquier vecino que viniera a contarle sus problemas, o para ayudar económicamente o con alimentos a quien lo necesitara. El disfrutaba haciendo el bien a su prójimo y siempre decía que todo lo que hacía falta saber para ser feliz, estaba escrito en La Biblia. Esta actitud tan noble, a veces molestaba a Josefina que se quejaba de que algunos se aprovechaban de él, a lo que José Miguel siempre contestaba con que recibía más de lo que daba.

    Un día, cierto número de vecinos solicitaron a José Miguel que les hiciera una reunión para hablarles de La Biblia a lo que él accedió, y los citó un sábado por la tarde en su casa. Josefina no estuvo muy de acuerdo con la idea de tener que recibir a unos cuantos vecinos, por lo que pidió a José Miguel que fuera la última vez. Llegada la hora convenida del sábado, cuál no sería la sorpresa de ambos al ver que había unas cien personas a las puertas de su casa deseando entrar al estudio bíblico. Era obvio que allí no cabrían, por lo que José Miguel sugirió a todos los presentes dirigirse a la terraza de la cantina donde allí, por lo menos, tendrían mesas y sitio para sentarse, aunque fuera en el suelo.

    El cantinero, al ver la avalancha de gente que se le venía encima, se frotaba las manos ante la expectativa de hacer una excelente caja, aunque José Miguel pidió que no se sirvieran bebidas alcohólicas durante la enseñanza. La reunión fue todo éxito. José Miguel disfrutaba como nunca explicando los versículos, la gente escuchaba absorta sintiéndose transportada a otras épocas y lugares, el cantinero no paraba de vender refrescos y Josefina, asombrada, hacia planes para canalizar toda esa energía en beneficio propio.

    Sentada entre los oyentes, miraba de reojo y con desprecio al cantinero que no paraba de contar los billetes producto de sus ventas, pues consideraba que parte de ese dinero debería de ser suyo, ya que gracias a ellos, esa tarde el cantinero había batido todos sus récords de ventas. Eso no volvería a ocurrir, tenía que citar de nuevo a esa multitud para el sábado siguiente antes de que acabara la reunión y todos se dispersaran, pero… ¿Dónde?, en su casa ¡imposible! Y se decía a sí misma:

    -Josefina, piensa, piensa, ¿dónde?, ¿dónde?, ¡rápido!, están a punto de irse, ¿dónde les puedes citar?-Y de pronto la luz…-¡Ya está! ¡Juan Diego!… ¡Mi primo Juan Diego!

    Juan Diego era primo de Josefina por parte de madre. Abogado inhabilitado durante cinco años por ejercer con malas prácticas la profesión, tenía alquilado un cine al aire libre como medio de vida hasta que pudiera volver a ejercer la abogacía. Era el lugar perfecto. El cine se hallaba situado junto a la playa, al final de la carretera que la unía con la ciudad, y disponía de un gran aparcamiento, sillas, megafonía, capacidad para trescientas personas, y un pequeño bar en el que se servían refrescos y bocadillos. Lo tenía todo, además de ser un lugar con una temperatura constante muy agradable, pues una suave brisa marina lo acariciaba veinticuatro horas al día.

    Hablaría con Juan Diego, pero no tenía tiempo, tenía que actuar ¡ya!, hablaría con él después. Se levantó, e interrumpiendo al improvisado pastor, se dirigió a los allí presentes:

    -Hermanos, nunca en mi vida me he sentido tan cerca del Señor como hoy aquí reunida con vosotros, y quiero darle públicamente las gracias a Dios por haberme dado a mi marido, José Miguel, la persona con el corazón más puro que he conocido. Os invito a todos a una nueva reunión el próximo sábado en el cine descubierto del camino de la playa y a la misma hora. Mi marido y yo oraremos por todos vosotros durante la semana y le pediremos al Señor que os cubra de bendiciones.

    De manera espontánea, todos se levantaron y empezaron a aplaudir. Josefina se sorprendió a sí misma de lo bien que lo había hecho. Miró a su marido, que seguía sentado ante el estupor que le producía lo que estaba viendo, y disimuladamente, le hizo una seña con las manos para que se levantara y terminara la reunión.

    Una vez en casa, José Miguel habló con su mujer:

    -Pero… ¿Qué has hecho?

    -Amor mío, te veía tan feliz, tan entregado, que pensé que te gustaría reunirte de nuevo con los hermanos, y antes de perderles de vista, aproveché la ocasión para citarlos de nuevo.

    -Pero… ¿En el cine?

    -Si, en el cine. Es un buen sitio, estarán más cómodos y con la ayuda del Señor, quizás vengan más hermanos.

    -Pero tendrás que hablar con tu primo, sabes que es una oveja descarriada y te pedirá dinero, ¿de dónde lo vas a sacar?

    -No te preocupes por eso cariño, déjame a mí que lo organice todo y tu dedícate a preparar la enseñanza del próximo sábado, eres un magnífico pastor.

    José Miguel, sintiéndose alagado, asintió con la cabeza y, aunque con dudas pues no era hombre aventurero, se ilusionó con el proyecto.

    Josefina acarició la mejilla de su marido y se dispuso a marchar a al cine de su primo para hablar con él. Era buena hora, siempre daban dos películas y llegaría al comienzo de la segunda.

    Juan Diego se encontraba en la taquilla del cine haciendo cuentas, cuando vio llegar a su prima. Se sorprendió al verla pues no tenían mucha relación, ya que solo se veían en contadas ocasiones y siempre en reuniones familiares.

    -Josefina, ¿cómo tu por aquí? Si vienes al cine llegas tarde, ya empezó la segunda película.

    -Hola Juan Diego, me alegro de verte. No, no vengo al cine, vengo a hablar contigo.

    -¿Ha pasado algo? ¿Tu familia está bien?

    -Sí, sí, todos bien gracias, vengo a proponerte un negocio.

    -¿Un negocio? pues tú dirás querida prima.

    Josefina hizo un breve relato de los hechos, haciendo hincapié en el mucho dinero que había ganado el cantinero.

    -Muy bien prima, ¿y qué tengo que ver yo con todo eso?

    -Pues que el próximo sábado quiero hacer aquí la reunión y necesito contar contigo.

    -¿Aquí en el cine?, ¿y por la tarde?, y… ¿Qué hago con la proyección?

    -No habrá proyección, ¡habrá culto!

    -¿Culto?, ¿qué es eso de culto?, ¿alguna reunión de tarados?, ¿una convención sobre vudú?

    Juan Diego nunca había mostrado ningún interés por la religión y lo más cerca que había estado de su espíritu era con un vaso de whisky en una mano y en la otra, la de una bella mujer.

    -Mira Juan Diego, este es el plan. La gente vendrá a escuchar a mi marido y a aprender sus enseñanzas sobre La Biblia, te lo aseguro. Yo llenaré el bar del cine con todo tipo de bocadillos y aperitivos que venderá mi hermana Rosa Linda, persona de absoluta confianza mía, y al final del culto, pasaremos unas bolsas de tela con mango de palo para que los asistentes colaboren con la voluntad a los gastos del alquiler de la sala. Tú pones las bebidas y el cine y vamos a medias en los beneficios, ¿estás de

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