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Rompecabezas
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Libro electrónico253 páginas7 horas

Rompecabezas

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"Rompecabezas" es el título de esta biografía de un joven que murió a los 27 años por sida. Su madre, Rosa, nos relata su vida desde el día que nació hasta el momento de su muerte, pero sigue adelante contándonos la de ella misma, pues esa pérdida la llevó a la introspección de su propia vida, a darse cuenta de errores, a trabajar su infancia y finalmente, a renacer como una nueva persona, pues de homofóbica que era, por lo cual no logró aceptar a la diversidad de su hijo mientras él vivía, fue dejando de ser discriminadora, y poco a poco convirtiéndose en activista de los derechos humanos de las personas gays, lesbianas, bisexuales, trasgénero "u lo que sea" como ella misma dice. Lleva más de 18 años en esa actividad pero ahora ya es defensora de los derechos humanos de cualquier persona. Nadie merece ser discriminado. Todos somos personas con derecho a ser respetados-afirma.

IdiomaEspañol
EditorialRosa Feijoo
Fecha de lanzamiento1 abr 2016
ISBN9781311898289
Rompecabezas
Autor

Rosa Feijoo

Rosa Feijoo. Nació México D.F. en 1943. En 1993 muere su hijo de sida; en 1997 comienza a dar conferencias testimonio para prevenir esta enfermedad. En 2003 publica su libro Sida: Testimonio de una madre, y posteriormente VIH/SIDA, causas profundas. En 2002, inicia su trabajo con padres de personas LGBTTTI que continua en 2004 como parte de las actividades de la Fundación Hacia un Sentido de la Vida, A.C., de la que es socia fundadora y ahora representante en Veracruz, donde reside desde 2007, realizando trabajos de prevención de VIH/sida y de bullying por homofobia, para la Secretaria de Educación del Estado, con más de 160 talleres impartidos. En 2011, representa a México en la Primera Consulta Internacional de UNESCO sobre bullying por homofobia. Coordina tres grupos en facebook: 1) “Grupo Xalapa LGBT”, de apoyo a madres y padres de personas de la diversidad sexual. 2) “Bullying Xalapa, Grupo de apoyo a víctimas de agresión”. 3) “Escuela para padres de Funsevida, A.C”.4) ¿Cómo vivimos la sexualidad? Xalapa. Es miembro de la Asociación Internacional de Padres por la Diversidad Sexual y colabora con el Instituto Municipal de la Mujer Xalapeña.

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    Rompecabezas - Rosa Feijoo

    DEDICATORIA

    A José Octavio, Eliana y Helena, mis tres maestros.

    AGRADECIMIENTOS

    Agradezco a todas las personas del Centro Nacional para la prevención y control del VIH/sida (CENSIDA) que, en su momento, me ayudaron a comprender más sobre este problema, me ofrecieron material y apoyo moral para realizar este trabajo. A la sexóloga Alma Aldana por aclarar las mil dudas que tenía sobre la sexualidad, a la sexóloga Rinna Riesenfeld por incluirme en su libro Papá, mamá, soy gay y hacerme partícipe de su labor de ayuda a familias que se enfrentan a la homosexualidad de uno de sus miembros, y al sexólogo Luis Perelman por la misma razón.

    A mi familia toda por darme su apoyo y amor durante toda mi vida y en particular a mi madre quien fue la primera en aceptarme a su nieto tal como fue, a mi hermana Maxi por su paciencia en leer y corregir mi manera informal y alocada de escribir. A Roberto y a Cristina por haber querido tanto a José y por sus testimonios que enriquecen mi escrito. A mis hijas por colaborar en esta memoria de su hermano y por enseñarme a ser una persona más abierta y franca ante la diversidad sexual en el mundo y ayudarme a comprender a los jóvenes de hoy. Sobre todo a José, quien sigue conmigo y sigue enseñándome a ser un ser humano mejor.

    2015: Hoy, después de 15 años de publicar este libro por primera vez, agradezco a todas las amigas y amigos, personas de la diversidad sexual que he ido haciendo en ese lapso, y de los cuales he aprendido tanta bondad, cariño, dedicación a su causa, y valentía por su lucha. Doy las gracias a David Alberto

    Murillo, Presidente de Amigos contra el sida, A.C., por proporcionarme su proyecto acerca del sida para que pudiera poner al día los datos que sobre este mal que escribo al final del libro, a mis socias en la Fundación Hacia un Sentido de la Vida, A.C. por su apoyo y amistad y nuevamente a mis hijas, hermana y toda la familia toda por su cariño y ayuda incondicional durante todos estos años.

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    PRÓLOGO

    Se habla mucho del VIH-sida, se elaboran estadísticas, se realizan investigaciones, se acumulan expedientes, etc. pero poco se dice de lo que hay detrás de cada número, de la historia de cada una de las personas que han tenido esta enfermedad, y muchos menos de las vivencias y sentimientos de sus familiares al respecto. Este caso es distinto. Se explica lo que siente una madre que vio nacer a su hijo, lo vio hacerse hombre, lo acompañó en la maravillosa aventura de descubrir la vida, y también lo vio morir.

    Este libro es un aprendizaje de vida, está lleno de aventuras, de anécdotas y sentimientos que van a cautivar al lector. Rosa Feijoo abre las puertas de su corazón dejándonos entrar a su mundo y acompañarla, lo mismo que al de su familia.

    El libro conquista, seduce al lector a pasar y compartir con ella, detalle a detalle, su experiencia. La escritora es una mujer sensible y al mismo tiempo puntual en sus descripciones que ha tenido un gran valor para narrar sus propias vivencias como madre, como esposa y como persona. No comparte sus sentimientos y nos lleva de la mano por un viaje a través de su vida.

    No es fácil compartir nuestra propia historia. Rosa es una de las pocas madres que nos hablan sobre la experiencia de tener un hijo maravilloso que entre otras muchas cosas era homosexual, que tuvo la desgracia de enfermar y con el cual aprendió cosas muy importantes de la vida.

    Una de las peores tragedias por las que pasan las personas con VIH-sida es la falta de aceptación por parte de sus seres más queridos, de su familia que, por lo general, no sabe qué hacer. Estoy segura que Rosa va a lograr abrir las puertas a la sensibilidad y aceptación de los suyos a muchas madres, padres, familiares y amigos de personas que viven con el virus, ya que este libro, más que teorizar, romperá las cadenas de muchos corazones a los que les cuesta trabajo la cercanía y la comprensión.

    Pienso que la mayoría podrá identificarse con las experiencias vertidas aquí, sin importar si tiene o no un familiar con el VIH. El arte de amar y el dolor de perder un ser querido llegan a cualquiera hasta lo más profundo del corazón.

    Existen miles de personas guardando los sentimientos que les genera el tener algún familiar portador del virus. Por años se ha considera esta situación vergonzosa, de la que es mejor no hablar, y la que genera silencios que no nos permiten aprender nada.

    Este es un material de valor inapreciable ya que le da voz a una población que hasta ahora ha guardado silencio y que requiere tanto de ser escuchada así como de escuchar a los que vivieron lo mismo. No hay mayor aprendizaje que aquél que se adquiere a través de la experiencia, fuente fidedigna y honesta donde lo cotidiano y las cosas cercanas nos ayudan a entender.

    En la actualidad podemos encontrar testimonios de personas que viven con el virus, algunas de ellas homosexuales, otras no, pero muy pocos sobre lo que viven sus madres, sobre su lucha, su miedo, su impotencia. Todavía hay padres y madres que le dicen no a la educación sobre la sexualidad, con los riesgos que esto supone, creyendo que esos riesgos sólo los corren los hijos de otros. A todos ellos les recuerdo que para los demás, ustedes son los otros y que cada persona infectada es hija de alguien. Alguien que jamás se imaginó que iba a vivir eso. Sin embargo, poco a poco la información está siendo el mejor antídoto contra esta enfermedad a la que nadie es inmune.

    El trabajo que hasta ahora se ha realizado con grupos de padres, familiares y amigos de personas homosexuales me permite conocer muy de cerca las dificultades que para muchos entraña el aceptar que la orientación sexual de quienes aman no es la que se creía y esperaba. Esta situación se hace aún más dolorosa y difícil cuando la persona amada informa que es portadora del virus de la inmuno deficiencia humana. Cabe aquí hacer la aclaración de que el ser una persona homosexual no hace a nadie especialmente propenso a adquirir el virus. Lo que genera vulnerabilidad es la falta de información y de cuidado, no importa cuál sea la orientación sexual que se tenga.

    Rosa narra con lujo de detalles cada momento viajado de un lugar a otro, abriéndose camino, aprendiendo cosas nuevas de cada lugar pero… ¿dónde se aprende a ser madre, a dar apoyo y comprensión? ¿Dónde y cómo se aprende a aceptar la muerte de un hijo por una enfermedad incurable que además conlleva una carga social muy fuerte debido a la ignorancia? ¡Cuánto coraje y valor se requiere para afrontar una situación así y más aún para escribir un libro sobre el tema!

    La homosexualidad no se elige y no se quita. No conozco a ninguna persona gay que haya decidido serlo. Pero la infección por VIH sí se puede combatir. Ojalá este libro ayude a que cada año haya menos víctimas y también a que las familias que ya tienen a alguien que la contrajo puedan afrontar la situación de mejor manera. La familia es el vínculo más fuerte e importante para apoyarnos y es necesario estar educados para poder educar.

    Si usted tiene algún hijo-a con el virus, no lo-a deje solo-a. Usted tampoco lo está. Este libro es una muestra de que hay otros que viven lo mismo y que están dispuestos a compartir y aprender de la experiencia aceptando que ésta los haga más sensibles y humanos. Recuerde: Lo que no nos mata, nos fortalece.

    Rosa es una mujer muy valiente. Gracias por compartir esta parte tan personal de tu vida que puede ayudar a tantos otros.

    Rinna Riesenfeld

    Sexóloga

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    INTRODUCCION

    Hace veintitrés años que murió José Octavio. Tenía 27; este año de 2016 cumpliría 51. José es mi hijo. Es y no era, porque él sigue en mí, todos los días en los que, sin razón o con ella, se aparecen en mi mente sus manitas de bebé o su sonrisa de dientecillos diminutos que, uno a uno, fueron acomodándose bajo la almohada y robados, sigilosamente en la obscuridad de la noche, por aquel ratoncito Pérez que con ellos construyó su casita a cambio de unas monedas. O sus huesudas manos de adulto, su bello rostro barbudo, su risa de grandes dientes, su adusto ceño de adolescente en búsqueda eterna o sus enormes ojos rodeados de larguísimas pestañas de hombre valiente que cuenta sólo con horas para llegar su fin.

    Todas esas imágenes llenan mi vida, junto con miles más para, en ocasiones, hasta hacerme reír, y en otras, muchas otras, hasta hacerme llorar. Los hijos, vivos o muertos, nunca se van de nuestro ser. Permanecen como canguritos metidos en un bolsillo de la mente, para salirse cuando les da la gana, como niños traviesos, a inundar nuestros pensamientos.

    José murió de sida. Cuando se pierde un hijo, se rompe la vida y nunca más vuelve a ser igual. Es como tratar de pegar un florero roto al que le quedan cicatrices que nunca dejan de verse. En el caso de una vida, nunca dejan de doler. El luto no es de unos meses o un año; el luto es para siempre…Hay que aprender a vivir de nuevo partiendo de una carencia, como el cojo sin su pierna o el manco sin su brazo. Pero ¿cómo vivir la vida cuando falta un pedazo de alma?

    Hoy ese pesar sigue, pero tras un año de psicoterapia en la que saqué ese dolor, lo reconocí, lo volví a vivir y lo dejé ir, sentí la necesidad de contar su historia, la historia de un hombre joven quien, como tantos otros, por irresponsabilidad e inconsciencia o a lo mejor ignorancia, perdió la vida. Quizás aún no lo puedo dejar ir; quizás siento que así prolongo su existencia. Acaso, al hablar de él me curo a mí misma. Quiero hacer una radiografía de su vida, quiero entenderla, quiero entender el porqué de su muerte. Quiero que mis hijas lo entiendan y al hacerlo, se comprendan a sí mismas, pues José es parte de ellas. No sé si lo lograré; no sé si al terminar lo entienda más o muera yo un poco en el proceso. Sólo sé que necesito hacerlo…

    Si él viviera se habría dedicado a ayudar, a tratar de salvar a los jóvenes de este flagelo, pues de hecho, cuando vivía, así lo hizo. Varios de sus amigos y amigas murieron antes que él y sé que estuvo su lado acompañándolos en sus últimos días. En cierta manera quiero continuar su obra, por pequeña que ésta fuera…Quiero que su historia toque almas, y que éstas tomen conciencia de esa enfermedad y se cuiden. Con uno solo que viva gracias a esta lectura me daré por bien servida. Así una muerte, la de mi hijo, dará vida a otra, no importa cual. Así su muerte tendrá sentido…

    Hoy tengo ya 73 años, en los que, como todo ser humano, fui inocente, perdí la inocencia, caí, aprendí, me levanté con cierta gallardía, y gané sabiduría. Misma que –creo- me ha llevado a pensar que la vida es como un rompecabezas que se forma solo, con los empujoncitos que le damos cada vez que tomamos una decisión; éstas, buenas o malas, van dando a lugar a realidades que se entretejen, sin que nos percatemos de que de esa manera, se nos está tejiendo la vida y así, sin darnos cuenta, llegamos a ser personas Adultos Mayores o de la Tercera Edad, como se les llama ahora. Yo creo que ya voy entrando a la Cuarta, pero no importa; me siento feliz y útil. De la edad sólo me acuerdo cuando me miro al espejo…y lo que es más importante…sigo aprendiendo pues finalmente, de eso se trata la vida.

    Este es parte del rompecabezas de mi vida y espero que tú, lector, disfrutes de él, quizás llores, quizás no; a lo mejor aprendes algo y quizás, de alguna manera, puedas cambiar, aunque sea un poco, la perspectiva que tienes sobre el comportamiento humano y la diversidad sexual en particular. Esta es mi lucha por los derechos humanos, por el respeto a todas las personas, por la no discriminación absoluta.

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    CAPITULO UNO

    JOSE OCTAVIO – INFANCIA

    El padre de mi hijo es diplomático de profesión. De esta manera, la vida de José, como la de toda la familia y la de la gran mayoría de los diplomáticos, estuvo marcada por etapas muy precisas según el país al que nos destinaban. De Lima, donde nació, a Nueva Orleáns, donde vivimos cuatro años. De ahí pasamos tres años en la India y regresamos a Perú, donde llegó al mundo mi primera hija, Eliana. Después a Estados Unidos, Washington, D.C., donde nació la segunda, Helena y, cinco años más tarde, a Camberra, Australia. Cuatro años en ese país, para regresar todos, excepto José, a Perú. José, quien ya contaba con 19 años, se quedó en México, viviendo con mi madre, para comenzar sus estudios universitarios. De aquí, ya nunca se movió.

    Esta vida cuadriculada como cubitos de madera de un rompecabezas para infantes, es sumamente estresante, sobre todo para los niños. Esos cambios de país, casa, idioma y amigos, según las estadísticas, ocasionan niveles muy elevados de tensión y, en consecuencia, marcan fuertemente la personalidad en vías de formación de los muchachos. Algunos diplomáticos solucionan eso dejando a sus hijos en internados de los que sólo salen para visitar a sus padres en períodos de vacaciones. Esto, desde luego, también angustia y no es la solución perfecta.

    En nuestro caso, cargamos con los hijos por todas partes, pues considerábamos que era más importante la unidad familiar en sus años de formación. Desgraciadamente, el hogar sólido y unido que hubiera servido para darles cierta estabilidad, no funcionaba ya. Las discusiones entre el padre y la madre eran cada vez más frecuentes, el desamor y el ausentismo del padre cada vez más prolongados. El estrés, por este tipo de vida, también se apodera de los adultos.

    En el caso particular de José, la comunicación con su padre era prácticamente nula y muy superflua; se reducía a algún intercambio de palabras al desayunar o tarde en la noche. Los fines de semana, el cabeza de familia también tenía que trabajar. Esto, lamentablemente, constituyó un gran vacío en la vida de José. Este ausentismo, ese hueco, también lo marcaron. Quiso mucho a su padre y siempre añoró alcanzarlo, cosa que nunca logró, ni siquiera cuando le quedaban pocos días de vida.

    En lo que a mí respecta, traté siempre y de mil maneras de establecer contacto con él. No era fácil. José podía cerrarse en su caparazón y no permitir que nadie lo penetrara.

    Las cartas me dieron buen resultado. De alguna manera, las discusiones cara a cara se le dificultaban. Hablábamos en español, pero con el paso de los años viviendo en países de habla inglesa, no encontraba con facilidad las palabras para expresarse en nuestro idioma. Esto lo ponía tenso y, con ello, aumentaba la dinamita a punto de explotar en su interior. Yo no me quedaba atrás, pues en aquella época era yo bastante irascible. En una ocasión, teniendo él unos 16 años, ambos nos pusimos muy violentos. Ahí me di cuenta de que no lograríamos nada por ese camino, así es que callé y me retiré. Ya más calmada, le escribí una carta expresando mis puntos de vista y el porqué de mis regaños. La puse en un sobre y la dejé sobre su escritorio. A la mañana siguiente, la respuesta estaba pegada con un imán a la puerta del refrigerador y así se inició nuestra comunicación epistolar que duró toda la vida. Para ser padre hay que echar mano a toda la inventiva posible. Lo importante es no perder la comunicación.

    LIMA

    Esta es la historia de José Octavio que, en gran parte, también es la mía. Nació en Perú de madre mexicana y padre peruano. ¿No comienza aquí una ambigüedad en su vida, un sentirse entre dos mundos?

    No queríamos tener hijos de inmediato, pues yo deseaba terminar mi carrera de Historia y teníamos planes de viajar y conocernos más como pareja. Recién casada me fui a vivir a Perú, pues mi esposo era funcionario en el Servicio Exterior de ese país. Sin embargo, a los tres meses ya estaba encinta y lloré mucho por esto, pues el embarazo no estaba en mis planes y también, quizás, porque era demasiado joven y no me sentía capaz de afrontar las responsabilidades de madre. Ahora se afirma que los bebés sienten aun estando en el vientre materno. Quizás él se sintió rechazado, no lo sé; lo que sí sé es que desde el momento que lo sentí moverse en mi interior con una serie de golpecitos o latidos casi imperceptibles, en un pequeño cuarto de un modesto hotel de la ciudad del Cuzco, lo quise de una manera que no hay palabras para describir; cualquier madre que lea esto sabrá entender lo que se siente.

    El caso es que nació grande, fuerte, precioso y amado por todos los que lo rodeábamos, el 27 de marzo de 1965.

    Durante todo el embarazo estuve bajo los cuidados de una doctora alemana que, en aquel entonces, era la única en Lima que propiciaba el parto sin temor y sin anestesia. Era una mujer muy alemana, tanto en lo físico como en su manera de ser algo seca, pero afable. Inspiró en mí mucha confianza y, bajo su dirección, practiqué los ejercicios de respiración para este tipo de parto. Desafortunadamente, a última hora tuvieron que anestesiarme porque se presentó una pequeña complicación, de manera que, con mi primer hijo, me perdí ese maravilloso momento que es sentir cuando el bebé sale de nuestro cuerpo.

    Como si fuera ayer recuerdo cuando desperté, aún en la sala de partos, en el instante en que colocaban al bebé sobre mi pecho. Fue un momento en que el tiempo se detuvo, en que floté en una nube de incredulidad o de una felicidad tan enorme que fui incapaz de comprenderla, y luego ahí quedó, eternamente en el recuerdo, para volverlo a sacar, como si fuera una gema, de un cajoncito de mi joyero emocional. Se saca, se vuelve a admirar, se vuelve a llorar de emoción y lo guardamos nuevamente por un tiempo. Tengo muchas de esas piedras preciosas.

    Siempre lo abracé y besé mucho; me gustaba apachurrarlo y morderle los cachetes, las manitas o los muslos; él se moría de risa con tanto apretujón. Su olorcito de bebé penetraba por mi nariz, subía y subía hasta sentir, en mi cerebro, una especie de preciosa embriaguez. Gocé mucho esos momentos que se repitieron tantas y tantas veces no sólo con él, sino también con mis dos hijas y recuerdo que en muchas de esas ocasiones tomé conciencia del gran valor de ese momento, de lo afortunada que era, pues no sólo era madre, sino que disponía de todo el tiempo que yo quisiera para disfrutar de los hijos. Cuántas madres hay que deben dejarlos por grandes ratos en guarderías, o a cargo de padres o abuelos, porque necesitan salir a trabajar. Aquellos momentos, precisamente, son los que, al pasar el tiempo, vuelven a dar alegría a la vida y contribuyen a que merezca ser vivida.

    Su padre también fue muy cariñoso con él y así fue creciendo: un muchachito risueño y sano. Recuerdo muy bien que su primera noche en casa, después de tres días en el hospital, durmió desde las doce hasta las 5 de la mañana. Para ser un recién nacido, no estuvo mal. Y de ahí, casi siempre nos dio buena noche. Era lloroncito en las tardes, su hora de los famosos cólicos, pero esto, poco a poco, fue pasando. Yo le daba el pecho y esperaba con ilusión ese momento en que tenía que sacarlo de la cuna, cambiarlo, darle de comer y ponerlo vertical sobre mi hombro para botarle el chanchito, como dicen en Perú. Este era el momento más precioso, pues sentía sus cabellitos y su piel blandita y cálida en mi cuello y mi mejilla. Esto, unido a su olorcito de loción de bebé, era un éxtasis total que acaparaba

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