Rendido a tu corazón
Por Cindy Gerard
3.5/5
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Información de este libro electrónico
Cuando un lobo solitario como Cutter Reno volvió a Sundown, Montana, su orgullo masculino le exigió intentar recuperar a la única mujer que alguna vez le había importado. Aquel tremendo encuentro con Peg Lanthrop no hizo más que intensificar su deseo de revivir las apasionadas noches de verano que ambos habían compartido seis años atrás. Sin embargo, ahora Peg era una madre soltera, lo que la había hecho mucho más precavida, y tenía la intención de resistirse a los encantos de aquel inquieto cowboy con el que había perdido la virginidad... y el corazón. ¿Haría falta una verdadera revelación para domesticarlo y convencerlo de que allí, a su lado, encontraría la felicidad?
Cindy Gerard
Cindy Gerard is the critically acclaimed New York Times and USA Today bestselling author of the wildly popular Black Ops series, the Bodyguards series, and more than thirty contemporary romance novels. Her latest books include the One-Eyed Jacks novels Killing Time, Running Blind, and The Way Home. Her work has won the prestigious RITA Award for Best Romantic Suspense. She and her husband live in the Midwest. Visit her online at CindyGerard.com.
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Rendido a tu corazón - Cindy Gerard
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Cindy Gerard
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rendido a tu corazón, n.º 1199 - marzo 2016
Título original: Taming the Outlaw
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8054-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
Cuando Cutter Reno se marchó de Sundown, Montana, seis años atrás, estaba seguro de que algún día regresaría. Tenía amigos allí, y tenía recuerdos, algunos buenos y otros no tanto. Y Sundown era lo más parecido a un hogar que había conocido en sus veintiséis años de vida.
Lo que nunca se imaginó era que cuando finalmente apareciera por allí lo haría para encabezar el desfile anual del Cuatro de Julio. Pero es que tampoco había contado nunca con ganar el Concurso Nacional de rodeo. Y había sido la notoriedad alcanzada por el campeonato lo que había llevado a su viejo amigo Sam Perkins a localizarlo y pedirle que fuera para encabezar el desfile.
Cutter se revolvió sobre la silla de montar y sonrió a la gente que rodeaba la calle, tratando de no pensar en las competiciones que se estaba perdiendo y en el dinero que estaba dejando de ingresar.
–Medio condado vendrá mañana para verte en el desfile –le había dicho Sam la noche anterior cuando quedaron en el bar para organizarlo todo.
Cutter pensó que no estaba mal para una población como Sundown, de cerca de quinientas personas. Mientras el desfile serpenteaba por la calle principal, Cutter calculó que habría unas cuatro manzanas en todo el pueblo, adornadas todas ellas con banderas blancas, azules y rojas. En la cabecera había una banda de música escolar formada por veintiún miembros.
–Tendríamos veintidós músicos si Billy Capper no se hubiera roto la nariz ayer en un partido de béisbol al golpearse la cara con el bate de Joe Gillman –había comentado Snake Gibson, un viejo vaquero que se había unido a su conversación la noche anterior en el bar.
La banda parecía arreglárselas bastante bien sin Billy, aunque deberían estar cocidos dentro de sus uniformes de lana roja mientras trataban desesperadamente de mantener el paso y tocar una marcha. Era una pena que se esforzaran tanto, pensó Cutter algo avergonzado, porque a pesar de los esfuerzos de la banda, era evidente que todas las miradas estaban puestas en él.
Bueno, casi todas. En el momento en que Cutter divisó a Peg Lathrop regresaron sus recuerdos de seis años atrás y se olvidó hasta del abrasador sol de verano que le atravesaba la camisa.
La banda, las risas y las exclamaciones de la multitud, todo se convirtió en un ruido de fondo cuando contempló aquella mujer de pelo castaño que avanzaba entre la muchedumbre evitando conscientemente cruzarse con su mirada.
Peg Lathrop se cruzó los brazos sobre el pecho y sonrió. Contempló a Cutter saludando a la multitud subido en el caballo que la organización del desfile le había proporcionado, repartiendo por doquier su encantadora sonrisa. No parecía haber cambiado ni un ápice, pero Peg se dijo a sí misma que no le había hecho daño verlo de nuevo. Ni tampoco estaba ya enfadada con él.
–¿Quieres hacer el favor de mirarlo? –la amonestó su amiga Kristal Perkins, que estaba a su lado en el desfile–. Desde luego, está de un guapo…
–Si Sam te pilla mirando de esa manera a Reno, me temo que esta noche tendrás que buscarte otro sitio para dormir –comentó Peg, consciente de que Krystal era la mujer casada más feliz que conocía.
–No es ningún crimen mirar el envoltorio –contestó su amiga con una carcajada mientras subía en brazos a Grant, su hijo de dos años–. Siempre y cuando el único sitio en el que busque el amor sea en brazos del padre de esta criatura. ¿Verdad, cariño?
–¿Dónde está papá? –preguntó el pequeño mientras se ponía la cara y la camiseta perdidas de helado de chocolate.
–Enseguida vendrá, cielo –dijo su madre colocándolo de nuevo en el suelo–. Mientras, déjame disfrutar de esta visión…
–Espero que te parezcas a tu padre cuando crezcas –dijo Peg dándole al niño una palmada amistosa en la espalda–. Es difícil encontrar hombres tan buenos como él.
«Y aún más difícil conservarlos», pensó sin poder evitar que su mirada viajara por su cuenta hasta clavarse en la radiante sonrisa de Reno.
Peg sintió un escalofrío en el momento en que sus ojos se encontraron con los de él. Aquellos ojos azules y cálidos le aceleraron el corazón, que comenzó a golpearle contra el pecho.
Peg apartó finalmente la vista y apretó con más fuerza la mano de su hija de cinco años.
–Vamos, Shell. He visto al abuelo Jack. Vamos a preguntarle si ha encontrado algún sitio bueno para ver esta noche los fuegos artificiales.
–Pero yo quiero ver el desfile –protestó Shelby, clavando en la acera sus botitas rojas de vaquera.
Peg bajó la vista para mirar a su niñita. Por debajo de su sombrero vaquero le asomaba una melena rubia y rizada. Tenía la camiseta amarilla teñida con las mismas manchas de helado de chocolate que tenía Grant, y las mejillas rojas por el sol y la emoción. Sus ojos azules brillaban y echaban chipas de determinación.
–Estoy segura de que lo verás mejor desde los hombros del abuelo –dijo su madre señalando en dirección de Jack Lathrop, que estaba con unos amigos en la esquina–. Despídete de Krystal y de Grant.
–¿Has decidido ya si vas a verlo? –preguntó Krystal mientras le decía adiós con la mano a la niña.
Era absurdo hacerse la tonta. Desde que Sam, el marido de Krystal y organizador del desfile, le había informado de que su amigo Cutter Reno había accedido a presidir el desfile, Krystal no la había dejado en paz.
–No si puedo evitarlo. Bueno, me tengo que ir –dijo Peg antes de que Krystal la siguiera interrogando.
–De acuerdo –replicó su amiga mirándola fijamente–. No más preguntas sobre este asunto. Pero supongo que sigue en pie el picnic antes de los fuegos artificiales…
–¿Va a ir Cutter? –preguntó Peg entornando los ojos.
Krystal asintió con la cabeza.
–Entonces creo que me lo saltaré, gracias –dijo con convicción sin darle a su amiga la oportunidad de protestar–. Por favor, déjalo estar, ¿de acuerdo? Es mi manera de enfrentarme a este asunto. Seguramente nos veamos en los fuegos. Gracias por cuidar de Shell esta mañana.
Peg le dio un abrazo a su amiga y emprendió su camino entre la multitud en dirección a su hija y su padre, tratando de ignorar al vaquero de pantalones ajustados y sombrero negro que presidía la comitiva. Luego se tranquilizó a sí misma. Cutter se marcharía al día siguiente, y la vida y el ritmo de su corazón volverían a la normalidad.
«La hermosa Peggy Lathrop», pensó Cutter mientras la veía moverse a lo largo de la ruta del desfile. Siempre había sido una visión muy agradable de contemplar. El paso del tiempo no había hecho otra cosa que mejorar sus curvas. Llevaba puestos unos pantalones vaqueros cortos que marcaban su estrecha cintura y dejaban al descubierto unas piernas largas y bronceadas. Una camiseta blanca servía de escondite a un par de exuberantes pechos.
Mientras su caballo recorría a paso lento el circuito del desfile, Cutter hizo todo lo posible por no perderla de vista. Llevaba puesto un sombrero vaquero que dejaba parte de su rostro en sombras, y su larga melena de seda le llegaba casi a la cintura. El sol de julio revoleteaba sobre su cabellera, arrancándole destellos de luz brillantes como las chispas de una hoguera. Cuando Cutter consiguió finalmente doblar la esquina para contemplar su rostro de frente, se quedó tan impresionado como con el resto del conjunto, y se hundió en el recuerdo placentero de un dulce verano.
Sin dejar de mirarla, Cutter se quitó el sombrero y, con una sonrisa de puro placer, se preparó para dejarse caer sobre el fuego de una hoguera que nunca se había extinguido del todo. Habían tenido una pequeña historia seis años atrás, cuando él estaba iniciando su carrera en la Asociación de Vaqueros Profesionales del Rodeo. Había trabajado muy duro y había conseguido que lo nombraran «mejor debutante del año». Con el título bajo el brazo, había regresado a casa, a Sundown, convertido en un héroe también entonces. Y se había encontrado con la pequeña Peg hecha una mujer. Cuando volvió a marcharse de la ciudad, lo hizo convertido en un triunfador también en otro sentido.
Sin apartar la vista de ella, Cutter aflojó las riendas. No podía ser que ella no lo recordara. Lo había visto en sus ojos cuando sus miradas se cruzaron unos instantes antes en medio de la multitud. Había esperado que ella le sonriera, pero Peg había torcido la cara rápidamente.
Puede que él hubiera estado muy ocupado todos aquellos años, y solo le hubiera dedicado algún pensamiento fugaz a aquellas noches de verano que habían compartido, pero no las había olvidado. La hierba fresca, la luna llena de julio, los suaves gemidos… Volver a verla había colocado todos aquellos recuerdos en primer plano. En aquel entonces, Peg era de una inocencia conmovedora unida a una desinhibición que lo había vuelto loco. Su sabor, aquella dulce calidez… y aquella pasión, una pasión