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Es tiempo de pagar (aún no prescribió)
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Es tiempo de pagar (aún no prescribió)
Libro electrónico274 páginas4 horas

Es tiempo de pagar (aún no prescribió)

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Información de este libro electrónico

La dictadura argentina finalizó hace mucho, pero el asesino de los padres de Agnes y Dalmiro está libre.

Un día se cruzan con él inesperadamente y todos los recuerdos y angustias se renuevan. Este hombre no fue ni siquiera acusado por sus muertes y sigue libre.
Agnes y Dalmiro son gente normal y de buena posición. No eran asesinos ni querían serlo, pero ansiaban vengar aquellas muertes tan injustas.

Lea esta apasionante historia con un final increíble. Vale la pena.

IdiomaEspañol
EditorialLuis Kajin
Fecha de lanzamiento1 ene 2016
ISBN9781310774010
Es tiempo de pagar (aún no prescribió)

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    Es tiempo de pagar (aún no prescribió) - Luis Kajin

    ¿ Casualitè ?

    "Primero andá vos, Dalmiro. Después voy y mientras lo entretenés, yo me

    encargo de hacer las copias de las llaves; ¿estamos?"...

    Dalmiro y Agnes eran dos hermanos, hijos de desaparecidos de la época del proceso. Venían de una familia de renombre y poseían cierta fortuna que provenía de los abuelos maternos.

    Tenían cuatro y siete años de edad cuando Muriel y Herman, sus padres, desaparecieron en los años setenta. Fue recién a fines de la década del ochenta cuando aquellos chicos, ya casi adolescentes, tomaron real conciencia de los vejámenes a los que fue sometida toda su familia, por los salvadores de la Patria. La peor parte en esas atrocidades la llevaron sus padres que pagaron con la vida. Los abuelos por vía paterna estaban en contacto con los grupos que investigaban las desapariciones y nunca pudieron saber nada de su hijo y nuera.

    A mediados de los noventa habían empezado a frecuentar reuniones con otros que,

    como ellos, habían padecido la desaparición de sus familiares más queridos.

    Un día conocieron a Milenka, hija de Magda, quien había salido con vida del Olimpo. Magda llevaba casi cuatro meses de cautiva cuando conoció a Muriel, pues ambas estaban bajo la autoridad del flaco Ugarte, quien en ese entonces era conocido como el rata. El año pasado, Magda había muerto pues los tormentos a los que la sometió el rata fueron tales que le dieron una sobrevida dolorosa y angustiante. Agnes se había hecho muy amiga de ella y junto a Milenka la acompañaron hasta su partida al mas allá.

    Siempre que se encontraban Milenka y Agnes irremediablemente evocaban sus historias tristes y desesperanzadas y pensaban si algún día se haría justicia por tales atrocidades. El punto final y la obediencia debida no eran precisamente lo que las víctimas y sus familiares esperaban de la Justicia. Un genocidio no puede ser perdonado ni prescribir.

    Fue para octubre que Dalmiro y Agnes compraron ese piso en Libertador. Hasta ese entonces habían vivido en la casa de sus abuelos maternos en Olivos y por comodidad para sus ocupaciones, decidieron instalarse en la Capital. Hacía muy poco que se habían instalado en el piso, cuando entre la correspondencia que el encargado le dio a Dalmiro, un sobre le llamó la atención: estaba dirigido a un tal Heraclio Nerio Ugarte, piso 22º. El de ellos era el piso 12º. De allí vendría el error en la entrega del sobre. A Dalmiro ese apellido le resultaba familiar; no podía precisar de dónde, pero lo había oído más de una vez. Ivonne era la empleada que les atendía el departamento y provenía del equipo de

    servidumbre de la casa de los abuelos maternos. Ese día les había preparado comida sustanciosa al estilo catalán como era común en la otra casa.

    Al llegar Agnes desde su estudio de arquitectura, vio con agrado que la comida que la estaba esperando era su preferida. Sentados ambos hermanos a la mesa, Dalmiro le

    preguntó a su hermana si el apellido Ugarte le sonaba por algún motivo. Su primera respuesta fue que era el segundo apellido de Pinochet. Después dijo que ese era el apellido del que había torturado a la mamá de ambos en el Olimpo, pero que la costumbre de llamarlo el rata le hacían olvidar el verdadero apellido. Dalmiro no estaba tan afectado como su hermana por esa desgracia, y hasta por épocas, llegaba a pensar que lo pasado pisado, pues no remediaba en nada la pérdida de sus padres.

    Agnes le preguntó ¿a qué se debe tu pregunta?. Dalmiro le respondió que en el edificio, en el piso 22 vivía un tipo con ese apellido. Le dijo que en el recibidor estaba ese sobre. Agnes dejó de comer y de un salto fue al recibidor y buscó el sobre en cuestión. Lo venía mirando cuando retornó a la mesa, sin poder creerlo. "Heraclio Nerio Ugarte.

    ¿Sería ese Ugarte el rata, el degenerado represor ?" Agnes perdió el apetito, dejó de comer, las manos se le pusieron húmedas y una lágrima le corrió por la mejilla. Desde lo mas profundo de su ser un sentimiento de odio contenido le iba subiendo hasta la piel y empezó a caminar por la sala de estar, contigua al salón comedor.

    Era imperioso saber si ese era el rata Ugarte o no.

    No podía ser verdad que ese depravado, al que siempre habían buscado ella y Milenka, la vida lo hubiera puesto en el mismo edificio que ella habitaba. El sobre venía de un círculo de retirados de algún organismo oficial, pero no precisaba de qué. Ella olía que algo de milico había en ese sobre. Parecía alguna obra social por la sigla que tenía y que en algún aspecto todas tienen en común. No paraba de caminar mientras decía cosas fuertes, irrepetibles, en contra de los milicos. Metió mano a su celular, y llamó a Milenka. Hola, Mile; venite de raje que tengo algo bomba que decirte. No, no, por teléfono no te puedo adelantar nada, chau le dijo y cortó.

    Fue un fuerte presentimiento lo que la impulsó.

    Escuché que llamaste a Mile y le pediste que viniese, ¿qué pensás hacer?,preguntó Dalmiro. Ella le contestó:En principio, que me ayude a comprobar si este Ugarte es el rata o no; si es él, ya veremos, le respondió. El Rata Ugarte, pudo haber sido un seudónimo doble, por Pinochet.

    Era un día martes a mediado de noviembre y estaba anocheciendo. Cuando Milenka vio el sobre se estremeció.. Ahora quedaba por resolver si devolvían el sobre a la portería, o lo usaban de pretexto para verlo si era que tenían la suerte de que él mismo las atendiese si subían al piso 22, pero eso tenía como riesgo que el rata las identificara por algún motivo o lo alertase y en una de esas se esfumara. Los agentes de servicios cuando huelen algo, enseguida se hacen humo y chau. Optaron por quedarse con el sobre y abrirlo. Era contra la ley, pero aquellos tipos del proceso no fueron legalistas y por allí andan, como angelitos.

    Fue Agnes la que lo tomó entre sus manos y lo abrió con prolijidad. Se trataba de un listado de actualización de una obra social del ejército en la cual lo registraban como ex Suboficial Principal del cuerpo de Infantería. Un dato importante que incluía ese papel, era la fecha de nacimiento: 8 de noviembre de 1950. Otro dato importante era que en el periodo comprendido entre 1976 y 1982, figuraba asignado a tareas especiales sin mencionar locación alguna. Todo encajaba bien. El rata era un tipo de menos de 30 años cuando le tocó custodiar y torturar a sus padres. Las fechas sin determinar, eran la casi totalidad del tiempo que duró el proceso que lideró Videla y sus secuaces.

    Estaban Agnes y Mile sentadas a la turca entre almohadones en el suelo de la biblioteca que es contigua al toilette grande, cuando regresó Dalmiro desde la ciudad universitaria donde había ido a buscar información para un Tratado que pensaba escribir.Las vio con hojas de bocetos en el atril y también otras desparramadas por toda la sala. Pensó que estarían trabajando en algún proyecto de alguna obra nueva, como buenas

    arquitectas que eran. Agnes al verlo le dijo que aun no era el momento, pero que estaban haciendo planes que necesitarían de sus conocimientos de ingeniero.Dalmiro siguió de largo luego de besar a Mile y previa pasada por la cocina, se metió en su estudio del ala sur del departamento.

    Las muchachas siguieron conversando muy animadamente, y de pronto se quedaron ambas calladas; ¿cómo harían para ver personalmente al rata sin preguntarle a nadie para no despertar sospechas ni hacerse ver demasiado?. A Milenka se le ocurrió una idea: Agnes tenía una 4x4 de vidrios negros en el subsuelo de cocheras que la usaba poco y tanto ella como su hermano tenían los dos Mazda deportivos que no paraban de usar. Le propuso a Agnes que hiciesen un volantito ofreciéndolo en venta urgente por viaje, haciendo notar que el precio era irrisorio. Le pedirían al encargado que lo pusiese en los casilleros de la correspondencia, y en una de esas este tipo pudiese interesarse y aparecer.

    Diseñaron el volante y pusieron un texto atractivo para incitar a la aventura y la preferencia a venderlo, aprovechando la ganga, a algún convecino maduro del propio edificio. Así eliminaban los candidatos jovencitos. Eligieron un paisaje campestre montañoso con cierto aire sanmartiniano para tentar a algún interesado que hubiese sido de alguna fuerza armada. Era una tontería lo que estaban haciendo, pero con probar no perdían nada.

    Así lo hicieron y empezaron a presentarse jovencitos. Con mucho tacto los fueron despachando e hicieron los versos más ingeniosos para no despertar sospechas de tomada de pelo, ni de fraude. Estaba Agnes sola cuando sonó el llamador de la salida que da al ascensor de servicio. Agnes vio a un tipo de buen aspecto, de cabello entrecano con ciertos reflejos rubios y un espeso bigote, quien con una sonrisa le preguntó: ¿Llegué a tiempo o ya la vendieron?.

    Ella lo semblanteó un poco pero su intuición le decía: acá lo tenés al hijo de perra. Se mantuvo lo más calma posible y le dijo que aun no había cerrado trato con nadie y que si conversaban un poco podrían llegar a un acuerdo, mejorando las ofertas que ya tenía. Fue entonces cuando recién le preguntó si él era copropietario en ese mismo edificio, a lo que el tipo le respondió que era del piso 22. Ella le explicó que la 4x4 era una Grand Cherokee de dos años con muy poco uso y por la que tenía como mejor oferta quince mil dólares, pero no cash. Si está dispuesto a pagarme esa cantidad contado y en billetes, ya cierro trato con usted, le dijo Agnes, y agregó: "piénselo y a eso de la seis de esta tarde lo estaré esperando.

    Si quiere ir viendo la Cherokee, está en el segundo subsuelo, box 12C; es de color negro con vidrios también negros. Venga por el palier privado que yo le liberaré el código. El consorcista del piso 22 aceptó la sugerencia, saludó con una agradable sonrisa y se fue. Al cerrar la puerta del palier, Agnes se apoyó contra la pared y un sudor frío le recorrió el cuerpo. Se le aflojaron las piernas y se apuró a entrar a la sala de estar, donde, dejándose caer en un sofá, estalló en un sollozo. Fue breve ese relax de Agnes; tomó su celular y llamó a Milenka y a su hermano para que estuviesen en casa lo antes posible, para elaborar toda la estrategia que fuese necesaria. Lo primero era asegurarse que el tipo fuese realmente el rata" y no algún pariente o amigo que hubiese enviado en su lugar para no dar la cara.

    Lo segundo era decidir si le vendían o no la 4x4. Tenían la suerte de que la camioneta era propiedad del estudio de arquitectura del que Agnes era principal propietaria aunque no exclusiva pues tenía otros dos socios. No obstante, conservaba el derecho de tomar decisiones como esa, sin estar obligada a consulta o aprobación alguna. Además, en caso de venderla, quien firmase sería el gerente de operaciones del directorio, de modo que

    el rata ni se enteraría del apellido de Agnes que sin duda le despertaría recuerdos y sospechas respecto a ella. Pondría todo en manos del escribano y asunto resuelto. Había también otros puntos a considerar: ¿qué harían después de confirmar que era efectivamente el rata?. Esa idea la atormentaba; pensaba que no sería capaz de seguir ese juego tan peligroso pues el tipo era sin duda, de temer. Pero a la vez la sola idea de vengar a sus padres, de acallar esos demonios nocturnos que no la dejaban dormir, la incitaban a hacer algo tenebroso para castigar a ese infame.

    Ese deseo de venganza le daría la fuerza y serenidad necesarias para ejecutar un plan con algún tipo de castigo que lograse su revancha.

    Ya que la Justicia no lo había hecho, tomaría justicia por propia mano.

    Algo extraño le sucedía que le mantenía encendida la llama del odio hacia los miserables que la dejaron huérfana a tan corta edad, que ni aun el amor y la impagable crianza que tuvo a cargo de sus queridos abuelos, no le permitían olvidar su siniestro pasado, que a sus siete añitos no se redujo a la sola desaparición de sus padres. Toda la familia había vivido colapsada por la inseguridad y acoso de esos horribles tipos que de tanto en tanto iban a buscar a alguno de ellos para extorsionarlos y quedarse con algunas propiedades y mucho efectivo a cambio de protección y ayuda en la devolución de Muriel y Herman que jamás se produjo. El manoseo que le hizo aquel degenerado la noche que fueron a buscar plata cuando ella tenía ya nueve años, no lo podrá olvidar jamás. Su hermano era menor, lo suficiente como para no tener tan lúcidos los recuerdos de papá y mamá ni de esos atropellos.

    Eran las cuatro de la tarde y ya estaban reunidos en la biblioteca los dos hermanos y su querida amiga. Estaban cómodamente echados sobre los almohadones en el piso de roble en silencio, mirándose como para darse fuerzas y obtener la inspiración requerida

    para elaborar un plan diabólico y la capacidad y tesón necesarios para ejecutarlo. Dalmiro rompió el silencio y dijo que tenía una idea loca: ¿porqué no pagaban un accidente a pedido a alguna de esas organizaciones delictivas que por guita te hacen cualquier trabajo"?

    Al unísono Agnes y Milenka dijeron: ¡¡ no !!.

    No era por bondad que lo gritaron, sino todo lo contrario. Si lo hacían boleta con un accidente, ni llegaría a darse cuenta de su cambio de estado (de vivo a finado). Lo que ellas pretendían era un castigo atroz por sus espantosos crímenes. Ya se les ocurriría algo.

    A las seis menos cuarto, acababan de tomar un refrigerio que les había servido Ivonne, y se prepararon para recibir al rata. Eran las seis en punto de esa tarde primaveral cuando se escuchó un fuerte chirrido en el ascensor principal, casi a la altura del piso 12. El primero en acercarse a la puerta del ascensor en el palier privado fue Dalmiro, quien pegó su oreja contra la puerta y oyó gritos de un hombre en su interior. Trató de comunicarse con el atrapado, y no tuvo éxito, pues aquel estaba en estado de pánico y lo único que hacía era gritar pidiendo ayuda.

    Dalmiro se puso a observar si la puerta deslizable tenía algún orificio que le permitiese abrirla y así ver donde había quedado el coche, pero no obstante haber descubierto dos pequeñas perforaciones, no sabía cómo operar el sistema de apertura.

    El encerrado seguía gritando y pasaron casi 10 minutos en que recién alguien en el palier de servicio pulsó el llamador de su departamento. Era uno de los guardias de la vigilancia que le pidió a Ivonne permiso para entrar a fin de liberar al atrapado. Ella le preguntó a Agnes si lo dejaba pasar, cosa que autorizó y de inmediato el guardia llegó a la puerta del ascensor privado. Introdujo una fina pieza metálica de dos agujas en el interior de los orificios y pudo abrir la puerta deslizable.

    Allí estaba el coche retenido a medio camino entre los pisos 13 y 12. Era riesgoso sacar al atrapado desde ese piso 12. Lo conveniente para tener menos riesgo de caída era sacarlo por el piso 13, pero en ese momento en el piso de arriba no había nadie. No quedaba otra alternativa que sacarlo por allí. El atrapado estaba en crisis de encierro y no ayudaba en nada para sacarlo. Estaba acurrucado en postura fetal y lloriqueaba por lo que el empleado de la vigilancia debió subir al coche con ayuda de una silla y del propio Dalmiro. En cosa de dos minutos ya lo estaban acostando en el sofá de la sala de estar. El encerrado se estaba reponiendo del susto cuando Ivonne le alcanzó una taza de te. El agente de vigilancia le preguntó al rescatado si en su departamento del piso 22 había alguien a quien pudiese llamar, y le respondió que no, que estaba solo y que había despedido a la empleada la semana pasada. Que ya se sentía mejor y que se podía retirar. El de la vigilancia le contestó diciendo: sí mi Principal y se fue.

    Mientras bebía la taza de te, el rescatado agradeció lo que habían hecho por él pues ya estaba reanimado del todo. Dalmiro le preguntó si quería que lo acompañase de regreso a su piso, cosa que éste dijo que no era necesaria, y prefería tratar lo de la camioneta 4x4 pues le parecía una oferta justa y estaba de acuerdo con pagar en efectivo los 15.000 dólares acordados. Él ya la había visto en la cochera del 2º subsuelo, y le había gustado. Hasta ese entonces casi todo lo acontecido había transcurrido entre el habitante del piso 22 y Dalmiro. El incidente del ascensor, y el trato que le dieron los del 12, actuó sobre la habitual conducta del extraño, quien abrió su cerrada personalidad que lo caracterizaba como serio, hosco y huraño, a otro mas estandar casi sonriente y conversador; hasta se sonrió al referirse a que ese accidente lo había tomado tan de sorpresa que un poquito se había asustado.

    Agnes que hasta entonces, al igual que Milenka, no habían abierto la boca comenzó

    diciendo: "creo procedente que al menos nos presentemos: yo soy Agnes, ella es mi amiga

    Milenka y él es mi hermano Dalmiro. Como contraparte, el extraño se levantó y estrechando la mano a Dalmiro, les besó las mejillas a Milenka y Agnes y, en una pose teatral, dijo: Yo soy Heraclio Nerio Ugarte, para servirlos". Hubo un silencio breve y una tos seca de Milenka.

    Agnes se puso a explicarle en qué condiciones le iban a vender la Cherokee. El motivo del precio, que era un regalo pues sin apuro valía más de 35.000 dólares, obedecía a que necesitaban efectivo para un viaje que tenían que hacer por razones laborales, sin extenderse nada en el tema, pero que todo debía resolverse en pocos días. Él dispondría de cuatro o cinco días para juntar la plata y ellos mientras preparaban su viaje, también se encargarían de los papeles para la compra-venta y la transferencia en el Registro. Eso lo haría el escribano del estudio. Ugarte les dejó el número de su teléfono celular si por algún motivo necesitaban consultarlo.

    Las chicas se levantaron y Agnes le dijo que no había necesidad de hacer boleto de seña ni nada por el estilo, pues le daba su palabra de que el trato ya estaba cerrado y que con un apretón de manos, era lo mismo que un documento. Esa actitud le impresionó muy bien al rata pues su formación le indicaba que estaba entre gente de honor, como él. Estrecharon sus manos e hizo lo mismo con Dalmiro. A Milenka le tocó la peor parte pues le dio otro beso en la mejilla. Agnes con su apretón de mano, había zafado del beso del rata. Dalmiro lo acompañó hasta el ascensor de servicio, pues el otro había quedado desactivado. Mientras se iba hablaron sobre el percance del ascensor, y de cuánto tiempo quedarían sin ascensor privado. Ugarte tomó el coche de uno de los ascensores de servicio y se fue para su departamento. Al regresar Dalmiro a la sala, la encontró sola a Ivonne, quien estaba poniendo orden en la misma.

    Las chicas se habían ido a la biblioteca. Hacia allá fue también Dalmiro. En eso sonó el llamador de la puerta de servicio e Ivonne fue a atender. Era el service del ascensor acompañado por el guardia de la vigilancia que ya había estado cuando ocurrió el percance. Al enterarse Agnes de su llegada, aprovechó para ir a verlo y sonsacarle alguna información más de Ugarte, en forma indirecta y como para que no sonase a extraña su curiosidad. La saludaron cordialmente ambos hombres y comentaron lo riesgoso de vivir en pisos altos. El piso 12 era bastante elevado para desplomarse hasta las cocheras, pero para el del piso 22 era aterrador. Fue allí donde Agnes aprovechó para preguntar sobre esa persona, diciendo que menos mal que iba solo, pues si hubiese bajado con su esposa, o cualquier otro familiar el peso de los pasajeros pudo desencadenar un percance mayor.

    El guardia de la vigilancia le explicó que el señor Ugarte era un militar retirado, que vivía solo y era poco comunicativo con la gente del edificio, y que él lo había conocido en el ejército cuando ambos trabajaban en el mismo regimiento. El guardia de seguridad era algo mayor que Ugarte, pero había hecho una carrera de menor rango que el suboficial Principal, pues se había retirado a mediados de los años setenta, porque no le gustaban las cosas que por ese entonces se veían. En cuanto a que había despedido a su empleada en esos días, era habitual en él porque desconfiaba de todas y las despedía cada año, cuando se iba a recorrer el Caribe sin rumbo fijo. Además, era obvio que saliese el tema de la claustrofobia del señor Ugarte que esa vez había tomado la dimensión de pánico. Ya había tenido otro encierro cuando se mudó a ese edificio.

    Agnes los saludó y regresó a la biblioteca. Milenka ya había escuchado algo de lo conversado, pues se quedó cerca de la puerta del palier principal, en el recibidor. Recién acababa de sentarse en un almohadón en el suelo cuando entró Agnes toda contenta. Les dijo que ya no cabía la menor duda al respecto: era el rata. Dalmiro pensaba irse, pero

    Agnes le

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