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La hija del candidato
La hija del candidato
La hija del candidato
Libro electrónico403 páginas8 horas

La hija del candidato

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Información de este libro electrónico

Dos mujeres tienen veinticuatro horas para encontrar a una niña desaparecida, ya que en veinticinco, estará muerta.

El plan es simple: secuestrar a la hija del candidato al Senado, Richard McClaine, tomar el dinero y huir. Nadie sale herido y la niña vuelve a casa con vida.

La ladrona de autos de veintidós años, Kelsey Money piensa que esta es la peor idea con la cual Matt y su drogadicto hermano han salido. Pero entonces descubre que sólo sabía la mitad del plan. ¿Y el resto?: ella sería culpada de asesinato y la pequeña Holly no sería encontrada con vida.

Al otro lado de la ciudad, Elizabeth McClaine no tiene ni la menor idea de lo que su hija llevaba puesto cuando desapareció; pero, cuando descubre el fracaso anterior del detective a cargo de la investigación en otro caso similar, Elizabeth comprende que todo depende de ella.

Ahora las dos mujeres cuentan con veinticuatro horas para encontrar a Holly, porque en veinticinco, estará muerta.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento26 mar 2016
ISBN9781507128893
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    La hija del candidato - Catherine Lea

    La Hija del Candidato

    ––––––––

    Catherine Lea

    ––––––––

    Derechos de autor © 2013 Catherine Lea

    Publicado por Brakelight Press

    ISBN: 978-0-473-26175-7

    La Hija del Candidato es una obra ficticia. Los nombres, personajes, empresas, lugares, eventos e incidentes son invención del autor o utilizados de una manera ficticia. Cualquier parentesco con personas reales, vivas o muertas, o eventos de la realidad es mera coincidencia.

    Diseño de la portada: Deanna Dionne de CustomIndieCovers.com

    Formato: Polgarus Studio

    Edición: Sara J. Henry

    Traducción: T. E. C. Damián

    Blog de la autora: Happiness Optional

    DEDICACIÓN

    Para mi niña, ¿qué haría yo sin ti?

    Hoja de Titulo

    Dedicación

    LA HIJA DEL CANDIDATO

    CAPÍTULO UNO

    DÍA UNO: 2:24 PM—KELSEY

    Tenía seis años; incluso desde aquí la niña se veía pequeña para su edad.

    Kelsey bajó sus binoculares y miró hacia la esquina de la calle.

    — ¿Es ella? —preguntó Lionel y volteó al asiento de atrás; Kelsey le dio los binoculares mientras Matt se acomodó en su lugar descansando ambos brazos sobre el volante. Su atención estaba en la niña.

    — Es ella —dijo Matt.

    Habían pasado ya media hora sentados en el achatarrado Camry, helados hasta la médula, mientras esperaban que diera la hora de salida de la escuela y los últimos estudiantes se fueran. Era noviembre en Cleveland y con la calefacción descompuesta ese auto era un congelador. En el instante en que Kelsey vio a la niña, fue como si se hubiera encendido un interruptor en ella, ahora sólo podía sentir era un calor intenso recorriendo su espalda y sudor brotando por debajo de su peluca. Se ajustó la chaqueta y aflojó el cuello de ella mientras veía a la mujer y a la niña salir del Centro para Niños Especiales y dirigirse a la calle.

    — ¿Listos? —dijo Lionel.

    Matt revisó la calle de arriba a abajo.

    — Aún no. Esperen el momento.

    Kelsey levantó sus binoculares otra vez, acercándose para poder ver con claridad a la niña. Holly McClaine tenía el cabello hasta las mejillas y se ayudaba de una diadema para mantenerlo fuera de su rostro, vestía un rompevientos dos tallas más grande que la suya, sobre un vestidito con delantal, mallas beige y zapatos café lisos. En su mano izquierda llevaba el tirante de su mochila de Dora la Exploradora y con su mano derecha sostenía la mano de la mujer que Kelsey reconoció como su maestra: Audrey Patterson. Holly veía despreocupadamente la calle, sin embargo a la maestra le llegó una preocupación repentina reflejada en su ceño fruncido; le puso a Holly su capucha y volteó; sólo para alzarse de hombros contra el viento helado, buscando por la calle un auto que nunca vendría.

    Matt revisó su reloj.

    — Bien —dijo—. ¡Ahora! ¡Ya, ya, ya!

    Kelsey abrió la puerta trasera izquierda y salió hacia la calle levantándose el cuello de la chaqueta para cubrir su tatuaje de una daga.

    — Hola —saludó mientras se echaba hacia atrás un mechón de su largo cabello castaño y les dirigió una sonrisa  a la maestra y a la niña mientras cruzaba la calle trotando para llegar a ellas.

    Audrey Patterson le respondió con una sonrisa breve y continuó escaneando la calle, ignorándola hasta que Kelsey se detuvo al lado de Holly, se hincó en una rodilla y le dijo:

    —Hola, Holly. Te voy a llevar a casa, bebé.

    La maestra se interpuso entre las dos, agarrando por los hombros a la niña de manera inmediata para mantenerla cerca.

    — ¿Perdón?

    Kelsy se enderezó y le ofreció su mano.

    — Ay, disculpe. Me llamo Amy, soy la hermana de Lizzie. Usted debe ser Audrey. Lizzie me ha contado mucho sobre usted. Dice que usted es una maestra increíble.

    La expresión de Audrey se suavizó pero mantuvo el escepticismo. Entonces tomó la mano que Kelsey aún le ofrecía.

    — Mucho gusto —le dijo. Aunque con la forma en que veía los pantalones mezclilla, la playera de Metallica y la chaqueta de gamuza con flecos de Kelsey, indicaba lo contrario.

    — Oh, esto, es que no tuve tiempo de cambiarme. Son las desventajas de viajar en avión ¿no cree? —Sus ojos se cruzaron, ambas mantuvieron la mirada; fue justo ahí que Kelsey sintió la desconfianza de Audrey y su corazón le dio vueltas.

    Audrey hizo otra de sus micro-sonrisas.

    — Gracias por venir, pero ya casi vienen por Holly —dijo y devolvió su atención a la calle vacía.

    — Ah, entonces Lizzie no les llamo...

    — ¿Elizabeth? No. ¿Debió hacerlo?

    Kelsey sonrió de medio lado.

    — Vaya, juro que uno de estos días se le va a olvidar hasta la cabeza. Ha estado tan ocupada con toda la mie... los asuntos de la campaña, con Richard y todo eso y pues sí... — dijo alzándose de hombros.

    Otra sonrisa apretada.

    — Creo que será un grandioso Senador.

    — Si, bueno, tienen que votar por él primero. A como va, eso nunca pasará. Como sea, todo se ha vuelto un infierno en casa. Por eso vine. —Dirigió una sonrisa hacia la niña. —Ah, además Sienna, usted sabe, la nana, Lizzie me dijo que ella iba a visitar a su mamá. Sí y por eso me dijo que viniera a recoger a Holly, fue Lizzie la que me lo pidió, por cierto.

    Holly miró a Kelsey, con su boca abierta y sin rasgo de expresión alguna. Sus ojos abultados estaban delineados de rojo levemente cubiertos por lagañas de conjuntivitis, estos se encontraban sobre una redonda y plana cara que contaba con la cicatriz característica del labio leporino, ésta recorría desde debajo de su nariz hasta su labio superior como una grieta áspera; más abajo, su lengua rosada se asomaba desde su boca abierta. Si se dejaba de lado la cicatriz, se veía como cualquier otro niño con síndrome de Down que Kelsey hubiera visto.

    — Lo siento, pero eso está fuera de discusión —le dijo Audrey a Kelsey, como si le estuviera hablando a una idiota—. La política de la escuela estipula que aseguremos una confirmación por parte de los padres antes de dejar a los niños en custodia de cualquiera que no sea su guardián autorizado.

    Kelsy puso sus manos sobre su cintura y cambio su centro de balance.

    — Ah, cierto. —Le molestaba de sobremanera que los maestros o ricos imbéciles le hablaran así.— Bueno, solo me gustaría que Lizzie me hubiera dicho eso antes de hacerme manejar por toda la ciudad —dijo de manera un poco más cortante de lo que pretendía.

    Audrey retrocedió y atrajo a Holly más cerca de ella.

    — Lo siento, ¿cómo dices que te llamabas?

    — Amy. Amy Pace. Acabo de llegar ayer de Idaho. Una mierda de lugar —añadió y sonrió de forma prepotente. Cuando no obtuvo una respuesta, le dirigió una sonrisa dulce a Holly y le dijo—. Bueno, supongo que no puedo hacer nada más que volver a casa y esperar.

    Audrey no le dijo nada, sólo se le quedó viendo con ambas manos bien sujetas a la niña.

    — Así que creo que te veré en la casa de tu mami, ¿verdad? —le dijo a Holly.

    La mirada gélida de Audrey jamás se desvaneció, por lo que Kelsey levantó la cara y dijo:

    — Bien —en un tono de como quieras. Se dio media vuelta y comenzó a alejarse.

    Esa era la parte donde Audrey Patterson debía llamarla para hacerla regresar. Según Matt, ella debía sentirse aliviada de que la hermana haya venido por la niña para llevarla a casa y así poder asistir a la junta falsa que él había arreglado para Audrey. Pero eso no sucedía. Kelsey cruzó la calle, negando con la cabeza y preguntándose de nuevo por qué se había dejado convencer por Matt y Lionel de seguir este plan tan absurdo. Cuando dio un vistazo a atrás, Audrey la estaba observando, sólo que ahora hablaba con el teléfono a la oreja.

    <>. Ahora Kelsey no sabía qué hacer. Matt y Lionel debían estar viéndola desde el auto, volviéndose locos. Kelsey giró sobre sus talones y cruzó la calle de nuevo, trotando de regreso, rumbo a Audrey Patterson y Holly.

    — Sabe, si habla a la casa —dijo mientras se acercaba— Sienna le dirá quién soy. Digo, si eso necesita, sólo eso debe hacer. —Se alzó de hombros para parecer despreocupada y casual.

    Entonces recordó ya haberle dicho de la ausencia de la nana.

    Cuando la maestra la encaró, esta vez con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa rígida y segura, Kelsey se dio cuenta de una cosa: Audrey Patterson sabía sus intenciones, pero era Kelsey quien tenía el control aquí.

    — Eso no será necesario —dijo Audrey mientras que sus ojos iban directo hacia el tatuaje descubierto—. Estoy segura de que el auto de Holly llegará en cualquier momento. —Tomó a la niña y la condujo de vuelta hacia la escuela.

    Kelsey dio la vuelta,  de nuevo miró toda la calle, preguntándose qué demonios hacer ahora. Para cuando se decidió, un par de autos ya habían pasado y Audrey Patterson ya llevaba a Holly a mitad del camino hacia puerta de enfrente. Una vez que estuvieran adentro sería demasiado tarde; las persiguió.

    Audrey estaba por llegar a la puerta cuando Kelsey atravezó sus manos impidiéndoles el camino.

    — Entrégamela —ordenó en voz baja—. Me la llevaré ahora.

    — Disculpa.... —dijo Audrey e intentó quitar a Kelsey del camino. Sin siquiera pensarlo, Kelsey le dio un empujón que la mando de reversa hasta chocar contra el bote de basura al lado de la puerta. Durante el más breve instante Kelsey titubeó, pensando <<¿Qué diablos estoy haciendo?>> Su primer instinto le pedía detenerse y revisar si estaba bien. Ignorándolo, tomó a Holly de la mano y la levantó como a un costal, luego corrió al auto. La mochila de Holly cayó al suelo sonoramente, pero Kelsey no miró atrás, sólo podía escuchar a Audrey Patterson ordenándole a gritos que se detuviera.

    Kelsey saltó hacia la calle con la niña en brazos cuando un auto apareció de la nada rechinando los frenos y haciendo un estruendo con el claxon. Se alejó de un giro, miro a los dos lados y corrió su auto. Abrió de golpe la puerta y arrojo a la niña adentro mientras Matt encendía el auto gritándole <<¡Entra ya!>> Kelsey saltó al auto después de arrojar a Holly pero justo cuando se acercó a cerrar la puerta una mano la tomó del brazo; y ahí estaba ella, Audrey Patterson, mostrando los dientes y con los ojos que se le salían, pescándose de ella como si de eso dependiera su vida. Kelsey intentó arrebatar su brazo del agarre de Audrey mientras Lionel la golpeaba desde el asiento delantero. Matt arrancó, rechinando las llantas y maldiciendo a gritos, pero Audrey Patterson se sujetó todavía con más fuerza.

    Kelsey intentó arrancar la mano de esa mujer de su brazo, pero poseía un puño de trampa de oso, sus dedos ni siquiera se movieron.

    — ¡Baja la maldita velocidad! —le gritó Kelsey a Matt pero él no hizo caso.

    Audrey tropezó, casi cayéndose y Matt sólo gritaba <<¡Sierra la maldita puerta!>> mientras sacudía el auto de izquierda a derecha.

    A pesar de todo, Audrey Patterson se sostuvo, sólo que ahora era arrastrada; sus pies pedaleaban a prisa por el asfalto, intentando ir a la par con el auto. 

    En la esquina, Matt giro el volante con tal fuerza que Kelsey casi sale volando por la puerta y Holly cayó en su regazo. Cuando Audrey Patterson al fin perdió el agarre, Kelsey alcanzó la puerta aleteante y la cerró con un azotón. Matt pisó a fondo de nuevo, pero casi de inmediato escucho golpes en el costado del auto.

    — ¡Abre la puerta! —gritó Matt sin apartar la mirada del retrovisor lateral—. Está enganchada a la puta puerta. ¡Ábrela! 

    Kelsey abrió la puerta de golpe, cerrándola de nuevo con la misma intensidad. Volteó a tiempo para ver cómo Audrey Patterson se alejaba rodando por el asfalto mientras ellos huían con rapidez.

    — Zedoda Padezon —dijo Holly. Pareciera que ella había tomado toda esta experiencia como si sólo fuera un paseo rutinario por el centro comercial.

    El corazón  de Kelsey retumbaba en su  pecho, sus manos temblaban. Se sacó la peluca y pasó sus uñas entre sus cortos y rubios risos.

    — ¿Eh? Ah, la señora Patterson, sí, claro. —Por la ventana trasera Kelsey podía divisar a Audrey Patterson tirada en un bache, mientras la gente acudía a prisa en su dirección. —Sí, está bien, nos está despidiendo.

    — ¡Chingado! —dijo Lionel—. ¡Chingada madre!

    La concentración de Matt no dejaba de moverse entre el camino y el retrovisor central del auto.

    — Todo el mundo cálmese. Sólo mantengan la...

    Detrás de ellos comenzaron a sonar sirenas.

    — ¡Ah, maldición! Sujétense fuerte —dijo Matt. Dio una vuelta precipitada en la siguiente calle y luego giró a la izquierda,  forzando los cambios del auto—. Este auto de mierda...

    Kelsey se arrimó a los asientos delanteros.

    — Baja por la ruta Theatre. Dos calles adentro hay un atajo al estacionamiento.

    — Ya sé, ya sé — dijo Matt. Giró el volante y las llantas rechinaron mientras giraban en la siguiente esquina, casi sin tocar el suelo, después giraron de nuevo en la siguiente. Las llantas del costado izquierdo se subieron a la banqueta y siguieron entre dos autos estacionados y peatones aterrados, pero los policías hicieron lo mismo. La gente saltaba para quitarse del camino gritándoles de cosas. Kelsy apretó el descanso del brazo con una mano y a Holly con la otra. Cuando le dirigió la mirada, la niña le sonrió.

    De pronto Matt derrapó de forma brusca y el auto voló por el aire sobre la primera bajada y cayó sobre la rampa subterránea. Las llantas chillaban al moverse mientras bajaban cada vez más pisos del estacionamiento. El policía los pasó de lado pero en cuestión de segundos dio de reversa y Kelsey supo que pronto estaría tras ellos de nuevo.

    Pero ahora se escuchaban dos sirenas.

    Llegaron al cuarto nivel subterráneo a tiempo para perderse de la vista del policía. En el quinto nivel Matt azotó los frenos y giró el volante derrapándose de lado para estacionarse en un espacio. Kelsey tomó a Holly, abrazándola con fuerza al salir del auto. Matt escarbó en su bolsillo en busca de una llave, abrió con ella una Ford SUV azul y saltaron dentro. Matt encendió el auto mientras Lionel no dejaba de moverse en su asiento, vigilando por si llegaba la policía. Kelsey le puso el cinturón a Holly y cambió su atención a la ventana trasera.

    — Todo despejado —dijo Lionel y Matt llevó la camioneta en reversa, le dio vuelta y metió primera. Se abalanzaron hasta el final del camino y se detuvieron. Entonces, con toda la calma y de manera silenciosa, los llevó fuera del estacionamiento, mientras tres patrullas pasaban con oficiales que preguntaban a gritos <<¿Están todos bien?>>

    — Voy a vomitar —dijo Kelsey.

    CAPÍTULO DOS

    DÍA DOS: 3:09 PM—KELSEY

    La SUV entró a la cochera y en el instante en que se detuvo, tres de sus puertas se abrieron por completo. Kelsey esperó a que Holly se deslizara a través de los asientos hasta ella y la levantó mientras Matt las esperaba con una cobija. Arrojó la cobija sobre la niña en los brazos de Kelsey y las guió hasta la casa. Lionel abrió la puerta, revisó la calle para verificar que nadie estuviera viéndolos y se deslizó detrás de ellos, cerró la puerta y le puso llave.

    — ¡Oh sí! — exclamó Lionel —. ¡Cielos azules y aguas claras, aquí vamos! — Él y Matt chocaron nudillos mientras Kelsey le quitaba la cobija de encima a Holly y retiraba el cabello de su cara.

    — ¿Estas bien? —preguntó Kelsey a la niña.

    — ¿Qué carajos...?—dijo Lionel viendo a la pequeñita por primera vez—. ¿Qué pedo? ¿Estás viendo esto? —le preguntó a Matt, apuntando—. Parece un roedor.

    — Cierra la boca, Lionel —dijo Kelsey, llevando a Holly por el lugar hasta las escaleras.

    Detrás de ellas Lionel continuaba:

    — Ay, vaya.  Se parece a una de las ardillas de la tele. ¡Tenemos un Goofy Gopher! —dijo y se agachó de la risa con las manos sobre sus rodillas.

    Incluso desde el cuarto en el segundo piso, Kelsey podía oír a Lionel rebuznando como el asno que era.

    —Naione —dijo Holly —, Naione e ie.

    Kelsey abrió la bolsa de Walmart y buscó en ella la ropa de niña que habían comprado el día anterior. Se veía demasiado grande.

    — ¿Eh?

    — Naione e ie

    — ¿Naione e ie? ¡Ah! Ah sí, Lionel se ríe. Toda la calle puede oírlo; ese idiota. Toma. Ponte esto. —Le mostró el pants que estaba hecho bola y lo agitó.

    —No, ie e mi —dijo Holly, meneando su dedito. Sus palabras salieron con tanta intensidad que Kelsey levanto la mirada.

    — Ey, nadie se está riendo de ti. Ignora a Lionel, es un pendejo.

    — Ene-oh

    Kelsey sonrió de medio lado.

    — Bueno, quizá mejor otra palabra.... Que sea asno.

    — Ah-no

    — Sí, un ah-no.  Pero eso se queda entre nosotras. Toma, quítate el vestido. No queremos que tu carísima ropa se arruine ¿o sí? —Le sacó el vestido por los brazos y revisó la etiqueta—. Target. Ay, vaya. Así que nada lujoso, ¿eh? Oh —dijo y se detuvo cuando vio una mancha húmeda en las mallas de la niña—, veo que tuviste un pequeño accidente, ¿eh? Quítate la blusita y los calzones, yo te los cambiaré. —Le quitó la ropa sucia a Holly, notando la coloración amarillenta de una herida que desaparecía en sus nalgas. — ¿Qué te paso aquí? ¿Eh? ¿Te caíste?

    Holly la miró sin decir nada, el vacío de su mirada era tan profundo que casi producía un eco. Pero, de la nada, una sonrisa se creó en su cara; puso sus pequeños puños frente a su propia boca y se agachó de la risa. Para Kelsey la transformación fue tan abrupta y forzada que era como ver a otra niña.

    — Cai, upi up —dijo Holly riendo aún más fuerte.

    —Upsy ups, claro. —Una sonrisa atrapó la esquina de la boca de Kelsey y cuando la niña se agachó de risa sin remedio, Kelsey se encontró riendo con ella. Aún estaba sonriendo y poniéndole a la niña calzoncillos limpios cuando la puerta se abrió y Lionel se asomó por ella. Sus ojos fueron directo a Holly.

    —Y... ¿qué pasa?

    Consiente de su mirada, Kelsey se colocó en medio de Holly y Lionel y termino de acomodarle el calzoncillo.

    — ¿Qué quieres? —dijo Kelsey mientras alcanzaba el pantalón del pants.

    Lionel se recargó en el marco de la puerta, sonriendo con arrogancia.

    — Pero mírate nada más, haciéndola de mamá ¿eh? —dijo inclinando la cabeza para ver alrededor de Kelsey—. La mamita y la ardillita.

    Kelsey abrazó a Holly.

    — Sal de aquí Lionel. —Aun protegiendo a Holly de su mirada, metió la cabeza de la niña en la sudadera y la terminó de vestir.

    — Tienes una nueva mamá, ¿que no, ardilla? —Se cruzó de brazos, aún sobre el marco de la puerta. —Oye, ardilla, ¿estás sorda o qué?

    Kelsey sintió una ola instantánea de irritación sobre ella.

    — No le digas así. Ella no está sorda.

    La sonrisa de Lionel se solidificó y su expresión cambió a una más calculadora.

    — Chingado, ella ni sabe lo que digo. ¿Verdad que no, ardilla?

    Kelsey le fajó la camisita a la niña y le ajusto la sudadera, después puso a Holly detrás de ella y volteó a encarar a Lionel.

    — ¿Hay algo que necesites?

    Lionel no dijo nada. Sólo pasaba la mirada de Holly a Kelsey.

    — Entonces, salte de aquí.

    Él le guiñó el ojo y cerró la puerta al salir.

    Kelsey se tapó la boca para detener el torrente de palabras que habría dicho de no haber una bebé presente. Retiró el cobertor de la cama y esperó a que Holly se subiera. Ahora, con la mirada en la niña quien también la veía con sus ojos enfermos y su boca entre-abierta de asombro, no pudo evitar sonreír.

    —  Acorrúquese ahí señorita. Trata de dormir, es hora de la siesta.

    Holly se metió a la cama pero en cuanto Kelsey la cobijó con el edredón, una pequeña manita salió de éste, agarrando el aire.

    — Ninny, Ninny —pidió.

    — ¿Ninny? ¿Qué es un ninny?

    — Deon Ninny —dijo Holly volviendo a agarrar aire con las manos —. Queo Deon Ninny.

    — ¿Quieres a tu nana? ¿Hablas de Sienna...? —Pero antes de poder terminar su oración, los ojos de Holly se abrieron como platos y dejó salir un aullido que hizo a Kelsey saltar. — Oye, oye —le dijo, pero la niña tomó aire y aulló aún más fuerte, agitando los brazos y pataleando. Kelsey sólo pudo tomarla de las muñecas para inmovilizarla contra la cama. — Oye. Ya estuvo. Sienna no está aquí; ¿me escuchaste? Ella no está aquí, ya se fue.

    Holly guardo silencio. Respiró profundamente, hipando, y se llevó la parte de atrás de su manga a los ojos

    — ¿Nenna he fue? —preguntó —. ¿No Nenna?

    — Nop, nada de Sienna. Ya se fue muy lejos y no va a regresar.

    Holly estiró la mano de nuevo.

    — Queo Deon Ninny

    — ¡Ah! Ya entendí, quieres a tu león Lilly. —Kelsey vio los ojos de Holly brillar y volvió a extenderle la mano, entonces dijo: — Muy bien, así que Lilly es tu juguete favorito ¿verdad? —Picó la punta de la nariz de Holly con su dedo. — Pues, lo siento, pero no tengo a tu león Lilly aquí. Pero escucha, haremos un trato...—

    Antes de que pudiera terminar su oración la puerta se abrió detrás de ella y Matt apareció.

    — ¿Qué demonios pasa? ¿Por qué está gritando así?

    Kelsey tapó a la niña con el cobertor, luego volteó.

    — Nada. Todo está bien.

    Matt las vio a ambas y soltó sus hombros. A los 24 años de edad, Matt se veía tan atractivo como el primer día en el que Kelsey lo conoció, quizá hasta más guapo. Cabello tupido color café; dientes blancos y fuertes; un gran cuerpo... Él era quien había planeado todo esto, hasta el último detalle. Cubrió detalles en los que nadie hubiera pensado, como el enviar la nota de rescate por correo el día anterior para que llegara en el momento perfecto. A Kelsey jamás se le habría ocurrido eso. Ella habría llamado por teléfono como en las películas. Matt le dijo que los policías podrían localizarte si hacías eso, pero ¿qué tanta gente pasa por un lado de la ciudad un día y se va al siguiente? Así, enviando una carta desde cualquier punto de la ciudad no había forma en que los policías la rastrearan. Eso le dijo.

    Incluso ahora, ella aún no entiende por qué no pudieron tan sólo llamar por teléfono. Pero ahí estaba, Matt era el listo. El padre de Kelsey siempre decía que ella era tan tonta como una roca; pero ella tenía la cabeza suficiente para reconocer cuando alguien era listo. El ingenio de Matt, su astucia, su habilidad de salir de cualquier situación, todas esas eran las cosas que amaba de él, aunque ahora tenía tanto en la cabeza que casi no parecía la misma persona.

    Él pasó sus dedos entre su cabello y dijo:

    — Voy a comprar algo de comer. ¿Quieres algo?

    — Yo iré —ofreció.

    — Vamos los dos.

    — No —le respondió de forma tan fría que él se le quedo viendo—.  No la voy a dejar con Lionel.

    —No sé por qué no te agrada.

    —No es eso —mintió—. Es sólo que... ¿qué tal si se pone agresivo? No puede cuidar de ella si está ido. Como sea, Holly necesita una mugre para sus ojos, están todos rojos y le pican, la vuelven loca.

    Matt levantó los brazos y rodó los ojos por todo el cuarto en un gesto exagerado de asombro.

    — ¿Y por qué es nuestro problema? ¿Por qué debemos conseguirlo? ¿Por qué sus padres millonarios no sueltan el dinero para eso? No es como si no pudieran pagarlo.

    — Pues quizá sí lo harían, pero no están aquí.

    Matt lo pensó.

    — Bueno, ve tú. No le hables a nadie y mantén tu cabeza y tu perfil bajo. No vayas a arruinar esto. Ya llegamos muy lejos para que lo eches a perder.

    — Sólo no la pierdas de vista.

    Kelsey lo siguió hasta la puerta y miró a atrás para ver a Holly cobijada bajo el edredón, tallándose los ojos con sus puñitos.

    — Tenla vigilada. Asegúrate de que esté bien. —dijo y cerró la puerta.

    Ya en el piso de abajo Matt escarbó en su bolsillo y sacó 10 dólares.

    — Deja de preocuparte, ¿sí? La cuidaremos bien.

    Matt era el mundo para Kelsey, ella no confiaba en nadie como confiaba en él. Hasta pondría su vida en sus manos.  En cambio no le confiaría a Lionel ni su desayuno. Sí tuviera la opción, habría llevado a Holly con ella, pero eso era imposible. Debía apresurarse.

    CAPÍTULO TRES

    DÍA UNO—3:51 PM—ELIZABETH

    Elizabeth McClaine estaba sentada en su amplio sofá negro dentro de la sala de su lujosa casa al lado del lago en la mejor parte de Bay Village sin dejar de morderse las uñas. Aún temblaba por la noticia que el hombre sentado frente a ella le había dado, mientras se preguntaba por qué su esposo tardaba tanto en llegar.

    Revisaba su reloj por enésima vez cuando escucho la puerta de en frente cerrarse. De inmediato, se puso de pie.

    — Elizabeth, ¿dónde estás? —Richard le llamó.

    Hace mucho, todo el mundo le decía a su esposo <>, sin importar quienes fueran; arquitectos, miembros de la mesa directiva de la compañía, obreros trabajando arduo en su conglomerado de construcción a cambio del salario mínimo, todos le llamaban Mac. En el minuto en que se declaró candidato al Senado de los Estados Unidos, se convirtió en Richard. Alice, su despiadada manager de campaña, lo había declarado así. Nadie objetó, no se atrevían.

    — Aquí estoy —respondió Elizabeth.  Presionó sus blancos dedos contra sus propios labios, las líneas de expresión de su frente enfatizaban la preocupación reflejada en sus ojos. 

    Tan pronto como Richard entró a la habitación, fue directo hacia ella y colocó su mano en el hombro de Elizabeth de manera protectora.

    — Recibí tu mensaje. ¿Qué fue lo que pasó? — A los cuarenta y nueve años, Richard seguía siendo la viva imagen de un político perfecto, rostro atractivo, cabello perfectamente estilizado con solo algunas canas a los costados. Su mirada pasó primero a la copa de Martini en la mesita y después al hombre que se levantó de su asiento al lado contrario del de su esposa.

    Su visitante probablemente tenía entre cincuenta y sesenta, pero se veía aún mayor. Vestía un abrigo de lana caduco de una talla más grande; los dos marcados pliegues de su cara y la coloración azulada de las bolsas bajo sus ojos lo hacían parecer un insomne crónico.

    — Señor McClaine —dijo haciendo un gesto con la cabeza.

    — Es Holly, fue secuestrada —le dijo Elizabeth a su esposo, esforzándose por hablar—. Este es el detective Delaney —agregó señalando al hombre —. Holly se ha ido, Richard, alguien se la llevó.

    Richard dio su mejor sonrisa de candidato y extendió su mano, luego reaccionó y frunció el ceño.

    — ¿Secuestrada? —Llevó su atención de Elizabeth de regreso al detective— ¿A qué se refiere con secuestrada?

    Delaney metió la mano a su bolsillo y saco un cuadrado de hoja blanca sellado dentro de una bolsa de plástico y se lo pasó a Richard.

    — Es una nota de rescate —dijo Elizabeth y se cruzó de brazos mientras lo veía intentando desarrugar la nota para poder leerla.

    Sus ojos recorrían cada palabra escrita y cuando llegó al signo de dólar reaccionó como si le hubieran sacado el aire.

    — Dios Santo —dijo.

    — Quieren diez millones de dólares por Holly —confirmó Elizabeth.

    — Diez mi.... Santo Dios. —Richard puso la mano sobre su boca y se puso a escanear el cuarto mientras procesaba la información. Después volteó hacia Delaney y agitó la bolsa en su dirección. — Esto es increíble. ¿Qué...? —tragó saliva —, ¿qué pasará ahora? 

    — Justo le decía a su esposa que estamos poniendo en marcha una investigación absoluta, señor McClaine. Hacemos lo más que podemos.

    — ¿Cuándo pasó esto? —preguntó Richard —. ¿Están seguros de que fue Holly a quien secuestraron?

    El detective sacó una libreta del bolsillo de su chaqueta, le sacudió la pelusa y revisó entre las páginas.

    — Aproximadamente a las dos treinta de esta tarde un testigo vio a una mujer joven corriendo de la escena con un menor. Preguntamos a todos los de la clase y su esposa ha identificado la mochila infantil que fue dejada en el lugar; es la de su hija.

    Richard se volteó hacia su esposa.

    — Y ¿estás segura que es de ella?

    — Sí, claro que estoy segura —dijo, un poco más cortante de lo que intentaba. Miró de reojo al detective y modificó su tono de voz—. Es una mochila de Dora la Exploradora. Además Holly es la única niña de la clase que la policía no ha localizado. Por dios, Richard, su maestra fue arroyada en la calle. Tomaron a Holly y arrastraron a la señora Patterson por el pavimento. Ahora está en el hospital. ¿Qué clase de persona haría algo semejante?

    — Cielos, ¿Audrey se recuperará?

    — Me temo que no ha habido noticias de su condición —respondió Delaney—. La señora Patterson estaba inconsciente cuando llegó al hospital, no he sabido nada más de ella.

    Elizabeth se tapó la boca con las manos y susurró:

    — Dios mío, esto no puede estar pasando.

    Richard leyó la nota de nuevo, con el ceño fruncido y negando con la cabeza. Se veía aturdido, como si apenas pudiera comprender lo escrito en

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