lily
Con una modelo de la talla de Lily Aldridge (Los Ángeles, 1985) en la sala, cabe plantearse una serie de situaciones mentales basadas en prejuicios absurdos y anticuados en torno a la actitud y el comportamiento de las supermodelos. Pero cuando se planta delante de ti y te saluda efusivamente, con una sonrisa de oreja a oreja y una cara que dice que en su reloj biológico no son las siete de la mañana –como en el tuyo, porque juega en otra liga–, todas esas ideas se desvanecen. Estamos en algún punto de Brooklyn con un día de perros recién amanecido en Nueva York, y ella es, haciendo alarde de su origen californiano, todo un rayo de sol en ese estudio de gélida decoración industrial. Deja sus cosas y se cerciora de saludar a cada persona que está allí, una por una, presentándose. «¿Me falta alguien?», pregunta, consciente de que todos
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