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La primera emanación de Lucifer
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La primera emanación de Lucifer
Libro electrónico172 páginas3 horas

La primera emanación de Lucifer

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En la lucha eterna entre el bien y el mal destaca gran cantidad de guerreros, tanto de la luz como de la oscuridad.
Mientras los primeros aguardan la segunda visita de su salvador los segundos esperan una nueva reaparición del hijo del dragón, quien nos ha visitado en más de una ocasión y se fortalece cada vez que pisa la faz de la Tierra.
En el principio Simón no estaba dispuesto a cumplir con el propósito para el que fue creado, pero las entidades demoniacas, e incluso los servidores de Dios, se encargaron de frustrar sus planes de independencia, lo que ha provocado el despertar de su ser oscuro y ahora el poder infernal amenaza con destruir todo a su paso.
Es en este punto donde comienza la evolución del Anticristo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 abr 2015
ISBN9781311521675
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    La primera emanación de Lucifer - David Santillán

    Introducción

    El poder Divino proveniente del Padre, Amo y Señor de todo lo que fue creado por Él, y que gracias a Él es y siempre será hasta que decida ponerle fin por medio de la atrocidad más grande jamás soñada, acrecentó su intensidad lumínica irradiando pureza perfecta, sin rastro de maldad, al concentrarse para engendrar al unigénito, quien sería degradado y enviado al reino terrenal en forma de humano, tomando para sí un recipiente hecho de carne, un anfitrión destinado a sufrir una de las más crudas torturas de la historia.

    Todo esto aconteció en aquel momento, y tal suceso impregnado de suma importancia no pudo, por ningún motivo, quedar fuera del alcance de cualquier oído, de cualquier ojo; ni siquiera Él logró evitar que la nueva llegase hasta aquél que había decidido tomar para sí todo lo creado por Él.

    A pesar de la victoria en la cruenta batalla librada milenios atrás, el Cielo seguía buscando la manera de contener a su más acérrimo enemigo, pero en el lado contrario la sed de venganza que el gran rey del mundo trataba de dominar crecía al recordar la humillante derrota sufrida por haber estado incompleto.

    La bestia, herida de orgullo, aprendió a utilizar la paciencia a su favor. Esperó el momento perfecto para crear; algo hasta poco antes impensable para él, pues las creaciones no eran propias de su ser, sino del Padre. Fue entonces cuando reunió la energía tomada de la más preciada creación del Señor y la utilizó para engendrar el más oscuro proyecto para derrocar al ejército angelical.

    Para él, que había observado el momento de la creación como un espectador de las leyes tramadas por Él, no era concebible un complejo universo con una balanza intrínseca inclinada hacia un lado, pues orden y caos persisten y conviven, y ninguno sobreviviría sin el otro.

    Así fue como el plan para nivelar la balanza se entretejió en su mente, aunque la verdadera razón yacía dentro de su corazón, ennegrecido por la ira y la necesidad de venganza.

    La entidad de poder ígneo fue cubierta por el calor abrasador de su aura flamígera, pues había sido creado con la luz emanada por el Padre; pero en esta ocasión tal despliegue de impresionante poder fue utilizado para desprender de sí su propia emanación, la primera emanación de Lucifer.

    I

    Simón el vástago

    Nacimiento de Simón (Samaria, año 5 d. C.).

    El frío se apoderó de la noche aquella vez en que el cielo fue cubierto de nubes que lo incitaban a corroer la tierra con su llanto y sus sollozos; quejas resonaban llevadas por los vientos en todas direcciones anunciando la llegada del engendro oscuro proveniente de las raíces del Árbol de la Muerte.

    Una hembra de voluptuosos pechos y caderas pronunciadas clamaba misericordia ante el dolor intenso del parto de su primogénito. Sus gritos eran producidos por el desgarre de sus entrañas, como si fuera consumida por el fuego desde dentro.

    El padre de la criatura había perecido tiempo atrás, salvando la vida de su mujer y de su pequeño vástago recién engendrado.

    El sonoro chillido de la criatura taladró los oídos de quienes se encontraban cerca, anunciando el nacimiento de un ser temido por el Cielo entero.

    Infancia de Simón.

    El pequeño huérfano fue adoptado por una mujer que no tenía marido ni pretendientes a causa de su marcado gusto por otras féminas. Ella cuidó y dio nombre al vástago guiada por su instinto maternal. Lo alimentó y lo vistió, le enseñó a hablar y a caminar, y pronto Simón hablaba y caminaba.

    El pequeño mostró desde temprana edad cierto interés en la naturaleza y en los cambios climáticos. Cualquier ser vivo, por más pequeño que fuera, atraía su mirada; sus pupilas se dilataban de tal forma y su visión penetraba tan profundo que lograba decodificar la verdadera esencia de la vida y de las cosas. Así aprendía mediante la observación, y toda la información recopilada quedaba registrada en su insaciable cerebro ávido de aprendizaje.

    Cuando Simón tuvo la oportunidad de socializar con sus similares se percató de inmediato de que eran faltos de conocimiento y su nivel intelectual era mucho menor que el suyo a pesar de ser más grandes de edad, entonces no tuvo interés en formar lazos afectivos con otras personas.

    La madre adoptiva de Simón se rompe una pierna.

    Una tarde soleada la madre adoptiva de Simón salió a comprar comida para los dos. El clima era seco y la ausencia de viento hacía pesar cada paso como si fueran diez, y su andar parecía más lento cada vez. Su piel reseca denotaba su extrema deshidratación, entonces el calor infernal martilló su conciencia hasta desvanecerla.

    La Luna ya había remplazado al astro Sol cuando Simón vio llegar a su madre auxiliada por dos hombres. El dolor en su pie izquierdo era intenso y no dejaba de quejarse en ningún momento; suplicaba por un médico y la hinchazón era cada vez mayor.

    Entonces el pequeño engendro se acercó y posó sus manos sobre el pie izquierdo de su madre adoptiva diciendo: el sufrimiento solamente refiere a un estado mental, y cuando se dominan todos los estados mentales cualquiera puede curar; pero no cualquiera los domina, y retiró las manos de la herida en la que ya había provocado la sanidad. Los demás quedaron sorprendidos por el milagro presenciado y contaron a todos cómo el pequeño había sanado a su madre.

    Simón se defiende de un infante.

    Se encontraba sentado en el suelo el pequeño vástago de apenas diez años cuando las demás criaturas de su edad trataron de animarlo a convivir. Su madre adoptiva se sumó, hablándole para que aceptara la invitación, pero él la ignoró por completo mientras seguía removiendo la tierra con la rama de un árbol y miraba visiones entre los diminutos gránulos.

    La mujer, preocupada por el semblante retraído de su querido hijo, trataba de encontrar la manera de integrarlo a la sociedad, pero sin éxito alguno.

    Un día los pequeños regresaron para jugar con Simón y uno de ellos fue duro con él, burlándose y agrediéndolo físicamente, entonces la agresión alimentó la oscura y compleja conciencia dentro de él y la sangre en sus venas hirvió desde la planta de sus pies hasta su cabeza. El sudor en su rostro revelaba que su capacidad de contenerse estaba a punto de resquebrajarse.

    Pensamientos de venganza y muerte inundaron su mente inexperta y su respiración, cada vez más intranquila, alimentaba sus profundos deseos de detener lo que acontecía.

    Simón fue arrojado al suelo y al momento de caer tomó una roca que disparó y golpeó en el cráneo de su agresor, provocando una emanación de sangre que escurrió por el rostro del pequeño malcriado al caer convulsionando.

    Los demás niños fungieron como acusadores y la gente del pueblo, llena de odio y sed de venganza, se abalanzó sobre Simón y su madre, pero ellos siempre habían pertenecido a las llamas y sabiduría del gran dragón que enciende los carbones con su aliento.

    De la nada, el Gran Maestro de lo oculto se materializó en defensa del pequeño y su madre adoptiva. Nadie ha conocido el rostro de este demonio, pero con el tiempo ya se había sabido bien de la grandiosidad de sus poderes.

    Vistiendo una túnica roja y con un cráneo de macho cabrío cubriéndole la cabeza entera, armado con un báculo de oro adornado con la muy poderosa simbología mágica creada por él mismo, se puso entre Simón y la multitud y con su dedo índice señaló en un solo movimiento a todas las personas que propiciaban el linchamiento. Fue así que comenzaron a aparecerles ámpulas en todo el cuerpo a aquellas personas vengativas, y la piel comenzó a desprenderse de sus huesos y sus órganos a desparramarse por el suelo.

    La sangre se esparció como río sobre la tierra y la impregnó de carmesí, inundando el aire con olor a muerte.

    El resto de la gente del pueblo huyó temerosa, clamando al Señor para que la protegiera de aquel demonio.

    Simón sale del pueblo junto a su madre.

    Después de los disturbios acontecidos en el pueblo, el defensor de la familia de Simón les ordenó que abandonaran el lugar y se encaminaran hacia el oriente.

    Durante todo el camino que anduvieron Simón y su madre Abraxas los protegió de cualquier mal, pero en realidad la presencia del pequeño era suficiente para que no se acercara ningún ser peligroso, e incluso él mismo protegía a su madre día y noche. De día hacía llover para conseguir el preciado líquido y tomaba piedras que encontraba a su paso y las convertía en pan. Por las noches la cubría del viento con su propia mano, y cuando dormían mantenía dos ojos cerrados y uno abierto, el del entrecejo, su visión más penetrante y poderosa.

    La madre adoptiva de Simón es mordida por una serpiente.

    Mientras mantenían el paso bajo el calor abrasador y sofocante emanado del astro rey, la madre de Simón, aturdida por la temperatura, no se percató de la presencia de uno de esos reptiles que han sido satanizados desde tiempos inmemorables y pisó con el pie derecho muy cerca de su cuerpo enroscado. Al sentirse amenazado, el animal estiró el cuerpo exponiendo sus preciosas escamas al sol; éstas brillaron tan intensamente como si fuera un rayo al tiempo que penetraba la carne de la mujer con sus enormes colmillos que, como hipodérmicas, inyectaron el poderoso veneno en su torrente sanguíneo.

    Ella cayó al suelo y su cuerpo se paralizó en un instante. Simón corrió y tomó a su madre, que comenzaba a empaparse de sudor. Puso su mano derecha en la mordedura de la serpiente y el peligroso químico salió por los mismos orificios que había entrado, y la marca de la mordedura comenzó a desaparecer.

    Cuando el pequeño terminó de curar a su madre se levantó, tomó a la serpiente por la cabeza y le dijo: no te haré daño porque la responsabilidad de lo sucedido nos compete a nosotros. Tú eres un ser irracional, pero sé que mis palabras tienen sentido para ti. Aléjate de las personas y vive en paz.

    Simón y su madre conocen a Dositeo.

    La noche de un viernes Dositeo se preparaba mental y psicológicamente para el día siguiente. Se había alimentado muy bien, consumido gran cantidad de legumbres y semillas y bebido la cantidad de agua suficiente, y ya para retirarse a reposar despidió a sus discípulos y les dio indicaciones.

    Antes de dormir, Dositeo oraba como era su costumbre. Pedía al Todopoderoso que brindara ayuda y protección a los desvalidos, que les ayudara a guardar sus mandamientos al pie de la letra y que bendijera a todas las personas del mundo entero, pero muy en el fondo de su alma sentía ganas de reprocharle lo que le habían hecho aquellos nacidos bajo la ley de la Torá.

    Al día siguiente Abraxas apareció frente a Dositeo y observó con detenimiento lo que sucedía a su alrededor; simplemente nada.

    —Esos escritos en los que tanto te basas deberían hablar sobre la estupidez, entonces seguramente estarías incurriendo en un pecado muy grave, Dositeo.

    El poderoso demonio no obtuvo respuesta y prosiguió.

    —Es mi deber aconsejarte y me sería grato que atendieras a mis peticiones pues el día de hoy tendrás visitas. No es de buen gusto que el anfitrión se muestre indiferente y prefiera ocuparse de estupideces. Me muestro indulgente contigo porque has demostrado capacidad e inteligencia, pero veo que hasta tú, en ocasiones, puedes caer. Atiende a quienes están por arribar a tu hogar y protégelos. Cuida de ellos, Dositeo, porque de esto depende tu vida. Muévete ya y no lleves al extremo lo leído en unas cuantas líneas; hoy es sábado, pero tú tienes mucho que hacer. Enséñale al pequeño, muéstrale los principios y después yo me encargaré de él.

    Dositeo no había movido ni un dedo. Permanecía sentado en el mismo lugar desde el primer segundo del sábado.

    —Es tu decisión, Dositeo; bien sabes qué sucede cuando se ignoran mis peticiones.

    Abraxas se desvaneció y Dositeo abrió los ojos. El demonio seguramente acabaría con su vida si no recibía a las personas que estaban por llegar.

    Era el día más caluroso del año y los rayos del sol parecían penetrar la piel y quemar el músculo bajo ella. Simón y su madre adoptiva continuaban caminando bajo su brillo calcinante.

    Desde lejos el sabio Dositeo logró apreciar la llegada de dos individuos, una fémina y a su pequeño. Los ojos del sabio miraron más allá y su mente se extendió a las estrellas como haces de luz que se dispersaron en varias direcciones. Salió de su hogar para recibirlos, Abraxas así lo había ordenado.

    El Gran Maestro había pedido al sabio Dositeo que enseñara

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