La mano y otros relatos de horror
()
Información de este libro electrónico
Relacionado con La mano y otros relatos de horror
Libros electrónicos relacionados
El rey de trébol Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa aventura de Peter el negro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones3 Libros para Conocer Ficción Detectivesca Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (ilustrado) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Extraño Caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl pabellón Wisteria Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Anfiteatro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuentos con historieta 1: El engendro maldito / La Torre de los Tormentos: Terror Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Golden Deer Classics) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El ático Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSherlock Holmes: Relatos completos 1 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl extraño caso de doctor Jeckyll y mister Hyde Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesQuince días de noviembre Calificación: 3 de 5 estrellas3/5La caja de bombones Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El problema del puente de Thor Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El libro de Fu-Manchú Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde - The Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde: Texto paralelo bilingüe - Bilingual edition: Inglés - Español / English - Spanish Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Sombra De Espía: Misil V 2 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Dr. Jekyll y Mr. Hyde y otros cuentos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Dr. Jeckyll y Mr. Hyde Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Horla y otras entidades Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Tiempo de lobos (versión latinoamericana): Buscar tus raíces puede ser un camino aterrador Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl asesino del pentagrama Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Una extraña confesión Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHeracles Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El caso extraño del Doctor Jekyll Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl misterio de Hunter´s Lodge Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relatos cortos para usted
Hechizos de pasión, amor y magia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Vamos a tener sexo juntos - Historias de sexo: Historias eróticas Novela erótica Romance erótico sin censura español Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El gallo de oro y otros relatos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cómo besa: Serie Contrato con un multimillonario, #1 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El llano en llamas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El reino de los cielos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Donantes de sueño Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos de Canterbury: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las cosas que perdimos en el fuego Calificación: 4 de 5 estrellas4/5¿Buscando sexo? - novela erótica: Historias de sexo español sin censura erotismo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La paciencia del agua sobre cada piedra Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos completos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Enrabiados Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Me encanta el sexo - mujeres hermosas y eroticas calientes: Kinky historias eróticas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5EL GATO NEGRO Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El profeta Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El huésped y otros relatos siniestros Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El psicólogo en casa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El matrimonio de los peces rojos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La memoria donde ardía Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los peligros de fumar en la cama Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los divagantes Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El príncipe feliz Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El diosero Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Sopita de fideo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos. Antón Chéjov Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Intimidades Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHombres duros y sexo duro - Romance gay: Historias-gay sin censura español Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos de horror Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Hasta la locura, hasta la muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Categorías relacionadas
Comentarios para La mano y otros relatos de horror
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
La mano y otros relatos de horror - Rene Albert Guy de Maupassant
GUY DE MAUPASSANT
La mano y otros relatos de horror
cdcebookLa mano
Rodeaban todos a monsieur Bermutier, juez de instrucción, quien daba su parecer sobre el misterioso caso de Saint-Cloud. Un inexplicable crimen que tenía inquieto a todo París desde hacía un mes. Nadie entendía nada.
Monsieur Bermutier, de pie y de espaldas a la chimenea, reunía pruebas, discutía las diversas opiniones, pero no proponía ninguna conclusión.
Varias damas se habían acercado y permanecían de pie, con la mirada fija en la rasurada boca del juez que profería graves palabras. Se estremecían, temblaban, crispadas por un curioso miedo, por la ávida necesidad de terror que subyugaba a sus almas y las retorcía como el hambre.
Una de las mujeres, más pálida que las demás, dijo durante una pausa:
—Es horrible. Esto roza lo «sobrenatural». Nunca sabremos nada.
El magistrado se volvió hacia ella:
—Sí, señora, es probable que nunca sepamos nada. Pero, respecto al término «sobrenatural» que acaba de utilizar, nada tiene que ver aquí. Estamos ante un crimen hábilmente planeado, muy bien ejecutado, tan bien envuelto en el misterio que no podemos liberarlo de las circunstancias impenetrables que lo rodean. Sin embargo, debo decir que en una ocasión sí llevé un caso en el que parecían mezclarse elementos fantásticos, caso que, por cierto, tuvimos que abandonar por falta de pruebas.
Varias de las damas se dieron tanta prisa en hablar, que dijeron en coro:
—¡Cuéntenoslo!
Monsieur Bermutier sonrió con gravedad, como un magistrado debe de sonreír.
—No vayan suponer, ni por un instante, que llegué a pensar que en esa aventura hubiera algo sobrehumano... Yo solo creo en las causas normales. Pero si en lugar de emplear la palabra «sobrenatural» para calificar lo que no entendemos, usáramos simplemente el término «inexplicable», sería mucho mejor. En todo caso, en la historia que voy a referirles, fueron, especialmente, las circunstancias que lo rodeaban, las circunstancias propiciatorias, las que más me turbaron. En fin, he aquí los hechos:
Yo era juez de instrucción en Ajaccio, una pequeña ciudad blanca, situada en el borde de un maravilloso golfo rodeado de altas montañas.
Los casos que veía eran, sobre todo, de venganza: Soberbias, extremadamente dramáticas, feroces, heroicas... Allí me encontré con los casos más bellos que pudiese uno imaginar: el odio secular, apaciguado por un momento, pero jamás extinguido, las tretas abominables, los asesinatos que se convertían en masacres y en hazañas casi gloriosas. Durante dos años, no oí hablar más que del precio de la sangre, de ese terrible prejuicio patente que obliga a vengar cualquier agravio en el ofensor, en sus descendientes y en sus parientes. Vi morir a ancianos, niños, primos. Tenía la cabeza llena de aquellas historias.
Un día, me enteré de que un inglés acababa de alquilar una pequeña casa situada en lo más recóndito del golfo. Lo acompañaba un criado francés a quien había contratado en Marsella.
Pronto, todo el mundo se interesó por aquel singular personaje, que solo salía para cazar y pescar. No hablaba con nadie, no acudía nunca a la ciudad, y cada mañana se entrenaba durante una o dos horas en disparar con la pistola y el rifle.
Comenzaron a circular leyendas. Que era una persona importante que había huido de su país por razones políticas; luego se dijo que estaba ocultándose tras cometer un crimen espantoso. Hasta se mencionaron detalles particularmente horribles.
Como juez de instrucción, quise saber más de él, pero no lo conseguí, solo que se llamaba sir John Rowell.
Me contenté con tenerlo vigilado, pero, en realidad, él no levantaba ninguna sospecha.
Sin embargo, como los rumores crecieron y se generalizaron, decidí acercarme yo mismo, así que comencé a cazar regularmente cerca de su casa.
Esperé mucho tiempo por una oportunidad hasta que, finalmente, esta se presentó en forma de una perdiz a la que disparé y maté en presencia del inglés. Mi perro me la trajo y tan pronto como tuve la presa, fui a disculparme por mi desconsideración y pedí a sir John Rowell que aceptase el ave.
Él era barbado, pelirrojo, muy alto y muy ancho, una especie de hércules plácido y educado. No tenía nada de la sequedad británica y agradeció vivamente mi delicadeza en un francés con acento del otro lado del Canal de la Mancha. Al cabo de un mes, conversamos unas cinco o seis veces.
Una tarde, al pasar por su puerta, lo vi sentado en su jardín, fumando su pipa. Lo saludé y me invitó a tomar una jarra de cerveza que no dudé en aceptar.
Me recibió con la meticulosa cortesía inglesa. Habló con elogios de Francia, de Córcega, y aseveró que le agradaba bastante este país y esta costa.
Entonces, con gran precaución y afectado interés, le hice algunas preguntas sobre su vida, sobre sus planes. Respondió sin embarazo y me contó que había viajado mucho por África, por la India, por Estados Unidos. Y, riendo, agregó:
—Viví muchas aventuras, oh, yes!
Volví a tocar el tema de la cacería y me dio los datos más curiosos sobre la caza del hipopótamo, del tigre, de los elefantes e incluso del gorila. Dije:
—Todas esas fieras son temibles.
Sonrió:
—¡Oh, no, peor es el hombre!
Comenzó a reír, con esa risa franca de inglés gordo y contento.
—¡También he cazado muchos hombres!
Habló luego de armas y me invitó a pasar a su casa para enseñarme su colección de rifles.
Su salón estaba tapizado de negro, en seda también negra con bordados dorados. Enormes flores amarillas refulgían sobre la tela oscura como si fueran de fuego. Explicó:
—Es un paño japonés.
En medio del panel más amplio, algo extraño llamó mi atención. En un cuadrado de terciopelo rojo, destacaba un objeto negro. Me acerqué: era una mano. La mano de un hombre. No el esqueleto de una mano, blanco y